Nacido en Oaxaca, Eulogio se fue a Estados Unidos en busca de los dólares que, le dijeron, se podían recoger del piso. Aunque la realidad fue diferente, ya se asentó en el país norteamericano y lucha por conservar viva su cultura.
Eulogio Solanoa es un migrante mixteco de Oaxaca que fue trabajador agrícola por muchos años. Después de liderar huelgas y protestas comunitarias, se fue a trabajar como organizador con el sindicato de Trabajadores Agrícolas Unidos [UFW, por sus siglas en inglés]. Hoy vive en Greenfield, California, donde contó su historia a David Bacon. Un agradecimiento a Farmworker Justice [Justicia para el Trabajador Agrícola] por el apoyo para este proyecto de documentación de las vidas de los trabajadores del campo.
Estoy aquí, en Greenfield, desde 1992, así que son 20 años, pero soy de un pueblo que se llama San José de las Flores, en el distrito de Putla, en Oaxaca. Mi familia tiene terreno ejidal ahí – no mucho, sólo lo que llaman un cajón, menos de un cuarto de un acre. Es más o menos lo mismo que tienen todos ahí. Sólo tuvimos lo suficiente para vivir, pero no para comprar una casa o un coche. Mi papá ni siquiera tenía tierra; la que tenemos es de mi mamá.
El pueblo entero es un ejido, pero todos tienen su parcelita. No escogemos una parcela diferente cada año, te quedas con la que te tocó desde el principio. Para eso luchó Emiliano Zapata, para que todos pudieran tener su propio terreno. Antes no teníamos eso. Pero no es suficiente para que viva una familia, sólo para sembrar maíz y algo de frijol. Es suficiente para comer, pero no para cultivar cosechas para vender.
Es por eso que no tuvimos ropa y apenas para comer. Cuando tuve 14 años e iba a la escuela, ni siquiera tenía un par de zapatos. Iba descalzo, pero me gustaba ir a la escuela. Mi maestro decía que yo era de los más listos de la clase, pero no pude continuar porque tuve que ir a trabajar con mi familia.
Al principio, la gente de mi pueblo iba a trabajar en Morelos, a la cosecha de tomates. Luego, gradualmente, la gente se fue a trabajar a la construcción en Guerrero y Acapulco. Poco a poco empezaron a viajar más al norte, a Sinaloa, Sonora y Baja California. Cuando escuché que algunos parientes iban a cruzar la frontera a Estados Unidos, decidí irme con ellos. Escuché que había tanto dinero aquí que literalmente lo podías recoger del piso. Al llegar, sin embargo, me di cuenta de que las cosas no eran cómo me contaron.
Tenía 20 años y fui el primero de mi familia en salir. Mi mundo entero era nuestro pueblo. Mis papás no querían dejarme venir a Estados Unidos, pero como ya estaba grande, fue mi decisión. Cuando crucé y empecé a mandarles dinero, su actitud cambió. En aquellos tiempos nadie tenía celular, así que comunicarme con ellos era difícil, lo hicimos por correo. Para enviarles dinero tenía que usar el telégrafo o giros de dinero. Trabajé un tiempo y regresé a casa. Cuando decidí venir al norte por segunda vez, no se preocuparon tanto; sabían que venía a trabajar. Mi madre falleció hace 16 años, pero mi papá sigue en Oaxaca. Yo le envío dinero todo este tiempo porque allá no tienen nada.
El dólar es lo único que cuenta en México. Si trabajo 10 horas en un día acá, gano 80 dólares. Si fuera a trabajar lo mismo en México, lo más que podría ganar serían unos 200 pesos, aproximadamente 16 dólares. Esa es una gran diferencia, sobre todo cuando tomas en cuenta el precio de la comida. Un kilo de carne en México cuesta 120 pesos. Ni siquiera ganas lo suficiente para comer en México; aquí sí. Por tener un trabajo pude pagar mi renta, comprar comida y hasta tener un auto. Sé que no me voy a hacer rico, pero aquí tengo mejor vida. Si llevas el dinero que ganas aquí a México, es una cantidad considerable para la gente allá.
