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La nueva guerra de los cruzados cristianos

Los «Know Nothing» de 2010

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La construcción de un centro comunitario musulmán en un edificio abandonado a dos manzanas del sitio del World Trade Center de Nueva York se ha convertido en la última controversia en las antiguas guerras religiosas de EE.UU. La construcción del centro, al que se refieren frecuentemente como mezquita, se ha convertido en el último tema unificador para la derecha cristiana, los propugnadores del Tea Party y operadores republicanos en su guerra por imponer valores moralistas y corporativistas a EE.UU.

Es demasiado temprano para saber cómo se resolverá el tema del centro musulmán, pero es evidente que los delirios de Sarah Palin, Newt Gingrich, Abe Foxman (de la Liga contra la Difamación) y otros, han jugado un papel importante en la colocación de un tema local en el primer plano de la política nacional. Desde los horrendos ataques del 11-S, los musulmanes en general y los musulmanes estadounidenses en particular han sido objeto de una guerra religiosa no declarada promovida por fundamentalistas cristianos y republicanos que buscan el beneficio propio. Para algunos de estos fanáticos religiosos, el Islam es una amenaza para su creencia de que EE.UU. es una nación blanca protestante. Durante los últimos cuatro siglos, cuáqueros, mormones, católicos, judíos, y muchos otros, han sido objeto de persecución religiosa, a menudo víctimas de encarcelamientos, ejecuciones en la horca, linchamientos y otros actos de violencia.

Es muy posible que los vociferantes derechistas no conozcan la historia de la intolerancia religiosa en EE.UU., pero seguramente saben que están alimentando un furor profundamente arraigado en un cierto segmento temible de la población cristiana. Esta vuelta en las actuales guerras culturales religiosas todavía no ha estallado en la horrible violencia que tuvo lugar después del 11-S, y sólo se puede esperar que la actual controversia no conduzca a ataques contra musulmanes.

Lamentablemente, como en los ataques que siguieron al 11-S, los vociferantes derechistas como Palin y Gingrich fingirán sentirse «chocados» por la violencia si ésta ocurre y pretenderán ser inocentes en cuanto a sus roles al fomentarla. Con una desdeñosa sonrisa de complicidad, se lavarán las manos de la sangre que han hecho derramar y buscarán otras víctimas inocentes.

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En un excelente artículo en Tomdispatch, Stephen Salisbury detalla la actual controversia del centro musulmán de Manhattan y la propagación de histeria antimusulmana que se está provocando en todo el país respecto a la apertura de nuevas mezquitas locales. Como opina Salisbury: «El ‘debate’ furioso sobre si debería existir el edificio causa una sensación de déjà-vu, y provoca un aura de que algo muy malo está a punto de ocurrir». [tomdispatch.com, 11 de agosto de 2010]

Salisbury habla de las actuales protestas contra mezquitas que también tienen lugar en Brooklyn y Staten Island de Nueva York, así como en California, Georgia, Illinois, Kentucky, Tennessee y Wisconsin. Conecta esas controversias con los comentarios oportunistas en busca de titulares de Palin ( en el genuino lenguaje de Palin, los «musulmanes pacíficos» deben «rechudiar» [mezcla de rechazar y repudiar] el centro) y de Gingrich (quien llama a Arabia Saudí a abrir iglesias y sinagogas).

También llama la atención el papel pernicioso jugado por Rick Lazio, candidato republicano a gobernador de Nueva York, quien arremete contra el centro por subvertir el derecho de los neoyorkinos «a sentirse seguros y estar seguros». Como el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, y el fiscal general de Nueva York (y probable candidato a gobernador demócrata), Andrew Cuomo, se han pronunciado a favor del centro musulmán, éste podría convertirse en un tema importante en la elección de noviembre.

Lo más importante es que Salisbury suministra una visión invaluable de la campaña antimusulmana que surgió después del 11-S, y recuerda a los lectores hasta qué punto el viejo y manoseado amor cristiano puede revestir una maldad alarmante.

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Parte del «sentimiento de déjà vu» señalado por Salisbury es que no se reconoce que la actual controversia por el centro musulmán forma parte de una larga historia de intolerancia religiosa en EE.UU.

