Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El ciudadano canadiense Maher Arar, a quien se le prohibió entrar a USA, hizo su discurso de aceptación del Premio Internacional de Derechos Humanos Letelier-Moffitt en una banda de vídeo prerregistrada. Lo que sigue es una trascripción de su discurso, que fue presentado en la ceremonia auspiciada por el Institute for Policy Studies el 18 de octubre de 2006 en Washington, DC.
Hola, mi nombre es Maher Arar. Siento que no haya podido encontrarme con ustedes en la ceremonia de hoy.
Todo el personal del Centro por Derechos Constitucionales y yo nos sentimos tan humildes por haber sido elegidos como beneficiarios del Premio Internacional de Derechos Humanos Letelier-Moffitt de este año. Este premio tiene para nosotros un significado tremendo. Significa que aún hay USamericanos que aprecian nuestra lucha por la justicia.
Significa que hay USamericanos genuinamente preocupados por el futuro de USA. Ahora sabemos que mi historia no es única. Durante los últimos dos años hemos recibido noticias de muchos otros que fueron, que han sido, secuestrados, ilegalmente detenidos, torturados y finalmente liberados sin haber sido acusados de ningún crimen en ningún país.
Escala en JFK
Mi pesadilla comenzó el 26 de septiembre de 2002. Iba de paso por el aeropuerto de Nueva York, Aeropuerto JFK, cuando me dijeron que permaneciera en un área de espera. Me pareció extraño. Poco después, vinieron a verme algunos agentes del FBI y me preguntaron si estaba dispuesto a ser entrevistado.
Mi primera reacción inmediata fue solicitar un abogado y me sorprendió cuando me dijeron que no tenía derecho a un abogado porque no era un ciudadano USamericano.
Entonces pedí un llamado telefónico. Quería llamar a mi familia para contarle lo que estaba sucediendo. Y simplemente ignoraron mi pedido.
Me dijeron: sólo tenemos un par de preguntas y dejaremos que se vaya. Así que estuve de acuerdo. No tenía nada que ocultar. Y comenzó el interrogatorio. Poco después, saben, me preguntaron sobre gente que conocía. Fue más profundo, hasta que el interrogatorio se hizo más profundo y más y más profundo.
Durante ese tiempo, realizaron juegos psicológicos conmigo. A veces me insultaban; me decían algo como que era listo. Otras veces me acusaban de ser estúpido.
Exigía repetidamente un abogado, hacer un llamado telefónico. Siempre ignoraron mi solicitud.
El interrogatorio de ese día duró unas cuatro horas con los funcionarios del FBI y otras cuatro horas con inmigración. Al fin del día, en lugar de devolverme a Canadá, me pusieron grilletes y cadenas y me enviaron a otra terminal en el aeropuerto, en la que me quedé toda la noche y en ese lugar, en esa pieza en la que me mantuvieron, las luces permanecieron, estuvieron, siempre encendidas. No había una cama en esa pieza y no pude dormir esa noche.
Al día siguiente vino otra tanda de interrogatorios. Esa vez fue sobre, me preguntaron sobre opiniones políticas – respondí abiertamente. No traté de ocultar mis opiniones políticas. Me preguntaron sobre Iraq. Me preguntaron sobre Palestina y tantos otros temas. Y también, si recuerdo correctamente, me preguntaron sobre mis correos electrónicos y algunos otros temas.
Yendo a Siria
Y me dijeron que ese día: vamos a decidir sobre tu suerte. Al terminar ese día, sorprendentemente, vino uno de los funcionarios de inmigración y me solicitó que me ofreciera para ir a Siria. Y les dije: ¿Por qué quieren que me vaya a Siria, no he estado allí durante 17 años? Y dijeron: «Eres de interés especial.» Por cierto, entonces no sabía lo que significaba esa expresión. Pero era evidente que los USamericanos, el oficial, no querían que me fuera a Canadá.
Cuando insistió, dije: déjenme volver a Suiza. Había sido mi punto de partida antes de llegar a JFK, y se negó. Finalmente me llevaron al Centro Metropolitano de Detención, una prisión federal, donde me mantuvieron durante unos 12 días. Durante ese tiempo fui entrevistado durante seis horas por el INS [Servicio de Inmigración y Naturalización de USA]. Fue una entrevista muy agotadora desde las 9 de la noche hasta cerca de las 3 de la mañana. Cuando les pedí durante la entrevista que me dejaran, que permitieran que volviera a mi celda a orar, se negaron, lo rehusaron categóricamente.
