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Los límites de Laclau o siete ideas para explicar por qué Unidos Podemos pierde aún cuando gana

Fuentes: Rebelión

1. La representación es la forma de organización política de la sociedad capitalista. De ahí que las elecciones reflejen la relación inmediata de la sociedad con el Estado (entendido éste como el complejo de instituciones que gobiernan, administran y gestionan la vida social). Por eso la sociedad capitalista no forma comunidad, no forma pueblo, sino […]

1. La representación es la forma de organización política de la sociedad capitalista. De ahí que las elecciones reflejen la relación inmediata de la sociedad con el Estado (entendido éste como el complejo de instituciones que gobiernan, administran y gestionan la vida social).

Por eso la sociedad capitalista no forma comunidad, no forma pueblo, sino «población» o sumatorio de individuos aislados, formalmente «libres» e «iguales», como entes independientes y separados unos de otros.

La representación política se basa en una ilusión, el ciudadano o ciudadana como ser libre e igual al resto. Pero es esta una imagen invertida de la realidad: individuos sometidos al despotismo del lugar de trabajo (la fábrica, la empresa, la oficina, el «hogar», el banco…), donde la democracia es pura quimera.

Si la población es una suma de las personas que delegan su soberanía al hacerse representar por otros (al creer que otros representarán sus intereses dentro del Estado), las elecciones son la forma primordial de relacionarse la sociedad con el Estado. Miden el grado de subordinación de la masa de votantes.

2. La cultura delegativa es inherente al sistema capitalista. Éste quiere individuos aislados que permuten el hacer por el delegar (que hagan otros). La forma clásica de cooptación del sistema es incorporar la contestación social a lo institucional, a lo delegativo, a lo representativo. Inundar de dinero a quienes accedan a esa representación, repartir cargos, jefaturas, direcciones. Alto manejo de fondos, poderes, decisiones sobre otros…

Por eso hay que sospechar de cualquiera que pida tu voto para hacer por ti, para arreglar por ti. Hay que recelar de cualquiera que al hacer eso no promueva que te organices, que no desmitifique tu condición de «independiente», «libre» e «igual», para mostrarte como eres: subordinada y dependiente (en general siempre dependemos de los demás para vivir, pero en la sociedad capitalista además dependemos de que otros nos dejen trabajar para ellos -nos exploten- para poder subsistir). Porque sólo desde la autonomía construida colectivamente se combate la subordinación, no delegando.

3. La última gran crisis capitalista que está destrozando la sociedad desde sus mismas bases ha provocado cada vez más expresiones de «indignación» y de «rebelión» social. En el reino de España, especialmente golpeado por esta gran crisis (dada la modalidad de capitalismo mafioso que es marca de la casa), emprender un proceso constituyente llegó incluso a estar en el orden del día.

Sin embargo la irrupción de Podemos frenó todo el proceso, desactivó la movilización social de masas y canalizó buena parte de energía social hacia el proceso electoral, derivando (una vez más) lo instituyente hacia lo institucional.

Para funcionar en lo institucional se necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos.

Hoy toda una franja de personas entre los 35 y 45 años, competente, bien formada, con grandes aspiraciones… y sin demasiado futuro profesional, estará dispuesta a quebrarse las costillas a codazos para conseguir posiciones y puestos dentro de una fuerza institucional en auge.

4. Podemos es, salvando las distancias de coyuntura, un mal remedo combinado de lo que fueron el PSOE y el PCE en la primera transición. El PSOE se encargó de canalizar el descontento, la movilización social hacia lo electoral, mientras que el PCE de Carrillo desactivó todas las bases de contestación social y envió a la sociedad organizada a su casa: a votar. El PSOE después absorbería la savia popular, llevándose para la Administración a los mejores cuadros, los líderes más valiosos. Con el poder institucional llegaron los fondos del Estado, los cargos, las direcciones… El dunvirato González-Guerra tiene hoy su (grotesca) contrarréplica en el de Iglesias-Errejón.

Este último tándem ha estado dispuesto a emprender una nueva «transición» en la que aplacar la indignación social a cambio de conquistas electorales. La partida, una vez más, estaba amañada porque se jugaba en el tapete impuesto por los poderes fuertes del capital: Constitución del 78, monarquía, ejército, patronal, UE, OTAN (este duunvirato ni siquiera nos dijo «OTAN de entrada no»), deuda, contrarreformas laborales, descuartizamiento de lo social…

Por eso el «programa» (por decir algo) no podía ser más que una muestra comercial a lo IKEA, donde se ponen personas por delante de ideas y donde nada que sea inconveniente para los poderes oligárquicos puede entrar en la lista de la «compra»: ni ruptura con la dirección extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como impagable. Ni alusión a la forma de Estado, ni plan contra la sobreexplotación laboral, ni política fuerte feminista, ni nacionalización de la gran banca, de los recursos energéticos y las industrias de carácter estratégico, ni ley contundente contra los desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda, ni dignificación de la enseñanza o la sanidad, ni reforma agraria… ¡Ni siquiera una seria ley antitaurina!

El arte de hablar sin decir nada (a lo Laclau) parecía la clave para ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que hacía era perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad.