En los días después de los ataques del 11-S, George W. Bush, un cristiano vuelto a nacer, en una declaración espontánea e improvisada expresó repentinamente la verdad tácita que guió la campaña militar inicial de contraataque de EE.UU. en Afganistán: «Esta cruzada», dijo, «esta guerra contra el terrorismo». Aunque la admisión de Bush se repudió posteriormente y desapareció del discurso público, define el objetivo no declarado de los cristianos ultra-reaccionarios que formaron el centro de su electorado y que sabían perfectamente lo que quería decir.

En el corazón del programa de cruzada de Bush estaba una invocación de la tradición de «conmoción y pavor» que definió las guerras religiosas desde las grandes cruzadas de la Edad Media y un reconocimiento de que debía aplicarse en Afganistán. Las grandes cruzadas libradas por la iglesia romana apuntaban contra musulmanes y judíos para capturar y retener Jerusalén y la Tierra Santa, y para derrotar el cristianismo ortodoxo u oriental. Muchos perecieron. Del mismo modo, los cruzados se lanzaron contra herejes cristianos, incluidos los primeros protestantes, y lo hicieron en nombre de su dios absolutista.

Esta tradición fue llevada al Nuevo Mundo por los pilgrims [peregrinos] y otros tempranos colonos británicos. La peor y más durable forma de guerra religiosa en EE.UU. se libró contra los pueblos nativos. A pesar de todo el blanqueo anual que tiene lugar en los desfiles del Día de Acción de Gracias, los primeros puritanos combatieron a los indios pequot en Connecticut Oriental hasta 1637 cuando el general Courts de la colonia de Plymouth y Massachusetts lanzó una guerra de exterminio contra ellos. (Los pueblos nativos pensaban que los pilgrims apestaban, literalmente; los europeos se bañaban raramente, porque creían que era insalubre, y pocas veces se desnudaban porque creían que era inmoral). La cruzada racial y religiosa de los blancos cristianos contra el pueblo nativo norteamericano persistió durante siglos.

Los pilgrims también se impusieron la intolerancia religiosa a ellos mismos. Los primeros colonos de la Colonia de la Bahía de Massachusetts estaban alineados con la Iglesia de Inglaterra y menospreciaban a los que objetaban a su ortodoxia. Los que cuestionaban el dogma calvinista eran sometidos al exilio, a flagelación, estigmatización, corte de los lóbulos de las orejas e incluso a la horca. Dirigentes tempranos como Thomas Hooker, Roger Williams y Anne Hutchinson fueron exiliados. Los primeros colonos cuáqueros en Plymouth también fueron exiliados y cuatro fueron ahorcados en público.

Durante los siglos siguientes, los estadounidenses han presenciado repetidos estallidos de intolerancia religiosa. No sorprende que esos episodios hayan estado acompañados a menudo por la misma retórica estridente que la que gritan actualmente los que se oponen al centro musulmán.

El movimiento «Know Nothing» (no sé nada) surgió del Segundo Gran Despertar de los años treinta del Siglo XIX y se convirtió en el American Party que floreció durante el final de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Recibió su nombre cuando se preguntó a miembros por las posiciones del partido y simplemente dijeron: «No sé nada». Agrupó a protestantes que se sintieron amenazados por el rápido aumento en la inmigración europea y, sobre todo, de católicos que inundaban las ciudades. Pensaban que los católicos, por ser seguidores del Papa, no eran estadounidenses leales y que iban a apoderarse del país. Tenían fuerte apoyo en el norte que tuvo una inmigración irlandesa a gran escala después de 1848. El American Party capturó la legislatura de Massachusetts en 1854 y, en 1856, apoyó a Millard Fillmore para presidente, quien obtuvo casi 1 millón de votos, un cuarto de todos los votos emitidos.

Se estableció el Ku Klux Klan y, durante la Reconstrucción, comenzó una campaña contra los afroestadounidenses liberados. Sin embargo, al llegar los años ochenta, había perdido su camino como organización racista. Fue revitalizado después del juicio en Atlanta de Leo Frank, un empresario judío que había sido falsamente acusado y declarado culpable del asesinato de Mary Phagan, una niña cristiana blanca de 13 años, en 1913. En 1915, después que el gobernador de Georgia conmutó su sentencia, Frank fue sacado por la fuerza de la penitenciaria estatal en la que estaba detenido por una turba de cristianos blancos y linchado. Subsiguientemente, todos los que participaron en el asesinato de Frank se juntaron para volver a lanzar el Klan.

