Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos
Después de la insurrección popular de varios días que ha llevado al presidente Blaise Compaoré a dimitir, el ejército ha tomado el poder en Burkina Faso, el antiguo Alto-Volta: es la séptima vez en la historia de este país enclavado al borde del Sahel que, como en otras partes de África, los militares oscilan entre sus papeles de depredadores y de redentores…
Terminemos primero con el «bello Blaise» que, con el paso del tiempo y contrariamente a su ex compañero Thomas Sankara, se había convertido en un intermediario del sistema «françafricain*» a la antigua, aunque Burkina («pobre pero digno», la meca de las ONG) planteaba menos problemas que otros países y aunque el propio Compaoré, que se había convertido en un amante de la diplomacia, resultaba útil ya que en los últimos años se comportaba como une mediador a menudo útil en los conflictos en el continente negro: norte de Mali, Togo, Mauritania, Costa de Marfil, Guinea, Darfur…
- El icono de Sankara
Pero esto no ha podido hacer olvidar sus intervenciones anteriores, más bien desestabilizantes en Liberia, Sierra-Leona y Angola, y con un fuerte aroma de tráfico de armas en la década de 1990. Ni, por supuesto, el papel fundamental que desempeñó en el golpe que llevó al asesinato de su compañero, el capitán Thomas Sankara, que veintisiete años después de su muerte sigue siendo un icono romántico tan fuerte en África como el de Che Guevara en América Latina. Ni su empecinamiento posterior, tras veintisiete años en el poder, en imponer una modificación de la Constitución para regalarse quince años más a la cabeza de Burkina: la ambición, los excesivos amaños…
En casos recientes (Túnez, Egipto, Madagascar), los militares se han interpuesto entre las fuerzas de policía (comprometidas con los antiguos regímenes autoritarios) y la sociedad civil, con lo que habían logrado desempeñar, como en Egipto, un nuevo papel político fundamental. En algunos casos muy raros, como Sudáfrica o Mozambique, la refundición de las fuerzas de seguridad «se emprendió como componente esencial de un proyecto global de reconstrucción del Estado y de transformación de la sociedad», como explicaba Anatole Ayissi, del Instituto de las Naciones Unidas para Investigación del Desarme (Unidir), en Le Monde diplomatique de enero de 2003.
- Unos mesías de uniforme
Pero lo más frecuente es que los Estados africanos estén enfermos de sus ejércitos. En el curso de estos sesenta años de independencia no han faltado «mesías de uniforme»: el coronel Joseph Désiré Mobutu (Zaire, 1965), el general Sani Abacha (Nigeria, 1991), el cabo Fodeh Sankoh (Sierra Leona, 1991), o incluso Idi Amine Dada (Uganda), Jean Bedel Bokassa (República Centroafricana), Mengistu Hailé Mariam (Etiopía), Samuel Doe (Liberia), etc. Entre 1960 y 2010 se produjeron más de setenta golpes en veintitrés Estados subsaharianos (de cuarenta y ocho), ha contabilizado Georges Courade [ 2 ]. Entre los campeones al respecto están Nigeria (9 pronunciamientos), Ghana, Comores, Guinea-Bissau y Burkina…
Estos ejércitos suelen estar divididos (como lo ilustra, de nuevo, en Uagadugú, la difícil designación de un oficial superior para encarnar la transición) y «en dos velocidades», con unas unidades de élite tipo «guardia presidencia», ricamente dotadas y a menudo reclutadas según criterios político-étnicos, y un ejército formado por el cualquiera que pasa, no especializado, mal equipado y mal dirigido:
«Si bien es cierto que la complicidad entre la política y el soldado ha convertido a algunos individuos y a algunas unidades en privilegiados del «sistema», la mayoría de las veces el estado general de las fuerzas armadas en África es deplorable.
Y junto a los pudientes existe otro ejército en lo más bajo de la escala social de la «jerarquía» militar. Está formado por esos marginados de uniforme, pobres y depauperados, en el centro de una galaxia en la que los poderosos muestran escandalosamente su poder y su riqueza […].
Frente a la precariedad material, a la discriminación y a la exclusión muchos de estos soldados abandonados a la buena de Dios basculan fácilmente desde el indigno estatuto de pobres uniformados al menos honorable pero mucho más provechoso de «soldado de fortuna». Una de las terribles «innovaciones» de la atroz guerra civil de Sierra Leona fue el « sobel » (soldado y rebelde** ), una especie de militar híbrido que tiene la facultad de ser «soldado» de día y «rebelde-gángster» de noche.
Si bien la miseria de un ciudadano civil puede ser un simple problema social, la miseria de un soldado en armas puede degenerar en un déficit político que puede poner en peligro no solo la supervivencia del régimen, sino también la paz y la estabilidad de toda la sociedad. En ello reside el extremo peligro de la pauperización de las fuerzas armadas», precisaba Anatole Ayissi [ 3 ].
