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Los topos en la guerra sucia contra ETA: tres décadas de espionaje y clandestinidad policial

Fuentes: El Salto

Hordago-El Salto recopila más de una decena de casos que muestran cómo los aparatos del Estado reclutaron a ultraderechistas, mercenarios extranjeros, topos de la Policía Nacional, la Guardia Civil, el Ejército e incluso del CNI contra la organización y su entorno.

Los cuerpos de seguridad del Estado formaron a topos para infiltrarse en ETA y recabar información cualitativa sobre el independentismo en Euskal Herria. A finales de la década de los años noventa, tras estallar varios procesos judiciales contra el terrorismo de Estado, sofisticaron el método de infiltración. Hordago-El Salto ha podido recopilar más diez casos en los que se empleó este opaco operativo, al límite de la inducción al delito en el marco de la lucha antiterrorista, contra una organización que anunció el “final de su trayectoria” en mayo de 2018

Las infiltraciones en movimientos sociales, en organizaciones políticas y sindicales, o en entornos militantes en general, han sido una herramienta del aparataje del Estado de la que esta institución nunca se ha alejado. Fueron normales, y estuvieron más o menos planificados, durante la dictadura. Se dieron de forma sistemática, organizada y estratégica durante las décadas de los años setenta, ochenta y noventa. 

Este es un itinerario histórico por solo algunas de las infiltraciones que se dieron en el entorno de ETA, que fueron la simiente para la optimización (y legitimación, vía epopeyas) del despliegue policial indiscriminado más allá de la desarticulación del grupo armado. La infiltración también fue utilizada en otros rincones de la península para hacer frente a cualquier atisbo de desobediencia o disidencia: centros sociales, agrupaciones políticas no institucionales, movimientos populares…

Familias como la de ‘Naparra’, con 43 años de búsqueda del cuerpo de su ser querido, se vieron hundidas por la colaboración de agentes dobles en una guerra en la que todo valía. Los aparatos del Estado no solo reclutaron a ultraderechistas o mercenarios extranjeros, hubo topos vinculados a la estructura policial, la Guardia Civil, el Ejército e incluso al Centro Nacional de Inteligencia, como pudieron comprobar periodistas e investigadores. Además, captaron colaboradores en el entorno independentista y, a cambio de la información que pudieran aportar, ofrecían impunidad. Según las mismas informaciones, también contactaron con miembros de la delincuencia organizada.

Plan Udaberri: legitimación 

El objetivo del Plan Udaberri (en castellano, udaberri es primavera) era eliminar la “subversión». Elaborado en diciembre de 1969 fue la base para legitimar y articular el despliegue de una red de espionaje y actuación policial clandestina a medida de Euskal Herria. ETA comenzaba su actividad armada contra el Régimen, mientras el Partido Comunista, aunque sin un visible apoyo en las calles, trataba de movilizar a las masas para propiciar el fin de la dictadura y la mejora de la vida de los trabajadores (con dos huelgas generales, una adjetivada como política y otra como pacífica). El clero activista, según el Plan Udaberri, también debía ser controlado. Decía el informe que había que cortar el “virus separatista”, afirmando que “parece indispensable coordinar la acción física tendente a la eliminación de los activistas con la psicológica que busque privarlos de sus apoyos de masas y sembrar la división entre los principales focos subversivos (ETA, Partido Comunista y clero activista)”. La juventud y la población inmigrante también era tachada como peligrosa.

Julio Lisandro Cañon Voirin y César Manuel Román han compilado e investigado la represión del Estado. Afirman que el Plan Udaberri se desarrollaba no solo en el ámbito militar-policial, también en el cultural, económico y político. Sin duda, el elemento característico del Plan Udaberri era la actuación clandestina para desarticular desde dentro, conociendo los mecanismos, las organizaciones antifranquistas del momento. Con especial fijación por ETA, donde se pretendía la infiltración, primero, y captación, después. 

El Plan Udaberri tuvo su extensión en la Operación Pancorbo por la que, en 1975, las fuerzas policiales decidieron “establecer en una vivienda de esa misma localidad burgalesa, fronteriza con Euskal Herria, un ‘chupadero’ en el argot, un lugar para interrogar a los activistas vascos secuestrados”, como contaba Iñaki Egaña, historiador. Se consolidaba una dinámica de infiltración de las líneas enemigas de la que Hordago-El Salto ha recopilado más de una decena de casos, durante un largo periodo en el que agentes encubiertos y miembros de la extrema derecha eran topos dentro de ETA. 

