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Excesos imperiales

Los Estados Unidos de la Violencia

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Nos repiten continuamente que Iraq no es Vietnam. Y es seguro que cualquier geógrafo competente estaría de acuerdo. Pero EE.UU. es EE.UU. – todavía es un país gobernado por dirigentes que blanden, celebran y utilizan las masivas capacidades violentas del Pentágono como si fuera lo más normal del mundo.

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Hace casi cincuenta años, durante el mismo otoño en el que Kennedy ganó la presidencia, John Hersey publicó «El comprador de niños» [una novela escrita en la forma de una audiencia ante un comité del Senado: «Perdóneme, señora, pero me pregunto si usted sabe lo que está en juego en esta situación,» dice un senador a la madre de un genio de diez años que una corporación, United Lymphomilloid Corporation, quiere comprar. «¿Se da cuenta de que esto tiene que ver con la defensa nacional?»

«Es mi niño,» responde la madre. «Es mi precioso hijo el que me quieren quitar.»

Un vicepresidente de United Lymphomilloid, «a cargo de la adquisición de materiales,» testifica que «mis deberes tienen un valor de defensa nacional extremadamente elevado.» Agrega: «Cuando escasea un artículo, hay que salir y apresurarse. Yo compro cerebros. Hace unos dieciocho meses mi compañía, United Lymphomilloid of America, Incorporated, se vio enfrentada por un problema extremadamente difícil, un proyecto, un contrato gubernamental a largo plazo, de cincuenta años, altamente especializado y secreto, y necesitábamos algunas de las mejores mentes del país…»

Pronto, la mayor parte de los legisladores del comité quedan impresionados por la importancia de la compra propuesta para la nación. Así que mostraron una cierta consternación cuando el comprador de niños informó que finalmente presentó su propuesta «directamente sobre la mesa» – y que la respuesta del niño fue negativa.

El senador Skypack exclama: «¡Qué diablos! ¿No pudo pasarle por encima y simplemente comprarlo?

«El comprador de niños» es una parodia inteligente, con un humor que está lejos de ser despreocupado. Quince de años después de que Hersey hiciera su investigación de primera mano para su libro «Hiroshima,» la Guerra Fría asfixiaba a EE.UU. El comprador de niños (como si anticipara una canción de Bob Dylan que recién fue escrita varios años más tarde, es Mr. Jones) dice al panel del Senado que su búsqueda es urgente, a pesar de los cincuenta años de duración del proyecto. «Como sabéis, vivimos en un mundo brutal» dice. «Lo que parece ser dulzura y ligereza en vuestro spot publicitario común en la televisión para un producto de consumo oculta a menudo un fondo de implacable lucha intestina entre competidores. El ladrillo empaquetado en papel de regalo. El cortés párrafo legal que te despanzurra. El bandidaje vestido de esmoquin. Tanto más con proyectos como el nuestro. Esto involucra una perspectiva de beneficios perfectamente enormes. No tenemos intención de salir perdiendo.»

¿Y cuál es el proyecto para el que comprarán el niño? Un memorando, publicado en los antecedentes de la audiencia, detalla «los métodos utilizados por United Lymphomilloid para eliminar todo conflicto de las vidas interiores de los especímenes comprados y asegurar la utilización de su equipamiento innato con la máxima eficiencia.»

Primero viene la reclusión solitaria durante semanas en la «Cámara de Olvido.» Una segunda fase, llamada «Educación y Desensibilización en Aislamiento,» hace avanzar el proceso. Luego viene un «Período de alimentación con datos,»; luego una operación importante que «consiste en «atar» todos los cinco sentidos;» a continuación la última fase a largo plazo llamada «Trabajo Productivo.» Al preguntársele si el proyecto no será demasiado drástico, Mr. Jones rechaza la pregunta: «Este método ha producido prodigios mentales que el ser humano nunca hubiera pensado que serían posibles. Utilizando ensayos desarrollados por los investigadores de la compañía, la firma ha medido CIs de tres especímenes totalmente entrenados de 974, 989, y 1005…»

El niño es el que asegura algo que asemeja una clausura durante el último día de la audiencia. «Supongo que Mr. Jones es realmente el que inclina la balanza,» explica el niño. «Me habló durante mucho tiempo esta mañana. Me hizo sentir que una vida dedicada a U. Lympho por lo menos sería interesante. Más interesante que cualquier cosa que me pueda suceder ahora en la escuela o en casa… Es fascinante ser un espécimen, verdaderamente fascinante. ¿Piensa que realmente podría desarrollar un CI de más de mil?»

Pero, pregunta un senador, ¿cree realmente el niño que puede olvidarlo todo en la Cámara de Olvido?