Tanto en el interior del país como en los barrios de las ciudades se suele temer a los soldados: se les reprocha sobre todo centrarse en «el enemigo interno» y aprovecharse de la población (saqueos, rapiñas, tasas en los controles de carretera), etc. En algunos casos estos soldados masacran, queman y violan sin más objetivo que el interés inmediato, la obediencia a un jefe o a un clan. «¡Las fuerzas armadas también tienen que asimilar que antes que reforzar a unos regímenes autocráticos o que instalar en ellos a uno de los suyos tienen que defender un territorio y una nación!», afirma la CADE [ 4 ], que considera que es importante «profesionalizar» lo antes posible a los entre quinientos mil y un millón de hombres y mujeres integrantes del «personal uniformado» que constituyen los efectivos de las fuerzas de seguridad al sur del Sáhara.
Por otra parte, el despertar de la calle en Uagadugu y en las grandes ciudades burkinesas recuerda a la «primavera árabe»: [el expresidente de Túnez] Ben Ali y Compaoré llegaron al poder prácticamente a la vez. Y salieron de él más o menos en las mismas condiciones, obligados a huir por no haber comprendido a tiempo lo que ocurría y haber hecho demasiado pocas concesiones y demasiado tarde.
Algunas personas ya ven en estos tres días de insurrección popular en Burkina Faso las primicias de una «primavera africana» que podría concernir además de al presidente de Burkina a los de los países del oeste y del centro de África, donde las alternancias parecen imposibles, las constituciones siempre se manipulan, no se preparan las sucesiones y las dinastías son demasiado cerradas: Camerún, Gabón, Togo, Congo-Brazzaville, Congo-República Centroafricana, Ruanda, Tchad, Djibouti.
- El «personal uniformado»
En África, como antaño en América Latina, el papel de los ejércitos sigue siendo fundamental. No es que sean particularmente eficaces o pletóricos, a excepción del ejército sudafricano (el más moderno), de los ejercito etíope y eritreo (los más numerosos) o del ejército nigeriano (el más activo en el espacio de África occidental).
En cambio, el ejército burkinés, como el de la mayoría de los Estados de Sahel, solo cuenta con siete mil hombres, dotados de un material limitado, si se exceptúa el régimen de seguridad presidencial (que diría como segundo el nuevo hombre fuerte de Burkina, el teniente coronel Isaac Yacouba Zida).
Pero este «personal uniformado» [ 1 ], que en la parte oeste o central del continente africano a menudo procede de la matriz de las antiguas fuerzas coloniales, sigue siendo un recurso habitual, sobre todo en el caso de problemas mayores: en los países en los que el Estado suele ser débil parecen un punto fuerte, una comunidad disciplinada y unida, que además no duda en defender con las armas en la mano su estatuto, su salario o sus ventajas.
En una dialéctica de «ganador-ganador» que asocia la cumbre del Estado con la alta jerarquía militar se ha visto incluso nacer en algunos países (al precio de la seguridad que el «personal uniformado» proporciona al poder político) a una clase de oficiales enriquecidos, mitad militares mitad hombres de negocios, cuya suerte estaba vinculada para lo mejor o lo peor a la de los gobernantes.
En algunos casos se trata de los «militares redentores», preocupados por el interés nacional, por la integridad territorial, por la necesidad de proteger a la población: su sentido de la organización y de la disciplina, su tecnicismo, su frugalidad, su buena relación con el mundo aldeano han podido contribuir a pacificar y a reorganizar el país, al servicio de la construcción del Estado nación. Pensamos, por ejemplo, en los inicios del general Kountché (Niger, 1976), o del capitán Sankara (Burkina, 1983).
En lo inmediato, además de los interrogantes que para la población nacen de la recuperación militar de esta «primavera burkinesa», esta desaparición del régimen de Compaoré complica aún más el gran juego de la seguridad en el Sahel, en el que destacan sobre todo los franceses. Una unidad de las fuerzas especiales francesas se estacionaba en el sur de Burkina con los ojos puestos en Mali y Niger: ¿permanecerá ahí? Compaoré hacía de intermediario, pasaba los platos, en el plano político y diplomático, ¿quién lo hará ahora?
Como explicaba Michel Galy en BFM-TV (el 31 de octubre de 2014), sobre todo será necesario que París, que se enfrente de pronto a la pérdida de este socio típicamente «françafricain» y a este «vacío de seguridad» en Burkina, «revise su programa político» respecto a este país y sin duda dentro de poco también respecto a todos aquellos que se plantean problemas de sucesión similares y difíciles.
Notas:
* Adjetivo referente a «Françafrique«, un término peyorativo que designa las relaciones de Francia con sus antiguas colonias en África. (N. de la t.)
[ 1 ] El «personal uniformado» suele incluir el ejército, la gendarmería y al policía.
[ 2 ] Cf. Les Afriques au défi du XXIe siècle, Belín, 2014.
** La palabra «sobel» está compuesta de «soldier» y «rebel» , respectivamente «soldado» y «rebelde en francés. (N. de la t.)
[ 3 ] op. cit.
[ 4 ] Véase el catálogo de la exposición itinerante de la Coordinación para el África de Mañana (CADE, por sus siglas en francés), con el título de » Les Afriques qui se font «, CADE, 2012.
Fuente: http://blog.mondediplo.net/2014-11-03-Les-armees-africaines-entre-predation-et«