‘Cocoliso’ 

José Luis Arrondo, al que apodaban ‘Cocoliso’, se hacía pasar por refugiado político en San Juan de Luz y Biarritz. La realidad es que era un ultraderechista de Fuerza Nueva que llevó a dos jóvenes (José Luis Mondragón y Roque Méndez) a una muerte segura, como recoge un estudio avalado por el Gobierno Vasco donde se apunta a la necesidad de una mayor investigación. Habían dejado ETA (o por lo menos se habían alejado tras su exilio) en 1970 y 1973, respectivamente. La policía esperaba a los tres jóvenes, que llegaban en zódiac a las playas de Hondarribia, para ametrallarlos. Ocurrió el 20 de mayo de 1975. ‘Cocoliso’ fue el único que salió con vida y se le perdió la pista durante alrededor de dos años, cuando la policía francesa, en un control de carreteras, le pilló con explosivos, armas y un listado con datos de militantes de ETA. 

Investigaciones posteriores apuntaron a que la ejecución que facilitó la infiltración, por un lado, era una acción extrajudicial, y por otro, que se trató de una vulneración del derecho a la vida totalmente injustificada. “Fue quien les condujo al lugar”, recoge Retratos municipales de las vulneraciones del derecho a la vida en el caso vasco, publicación impulsada por el mismo Gobierno Vasco. A pesar de ello, no hay ni investigación ni culpables.


‘Cocoliso’, nacido en Erandio, no cejó en su cuestionable aportación. En 1977 amenazó con una pistola a unos manifestantes pro-amnistía que estaban encerrados y en huelga de hambre en la basílica de la Parte Vieja de Donostia. Llegó a disparar al aire, según las crónicas de la prensa del momento. 

De ‘Cocoliso’ también se sabe que instruyó e introdujo en el circuito policial a Ignacio Iturbide, quien junto a Ladislao Zabala, ambos ultraderechistas del Batallón Vasco Español (BVE), es responsable de siete muertes (y según algunos, de una octava y una novena) en el llamado Triángulo de la Muerte (Urnieta, Hernani y Andoain). Fueron condenados a 231 años de prisión por la Audiencia Nacional aunque solo cumplieron diez y once, respectivamente. La séptima víctima sería David Salvador, un taxista de Hernani encontrado muerto en Andoain en 1977. La Triple A (posteriormente BVE) se hizo cargo de la misma; ni Iturbide y Zabala no fueron imputados por su muerte. El primer asesinato que se les atribuye es el de Javier Ansa, dos años después, en 1979. Así lo recoge el documental Heriotzaren Triangelua.

La novena víctima fue Bittor Fernández Otxoa que quedó tetrapléjico al recibir los disparos de Iturbide mientras trabajaba en su bar de Hernani. Murió 14 años después, afectado físicamente. “Ladislao Zabala Solchaga e Ignacio Iturbide Alkain fueron los autores del atentado”, informaba su familia en una entrevista en Hitza, periódico de Gipuzkoa. Fueron detenidos por prender fuego a la sede del partido comunista en Donostia, entre otras cosas, también según la familia de Fernández Otxoa.

Descarga de la Revista Ardi Beltza

Ignacio Iturbide pasó a trabajar para una importante banda de atracadores. Tras una delación de un compinche, la revista Ardi Beltza lo localizó en Bilbao en 2001. Doce años más tarde, su cadáver fue localizado en las inmediaciones del barrio bilbaino de Otxarkoaga. Por su parte, ‘Cocoliso’ participó en el mediático atraco comandado por ‘el Dioni’ en julio de 1989, pero nunca fue juzgado. Murió en octubre de 1989, en un accidente de tráfico ocurrido en el término municipal de Vélez-Málaga cuando viajaba, en compañía de su esposa, a bordo de un Mercedes.

