Algunos analistas nos cuestionamos por qué recién ahora la Unión Europea se preocupa por alertar al mundo acerca de la violenta guerra que está sufriendo el Congo, cuando ya hace diez años que se inició, y que además llegó a ubicarse en el nefasto primer puesto de la mayores masacres que ha soportado la humanidad […]
Algunos analistas nos cuestionamos por qué recién ahora la Unión Europea se preocupa por alertar al mundo acerca de la violenta guerra que está sufriendo el Congo, cuando ya hace diez años que se inició, y que además llegó a ubicarse en el nefasto primer puesto de la mayores masacres que ha soportado la humanidad luego de la Segunda Guerra Mundial. Cinco millones es la tétrica cifra de personas muertas que dejó esta guerra desde 1998, de las cuáles cuatro millones fueron asesinadas entre 1998 y 2003.
Existen varias posibles explicaciones para que Bruselas pretenda enviar en los próximos días una Fuerza de Intervención Rápida que reemplace en parte a los 17 mil soldados de la ONU que hace una década que permanecen en territorio africano como parte de una fracasada misión de paz.
El desplazamiento de unas 250 mil personas de la ciudad de Goma, fronteriza con Ruanda, comenzó en agosto cuando se violó el alto el fuego pactado entre el presidente del Congo, Joseph Kabila y el líder rebelde de la etnia Tutsi, Laurent Nkunda, que cuenta con el apoyo armado de Ruanda y de los EE.UU.
Durante los últimos quince días los combates recrudecieron y afectaron a la población civil de la rica provincia de Kivu, en la que se alojan abundantes cantidades de oro y diamantes y las mayores reservas del mundo de coltán, el mineral que se utiliza para la fabricación de celulares, videojuegos, fibra óptica y tecnología espacial.
Los enfrentamientos entre guerrilleros tutsis y los hutus, que se encuentran apoyados por el débil gobierno central del Congo, alcanzaron en estas semanas el estatus de genocidio al producirse masacres de poblaciones civiles por parte de los rebeldes y del ejército congoleño, recordando a la tragedia que dio origen a la guerra del Congo: la matanza de Ruanda de 1994.
Sin embargo, esta guerra dista mucho de ser la consecuencia de un enfrentamiento interétnico. El prejuicio de la sociedad occidental acerca de que la barbarie de los pueblos no civilizados produce este tipo de guerras es totalmente falso, debido a que los promotores de tamaño holocausto son las potencias desarrolladas que benefician a las empresas multinacionales y a los traficantes de minerales preciosos.
Una investigación realizada por la BBC denunció que la misión de la ONU había cometido gravísimas irregularidades en el Congo, como por ejemplo el tráfico ilegal de oro y marfil a través de la frontera de Ruanda y la provisión de armas a los rebeldes dirigidos por Nkunda.
Una de las razones por las cuales Francia y Bélgica están interesadas en revelar la situación que vive el Congo podría llegar a ser que desde la caída del dictador Mobutu Sese Seko, impulsada por los EE.UU. en 1997, han perdido la influencia sobre la extracción de los recursos, por eso ahora buscarían enviar una fuerza militar que vuelva a situar a la UE como actor principal que se beneficie del comercio y del saqueo de los minerales.
Washington y las multinacionales norteamericanas que participan en el Congo proveyendo de armas y alquilando soldados mercenarios utilizan como base de operaciones al gobierno tutsi de Ruanda.
Asimismo, el presidente congoleño Kabila no cuenta con el apoyo militar externo que posee el guerrillero Nkunda, por eso no tiene otra opción que aceptar las ofertas chinas de armamentos para enfrentar a los rebeldes a cambio de concederle a Pekín enormes espacios dentro de la economía congoleña, por ejemplo inversiones en sectores de salud, construcción y por supuesto en minerales.
China está experimentando una enorme expansión económica en África debido a su voracidad de materias primas que le permitan sostener su desarrollo industrial. Hasta ahora se había mantenido al margen del Congo porque fue una tradicional zona de influencia belga y francesa y desde 1997 norteamericana, pero la fisura que puede llegar a abrirse por la competencia entre París y Washington le brindaría a Pekín una posibilidad de participar de los beneficios minerales que brinda el Congo, que por otra parte necesita oxígeno para acabar con los disidentes que están desangrando a su economía y a su población.
Mediante el llamado unánime a las facciones guerrilleras para que pongan fin a la violencia promovido el viernes pasado por los presidentes del Congo, Laurent Kabila; de Kenia, Paul Kagame; y el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, desde la cumbre realizada en Kenia, se espera que cesen las matanzas. Aunque, Nkunda ya anunció que va a desconocer lo pactado en Kenia y que para abandonar las armas la primera condición que impone es que el presidente Kabila revise los acuerdos firmados con China, lo que revela que Occidente está detrás de las declaraciones del líder guerrillero.
Sin embargo, mientras los minerales africanos continúen siendo bien cotizados en el mercado internacional y las diferentes potencias utilicen como campo de batalla al Congo y la excusa de una supuesta guerra tribal para intervenir militarmente, es muy improbable que el escenario tienda revertirse.