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No, Dios y Rumsfeld no son lo mismo

Los niños de Irak no hacen ruido al caer

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Nadie ha dicho que con la muerte venga el silencio. «Gritando de miedo, niños paralizados en un refugio para discapacitados y enfermos mentales en Galle, Sri Lanka, yacían indefensos en sus camas mientras el agua de mar subía a su alrededor.» El informe de CNN suena como el libreto de una película de horror. Una niña inválida crece, indigente, en un hogar para sordos, ciegos, dementes y, por si fuera poco, ancianos discapacitados (¿Qué más puede desear una niña?). Al final de una breve vida que pasó preguntándose por qué nadie jamás se preocupó de ella, la niña llega al punto final de su bienaventurada existencia y se ahoga, atada a su silla de ruedas.

Una tragedia no necesita ser demasiado ingeniosa. El duelo abarca la solemnidad de la muerte, pero rehuye un libreto desmesurado. Cuando parecería que el destino cruza la frágil línea entre la crueldad y el sadismo, el pesar se convierte en cólera. Esperamos que, en la misa funeraria, el organista interrumpa a Bach a mitad de camino, alce sus ojos al cielo y grite: «¡Basta!»

Voltaire tuvo su momento de decir «¡basta!» después del terremoto de Lisboa de 1755, al sugerir que tal vez la bondad de Dios supremo no sea tan buena como se dice. Hoy en día, la irreverencia religiosa no está tan de moda. Pero la piedad no fue siempre tan dócil. La historia ha sido increíblemente generosa con toda clase de personajes que han levantado la voz ante el Todopoderoso. Pensemos en Job, Jonás, Jeremías, y Jesús sobre la cruz, y eso para no hablar más que de la letra J. Una o dos veces, la disputa llegó a descontrolarse: Nietzsche mató a Dios; y Richard Rubenstein vio en Auschwitz la confirmación de su muerte. Hay que reconocer que reconciliar el Holocausto con un dios justo y omnipotente es una variación interesante de la cuadratura del círculo o, ya que Miklós Laczkovich realmente logró hacer precisamente eso [1], digamos que es un simple recuerdo de que los dioses pueden morir, pero que los debates teológicos nunca lo hacen.

Mi propia reacción al informe de CNN no fue de lejos tan edificante. «¿Por qué iba a comportarse Dios como Don Rumsfeld?» me pregunté. Mientras la niña lisiada se retorcía en agonía, me imaginé a Dios murmurando «son cosas que pasan».

¡Pobre de mí! Comparar a Dios con Rummy es peor que una blasfemia: es injusto. Después de todo, Dios no intimidó a los medios para que decoraran nuestras pantallas de televisión con sonrisas beatíficas de acicalados pavos reales que nos calmaran diciendo que las olas inteligentes ahogan sólo a terroristas, no afectan a los inocentes, divierten a los niños, y suministran el agua tan ansiada a regiones afectadas por la sequía. A Dios lo acusan de muchas cosas, incluso de que está muerto, pero rara vez de que sea mentiroso.

La mendacidad, por otra parte, es la moneda de reserva de esta administración. Su truco de marqueteo: «Dadnos vuestros votos; nosotros os daremos nuestras mentiras». Del eje ficticio Sadam-al Qaeda, a las halagüeñas puestas al día sobre la conversión de Irak en una Suiza del Medio Oriente, de los falsos cuentos de las ADM a la promesa de que la democracia es el futuro de la región (y lo seguirá siendo para siempre, agregarán los cínicos), la bendición ha sido, digamos, generosa.

La recaudación no ha sido menos efusiva. Aunque las vociferaciones histéricas a favor de la guerra nunca excedieron, en dignidad, a los ladridos de un chihuahua atacando una hamburguesa, encontraron sólo una resistencia extremadamente sumisa de empalagosos medios dominantes. Los halcones favorables a la guerra encontraron poderosos apoyos en el New York Times, que se mostró contentísimo de hacer eco a las engañosas historias inventadas en la Casa Blanca y de trabajar de chulo para la Casa más Divertida en Babilonia de Judith Miller* (en la que tilín-tilín significa ADM).