‘El Lobo’

Se le conoce como ‘El Lobo’, pero se trata de Mikel Lejarza, natural de un caserío del municipio vizcaíno de Areatza, vivió en Basauri. Este ha sido, al menos hasta ahora, el caso más mediático de todos. Lejarza se infiltró en ETA político-militar y llegó a estar relacionado con miembros de la dirección de la organización. Se le atribuyen 100 detenciones y ETA le responsabilizó de la muerte de varios de sus militantes. Cambió de identidad y pasó a llamarse Gabriel Sánchez, Más tarde, Lejarza estuvo escondido en México una temporada con ayuda de los aparatos del Estado. Le han dedicado infinidad de reportajes, documentales y libros. Investigadores como Xabier Makazaga han apuntado que Lejarza fue asesinado y suplantado, es decir, otra persona ocupa el lugar de ‘El Lobo’ en sus últimas apariciones en las que esconde su rostro alegando que se ha hecho varias operaciones de cirugía estética para no ser identificado. 

En cambio, el periodista Pepe Rei publicó en el año 2000 que había localizado a Mikel Lejarza en San Cugat del Vallés, ciudad desde la que ‘El lobo’ había hecho incursiones en el mundo de la prostitución, la pornografía y las escuchas telefónicas para las cloacas del periodismo. Con la ayuda de un periodista catalán y una periodista vasca, Pepe Rei estuvo a punto de conseguir unas fotografías de Lejarza, quien huyó al ser alertado de la presencia de estos en las inmediaciones de su residencia.

En 2018, la Sala de lo Contencioso del Tribunal Superior de Justicia de Madrid desestimó el recurso de un “miembro del CESID infiltrado en la organización terrorista ETA”, que había dado “ocasión a la detención de numerosos activistas en Madrid y Barcelona”. Se trataba de un recurso contra la denegación de un permiso de armas. En un informe del “Teniente Coronel Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid” y otro “informe del CESID” se recogía que estaba amenazado de muerte por la citada organización. Para ello, aportaron “los pasquines que se distribuyeron por todo el País Vasco con su efigie y la amenaza concreta”, en clara referencia al cartel distribuido por ETA con la fotografía de Lejarza.

Jokin Azaola, ¿infiltrado o arrepentido?

ETA tenía un plan para secuestrar a Juan Carlos de Borbón en 1974, entonces príncipe y sucesor en la jefatura del Estado franquista español. El bilbaíno Jokin Azaola, quien había vuelto de su exilio en 1968 y se había integrado en ETA, desveló a la Policía española los planes de la organización. Nacido en 1923 en Bilbao, estudió en el colegio Santiago Apóstol y, cuando cumplió 34 años, se fue a trabajar a Francia en una fábrica de Renault enclavada en las inmediaciones de París.

Periodistas e historiadores no han sabido aclarar si se trata de un miembro de ETA arrepentido o un infiltrado por las fuerzas policiales. Sobre todo, porque pasó nueve meses en prisión por su implicación en el secuestro del empresario industrial Lorenzo Zabala en 1972. ETA lo mató en 1978 en Getxo cuando se dirigía a trabajar a su puesto en Mecánica La Peña.

El caso ‘Escaleras’

Oriundo del barrio Beraun de Orereta, sin ser policía profesional, Julio Cabezas Centeno, alias ‘Escaleras’ estaba infiltrado en los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Los Comandos Autónomos Anticapitalistas, conocidos como “los autónomos”, fueron una serie de organizaciones que nacieron al calor de la movilización obrera. Sus miembros lo alertaron: había un topo entre ellos. El topo era Julio Cabezas Centeno. “Lo denunciaron como topo por varias razones, entre otras, siempre en palabras de los autónomos, porque no argumentó razones claras para refugiarse [en Iparralde], varias de las cosas que él dijo no eran verdad y al parecer, lo vieron en la Comisaría de Policías de Donostia charlando de forma amistosa con un policía”, según Xabier Letona, periodista de Argia.

En los autónomos militaba José Miguel Etxeberria, ‘Naparra’, al que sus familiares siguen buscando tras más de 40 años. Naparra, que había pasado por ETA, pasó a los autónomos y se refugió en Iparralde. Los autónomos buscaban el socialismo y la independencia, pero “tenían como base las asambleas de trabajadores y el eje principal de su actividad era el anticapitalismo”, como expresa Letona.

En una reunión de los autónomos donde pusieron a ‘Escaleras’ entre la espada y la pared, ‘Naparra’ fue el que más confrontó con las mentiras de quien consideraban un topo. Ante la posibilidad de incluso no dejarle salir con vida de allí, ‘Escaleras’ amenazó con que había informado de la reunión y “caerían todos”. Colaborador del miembro de los GAL Víctor Manuel Navascués, ‘Escaleras’, adicto a la heroína, falleció en Irun en 1991.