A finales de los años diez, el Klan se alineó con nativistas, «eugenicistas» y la Liga Anti-Saloon [antibares] (ASL) no sólo para promover la abstinencia sino también políticas racistas y contra los inmigrantes. Al aumentar la histeria de la Primera Guerra Mundial, el representante de ASL por Nueva York, William Anderson, asimiló el hecho de ser pro alemán con ser antiestadounidense: cerveza alemana, bares y cervecerías fueron el enemigo innombrable. Sentía una profunda antipatía por los católicos y acusaba a la Iglesia de montar un «asalto contra la ley y el orden», de oponerse a la Prohibición porque era propugnada por protestantes, y le achacaba la realización de «esfuerzos por destruir la victoria [de la Prohibición] y promover un retorno a los bares». La antipatía anticatólica contribuyó a la derrota del primer candidato católico del país, Al Smith, en la elección presidencial de 1928.

Muchos otros episodios de intolerancia religiosa han tenido lugar desde los años veinte. Sin embargo, la victoria presidencial de John Kennedy en 1960 marcó el momento en la historia estadounidense en el cual los llamamientos anticatólicos en una elección nacional ya no eran aceptables. De la misma manera, la creciente aceptación entre evangélicos cristianos de la noción de los «últimos días» ha llevado a un extraño acercamiento con judíos e Israel y puede haber contribuido a una moderación en el antisemitismo.

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Antes del 11-S, la mayoría de la gente informada aceptaba al Islam como una variante dentro de la tradición abrahámica. Sin embargo, después de los ataques, se llegó incluso a sospechar de esta afirmación. Antes, durante ese verano, Ron Ramsey, un candidato republicano a gobernador de Tennessee, afirmó que el Islam es un «culto» que no merece protección según la Primera Enmienda: «Incluso se puede discutir si ser musulmán es realmente una religión, o si es una nacionalidad, un modo de vida, o un culto -como quiera uno quiera llamarlo…» Cuestionado por diversos habitantes de Tennessee, entre ellos conservadores tradicionales, Ramsey retiró esa afirmación.

A decir verdad, el centro musulmán de Manhattan es un tema real y un espectáculo ficticio. Es real en el sentido de que su construcción en el sitio designado en Park Place será una victoria para la tolerancia religiosa. EE.UU. está pasando por una profunda reestructuración económica y cultural. La sociedad blanca tradicional está cediendo el paso a un EE.UU. verdaderamente multicultural; el protestantismo convencional cede el paso a un importante aumento en la población católica (sobre todo latinos) y en las crecientes comunidades musulmana, hindú y sij.

La historia del centro musulmán, como la de las vacaciones de Michelle Obama en España, constituye un tema falso, un espectáculo que promueve el engaño social. Desde la victoria de Obama, la derecha republicana ha implementado una estrategia de demolición muy efectiva, en la que intenta destruir todos los temas considerados. Su principio guía es simple: Obama y los demócratas no pueden hacer nada bueno. Para realizar este objetivo, hizo absolutamente todo en su poder por asegurar que el Congreso aprobara lo menos posible, que no fuera evaluado honestamente por los medios y que se llegara a ayudar a los estadounidenses de a pie. Lamentablemente, la derecha republicana cristiana está teniendo éxito y el liderazgo de Obama sigue sin encontrar una solución al problema.

Hace un siglo y medio, los protestantes blancos llegaron a aceptar a los inmigrantes irlandeses como blancos. Aunque es difícil de imaginar actualmente, los primeros inmigrantes irlandeses, los que llegaron a EE.UU. después de la hambruna de 1848, fueron vistos por numerosos protestantes tradicionales como «niggers» [expresión peyorativa para negros, N. del T.], sin gran diferencia real con los afroestadounidenses. Enfrentados con las inevitabilidades de la modernización posterior a la Guerra Civil, los protestantes a la antigua cambiaron. Y al hacerlo, el racismo también cambió.

El desafío que enfrentan actualmente los descendientes de protestantes angloestadounidenses, los que ven a los musulmanes como «niggers,» es si pueden cambiar y aceptar a EE.UU. como una sociedad multicultural.

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David Rosen es autor de Sex Scandals America: Politics & the Ritual of Public Shaming (Key, 2009); para contactos escriba a: [email protected].

Fuente: http://www.counterpunch.org/rosen08132010.html

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