«Me preguntaba eso esta mañana,» responde el muchacho. «A propósito del olvido. Siempre tuve una idea de que cada recuerdo es una especie de cuadro, un cuadro insustancial. He pensado en ello como algo que se le ocurre a uno cuando lo necesita, algo que ha visto, algo que ha oído, y luego puede permanecer un rato, o se va volando, y después tal vez vuelva en otro momento. Me preguntaba sobre la Cámara de Olvido. Si se van todos los cuadros, si olvidara todo, ¿dónde se irían? ¿Simplemente se desvanecerían? ¿Se irían al cielo? De vuelta a casa, en mi cama, ¿dónde se quedarían mis sueños?»

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La supresión de la memoria inconveniente facilitó a menudo los trances que impulsaron el trabajo del Pentágono. Pero se escucharon algunas voces opuestas.

Lenny Bruce no era una persona conocidísima cuando murió de una sobredosis de morfina en agosto de 1966, pero era ampliamente conocido e incluso había actuado en las emisiones televisivas en cadena. Sus papeles en los clubes nocturnos, registrados en álbumes de discos, satirizaban el celo de numerosos pilares moralistas válidos. Uno de los números favoritos de Bruce describía una visita a Nueva York de dos santos varones del cristianismo y del judaísmo. Van a la Catedral de San Patricio: «Cristo y Moisés parados al fondo de San Patricio. Confundido, Cristo, ante la grandeza del interior, el interior barroco, el interior rococó, barroco. Su ruta lo llevó por Harlem Español. Se preguntó qué hacían cincuenta puertorriqueños viviendo en una habitación. ¡Ese vitral vale cinco mil! ¡Vaya!…»

En lo que resultó ser sus últimas presentaciones, Bruce se dedicó a recitar (con un pesado acento alemán) líneas de un poema de un monje trapense, Thomas Merton – una meditación sobre el alto oficial nazi Adolf Eichmann. «¿Mi defensa? Yo era soldado. Vi el fin de un día de esfuerzo concienzudo. Miré por las portillas. Vi que quemaban a todos los judíos y los convertían en jabón. ¿Os creéis mejores porque quemasteis a vuestros enemigos a larga distancia con misiles? ¿Sin ver jamás lo que les habéis hecho?»

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Vimos a mariposas que se convertían en bombarderos, y no estábamos soñando. Los años sesenta se habían convertido en una competencia entre los excesos estadounidenses, sin que nadie – no importa cuántas drogas psicodélicas alucinantes o cuán maravilloso el sexo o asombrosos los festivales musicales – haya podido superar o cambiar lo que el Pentágono estaba haciendo en Asia del Sudeste. Como observó el periodista Michael Herr en Vietnam: «Recuperamos el espacio rápidamente, costosamente, con pánico total y casi una brutalidad máxima. Nuestra maquinaria fue devastadora. Y versátil. Podía hacerlo todo pero no detenerse.» Al mismo tiempo en el que Woodstock se convirtió en una leyenda mediática instantánea a mediados de agosto de 1969, el ansia melódica de paz se alzó contra el acero frío de la maquinaria bélica de EE.UU. La reunión de 400.000 jóvenes en una granja en la parte norte de Nueva York rechazó implícitamente – y, en general, sin efecto – la guerra y las suposiciones que la avivaban. La interpretación de «La Bandera Llena de Estrellas» por Jimi Hendrix fue una banda sonora adecuada para la política exterior de EE.UU.

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Días después de la elección de noviembre de 2003, mientras las tropas de EE.UU. volvían a entrar a Faluya para la matanza, un despacho desde esa ciudad informó en la primera plana del New York Times: «Nada de lo que hay aquí tiene sentido, pero el superior entrenamiento y poder de fuego de los estadounidenses, parecen imponerse en última instancia.»

La violencia superior, según innumerables guiones, fue justiciera y de una satisfacción visceral. La televisión y las películas, desde la infancia misma, presentaron la mayor violencia como el arma máxima y el arreglo definitivo, lo único que puede terminar con un conflicto. Si se da por muerta la amenaza – el argumento es imbatible. Pero en casa, en EE.UU. y lejos, los defectos prácticos y morales de la violencia se hacen irrefutables. En Iraq, las fuentes de violencia no-autorizada fueron encaradas con una escalada de la violencia estadounidense. En EE.UU., los oponentes a la guerra enfrentaron el desdén presidencial.

En un cuento, publicado hace cien años, William Dean Howells escribió: «¡Qué maravilla es tener un país que no se puede equivocar, pero si lo hace, tiene razón, en todo caso!»

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Este ensayo es un pasaje del nuevo libro de Norman Solomon: «Made Love, Got War».

http://www.counterpunch.org/solomon10182007.html