Las élites corporativas de Wall Street que manejan los hilos del Partido Demócrata lo eligieron a Biden durante las 72 horas previas al supermartes (cuando se deciden un tercio de los delegados que votan en la Convención Nacional de agosto), pero antes de eso, se daba prácticamente por muerta a la campaña de Biden, un candidato hueco, sin entusiasmo, que no había ganado una sola elección primaria estatal en su vida, en su tercer intento por buscar la candidatura presidencial.
Hay un fenómeno en nuestros tiempos que la gente intoxicada por los medios de comunicación tradicionales jamás entenderá. El problema nunca fue que las políticas del senador por Vermont y ahora excandidato presidencial por el Partido Demócrata, Bernie Sanders, fueran ‘peligrosamente’ radicales, como argumentaron en su momento: el problema era (y sigue siendo) que la candidatura del exvicepresidente Joe Biden es ‘peligrosamente’ inviable.
¿Le suena eso de que a la izquierda la consideren demasiado radical? Claro, porque irse un poco a la izquierda siempre es muy radical, pero no tenemos problemas si se trata de experimentar con un poco del incompetente neofascismo de un personaje tan grotesco e ignorante como el presidente Donald Trump, incapaz de manejar ya no se diga medianamente bien la actual pandemia… que fuera al menos capaz de manejarla sin envenenar a una parte de su población, al sugerir hace unos días que para curar el virus SARS-CoV2 se podría experimentar inyectándole desinfectantes para el hogar a las personas… ¿Y dónde pensará el presidente de EU que se pueden hacer esos experimentos? ¿En Auschwitz quizá?
Dejemos de lado el deterioro cognitivo de Joe Biden, el cual ha sido evidente para todos los que han seguido cada una de sus tortuosas intervenciones en público, al grado de que el sitio de noticias Politico ha llamado a esta la “elección de la demencia senil”. Dejemos de lado la inmoralidad de que su hijo, Hunter Biden, recibiera un cargo como miembro del consejo de administración de una de las empresas privadas de gas más importantes en Ucrania, Burisma Holdings, poco después de que el todavía vicepresidente Biden había amagado con retirar las garantías que EU otorgaba a Ucrania para que el Fondo Monetario Internacional mantuviera el mecanismo de crédito que le había aprobado a ese país desde 2015. Dejemos de lado la política segregacionista que Biden apoyó en los 1970s, sus políticas de desregulación de Wall Street en los 1990s (tome un respiro, ya falta poco), su apoyo a la guerra de Irak en 2002, las más recientes mentiras (¿imaginadas?) que ha contado, en donde por ejemplo, afirmó que había sido arrestado en Sudáfrica al tratar de visitar a Nelson Mandela en la cárcel… No, centrémonos por un momento solamente en el tema de mayor actualidad.
La acusación de acoso sexual en contra de Joe Biden por parte de Tara Reade, una de sus asistentes en los 1990s, cuando Biden era senador por Delaware, se conoció en su totalidad a finales del mes de marzo de este año (días 24 y 25 para ser exactos), por dos periodistas de medios distintos: Ryan Grim, de The Intercept (quien también reveló la acusación de acoso sexual que hizo Christine Blasey Ford contra el ahora juez de la Corte Suprema, Brett Kavanaugh) y la periodista Katie Halper, quien al día siguiente entrevistó a Reade en su programa semanal para la radio WBAI, de Nueva York.