Durante mi estadía en el Centro Metropolitano de Detención también pude ver claramente que me trataban de modo diferente a los demás prisioneros. Por ejemplo, no me dieron pasta de dientes, no me permitieron que saliera a recreo durante casi una semana. Ignoraron todo el tiempo mi pedido de realizar un llamado telefónico. Finalmente me permitieron que lo hiciera. Hasta entonces, es decir una semana después de ser arrestado, nadie en mi familia supo dónde me hallaba. Mi mujer pensó que había desaparecido. Que me asesinaron. Nadie sabía exactamente qué había sucedido, hasta que informé a mi suegra que me habían arrestado.
Finalmente, el 8 de octubre, contra mi voluntad, me sacaron de mi celda. Básicamente, me leyeron pasajes de un documento dirigido a mi persona, diciendo que lo enviaremos a Siria. Y cuando me quejé, les dije: les expliqué que si me devuelven seré torturado y ellos, recuerdo, la persona del INS se saltó un par de páginas del documento, para llegar al final del documento y leerme un párrafo que sigo recordando hasta hoy, una declaración extremadamente escandalosa que me hizo.
Dijo algo como: El INS no es el organismo o la agencia que firmó la Convención de Ginebra, la convención contra la tortura. Para mí lo que eso significa en realidad es que lo enviaremos a la tortura y que no nos importa.
Así que me colocaron en un jet privado, lo que consideré extremadamente extraño. Yo era el único pasajero en ese avión. Un avión de lujo, con asientos de cuero. Mi única preocupación durante ese viaje fue cómo evitar la tortura. En ese momento, comprendí que me enviaban precisamente a Siria para ser torturado. Y eso quedó bien claro en mi mente. El avión voló a Washington. De Washington voló a Maine, luego a Roma, entonces de Roma a Jordania.
Con grilletes y encadenado
Recuerdo que en el avión estuve casi todo el tiempo con grilletes y encadenado, con la excepción de las últimas dos horas en las que me ofrecieron una cena de shish-kebab. Hasta hoy, no logro explicar por qué lo hicieron. Si yo era una persona peligrosa, como pretendieron al principio, ¿por qué me quitaron mis cadenas y grilletes durante las dos horas del viaje?
También durante ese viaje, cada vez que deseaba ir al lavabo, uno de los miembros del equipo entraba conmigo. A pesar de que me quejé de que eso violaba mis creencias religiosas.
El avión aterrizó en Jordania a las tres de la mañana del 8 de octubre. Y había un par de jordanos esperando. Me llevaron, me vendaron los ojos, me colocaron en un coche y poco después comenzaron a golpearme en la parte trasera de mi cabeza. Cada vez que me quejaba por la golpiza comenzaban a golpearme más. Así que simplemente guardé silencio.
Permanecí en Jordania unas 12 horas en un centro de detención. Hasta ahora no sé qué es ese sitio.
Siempre me vendaban los ojos cada vez que me llevaban de una celda a otra o cuando me llevaron a ver al médico. Pero sentí algo extraño en esa prisión. Sentí eso, como cuando utilizaban un ascensor, algo bastante extraño para una prisión de Oriente Próximo.
Después de 12 horas de detención, de detención ilegal en Jordania, terminaron por llevarme a Siria. Y yo simplemente no quería creer que iba a Siria. Siempre esperaba que alguien, que ocurriría un milagro – que el gobierno canadiense intervendría. Que ocurriría un milagro que me hiciera volver a mi país, Canadá.
Llegué a Siria ese mismo día, al final del día, y pude confirmar que estaba realmente en Siria después de que me quitaron la venda y pude ver las fotos del presidente sirio. Mi sentimiento entonces fue que sólo quería suicidarme porque sabía lo que ocurriría. Sabía que los USamericanos, el gobierno de USA, me enviaban allí para que me torturaran.
Poco después entraron los interrogadores. Comenzaron a hacer preguntas, preguntas de rutina al principio, pero cada vez que dudaba al responder a sus preguntas o cada vez que pensaban que mentía, uno de ellos me amenazaba con una silla, una silla de metal sin asientos, solo el marco. Y entonces yo no comprendía o no sabía cómo torturaban a gente con eso. Más tarde me lo dijeron otros reclusos en la prisión.
Pero el mensaje era claro: si no hablas suficientemente rápido te torturaremos. Ese día, el interrogatorio duró unas cuatro horas. No hubo golpes físicos; hubo sólo amenazas verbales. Cerca de medianoche, me llevaron al sótano. En el sótano, el guardia me abrió una puerta, una puerta metálica. No podía creer lo que veía. Lo miré y dije: ¿qué es eso? No respondió. Sólo me dijo: Entre.