Cuando llegué, tenía miedo porque la gente decía que a nosotros los gringos nos comían vivos. Bueno, sí, en parte es verdad. Sí nos comen vivos, pero no de la forma que al principio pensé. Nos comen vivos en el sentido de que dejamos nuestras vidas en los campos. Venimos a trabajar a la edad de 20 o 22, y para cuando tenemos 45, ya no podemos seguir trabajando porque es muy pesado, empezando a las 4 de la mañana y hasta la puesta del sol. Hombres de 50 años ya pasaron toda su vida en los campos, y luego ya no pueden encontrar trabajo ahí. Por eso la gente indígena cree que los gringos nos comen vivos. Sí lo hacen.
Crucé por primera vez en 1990, con un amigo, y nos fuimos a San Diego. Vivimos debajo de los árboles. En Carlsbad construimos una choza de cartón que recolectamos. Cocinábamos con leña y nos bañábamos en el río en el agua helada. Así ahorramos dinero. Yo ni conocía las monedas de Estados Unidos. Iba a comprar algo y simplemente sacaba las monedas para el cajero. Probablemente tomaban más de lo que les debía, pero tenía una fe ciega en que la gente aquí no fuera como la gente en México y que no me iban a timar.
Vivimos debajo de los árboles por tres meses. Luego nos fuimos a Madera, donde trabajé pizcando pimientos y tomates. Luego fui a recolectar fresas en Santa María; ahí, muchos migrantes son de Sinaloa y Guanajuato. Son altos y güeros, y se burlan de nosotros por ser bajos y morenos. Me enojaba que nos llamaran oaxacos o oaxaquitos, porque yo soy mexicano, al igual que ellos. A ellos no les decimos michoacanitos o guanajuatitos. La gente que nos dice esos nombres cree que somos inferiores. Pero respetamos a los demás sin importar de cuál estado vengan, y pedimos a cambio ese mismo respeto.
En Santa María aprendí a hablar español. En mi pueblo sólo hablamos mixteco. La única persona que hablaba español era el maestro en la escuela. Me hace pensar en los muchos lugares aquí en California en dónde los maestros hablan inglés y todos los alumnos hablan español. Así era para nosotros, crecimos hablando mixteco. En México la gente se burlaba de nosotros los niños indígenas porque no sabíamos hablar bien el español. Yo sólo sabía un poco antes de venir.
Al llegar, empecé a ir a reuniones comunitarias para aprender español y las leyes de este país. En aquel entonces, éste para mí era un país desconocido, y quería saber más. Eventualmente aprendí español y conocí las leyes de este país para que me pudiera defender.
Los encargados de los trabajadores pronto vieron que las personas indígenas de Guerrero, Oaxaca, y Chiapas ya habían trabajado en el campo allá y se dieron cuenta de que éramos muy buenos trabajadores. Empezaron a contratar a más de nosotros, pero querían que trabajáramos muy rápido, como si fuéramos desechables y hechos de hule. Al final me mudé a Greenfield desde Santa María, porque aquí pagan más.
Todos los trabajos que he tenido fueron difíciles, pero mucho depende del encargado. Una vez trabajé para uno que arreaba a sus trabajadores como si fuéramos animales. Eso a mí no me gustaba. Otro encargado era muy grosero. Cuando un obrero pidió agua, cuando no habíamos tomado agua en dos horas, el encargado le agarró por sus partes íntimas y le dijo que ésa era la manguera si quería tomar agua. Pero también trabajé para jefes que nos trataban bien y sabían que simplemente estábamos ahí para eso. Algunos son buenos y otros son malos.
Pizcar uvas es de los peores trabajos. Muchos trabajadores se enferman por el azufre en las vides; te quema los ojos y la piel. Se me hinchaba la nariz y no podía trabajar. Luego llevas el químico en la ropa a la casa y le hace daño a tu familia. Los jefes nos querían tentar diciéndonos que nos iban a pagar 25 centavos más la hora, pero cuando nos enfermábamos, no se hacían responsables. Por supuesto que tampoco teníamos seguro de salud.
Los trabajos más difíciles que tuve fueron pizcar chícharos y fresas. Con los chícharos trabajas todo el día de rodillas. Es una planta delicada, así que no puedes cargar más que dos o tres libras a la vez. Tus uñas sufren más cuando los cosechas. Te dan algo como un dedo metálico para que puedas cortar las vainas, pero aun así tienes que usar la uña. A veces se te parte en dos.
