La estrategia de igualar partidos politicos, ideologías, izquierda o derecha, como jabones que elegimos en el supermercado, es un error conveniente para unos pocos y trágico para los demás.
Un reciente proyecto de ley, aprobado por el congreso del estado de Florida, propone que los estudiantes universitarios puedan grabar a sus profesores para denunciar sus perspectivas ideológicas (bias). Claro, las perspectivas ideológicas de los profesores, no la de los estudiantes ni la de sus mentores, pastores, senadores y empresarios donantes. Está de más decir que no se trata de intimidar a aquellos raros especímenes de la academia que enseñan que el mundo fue creado en siete días y que, desde su fundación, Estados Unidos ha promovido por todo el mundo, de forma heroica y altruista, la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Como la mayoría de los estudiantes rara vez logran presentarse a sus clases con dos horas mínimas de estudio sobre el tema en discusión, resulta más fácil denunciar a los profesores por sus posiciones incómodas, cuando las hay, que atreverse a defender un argumento con un mínimo de conocimiento. Las investigaciones de años y décadas son denunciadas como ideológicas, como si el resto de la realidad fuese tan neutral como una piedra pómez. Homero Simpson es un fanático convencido de saber qué es la realidad gracias a la cerveza de la cantina y, sobre todo, gracias al efecto Dunning-Kruger.
La nueva ley de Florida espera en el escritorio del gobernador para ser firmado. El gobernador Ron deSantis no sólo camina, de rodillas, detrás de los conservadores más radicales del sur, sino que es un convencido defensor de las ideas del expresidente Trump quien, en su discurso en el National Archives Museum del 14 de setiembre de 2020, aseguró que en las clases debían enseñarse una historia patriótica y prohibir cualquier revisionismo. ¿A quién le importa la verdad cuando se está en una eterna y permanente guerra? Guerra, guerra. También está en línea con representantes de la tradición confederada y con senadores como Lindsey Graham de Carolina del Sur quien, el 24 de abril, ha afirmado en la gran prensa que “Estados Unidos no es un país racista” ni existe algo así como racismo estructural.
Ni patriarcado, ni imperialismo, ni lobbies que escriben las leyes.
Esos muchachos, o sus fanáticos seguidores, son quienes van a grabar y denunciar las tendencias ideológicas de los profesores en las universidades. Nada nuevo. El fascismo tiene esa marca de identidad. Para ejemplo más reciente está Vox en España o AfD en Alemania. Todos orgullosos y creciendo como hace exactamente un siglo en Europa y en Estados Unidos. No hace muchos años, el presidente de Brasil, Jair Messias Bolsonaro (el capitán que aseguró que lo iba arreglar todo con una metralleta, hasta que no pudo distinguir el Covid de sus hijos) recomendó a los estudiantes grabar las clases de los profesores para denunciar su falta de neutralidad, sus tendencias izquierdosas de criticar y revisar la historia.
En mi universidad aquí en Florida, por ejemplo, los colegas que apoyan semejante medievalismo son una especie casi extinguida. No lo son los pequeños fascistas de la oprimida América latina donde cada tanto algún servidor honorario del poder escribe a nuestras autoridades para que me despidan de mi cátedra por no pensar como ellos. ¿Y todavía preguntan por qué no vuelvo a sus corruptos feudos que, según ellos, es donde pertenezco?
No se trata sólo de fascismo, un efecto colateral (aunque mortal) de un sistema y de una cultura mayor. Todas las formas del poder conservador, clasista, racista, sexista y capitalista detestan ser minoría en cualquier área. Por eso, detestan la cultura, las artes y las ciencias. Esas cosas horribles están llenas de gente que se opone a sus intereses y a su necesidad bíblica de ser adorados como dioses. Casi no hay fascistas y conservadores en el degenerado arte, en la maldita literatura, en la imperfecta ciencia, por lo que hay que desfinanciarlas como sea.
Ahora, como contribución, les proponemos que, en lugar de legislar y sermonear en los grandes medios para controlar el pensamiento ajeno, se pregunten alguna vez por qué los intelectuales, los artistas, los filósofos y los científicos, en su abrumadora mayoría y desde hace siglos ya, siempre están contra ellos. No basta con repetir que todos han sido “engañados por el marxismo” o por la secta de Galileo Galilei, ya que suena poco creíble que toda esa gente sea tonta y los fascistas que los odian sean unos verdaderos genios.
Personalmente, no me importa si los estudiantes graban mis clases por razones ideológicas, ya que estoy abierto a debatir cada detalle de lo que enseñamos en las universidades. De hecho, creo que este país necesita un debate profundo para revisar su edulcorada historia. No lo van a tener porque, precisamente, estas estrategias de intimidación son una forma de sustituir el coraje de confrontar sus ficciones, impuestas por generaciones sin necesidad ni de pruebas documentadas ni de debates serios.
En mis clases no le esquivo a las verdades más traumáticas de Estados Unidos y de América latina, como lo son las múltiples invasiones, intervenciones, dictaduras y golpes de Estados promovidos y apoyados por Washington y, más recientemente, por sus poderosos y multimillonarios servicios secretos, como la NSA y la CIA. Todos crímenes eternamente impunes. Sobre todo aquellas verdades que el gran poder político y corporativo no quiere que se sepa, aquellas verdades que no entran en los clichés de los discursos y las narrativas sociales de los aduladores del poder. Claro, podríamos dedicarnos a defender nuestros mezquinos intereses personales, pero no es algo que nos sale naturalmente.
Lo que ahora nos preocupa a algunos es la cultura fascista que siempre arremetió de la misma manera a lo largo de la historia: presionando a académicos y disidentes (reales) a autocensurarse para evitar problemas o represalias. Para hacer posible esta nueva amenaza, se pasa por alto otra ley del estado de Florida que prohíbe grabar a otra persona sin su consentimiento. Otra prueba de que las leyes son buenas hasta que dejan de servir a los dueños del poder, como quedó claro desde el despojo de los indios en este país desde hace dos siglos. Así es como funciona el derecho en El país de las leyes y en sus satélites.
En lugar de técnicas de persuasión fascista, ¿por qué no se proponen debatir cada tema que su visión ideologizada considera ideologizado?
La estrategia de igualar partidos politicos, ideologías, izquierda o derecha, como jabones que elegimos en el supermercado, es un error conveniente para unos pocos y trágico para los demás. En cada momento concreto es necesario tomar posición por un partido político concreto, pero la Gran política no se trata de partidos como si fuesen equipos de fútbol. Se trata de la civilización (polis) y, más aún, del destino de la humanidad. En nuestro tiempo, es la luchar por la igual-libertad para todos o es por la libertad fascista de una tribu, de una clase, de un maldito barrio.
Desde hace siglos, los fariseos-nacionalistas-fascistas llevan una ventaja: aunque están del lado equivocado de la historia, saben cómo hacerlo; saben cómo arrastrarte hasta sus cloacas ideológicas para que a tu generación y a la generación de tus hijos termine por luchar por lo mismo que lucharon tus abuelos, mientras todo se presenta como una cosa horizontal y relativa, cosa de izquierdas y derechas, de conservadores y progresistas, de viganos y veganos.
Próxima publicación: La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América latina.