La prima de ‘Escaleras’ estaba casada con el calificado como sórdido paramilitar de la OAS francesa, Jean-Pierre Cherid, vinculado a todos los grupos de la extrema derecha del momento y destacado participante del terrorismo de Estado. Esta vinculación entre Cherid y ‘Escaleras’ podría ser la explicación de la falta de investigación en el caso ‘Naparra’. “Escaleras es responsable directo”, recoge el documento Clarificación del pasado, también del Gobierno Vasco. Fue el Batallón Vasco Español (para Eneko Etxeberria, hermano de ‘Naparra’, así como para otros familiares de víctimas, el GAL y el BVE son lo mismo con diferentes siglas) quien reivindicó el secuestro del joven el 11 de junio de 1980 (y su posterior asesinato) con dos llamadas telefónicas al diario Deia

Naparra
Foto: José Miguel Etxeberria, Naparra. Argia

Bárez: marino e infiltrado

Se hizo pasar por el marino mercante Alberto Etxebarria, pero nació en Elgoibar con el nombre de Lorenzo Bárez en el seno de una familia de guardias civiles. Desfiló por las tramas de los GAL, por el cuartel de Intxaurrondo y estuvo infiltrado en los entornos de la izquierda abertzale. “Nunca olvidaré cuando me despertaba muchas mañanas y, durante unos segundos, no sabía quién era”, recoge como testimonio el libro En toga de abogado

Bárez, distinguido por el Ministerio de Interior con la Cruz con distintivo rojo en 1980, coincidió en la escuela con Arnaldo Otegi, como apuntó Pepe Rei en su libro Egin investigación: otra forma de periodismo. En uno de sus pasos por Intxaurrondo, también según la información de Rei, Bárez, quizá recordando los recreos de la niñez compartida, le ofreció una lata de Schweppes a Otegi, como queriendo ayudarle a pasar el mal trago. 

La Guardia Civil tenía constancia de que un grupo de la izquierda abertzale iba a viajar a la Feria de Abril de Sevilla en autobús. Lorenzo Bárez, junto a al menos otro infiltrado, se sumó al viaje. Se había aprendido canciones tradicionales en euskera para no ser descubierto durante el largo periplo. Se narra que en una caseta de la feria comenzó a cantarse la canción ‘El Vals de Carrero’, cuyo estribillo dice: “Y voló, y voló…”. El jolgorio puso sobre aviso a la Guardia Civil que, ante el escándalo, quiso llevarse al infiltrado, que se encaró con los agentes. Así consiguió, definitivamente, meterse en el bolsillo al grupo de abertzales. 

La infiltración de Lorenzo no era diaria. Desaparecía algunas semanas excusándose en su supuesta profesión como marino. Su actividad clandestina tuvo lugar entre 1989 y 1992. Fue acusado de dar una paliza a un testigo protegido en 1996, por lo que fue detenido en Guatemala por orden judicial. El testigo protegido aseguró ante la Audiencia Nacional que Bárez le contó que los agentes que participaron en el secuestro, tortura y asesinato de Lasa y Zabala fueron agentes del cuartel de Intxaurrondo, y le incriminaron por su relación con la guerra sucia. 

Bárez, ya como teniente coronel en Cantabria, declaró en 2018 porque un subordinado suyo fue acusado de beneficiar a los camiones de la empresa de transportes de su mujer desde su puesto en el Centro Operativo de Tráfico, como contaba la prensa regional.

La foto de jura de bandera de Anido

A José Antonio Anido, alias Joseph Anido, lo descubrieron por las fotos familiares en las que aparecía uniformado. Actualmente, tras ser herido con disparo de bala en 1999 en Bogotá, está en paradero desconocido. En Colombia, bajo el nombre de Antonio Cabana, desempeñaba labores de seguridad en torno a un maletín con cinco millones para uso diplomático. El diario El Mundo atribuyó el tiroteo a un ataque de guerrilleros colombianos.