Ya que el proxenetismo es un negocio tan caprichoso, no tardará mucho antes de que los medios de En-Bush-Confiamos se pongan en contacto con su peacenik [pacifista] interno y apunten un dedo acusador a la pose de mediocridades visionarias que nos causaron un caso de síndrome iraquí. Sin duda, algunos de los neoconservadores se negarán a bajar a sus tumbas con la palabra «perdedor» grabada en una placa de bronce sobre sus ataúdes; así que no se sorprendan si nos hacen un McNamara y nos piden humildemente perdón. Como somos gente de alma generosa, es decir, que sentimos una debilidad por aduladores abrazos masivos, es natural que lo hagamos.

Somos tan simplones.

La abyecta rendición de los medios produjo muchas ilusiones en el público, tan ansioso de que el que matamos sea el que debe morir. Sí, sí, ocasionalmente arrasamos la casa equivocada e incineramos a sus ocupantes, pero sólo se trata de «fuego amigo». (Una hermosa frase, como la que más: Escuchemos al cirujano que amputa la pierna equivocada y que le dice a su paciente que fue una «amputación amistosa».) Pero, a pesar de todo, dejando de lado la amistad, nuestra maravillosa tecnología bélica nunca deja de separar la paja del trigo, a las madres de niños de pecho del decapitador demente. En eso creemos, en todo caso.

The Lancet, ese periodicucho-que-odia-la-libertad, se permite no estar de acuerdo. Calculó que nuestras bombas súper-mensa, de elevado CI, han matado a 100.000 civiles [2]. Iraq Body Count [Recuento de Cuerpos Iraquí], que juega al optimismo ficticio evitando extrapolaciones, informa de la muerte de 600 no-combatientes durante nuestra última gira de buena voluntad por Faluya (candidata para ser re-bautizada como Grozny del Éufrates)[3]

Y luego tenemos a la niña iraquí, con sus manos bañadas en la sangre de su padre muerto, cuyo pequeño hermano todavía no comprende que su infancia acaba de terminar.

Por temor de perder la vida, soldados de EE.UU. mataron a los padres en el asiento delantero del coche familiar. Probablemente vivirán noches pobladas de demonios. Son cosas que pasan… Rumsfeld y Wolfowitz, Dios los bendiga, dormirán bien esta noche.

Las guerras nunca dejan de producir su parte de líneas impactantes. Tommy Franks se aseguró de que la siguiente no fuera una excepción: «No contamos los cuerpos», graznó el general, que en realidad quería decir que no hace «recuentos de cuerpos de piel oscura» (cuenta perfectamente los otros). Por suerte no dirige un periódico sueco, o hubiera dedicado su primera plana al titular: «Tsunami mata a 2.000 suecos y a algunos nativos». En honor a la verdad hay que reconocer que Franks recordó la última vez que hizo recuentos de cuerpos, Vietnam, y lo bien que todo terminó. Pero en la actualidad, el pensamiento táctico incluye un tremendo arsenal de desmentidos saturados de sentimientos de superioridad moral. No contamos a los niños que matamos por el mismo motivo por el que los monstruos no compran espejos. Así pasan por la vida pensando que son ángeles.

Hemos destruido vidas inocentes en cantidades con las que insurgentes y terroristas sólo podrían solar. Pero apartamos los ojos. Enterramos nuestras cabezas en la arena y hacemos la vista gorda ante nuestra cobardía moral, realizando el extraordinario truco de ser avestruces y gallinas al mismo tiempo. Este milagro ornitológico se lo debemos a la inexorable fragilidad de las ilusiones humanas. Para citar a James Carroll, «apartamos los ojos porque la guerra es un abismo moral. Si nos atrevemos a mirar, como dijo Nietzsche, el abismo nos devuelve la mirada». George Bush, el filósofo, ha puesto al día el acertijo de Berkeley: ¿Gritan los niños iraquíes cuando caen las bombas si no hay nadie en la Casa Blanca que los escuche?