La historia ha sido cubierta, corroborada y extendida por otros periodistas en distintos medios alternativos, sin embargo, hasta hace unos cuantos días, los medios de comunicación dominantes prácticamente habían “ignorado” la historia por completo. No es que no hayan tenido tiempo de hablar de la campaña presidencial de Biden. Al contrario, como bien hace notar Arwa Mahdawi para The Guardian, prefirieron centrarse en temas como: “El top 10 de mujeres que Joe Biden podría elegir como vicepresidente” (CNN) y “El círculo íntimo de Joe Biden ya no es solo un club de hombres” (AP), ambos del 26 de marzo.Pero eso fue solo el principio: Biden tuvo una de las acostumbradas asambleas (town halls) televisadas (de 1 hora, con más de 20 preguntas) el 27 de marzo en CNN; Chuck Todd lo entrevistó en el programa “Meet the Press” de NBC el 29 de marzo; Katy Tur lo entrevistó el 30 de marzo en su programa de MSNBC y Brian Williams de la misma cadena lo entrevistó al día siguiente; CNN lo volvió a entrevistar en el programa de Brooke Baldwin el 31 de marzo; George Stephanopoulos lo entrevistó en ABC el 5 de abril y Craig Melvin de NBC el 7 de abril. Tantas apariciones… y ni una sola pregunta sobre la acusación de Tara Reade. ¿Qué curioso, no?
Una coincidencia más: el 8 de abril, Bernie Sanders anuncia que se retira de la carrera por la candidatura presidencial. ¡Por fin! A muchos ejecutivos en Wall Street les regresó el alma al cuerpo. Pero, esperen… desde hace más de dos semanas, el virtual candidato presidencial del Partido Demócrata está siendo acusado de ser un pussy-grabber, al igual que Trump. ¿No sería necesario hacer una investigación un poco más profunda al respecto antes de que el Partido Demócrata tome cualquier decisión? ¿No deberían los medios sonar la voz de alerta e informar al electorado, oír las versiones de la parte acusadora y la versión del acusado? ¿No habría que demandar que se lleve a cabo una investigación apartidista que trate de corroborar o desmentir dichas denuncias? Inserte aquí un bello canto de grillos nocturnos.
No es sino hasta el 12 de abril (casi 20 días después de las primeras publicaciones, vaya rapidez para dar las noticias) que The New York Times se atreve a escribir un artículo (por cierto, solo su abuelita les podrá creer que ese tiempo les tomó preparar la nota), el cual resumió en un lamentable tweet (que después tuvo que ser borrado debido al escándalo que provocó): “No encontramos ningún patrón de conducta sexual inapropiada por parte de Biden”. Una nota que además fue editada a solicitud de la gente en la campaña de Biden, según lo corroboró el editor ejecutivo del periódico, Dean Baquet. Parece que The New York Times estuviera tratando de ganarse otro Premio Pulitzer con tan excelentes prácticas de investigación periodística.
Con datos del Media Research Center: hasta el 27 de abril, el total de minutos de cobertura que recibió el caso de Tara Reade en las cadenas ABC, CBS, NBC, PBS y MSNBC ascendió a 12 minutos y 25 segundos. CNN empezó a cubrir la historia hasta el 25 de abril (15 minutos de cobertura en total en esos tres días), cuando de nuevo, Ryan Grim de The Intercept y el Media Research Center revelaron un video de la propia cadena que corroboraba la versión de Reade. Se trata de un extracto del programa “Larry King Live” de 1993, al que la mamá de Tara Reade, Jeanette Altimus, habló anónimamente para pedir algún consejo, pues su hija había tenido una “experiencia negativa con un prominente senador”. ¡Así que otros periodistas tuvieron que hacerle el trabajo a CNN y sacarles la información que mantenían bien guardada en sus archivos, pero qué ironías de la vida!
La información alrededor del caso ha ido creciendo y más por obligación que por otra cosa, los medios han tenido que empezar a hablar del tema y a desmarcarse de su evidente encubrimiento inicial en favor de la campaña de Biden. El miércoles 29 de abril, el consejo editorial de The Washington Post finalmente publicó una editorial en la que sugiere que Biden debería hacer públicos sus registros senatoriales, en caso de que efectivamente se haya archivado la denuncia administrativa que Tara Reade interpuso en aquel tiempo.
Finalmente, después de 38 días (el viernes 1 de mayo), una cadena, MSNBC, en el programa “Morning Joe” con Joe Scarborough y Mika Brzezinski, se atrevió a entrevistar a Joe Biden y preguntarle directamente sobre la acusación de Reade. Hasta el día de hoy seguimos esperando (sentados y pacientemente, quizá durante otros 38 días) que entrevisten a Tara Reade, para que podamos escuchar en alguno de los medios dominantes “progresistas” su versión de los hechos.