Cuando Laclau muestra sus límites en América Latina, donde los procesos populistas no dan más de sí ante un cambio de coyuntura económica internacional y ante la contraofensiva imperial (porque la hegemonía en una sociedad de clases fuertemente dividida no es una cuestión de papeletas de rifa ni de ver quién es más ingenioso), aquí nos quieren seguir haciendo jugar a las «ventanas de oportunidad» y a los «significantes vacíos». Y a fuerza de vaciarlos tanto, de enrollarse en la bandera española, de no ser de izquierdas ni de derechas, de incorporar generales del ejército, de ser más «socialdemócratas» que nadie, de no ser clases sino 99%… en vez de llenar aquellos significantes, lo que se hizo fue cargarse los que ya estaban llenos, frutos de siglos de luchas, por la izquierda: como el de república, antimilitarismo, anticapitalismo, luchas de clase, explotación, emancipación…

Y todo ello con el superambicioso fin de… llegar a las instituciones. Supuestamente para reformarlas desde dentro. Sin fuerza social detrás, sin bases, sin organización.

5. Porque la única organización la pone IU. Por eso Podemos la necesita. Primero hay que anularla como opción política y después parasitarla.

El PCE y su criatura, IU, tienen más de 30 años de deriva desde una pulsión revolucionaria hacia la socialdemocracia a la eurocomunista, con una política subalterna respecto del PSOE (patente institucionalmente cuando ha hecho falta) y siempre a remolque del mismo.

Pero que esta fuerza se subordine a una formación bisoña que tiene por objetivo la contienda electoral para aplicar un reformismo débil, es rebajar aún más los principios y tirar por la ventana toda la herencia política acumulada para… pasar a ser segundones de un proyecto de segunda.

Y ahora además implorando al PSOE, la cara «izquierdosa» de la oligarquía, un pacto. Pacto improbable pero que de realizarse dejaría a IU en una doble subordinación: respecto a Podemos y al PSOE. Toda una estrategia.

¿Y qué vida le quedaría al PCE?

Si esta formación tardó 20 años en pedir perdón por las políticas carrillistas, ¿cuánto tardará en hacerlo por su papel en esto?

6. La derecha y la ultraderecha españolas se forjaron en medio siglo de brutal dictadura, llevan votando juntas desde el franquismo y son fieles al PP (aunque les repatee) por más atrocidades, corrupciones y latrocinios que cometa: entre 10 y 11 millones de votos asegurados (tampoco más) de gente que prefiere la barbarie antes de que «entren los rojos» en el Gobierno [1] .

Cuando tu proyecto se centra fundamentalmente en el campo electoral, cuando tu «fuerza» la mides por votos, tienes que tirar de todas las formulaciones populistas, vacías de contenido, que puedas, para competir con eso. Lo mismo si quieres ser la «primera opción de oposición».

De ahí que el desaliento y tono fracasado de Unidos podemos traduzca que su objetivo sólo era la política pequeña, la hegemonía débil dentro del sistema.

En cambio, si Unidos Podemos fuera una formación mínimamente transformadora, siendo la tercera fuerza política del país y con más de 5 millones de votos (más los latentes que pueden sumar al menos otro millón más), estarían felicitándose ahora por esa potencial fuerza que tienen (que tenemos) para movilizar las calles, para combatir los poderes desde abajo. Si hubieran trabajado para hacer pueblo y no votantes tendrían una fuerza impresionante (con mucho menos de partida se han hecho revoluciones).

Ahora podrían felicitarse de haber ganado fuerza social y podrían estar preparando una auténtica oposición en cada ámbito de conflicto (¿todavía estarían a tiempo?).

Pero los procesos populistas a diferencia de los populares (construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto coimplicados con una mayor autonomía de los mismos), son heterónomos, implican una construcción externa, vertical, a las personas. Es decir, no las empodera. Y si las personas no se convierten en sujetos colectivos activos no conllevan fuerza social. Por tanto ganar votos no te da fuerza antagonista de transformación. Sólo «puntos» para la negociación electoral.

Los individuos machaconamente entrenados para delegar es muy difícil que se movilicen para la lucha.

Quienes han pedido un «voto crítico» para esta coalición deberían pensarse también cómo tener legitimidad y credibilidad después para reclamar transformaciones sociales de calado.

7. Entonces la única noticia que podría ser esperanzadora de todo esto es que si el populismo ha pinchado electoralmente hasta cierto punto, es el momento de reemprender de nuevo el camino de lo popular, de las luchas desde abajo, de trenzar la sociedad con movimientos. De construir fuerza social. De la Política con mayúsculas.

Sólo desde ella lo institucional y lo delegativo puede adquirir sentido, porque entonces delegamos y actuamos frente al adversario antagónico desde posiciones de fuerza, como sujetos colectivos, y ya no sólo en el terreno que aquél nos marca.

Y esto es vital de tener en cuenta en el grave momento histórico de destrucción de las sociedades que vivimos. Enfrentamos un sistema que ya no puede dejarse reformar ni puede distribuir porque su tasa de ganancia se ha hundido y porque casi ha dejado de acumular. Porque muy probablemente esté en su fase terminal.

Mientras actuemos solamente para ponerle vendajes y medicinas paliativas, le estamos prolongando su devastadora agonía.

A costa de toda la sociedad.

Nota:

[1] Tengamos en cuenta además que los sistemas electorales burgueses están pensados para que las mayorías minoritarias (por ejemplo, 10 millones frente a un país de más de 45 millones de personas), se reproduzcan (como «mayorías mecánicas») a través de una contienda viciada con los enormes recursos de los unos, su aparato institucional, amenazas, medios de desinformación masiva, etc…

Andrés Piqueras, Sociólogo y Antropólogo de la UJI

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.