Es lo mismo cuando pizcas fresas. Realmente no puedes usar los dedos. Tienes que usar la uña porque no puedes apretar la fruta. También trabajas agachado todo el día, y pronto te empieza a doler mucho la espalda. Estás así de la mañana hasta la noche, por ocho meses al año. Después de un tiempo tienes problemas permanentes de la espalda, y cuando tienes 40 o 45 años ya no puedes hacer ese trabajo.
La gente que trabaja en las plantas empacadoras lo hace parada, así que a menudo ves trabajadores más viejos ahí. No es así en los campos de fresa. La gente que trabaja en oficinas está en condiciones frescas. En los campos trabajamos en el calor extremo y por más horas. Si pones las dos manos, una sobre algo caliente y la otra, sobre algo frío, ¿cuál se te quema más rápido? La mano sobre la superficie caliente. Es lo mismo para la gente trabajando bajo el sol. Nos agotamos mucho más rápido.
Los salarios no alcanzan para mantener a una familia. Ocho dólares la hora es muy poco. El precio de la comida aumentó. Cuando ganaba seis o siete dólares la hora, el precio de la gasolina estaba entre 1.49 y 1.99. Ahora el precio de la gasolina ronda los cinco dólares el galón. No ganamos mucho más de lo que ganábamos antes, pero el precio de todo se disparó. Cuando creció el negocio inmobiliario, subió mucho nuestra renta. Hace como 10 años, podías rentar una casa de dos recámaras por unos 450 o 500 dólares. Ahora ese precio llegó a unos mil dólares al mes. Nuestro salario era de 7.50 la hora, y no se duplicó sólo porque las rentas lo hayan hecho. Si tuviéramos salarios suficientes para pagar los costos de todo lo demás, ganaríamos unos 14 a 15 dólares. A ocho la hora simplemente no es suficiente.
No entiendo por qué los salarios siguen tan bajos. Parece que al gobierno no le preocupa en nada el salario mínimo. Creo que es porque la gente no se hace escuchar, pero el trato desigual de los trabajadores agrícolas tiene su origen en el gobierno.
Es trabajo del gobierno asegurar que haya igualdad, y que los obreros agrícolas sean tratados como los demás trabajadores. Pero la gente que trabaja en restaurantes o la mayoría de los demás trabajos reciben pago por sus horas extra después de ocho horas; la ley dice que, en cambio, uno sólo tiene que pagarles a los trabajadores del campo después de 10 horas. Por supuesto que a los grandes agricultores les gusta esta ley, porque les ahorra dinero.
Los salarios aumentan un poco en esta zona porque los agricultores no encuentran mano de obra suficiente para cosechar todo. Necesitan trabajadores, y es común ver a las máquinas de lechuga y brócoli con solo la mitad de los que necesitan. Además, hubo paros en estos últimos años porque los obreros buscan aumentos en sus salarios.
Trabajé para un productor, Amaral, por diez años. Años antes de que yo llegara ahí, la compañía siempre proporcionó a los trabajadores herramientas para trabajar, como gorras y camisas. Para hacer el trabajo también tienes que usar botas de hule, porque los campos están mojados, y cuchillos para cortar la planta. Pero en el 1999, el dueño dejó de dar herramientas, y les dijo a los trabajadores que tenían que comprárselas ellos. Además, dijo que teníamos que contribuir un dólar cada quien para comprar agua para el equipo. El encargado literalmente tendió una gorra y todos se formaron y pusieron un dólar. Nos trataban muy mal.
Al final, en 2001, un grupo de obreros se salió del trabajo cuando un compañero se cortó y el encargado no lo quiso reportar. Le dijo que siguiera trabajando, que fácilmente podría ir a la frontera y contratar un nuevo grupo de trabajadores. Pero en realidad no protestaron. Simplemente se fueron y empezaron a trabajar en otras empresas que pagaban más. El dueño de Amaral pagaba a 6.50 dólares la hora, y se vio obligado a dar los trabajadores un aumento de 50 centavos.
