El líder libio, Muammar al-Khadafi, no parece convencido aún de entregarse totalmente a los brazos del capitalismo, al que define como «oportunista y explotador», mientras que otras fuerzas, encabezadas por su hijo Saif al-Islam, presionan en favor de la apertura económica. Durante su intervención del 20 de enero último en la sesión inaugural del Congreso […]
El líder libio, Muammar al-Khadafi, no parece convencido aún de entregarse totalmente a los brazos del capitalismo, al que define como «oportunista y explotador», mientras que otras fuerzas, encabezadas por su hijo Saif al-Islam, presionan en favor de la apertura económica.
Lo que busca Khadafi es evitar las consecuencias desastrosas de un neoliberalismo salvaje y garantizar en cambio que «la apertura económica vaya acompañada de una visión y de una estrategia que aseguren a los sectores sociales de menores ingresos una mejor vida lejos de la marginación y el desamparo». Esto explica quizás la insistencia del líder en su discurso en el sentido de hacer participar al pueblo en las acciones de los bienes producidos por el Estado, empezando por el petróleo.
También explicaría la preocupación del líder respecto de la corrupción que acompaña la desordenada e incipiente transición hacia la economía de mercado y que por lo tanto podría corroer uno de los pilares de la legitimidad revolucionaria, cual es el principio de la democracia directa, por lo que se prefiere ir más despacio y no generar rupturas ni choques entre las dos corrientes que disputan el cambio, esto es entre la vieja guardia revolucionaria y los «reformistas» liderados por su hijo Saif al – Islam, convencido quizás de que el pueblo libio es por tradición e historia contrario a las economías cerradas. Es a esa tirantez interna a la que se debe el mencionado desorden e indecisión en este nuevo proceso de transición. Pues sin un claro vencedor o sin reconciliación previa entre esos sectores de la sociedad no es factible una transición pacífica ni segura.
Por otro lado, se desprende del discurso también que el coronel Khadafi no concibe una armonía posible entre la economía de mercado occidental con su estructura globalizadora y un sistema político económico y social de masas como es el aplicado en Libia, por cuanto podría causar una ruptura con el régimen popular y su piedra angular, representada por la práctica del «socialismo popular» y la «democracia directa», base de la legitimidad actualmente.
Al igual que la ideada «tercera vía» de Blair, Clinton y Schroeder, posterior a su idea tercermundista, el líder parece estar buscando recuperar el papel del Estado en tanto poder popular para humanizar la fase transitoria hacia la apertura económica para no hacer peligrar el régimen yamahirí de las masas, puesto que la entrada en escena de nuevos grupos económicos podría provocar una fisura en el anterior contrato social de masas para implantar un «nuevo contrato» originado por un capitalismo «salvaje» que sólo produciría pobreza y desestabilizaría las instituciones del régimen, más teniendo en consideración que la mayor parte de las fuerzas de trabajo de la población libia no está capacitada aún para afrontar a un «socio extranjero» que arrastra experiencia y potencial y un ligado económico y cultural ajeno o incompatible con los valores de la sociedad en la que se quiere instalar.
De ahí -estimo-, la decisión del Khadafi de preferir transitar el camino de forma gradual y no aplicando el «shock», como prefiere su hijo Siaf. El líder prefiere antes que nada corregir el rumbo de la democracia directa y limpiarla de las corruptelas apoyándose implícitamente en el pueblo para lograrlo antes de emprender cualquier otro cambio, porque sabe que la economía de mercado es incompatible con el socialismo popular y más aún si éste es invadido por la corrupción. Si no se corrigen las impurezas sólo entonces se generarían las diferencias clasistas y se esparcirían los nocivos valores materiales del mercado afectando la marcha del sistema popular, tan apreciado por el líder y por el cual parece estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Para ello necesita de un aliado capaz de llevar a cabo esta «nueva revolución».
En concordancia con el discurso reformista de su hijo, el líder no deja de amenazar a las clases pudientes que se enriquecieron ilícitamente, a ser aplastadas por una revolución popular liderada por él. Sólo esperan que el pueblo libio capte el mensaje y actúe en consecuencia.