Una carta cruzada entre dos generales, al servicio de Naciones Unidas en dos épocas distintas, da motivos de reflexión sobre la capacidad de la organización internacional para hacer frente a conflictos armados en zonas donde no están en juego los intereses de las grandes potencias que controlan la ONU a través del Consejo de Seguridad. […]
Una carta cruzada entre dos generales, al servicio de Naciones Unidas en dos épocas distintas, da motivos de reflexión sobre la capacidad de la organización internacional para hacer frente a conflictos armados en zonas donde no están en juego los intereses de las grandes potencias que controlan la ONU a través del Consejo de Seguridad.
El general que en los primeros años noventa estaba al mando del contingente de la ONU en Ruanda, el canadiense Roméo Dellaire -quien, por escasez de recursos y sin un mandato claro de sus superiores responsables, no fue capaz de detener el genocidio que se desencadenó en el país- publicó el pasado 17 de septiembre una carta abierta dirigida al general nigeriano Martín Lutero Agwai, recientemente nombrado jefe de Unamid. Esta misión, a desempeñar por un contingente de unos 26.000 soldados bajo la responsabilidad compartida de la ONU y la Unión Africana (UA), intentará poner fin al grave y prolongado conflicto que padece la población de Darfur, la región occidental de Sudán donde varios centenares de miles de personas han muerto ya por efecto de la violencia armada y las enfermedades, y unos dos millones y medio se han visto forzados a abandonar sus hogares, tras más de cuatro años de guerra civil.
El general Dellaire habla, sin duda alguna, desde su vieja sensación de fracaso personal, imposible de olvidar. La misma sensación que quedó muy bien reflejada en la recomendable película Hotel Ruanda, estrenada en España en el 2005 y dirigida por Terry George. Éste visitó el país el año anterior para documentarse y también para intentar responder a la pregunta que apenas nadie había planteado: ¿por qué se produjo allí el más rápido genocidio de la Historia moderna? El filme pretende contribuir a esa respuesta.
Con su carta, Dellaire deja al descubierto los defectos de la ONU cuando trata de resolver sobre el terreno, con rapidez y eficacia, un gravísimo problema que puede afectar a la supervivencia de pueblos enteros en regiones donde no peligran los intereses internacionales más relevantes: allí donde no hay petróleo, ni disputados factores geoestratégicos ni se temen secuelas imprevisibles.
Tras felicitar a su colega nigeriano por haber sido nombrado para tan importante misión, le alerta: «Es un encargo intimidatorio y [usted] abordará esta misión afrontando grandes desventajas». Le recuerda que el Gobierno de Sudán no es favorable a la intervención de la ONU y que se ha opuesto siempre a los esfuerzos internacionales para detener la masacre y encontrar formas de pacificación: «[El Gobierno sudanés] intentará prolongar las divisiones internas y el creciente caos, que obstaculizan los esfuerzos para poner fin a los combates y proporcionar ayuda humanitaria».
Con esto viene a recordar un principio básico de las misiones de pacificación: su dificultad de ejecución si las autoridades del país a pacificar no están por la labor. Ley tan sencilla ha sido ignorada en muchas intervenciones anteriores. Por eso, este tipo de misiones no puede aplicarse en países -como Israel- cuyas violaciones del derecho internacional cuentan con el beneplácito de alguna de las grandes potencias.
Tras aconsejar al jefe de Unamid sobre la necesidad de «exigir a Nueva York [ONU] y a Adis Abeba [UA] que aclaren definitivamente y con la mayor rapidez posible cuál es la cadena de mando de la misión», le sugiere que, aunque se trata de una fuerza esencialmente africana, no dude en exigir a otros miembros de la ONU, provistos de medios militares más eficaces, que le provean de todo lo necesario para disponer de una fuerza móvil que pueda cubrir todo el territorio de Darfur. Con esto muestra que el mando que le ha sido encomendado no sólo implica actividades militares, sino que requiere capacidad política y diplomática para poder disponer de los medios básicos para su misión.
Además de recomendarle que exponga con claridad y franqueza los problemas encontrados para organizar la fuerza pacificadora, Dellaire termina indicando que es importante que en sus informes oficiales señale los obstáculos que dificulten la misión, que las dos organizaciones implicadas deberán subsanar para que ésta tenga éxito. Con castrense nitidez pone de relieve lo más peliagudo de la tarea encomendada: «Puede estar seguro de que le dejarán en la estacada todos aquellos de los que usted depende para obtener apoyo, sea de tropas, financiación, logística o compromiso político. Sólo sacando a la luz todos esos fallos podrá recabar la atención necesaria para obtener los recursos que necesita. Y tenga bien en cuenta que cualquiera de los que le fallen será, al final, el más activo en culparle a usted por todo lo que salga mal».
En tales circunstancias, no es pesimista imaginar que el futuro de los habitantes de Darfur podrá mejorar, pero sólo debido a que su actual situación es tan crítica que parece imposible que pueda empeorar. De todos modos, hay que desear suerte a Martín Lutero Agwai, de cuyo éxito depende la vida de tantas desventuradas personas.
*Alberto Piris es general de artillería en la reserva