Tres años después, los trabajadores de Amaral otra vez se pusieron en huelga para exigir aumentos de salario. El dueño prometió que nos entregaría herramientas, y que nos aumentaría de 35 centavos. Pero fueron simplemente palabras. Al final no nos dio nada.
Otra vez los trabajadores estallaron la huelga en el 2007. La UFW entró a querer representar a los trabajadores, pero a ellos no les interesó, y dijeron que se encargarían de la situación ellos mismos. Creyeron que el dueño haría lo correcto y cumpliría sus demandas. Mientras seguían ahí los representantes del sindicato, un camión lleno de herramientas del trabajo llegó y la empresa las repartió, pero eso fue todo. No hubo ningún aumento ni mejoras después.
Pasaron tres años más sin ningún cambio. Los encargados seguían maltratando a los trabajadores; les pagaban diez horas, cuando en realidad trabajaban 11 o 12. A los trabajadores se les exigía empezar 15 a 30 minutos antes de la hora y tampoco se les pagaba ese tiempo. No tenían agua y tenían que comprar sus propias herramientas. Así que decidieron hacer huelga otra vez. La UFW preguntó a los trabajadores si querían representación del sindicato y otra vez dijeron que no. El dueño repartió las herramientas y, otra vez, los trabajadores se lo creyeron.
Al otro año, por fin, los trabajadores pidieron a la UFW que los representara. El sindicato dudó un poco, y dijo que sólo representaría a los trabajadores si había una mayoría a favor. Obligaron al dueño firmar un contrato porque hizo muchas promesas las veces anteriores sin cumplirlas.
Yo apoyaba las huelgas, pero al principio fue otro trabajador quien las encabezó. No lo hizo bien. Cuando planearon el paro, y todos los trabajadores respetaron la acción y se quedaron en sus casas, él se fue a trabajar. Los trabajadores estaban tan furiosos que casi le dan una paliza. Luego yo encabecé el esfuerzo con otros trabajadores. Había muchos indígenas, y yo siempre interpretaba cuando se comunicaban con el encargado, así que me acusó de ser un incitador. Pero a mí me gustaba ayudar de esa manera. Ahí fue cuando empecé a trabajar con el sindicato, participando en las marchas y reuniones.
El sindicato me invitó a trabajar con ellos. Como era invierno y yo no estaba en el campo, decidí aceptar el trabajo. Trabajé con ellos por tres años y medio, y hace poco regresé de nuevo. La UFW recientemente firmó un contrato con la empresa agrícola D’Arrigo Brothers y me dieron la tarea de ir con los trabajadores de las áreas de mostaza y lechuga. Anteriormente trabajé con obreros de brócoli.
Actualmente estamos también con trabajadores en empresas sin representación sindical. Ellos tienen un fuerte poder de negociación porque las cultivadoras necesitan mano de obra. Es un buen momento para pedir seguro de salud para la familia, pago de días festivos, bonos, y trato justo. César Chávez luchó por todas esas cosas; todo trabajador se merece esos beneficios. Los trabajadores no son productos desechables; son la razón por la cual todos en este país tienen comida en sus mesas.
Creo que el sindicato vio todo lo que hacía por mi comunidad de manera voluntaria. Mi trabajo y servicio anterior hablaron por mí. Yo no les pedí un trabajo; fue la voluntad de Dios que me puso en su camino. En estos años, el sindicato ha contratado a gente que habla lenguas indígenas, y ahí es donde me integro yo. Cuando no pudieron comunicarse con algunos trabajadores, me llamaron para ayudar. Hay muchos trabajadores que no hablan muy bien el español, y por eso sufren abusos. Creo que el sindicato descubrió ese problema.
Mucha gente de México, Centro y Sudamérica vino sin saber nada de este país. Vienen de zonas en donde ni siquiera tenían una mula y mucho menos un auto. Viven 8 o 10 en una casa. Y la gente de aquí no está acostumbrada a ver eso. Creo que ahí empezó el problema.
Vinimos a trabajar, somos residentes de esta comunidad. Gastamos nuestros dólares aquí. Muchos que viven aquí desde hace muchos años hacen sus compras en Paso Robles y otras ciudades aledañas, pero nosotros compramos en la comunidad. Si ves todas las tiendas y lavanderías, lo que verás son oaxaqueños. Pero las redadas de migración empezaron y arrestaron a 27 triquis.