Nació en Estrasburgo, aunque sus padres eran gallegos. Tras cumplir el servicio militar como Guardia Civil auxiliar en 1989 e incorporarse más tarde a la Academia militar de Baeza, se infiltró en ETA durante los noventa. Para ganarse la confianza hacía traslados de militantes de la organización, tareas logísticas. Entre otros, ayudó a desplazarse a Mikel Antza. Cuando trataba de localizarle, un amigo euskaltzale se acercó a casa de sus progenitores, se fijó en una foto ubicada en la cómoda del salón. Y allí estaba José Antonio Anido besando y jurando la bandera de la Guardia Civil, con su brillante tricornio. Desapareció, claro, destino a una embajada española en Colombia, donde desempeñó funciones de agente especializado en la lucha contra la guerrilla, según publicó el periodista Pepe Rei.

“Miembros de la Unidad de Servicios Especiales (USE) me hicieron una entrevista en la misma academia y me ficharon”, contaba. “Empecé introduciéndome en los ambientes relacionados con Iparretarrak (IK), donde yo era un insumiso y un borroka más; fumaba porros, escuchaba reggae…, lo que exigiera mi cobertura, la que habíamos preparado minuciosamente durante meses y que se había convertido en mi nueva vida”, contaba el infiltrado en un testimonio inédito en 2017. 

El periodista Pepe Rei aseguraba que Anido había sido el espía con mayor preparación. La revista Ardi Beltza lo localizó en Madrid en el año 2000, destinado en la Dirección General de la Guardia Civil y residiendo en una urbanización privada. Hace tres años, el topo participó, con la cara pixelada, en la serie documental El Desafío: ETA.

Aranzazu entró por la herriko

Aranzazu Berradre, de nombre real Elena Tejada, natural de La Rioja, forma parte de la Policía Nacional desde 1989. Tras hacerse notar como miembro de un grupo de titiriteros y empleada de una discoteca, se infiltró en los movimientos populares donostiarras. Luego pasó por la herriko taberna de Herri Batasuna de la Parte Vieja de la ciudad, lo que le dio entrada al entorno de Jarrai. Colaboró como infiltrada con el comando Donostia, propiciando su caída. Se movió en los entornos de movimientos antisistema y antimilitaristas, y llegó a chapurrear euskera, según las notas periodísticas. 

La infiltrada logró que el comando donostiarra entrase en su piso de la calle Urbieta, plagado de micrófonos, fuente ideal para las fuerzas policiales que escuchaban a pocos metros. Pudo tener dos domicilios operativos más en el Paseo de Zubiaurre, en Marbil y en la falda del Igeldo. Lo contaba Ardi Beltza en el tercer número de la revista. La publicación, tras recibir el testimonio de un riojano que conocía a la agente, había comprobado la matrícula de su Hyundai accidentado para hacerse con el nombre real de la policía. Año 2000, era la primera vez que un medio de comunicación desvelaba la existencia de un topo en ETA y así lo reflejaron medios como El País o El Mundo. Tras desaparecer de Donostia, la agente estuvo destinada en Barcelona. Este año se ha anunciado la intención de rodar una película sobre ella.

‘Kinito’, confidente captado en HB

Por su parte, Joseba Urkijo, conocido como ‘Kinito’, que fue miembro de HASI, de LAB y un histórico de Herri Batasuna, fue captado como confidente por el subcomisario José Amedo, destacado terrorista de los GAL. 

‘Kinito’ se sentó en el banquillo de la Audiencia Nacional junto a otros cinco acusados de financiar a ETA desde México, pactando seis años de cárcel. Antes de ello había sido encausado por Garzón en 2002, aunque no se conocía su paradero desde que el 25 de abril de 1989 hiciera público que había estado siete años ayudando al entonces encarcelado como organizador de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). A México había llegado tras destaparse que había estado ayudando a José Amedo y allí estuvo entre rejas, protagonizando una huelga de hambre en 2004. Tras su regreso volvió a ser detenido en Llodio

Otros posibles casos 

Tomás Sulibarria y Luis Casares son otros de los muchos casos confusos que requieren investigación. A Tomás Sulibarria lo mató ETA en 1980 en Bilbao. Ya lo había intentado antes en Mundaka en 1978, de donde salió herido. Ese mismo año varios militantes del comando Mendizabal y Sherpa habían sido detenidos. Tomás pertenecía al primero, pero había logrado huir a territorio francés con su familia. Cuando apareció en la carretera de Mundaka herido, sin poder articular palabra, escribió en un papel que pertenecía a ETA. El grupo armado aclaró que se trataba de un confidente de la policía a modo de reivindicación del intento de asesinato. Tanto él como su familia y compañeros de trabajo negaron que se tratase de un agente doble, infiltrado, emitiendo dos comunicados. La revista Triunfo publicó que lo relacionaban con el Servicio de Información de la Guardia Civil de la época, G-2.