La celebridad del mes, la víctima del tsunami, ha acaparado los titulares en los periódicos en todo el país con fotos a plana entera de madres llorando y de cadáveres flotantes, que hacen sentir un nudo en el estómago. Como sus olvidados hermanos iraquíes, la víctima nos recordó que la calamidad siempre golpea primero a los pobres, los enfermos, y los desvalidos. Son invariablemente los que tienen menos que perder los que pierden más. En el gran banquete de los cataclismos, los ricos occidentales son los últimos en ser servidos. Bush quisiera que creyésemos que hemos sufrido tanto por el terrorismo que el mundo nos debe compasión eterna. En realidad, nuestra instalación en la Galería de la Fama de la Miseria aún tardará bastante en ocurrir. Con nuestra continua ayuda, sin embargo (mimando a Sadam cuando mataba iraníes con gas, imponiendo sanciones que mataron a medio millón de niños, y combatiendo dos guerras en doce años), Irak ingresó instantáneamente. ¿Quién dijo que no poseemos un gran corazón?

No Condoleezza Rice: «Estoy de acuerdo en que el tsunami fue una maravillosa oportunidad para mostrar no sólo al gobierno de EE.UU., sino el corazón del pueblo estadounidense, y pienso que ha reportado grandes dividendos para nosotros» [4] Y, estoy ansiosa de que venga el próximo, podría haber agregado nuestra máxima diplomática.

Mientras contemplaba a Colin Powell, con su calculadora en mano, sumando los beneficios geopolíticos de nuestra generosidad, y diciéndonos cuán horrorizado, horrorizado, estaba por la devastación del tsunami, casi pude escuchar las Bienaventuranzas del Evangelio-Según-Bush: «Bienaventurados sean los niños tragados por el mar, porque pulsarán las cuerdas de nuestros corazones. / Malditos sean los niños cuando estallan nuestras bombas, porque rondarán por los oscuros callejones de nuestra indiferencia.» Hemos sido el tsunami de Irak. Pero no hay que esperar ninguna campaña caritativa, ningún minuto de silencio, ninguna bandera a media asta: nada que permita que la vergüenza enseñe su feo rostro.

Con la reelección de Bush, EE.UU. tiene ahora el presidente que merece. Y si usted llegara a pensar que la Señora Libertad, toda emperifollada con lo último en modas de Abu Ghraib y Guantánamo, se parece un poco a una puta vieja, no precisa que pregunte quién contrató a su chulo: lo hicimos nosotros.

La liberación de Irak comenzó con bombas aéreas inteligentes que se estrellaban en Bagdad. Deberíamos haberlo sabido mejor. Las liberaciones que comienzan con una recreación del 11-S pocas veces terminan bien.

29-30 de enero de 2005

Notas:

[1] Laczkovich, M. Equidecomposability and discrepancy; a solution of Tarski’s circle-squaring problem, J. Reine Angew. Math. 404 (1990), 77-117.

[2] 100,000 Civilian Deaths Estimated in Iraq, by Rob Stein, Washington Post, 29 de octubre de 2004.

[3] Iraq Body Count Falluja Archive, www.iraqbodycount.org, 2004. http://www.iraqbodycount.net/resources/falluja/

[4] Audiencia de confirmación en el Senado de la Dra. Rice, Agence France Presse, martes 18 de enero de 2005. http://www.commondreams.org/headlines05/0118-08.htm

* Periodista de New York Times, N.d.T.

Bernard Chazelle es profesor de ciencias informáticas en la Universidad Princeton y autor de «The Discrepancy Method: Randomness and Complexity». Su correo es: [email protected]
Este artículo y otros se encuentran en el sitio en la red del profesor Chazelle.
http://www.counterpunch.org/chazelle01292005.html