Un fenómeno similar puede verse respecto de las organizaciones en favor de la mujer, quienes han permanecido prácticamente todas en silencio, incluyendo algunas de las más prominentes, como Emily’s List, Planned Parenthood Action Fund, NARAL Pro-Choice America y National Organization for Women. ¿Qué habrá pasado? ¿Será que el ratón (o en este caso, el burro) les comió la lengua?
Hasta el domingo 3 de mayo, el presidente del Comité Nacional Demócrata (DNC), Tom Perez, afirmaba que no tenían pensado instaurar un panel de investigación independiente para investigar el caso, como lo propuso el consejo editorial de The New York Times en su editorial del 2 de mayo.
La Convención Nacional Demócrata, el evento en donde los delegados del partido formalmente eligen a su candidato presidencial, ha sido pospuesta por la pandemia hasta los días 17-20 de agosto. La pregunta ahora es: ¿puede aguantar Biden por tanto tiempo la presión pública después de esta acusación (esperando, por supuesto, que no surjan otras denuncias)? ¿Y qué harán si no aguanta la presión? ¿Con quién lo reemplazarán, visto el auténtico pánico que le tienen las élites corporativas a Bernie Sanders, quien ahora tiene el segundo mayor número de delegados de cara a la Convención Nacional?
Los milagros políticos “le suceden” a Joe Biden (o ‘Sleepy Joe’, como le llama Trump, muy acertadamente la verdad sea dicha), pero no son en absoluto virtudes del propio candidato o de su equipo de campaña. Estos milagros parecen más obra de la “mano invisible del mercado”, digamos.
Las élites corporativas de Wall Street que manejan los hilos del Partido Demócrata lo eligieron prácticamente de emergencia, durante las 72 “milagrosas” horas previas al supermartes (cuando se deciden un tercio de los delegados que votan en la Convención Nacional de agosto), pero antes de eso, se daba prácticamente por muerta a la campaña de Biden, un candidato hueco, sin entusiasmo, que no había ganado una sola elección primaria estatal en su vida, en su tercer intento por buscar la candidatura presidencial.
La operación previa al supermartes no fue fácil e incluso se requirió que interviniera más de la cuenta el expresidente Barack Obama en persona, quien supuestamente pensaba mantenerse al margen de la contienda interna en su partido. A partir de ahí, los demás candidatos fueron cayendo como moscas, incluido Michael Bloomberg, la novena persona más rica del planeta y que gastó más de 900 millones de dólares (sí, leyó usted bien) para financiar la que es ahora la campaña más cara en la historia de EU. Así de controlados tienen a los políticos en Washington (y no solo ahí).
El segundo “milagro” fue este curioso silencio sepulcral en torno al caso de Tara Reade y del control sobre los medios de comunicación dominantes mejor ya ni hablamos. Pero la hipocresía de todos los involucrados ha quedado una vez más al descubierto, al tiempo que al brillante Partido Demócrata se le cae el tinglado, con la elección presidencial cada vez más cerca. Evidentemente, no aprendieron nada del 2016. Cuatro años para prepararse con su mejor candidato posible… y salieron con esto.
Tal pareciera que se requerirá de un tercer milagro, como puede ser la actual pandemia / recesión económica y los errores cometidos por Trump, para que Joe Biden llegue a ser presidente. Pero nada de eso depende de él, porque si dependiera de él y se tuviera que enfrentar en la elección general en condiciones normales contra Trump, eso sería un viaje al matadero.
Somos testigos de tiempos extraordinarios y la acelerada decadencia de la élite en la otrora superpotencia mundial nos revela espectáculos cada vez más deprimentes. ¿Pero qué esperaban? ¿Dejar que un candidato progresista se quedara con la candidatura presidencial? Over our (too literally) dead bodies!