Empezamos a hacer reuniones informativas, pero la policía municipal empezó a hostigar a los triquis, oaxaqueños, y cualquier indígena. Los arrestaban e incautaban sus autos. Entonces comenzamos a trabajar con la policía, enseñándoles de dónde venimos, sobre nuestra gente y nuestra cultura. Nos juntamos con oficiales del ayuntamiento y muchas agencias del gobierno y organizaciones no gubernamentales, pidiendo justicia y tratando de educarlos.
En el 2001, el ayuntamiento aprobó una resolución que dice que los oficiales de migración sólo pueden entrar a la ciudad si ya tenían una lista de criminales que buscan. Pero algunos residentes empezaron a buscar revocar esa ley. Muchos de nosotros luchamos y 700 personas se manifestaron, con el apoyo de la UFW, enfrente del palacio municipal, exigiendo poner fin al racismo. También celebramos el aniversario de César Chávez con una gran fiesta pública.
En el 2003, los indígenas que viven en Greenfield se reunieron y celebraron para agradecer toda la información que se compartió con ellos, y le dieron las gracias a la policía, oficiales del municipio, representantes estatales, administradores de las escuelas, y sobre todo, a la UFW.
Empezamos a tener reuniones mensuales para informar a los habitantes de la ciudad sobre lo que se permite y lo que no en esta ciudad, condado y país. La gente a la que no le gustó las llamaban las Juntas Oaxaca, pero cualquier residente tuvo derecho de asistir. El jefe de policía simplemente proporcionó información a quien la quiso escuchar, sobre educación vial y leyes locales. Entonces unos residentes ya establecidos se enojaron. Despidieron al jefe de policía con un pretexto ridículo, que porque una vez salió en un programa de noticias en español sin pedir permiso a su supervisor. En realidad, lo despidieron a causa del racismo hacia la comunidad indígena. Los trabajadores agrícolas salieron a defenderlo y protestaron, pero hubo una división entre los líderes municipales. Algunos sí escucharon a los que ya tenían mucho tiempo como residentes aquí y ganaron. Yo aún no soy ciudadano, pero yo sé que eso fue una injusticia.
Estoy orgulloso de haber servido a mi comunidad. Me gusta mucho lo que hago y aprendí mucho, sobre todo trabajando con el sindicato. Tengo cinco hijos, y con mi esposa y yo, somos siete. El mayor tiene 18 y la menor tiene dos. Yo sé que hablarán tres idiomas: mixteco, inglés y español. Están aprendiendo mucho y veo un gran futuro para ellos aquí. Hablar tres idiomas les permitirá comunicarse con mucha gente. Son niños maravillosos y espero que puedan encontrar buenos trabajos. Creo que siempre vivirán en Estados Unidos, porque esto ya es su casa, pero si quieren visitar o vivir en México, pues es su decisión.
Comemos nuestros platillos tradicionales mixtecos. La carne de aquí trae muchos químicos, así que tratamos de mantener la dieta mixteca porque es más saludable. Si comiéramos la comida de aquí, estaríamos todos obesos dentro de tres meses. Comemos mole y chakatan y quelite, que es una planta. Hay algunas personas que se burlan de nosotros y dicen que somos codos y solo queremos comer plantas. Creen que somos tontos, pero en realidad es una opción más saludable que hamburguesas y pizzas.
Mientras viva, mis hijos seguirán conectados con nuestra cultura. Seguimos hablando mixteco; hasta la menor puede. Me encantaría ver que pudieran hablar tantos idiomas como sea posible. Si mis nietos hablan mixteco o no depende de ellos, pero mientras viva, insistiré en que aprendan nuestro idioma. Es un regalo de dios, y como dicen nuestros juramentos, «Lo que dios ha unido, no lo separe el hombre.» Es lo mismo con nuestra cultura. El hombre no debería quitar el regalo que nos dio dios.
FOTOS E HISTORIA ORAL: DAVID BACON
TRADUCCIÓN: LINDSEY HOEMANN
Fuente: http://desinformemonos.org/2014/05/los-gringos-nos-comen-vivos-pero-de-otra-forma-migrante-mixteco/