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Los cambios de política de Bush: del imperialismo temerario al prudente

Fuentes: Progreso Semanal

Ha comenzado el cambio de política: del imperialismo temerario al prudente. La señal: la nominación del maleable reparador del establishment Robert Gates para reemplazar al Secretario de Defensa, el intransigente neoconservador Donald Rumsfeld, quien anunció su renuncia cuando llegaron los resultados de las elecciones. Los pesos pesados del establishment le habían caído arriba a W. […]

Ha comenzado el cambio de política: del imperialismo temerario al prudente. La señal: la nominación del maleable reparador del establishment Robert Gates para reemplazar al Secretario de Defensa, el intransigente neoconservador Donald Rumsfeld, quien anunció su renuncia cuando llegaron los resultados de las elecciones.

Los pesos pesados del establishment le habían caído arriba a W. En octubre James Baker, el máximo consigliere de Papaíto, preparó la escena criticando públicamente a Bebé Bush por sus descuidos en Irak y el Medio Oriente. Co-presidente del bipartidista Grupo de Estudio de Irak, la punzante presencia de Baker en la escena política significó que Mamaíta y Papaíto Bush habían enviado a su máximo sirviente para que frenara a su terminalmente inmaduro hijo.

Baker regañó a Bebé por no hablar con enemigos como Siria e Irán y exigió que la Casa Blanca revisara su estrategia iraquí. La traducción de esto significa que W. debe abandonar las fantasías neoconservadoras de convertir a Washington en Roma y en su lugar adoptar políticas bipartidistas tradicionales: un imperialismo prudente. En vez de enviar ejércitos invasores al Medio Oriente en contra de los consejos de aliados y personalidades del establishment, utilizar la CIA y los bombardeos ocasionales si fuera necesario, y usar siempre una fuerza militar abrumadora –bajo la bandera de la ONU, la OTAN o una coalición de cohortes imperiales verdaderamente dispuestas.

Enfrentado al desastre en las urnas y a los horrores en Irak, Bush obedeció. Es más, mientras Baker hablaba ya los medios prestigiosos habían anunciado que la mantra de Bush de «mantener el rumbo» se había convertido en un discurso pragmático flexible. Tony Snow, de la Casa Blanca, aseguró incluso a los medios más reticentes que Bush no utilizaría más la retórica de «mantener el rumbo». El Times interpretó eso como «un nuevo esfuerzo por hacer énfasis en la flexibilidad ante algunos de los actos más violentos allí desde la invasión de 2003». (The New York Times, 23 de octubre de 2006.)

Los otrora triunfantes neoconservadores criticaron a Bush por su mala administración del plan para conquistar el mundo –como si alguien hubiera podido administrar bien tal capricho belicoso.

Richard Perle, el ex subsecretario de Defensa de Ronald Reagan calificó al grupo cercano a Bush de «mortífero» y «disfuncional», y los acusó de ser «de los equipos más incompetentes de la era de posguerra.»

Kenneth Adelman –Irak iba a ser «pan comido»– renunció el año pasado a su cargo en la Junta de Política de Defensa. Ahora él asegura que Bush «dilapidó la oportunidad de Estados Unidos de intervenir en el extranjero a favor de buenas causas durante al menos una generación». El ex escritor de discursos de Bush, David «Eje del Mal» Frum, dijo que la política de guerra ha «fracasado»

Los neoconservadores siguen aferrados a su fe de que la cultura norteamericana militar y de compras, el capitalismo desatado y el amor por las elecciones –con resultados apropiados, por supuesto– triunfarían donde quiera. Si solo Bush hubiera manejado de manera apropiada la guerra de Irak, los israelíes, los ídolos neoconservadores, hubieran estado realmente seguros. Bueno, la influencia neoconservadora se ha evaporado –por ahora.

Esos desagradecidos iraquíes resistieron, después de todo. Los ocupantes norteamericanos no les suministraron agua potable ni electricidad; ni apareció la luz al final del túnel, excepto la del tren que se acerca. Después de gastar un billón de dólares y de cientos de miles de muertos y heridos, Bush dio marcha atrás. En vez de provocar –«que se atrevan»–, ahora define «mantener el rumbo» como «sigan haciendo lo que están haciendo». En caso que eso no quedara claro, agregó: «Mi actitud es: no hagan lo que están haciendo si no funciona –cambien. Mantener el rumbo también significa no marcharse antes de terminar el trabajo. Vamos a terminar el trabajo en Irak». Los analistas de The New York Times consideran que esto demuestra la «flexibilidad» de W. (12 de octubre de 2006)

En otras palabras, Bush tiene que huir mientras niega que huye. ¿Quién mejor que Robert Gates para dirigir el coro en ese falso estribillo?

A diferencia de las décadas de 1980 y 1990, cuando los Bush no se enfrentaban a un público irritado, Bebé confronta una multitud que acaba de pronunciar con su voto un resonante basta ante su retórica triunfante. Gates, miembro del Grupo de Estudio de Irak, no adoptará una posición tan confiada y autoritaria como hicieron Bush y Rumsfeld mientras arde Irak.