La tumba
La celda tenía cerca de un metro de ancho, dos metros de largo y poco más de dos metros de alto. Era oscura. No había una fuente de luz. Estaba inmunda. Había sólo dos coberturas delgadas sobre el piso. Yo era ingenuo; pensé que me mantendrían en ese sitio durante un día, tal vez dos o tres, para presionarme. Pero ese mismo sitio, esa misma celda que más adelante llamé la tumba, fue mi hogar durante 10 meses y 10 días. La única luz que entraba a la celda era del techo, de la apertura en el techo. Había un pequeño foco y eso es todo.
La vida en la celda era imposible. Al comienzo – aunque era un sitio inmundo, era como una tumba – preferí quedarme en esa celda a que me golpearan. Cada vez que oía que los guardias venían a abrir mi puerta, sólo pensaba, saben, que venían a por mí, que sería mi último día.
Las palizas comenzaron el día siguiente. Sin advertencia… (pausa prolongada mientras lucha contra las lágrimas) sin advertencia, los interrogadores entraron con un cable. Me dijeron que abriera la mano derecha. Así lo hice. Y me golpearon fuerte en la palma. Fue tan doloroso que olvidé todo momento feliz en mi vida.
Tortura
Ese momento sigue vívido en mi memoria porque fue la primera vez en que me golpearon en mi vida. Entonces me dijo que abriera mi mano izquierda. Me golpeó de nuevo. Y no dio en el blanco, sino en mi muñeca. El dolor de ese golpe duró aproximadamente seis meses. Y entonces me hizo preguntas. Y tenía que responder muy rápido. Y entonces repetía los golpes, sólo entonces encima mío, sobre mi cuerpo. Algunas veces me llevaba a una pieza donde, cuando estaba solo, podía escuchar como torturaban a otros prisioneros, torturaban severamente. Recuerdo que solía oír sus gritos. Simplemente no podía creerlo, que seres humanos sean capaces de hacer algo semejante a otros seres humanos.
Y entonces me llevaban de vuelta a la sala de interrogatorio. De nuevo, otra serie de preguntas, y los golpes comienzan una y otra vez. Al tercer día la paliza fue la peor. Me pegaron mucho con el cable. Y querían que confesara que había estado en Afganistán. Fue una gran sorpresa para mí porque ni siquiera los USamericanos que me entrevistaron, los funcionarios del FBI que me entrevistaron, me hicieron esa pregunta. Terminé confesando falsamente para detener la tortura. La tortura disminuyó en intensidad.
Desde ese momento utilizaron pocas veces el cable. Sobre todo me abofetearon en la cara, me patearon, me humillaban continuamente.
Los primeros 10 días de mi estadía en Siria fueron extremadamente duros y durante ese período consideré mi celda como un refugio. No quería ver sus caras. Pero más tarde, vivir en esa celda fue horrible. Y sólo para daros una idea de lo doloroso que es permanecer en ese sitio – estuve dispuesto después de un par de meses, dispuesto a firmar cualquier documento, no para ser liberado, sino que sólo para ir a otro sitio que fuera adecuado para un ser humano.
Durante ese tiempo no sabía que mi mujer lanzó una campaña con otras organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y otras. Mi mujer cabildeó los medios, cabildeó a políticos y finalmente me liberaron. Los sirios me liberaron y declararon claramente a través de su embajador en Washington que no encontraron ningún vínculo con el terrorismo. No fui acusado en ningún país, incluyendo Canadá, USA, Jordania y Siria.
Desde mi liberación he estado sufriendo de ansiedad, temor constante, y depresión. Mi vida nunca volverá a ser la misma. Pero me prometí una cosa: que continuaré mi busca de justicia mientras me quede aliento. Lo que me mantiene es mi fe, USamericanos como ustedes y la esperanza de que algún día nuestro planeta Tierra sea liberado de la tiranía, la tortura y la injusticia.
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Maher Arar, ciudadano canadiense fue víctima de la política de USA conocida como «rendición extraordinaria.» Fue detenido por funcionarios de USA en 2002, acusado de vínculos terroristas, y entregado a autoridades sirias, que lo torturaron. Arar trabaja con el Centro por Derechos Constitucionales para apelar un caso contra el gobierno de USA que fue desechado por motivos de seguridad nacional.