Se cuenta que uno de los mayores golpes a la organización lo propició Luis Casares, que, nacido en Cantabria, vivía en Soraluze (Gipuzkoa), siendo militante de Herri Batasuna. Algunas fuentes consultadas por Hordago-El Salto apuntan la posibilidad de que este sea un relato propagandístico policial. En cualquier caso, la historia que se contó y queda es la siguiente: 

En su casa de Ondarru llegó a alojar al comando Eibar donde decidió entregar a sus compañeros porque estos se acostaban con su esposa (algunas fuentes explican que también con su hija). Se presentó ante las autoridades con un mensaje: “Puedo deciros dónde está el comando Eibar”. Los agentes le pidieron pruebas y él volvió a presentarse en las dependencias policiales, esta vez con explosivos. Esto mismo se detalla en el libro Historia de un desafío, donde se explicita que lo que le mueve es la “infidelidad”. Murió de cáncer en 1996. Varias fuentes, entre ellas el periodista Jesús María Zuloaga y el director Natxo López, apuntan a que había sido confidente del general Enrique Rodríguez Galindo.

Infiltración vía euskaltegi

AEK, coordinadora de alfabetización del euskera, había sido un lugar predilecto para la introducción de agentes clandestinos en la vida cotidiana de Euskal Herria. El agente Anido había tenido contacto con AEK también. Allí, los agentes no solo buscaban vínculos para luego adentrarse en los movimientos populares, generalmente abertzales, cuando no en el entorno de ETA, sino que además conseguían información para sumar en la criminalización de los organizadores de la Korrika. El grupo de investigación de Egin desmontó una de estas operaciones.

Javier López Urtizberea, un “osado” joven de Irun, se había apuntado al euskaltegi de Altza. Era fácil verle en manifestaciones de la izquierda abertzale, en la Herriko o en el Gazte Topagunea de Jarrai. Se matriculó en AEK con el nombre falso de Xabier Sánchez Urrutikoetxea, al servicio de los militares de Loiola, fijando su domicilio en las cercanías del centro. Egin pudo constatar que su DNI no aparecía en ningún registro de la Seguridad Social y que tampoco figuraba en el padrón en Altza. Un día dieron con él, conduciendo un coche, comprobaron la matrícula y todo “fue coser y cantar”. Por su parte, Ardi Beltza lo encontró y fotografió en Alicante en el año 2000.

Investigados por Egin, Ardi Beltza y Kalegorria

El equipo de investigación de Egin, con ayuda de una financiera y la contable de una asociación, recabaron datos sobre las relaciones de miembros de los GAL y el cuartel de Intxaurrondo con el extesorero de una organización de la izquierda abertzale. El extesorero había malversado dinero destinado a familiares de presos de ETA. 

Los equipos de investigación de Egin, Ardi Beltza y Kalegorria destaparon que miembros del CESID y agentes de empresas de seguridad se habían infiltrado en el movimiento estudiantil vasco, informaron de la existencia de un topo parapolicial en el caso de los libros-bomba a periodistas, publicaron la historia de un agente infiltrado que propició la caída de la cúpula de los GRAPO y desvelaron que un agente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) infiltrado en movimientos sociales de Catalunya había sido acusado de matar a su compañera sentimental.

Estos días, la infiltración de un agente en el movimiento social catalán, destapada por La Directa, está ocupando muchas páginas de diversos periódicos. Por ello, investigadores, historiadores y periodistas están tratando de dimensionar y documentar, memoria mediante, lo que sigue ocurriendo. La historia de la acción policial clandestina, a menudo nutrida de mercenarios y líderes de la extrema derecha, como se ha documentado, parece conducir al cumplimiento estricto de un clásico lema militar: “Si vis pacem, para bellum”.

El historiador Jon Kortazar Billelabeitia ha participado en esta recopilación de casos.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/conflicto-vasco/infiltrados-eta-confidentes-informadores