Papaíto y Mamaíta deben haber considerado la tasa de aprobación de 40% de Bush como un llamado al cambio de imagen y de política. Algunos norteamericanos aún deben recordar cómo él siguió leyendo «Mi cabrito» durante siete minutos después de saber que un avión a reacción se había estrellado contra el World Trade Center; otros recuerdan al cobarde que no pudo enfrentarse a Cindy Sheehan. Después de haber perdido a su hijo en la guerra, ella acampó cerca de la casa de vacaciones Bush en Crawford, Texas, para enfrentarse a él. Muchos millones de personas todavía se indignan por el hecho de que aparentemente él no sentía suficiente compasión como para interrumpir sus vacaciones y ayudar a las víctimas del huracán Katrina.

La nominación de Gates debiera enviar una señal de que Bebé está superando sus tendencias infantiles. De alguna manera los Bush esperan que los norteamericanos de más edad olviden el pasado poco valeroso de Gates. Por ejemplo, cuando William Casey comenzó su mandato como director de la CIA en 1981, Gates, por entonces Subdirector, mostró su carácter pusilánime. En vez de presentar a su jefe la sólida evidencia que la Agencia había amasado acerca de la decadencia soviética, lo cual era obvio hasta para un turista común, Gates apoyó la política basada en la ideología y carente de hechos de que la URSS era más fuerte que nunca. Para 1981, cualquier visitante podría haber dicho al Presidente que los soviéticos iban pendiente abajo. Pero tal evidencia hubiera estado en contradicción con el mito de Reagan y Casey de que los soviéticos poseían más misiles que Estados Unidos y por tanto representaban una amenaza inmediata para la seguridad occidental. Se hubiera hecho más difícil aumentar el presupuesto de Defensa a fin de construir más armas nucleares.

A finales de la década de 1980, Gates continuo su disimulo ante el Congreso acerca de los hechos en el chanchullo Irán-Contras, olvidando la manera en que la Agencia había ayudado a enviar misiles ilegales a Irán de manera que la pandilla extraoficial de Reagan, encabezada por el Tte. Cnel. Oliver North, tuviera dinero para financiar a los ilegales contras. Qué ironía que los Bush del establishment escogieran a un tramposo como Gates para representar a los imperialistas sensatos.

Al no encontrar a una figura limpia, Papaíto y Baker en realidad han subrayado su propia debilidad moral y nuevamente han determinado que la Administración de Bebé pase a la historia norteamericana como la peor de todas.

Solo unos pocos días después de su nominación, voces prestigiosas comenzaron a levantarse para detallar a coro los hechos acerca de Gates. En 1987, presentado como jefe de la CIA, negó que hubiera «manipulado la inteligencia para complacer a sus superiores». Pero sí lo hizo, dijo el ex analista de la CIA Ray McGovern. «Los aduladores solo pueden subir hasta determinado nivel», citó McGovern a Gates, demostrando cómo este halagador que pasaba por oficial de inteligencia podía proyectar su indecoroso comportamiento. (McGovern encabeza el Grupo de Conducción de Profesionales Veteranos de Inteligencia a Favor de la Cordura, Truthout, 11 de noviembre).

En 1991 el Senador Tom Harkin (demócrata por Indiana), opuesto al nombramiento de Gastes como jefe de la CIA, preguntó por qué el Subdirector Gates era «capaz de decir a Presidentes todo acerca de la Unión Soviética excepto el hecho de que se estaba desmoronando». (Debate senatorial, 7 de noviembre de 1991.) Gates no tenía respuesta.

Debió haber dicho que solo estaba haciendo el juego mentiroso de Casey. Los que gobiernan el imperio –de manera prudente o temeraria– no pueden darse el lujo de ser honestos. Gates había tenido una larga asociación con el clan Bush y ellos sabían que él era obediente –así como conocían a Colin Powell. Los sirvientes del poder, los mayordomos en jefe del establishment, no han cambiado su lógica para mentir.

Robert McNamara, Mayordomo en Jefe y Secretario de Defensa bajo Johnson, confesó algunos de sus pecados en el documental La niebla de la guerra. Él sabía que la guerra de Viet Nam no podía ganarse, pero aún así brindó al público sus metáforas de «la luz al final del túnel».

Un Presidente verdaderamente denso ha repetido los errores de Johnson. Sus sirvientes del Gabinete también se hacen eco de cualquier tontería que provenga de la Casa Blanca, no importa cuánta muerte y destrucción tenga por resultado. Solo después de haber renunciado como Secretario de Estado en 2005 admitió Powell que había cometido graves errores.

Así que quizás la recién llegada mayoría demócrata se deshaga de Gates y fuerce a Bush a nominar a un verdadero servidos del público, uno que comprenda la diferencia entre decir «sí, señor» a un presidente débil de carácter en los últimos meses de su mandato, y los intereses del pueblo de esta nación: sacar rápidamente y con seguridad a las tropas norteamericanas del combate y tomar medidas para reparar las heridas infligidas a Irak–y a Estados Unidos.

Las palabras del Senador Harkin en 1991 acerca de Gates debieran resonar fuertemente: «El Congreso de EEUU y el pueblo norteamericano dependen de información de inteligencia verídica y confiable. Nuestros gastos de defensa y en otras áreas a menudo se deciden sobre la base de esa información. No podemos darnos el lujo de dilapidar miles de millones de dólares en el futuro. Después de estudiar el historial, no creo que la Agencia Central de Inteligencia, bajo la dirección de Robert Gates, suministre las evaluaciones claras de inteligencia para que el Congreso tome decisiones para enfrentar las futuras amenazas que enfrente nuestra nación.»

Saul Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política. Su nuevo libro, Un mundo de Bush y de Botox, será publicado por Counterpunch Press.