Recomiendo:
0

Los tunecinos persiguen a los fantasmas de la dictadura

Fuentes: Mediapart

Túnez tiene dos rostros. El de su gobierno de transición dirigido por el antiguo primer ministro de Ben Ali: debía ser remodelado el jueves (27/01/2011 ndt). Y el de los miles de personas que acampan ante los ministerios para obtener su dimisión. Dos rostros: el de los partidarios del RCD (Reagrupamiento constitucional democrático), que han […]

Túnez tiene dos rostros. El de su gobierno de transición dirigido por el antiguo primer ministro de Ben Ali: debía ser remodelado el jueves (27/01/2011 ndt). Y el de los miles de personas que acampan ante los ministerios para obtener su dimisión. Dos rostros: el de los partidarios del RCD (Reagrupamiento constitucional democrático), que han intentado manifestarse en pleno centro de Túnez. Y el de decenas de miles de personas que han invadido el miércoles la ciudad industrial de Sfax para gritar, una vez más: «¡Lárgate!» El de los medios dominantes, que llaman a respetar la «transición» y a abandonar las huelgas para preservar la economía. Y el de su opositores de siempre que intentan proponer un «comité de salvaguarda de la revolución», para tomar el relevo de un ejecutivo desacreditado.

Dos rostros o dos campos que se alejan cada día más, como ilustra la plaza de la Casba en Túnez. Ese símbolo del poder político en lo alto de la ciudad está ocupado desde el domingo por varios miles de marchistas agotados, venidos del sur de Túnez, de Sidi Bouzid, de Kasserine o de Gabès. Cada día se oyen los mismos eslóganes antigubernamentales y los mismos cánticos, entre ellos el himno nacional, frente a las decenas de banderolas colgadas de los edificios públicos, bajo el ojo, por el momento protector, de los militares.

Pero la inquietud sube, frente a un gobierno que se obstina y un partido-estado, el RCD, que reivindica dos millones de miembros de una población total de 11 millones de habitantes, y que se aferra al poder. El miércoles, sus milicias se habrían infiltrado en varias ocasiones en la plaza, llegando hasta lanzar piedras para provocar incidentes. Algunos manifestantes afirman incluso que les habrían intentado sobornar para convencerles de volver a su casa.

«Hay milicias que quieren disolver la concentración, están creando un ambiente de caos», expone airada Laila Haddad, joven abogada venida a apoyar a esta «Caravana de la libertad».

En Ettadahmen, los soplones han huido.

«Se ve a gente venir aquí a provocar, decir que hay que seguir la transición, que los jóvenes venidos del sur son ladrones. Si esto no huele a complot del RCD y del gobierno actual, ¿qué es?», dice la universitaria Sarra Touzi. En otras partes del país, varios locales de la central sindical UGTT han sido atacados por estas «milicias», como en Sousa, Monastir o Sidi Bouzid. «El RCD, es una tela de araña. Sigue ahí, intacto», zanja Djamila.

En Ettadahmen, barrio popular al oeste de Túnez en el que varios jóvenes fueron asesinados por la policía antes de la caida de Ben Ali, todos los símbolos del régimen han sido metódicamente quemados: la comisaría de la Cité 105, la sede local del RCD, dominada por una absurda pancarta destrozada en la que dominaba hace todavía dos semanas el retrato del dictador. O también la imponente alcaldía de Mnihla, ante la cual un grupo de adolescentes pasa gritando»¡Game over Ben Ali!».

«Casi todos los presidentes de alcaldía o de distrito eran miembros del RCD», cuenta Aymen Nasri, un habitante del barrio. Encuentro a este joven profesor de informática de un instituto público a la salida de clase. Este miércoles, el director de su centro ha dimitido. «Los alumnos le acosaban desde hace dos días, han descubierto su nombre en una de esas listas de chivatos que circulan en Facebook», dice Aymen. Fichas recuperadas en las devastadas oficinas de policía. «Los directores y los vigilantes debían denunciar a quienes hablaban un poco demasiado fuerte de política».

Aymen se detiene ante la casa del jefe de la policía, un hombre detestado en el barrio porque «abusaba de su poder» y se había hecho un especialista en acosar a los fieles que rezaban al alba en la mezquita. La casa ha sido quemada. «Ha huido, sin duda al campo, nadie sabe donde está», dice Aymen. En el repleto café de enfrente, el joven encuentra a sus amigos. Pueden por fin discutir libremente: desde hace diez días, los soplones que frecuentaban el café todo el día han desaparecido.

Los jueces competentes exiliados al sur.

En otras partes, son los asalariados quienes han atacado a sus patronos. Como en Siliana, a un centenar de kilómetros de Túnez, donde el sábado pasado, el personal del hospital ha exigido la dimisión del director regional de salud. «Se han reunido ante la sede del gobernador, antes de atacar a sus amigos. El director de la salud ha sido prevenido justo a tiempo y ha huido», cuenta Hassan Manai, del sindicato de médicos que asegura la provisionalidad desde entonces. «Mucha gente le odiaba, sobre todo por las contrataciones a dedo. En el antiguo régimen, las personas eran elegidas por cualquier criterio, salvo el de la competencia. Para nosotros, era la dirección de la mediocridad», dice.

De este favoritismo sistemático y de la corrupción a todos los niveles, todos los tunecinos, o casi, pueden hablar. En las escuelas, en las que «alrededor del 90%» de los jefes de centro y de los institutos eran del RCD, según Fatma, consejera de orientación en Túnez.

En los tribunales, en los que los jueces «competentes que se atrevían a decir no» eran enviados al gran sur, según la abogada Radhia Nasraoui, o en las empresas públicas, como los transportes de Túnez, la Transtu.

«Nuestro patrón es el más mediocre de los PDG (director general ndt) de la historia de la sociedad, es precisamente el aliado de la familia Trabelsi», afirma T., cuadro de la empresa. Cita el ejemplo de los autobuses comprados a una empresa europea, gestionada en Túnez por los allegados a la mujer del exdictador, y concebidos a costa de la seguridad de los viajeros. «La cuestión era precisamente dar mercados a la familia cobrando una comisión. Eran totalmente insensibles a las cuestiones técnicas. De todas formas, un cuadro diplomado que se afiliara al partido, incluso sin ser muy activo, acababa siempre de responsable en alguna administración», cuenta T.

El patrón de Tunisair hace su mea culpa.

En Tunisair, la compañía nacional, sectores enteros de la actividad fueron privatizados estos últimos años en beneficio de inversores cercanos al régimen, cuenta Kamel Ait Khalifa, comandante de aviación. «Antes de la huida de Ben Ali, las azafatas y pilotos se manifestaron en el patio de Fort Boyard, la sede de la compañía». Tras la partida del dictador, una nueva manifestación tuvo lugar, en un ambiente tenso. El PDG Nabil Chettaoui, nombrado por el antiguo régimen, fue abucheado por personal de a bordo, frente a personal administrativo favorable al patrón.

Pero acabó por hacer su mea culpa ante todos los asalariados. «Nos dijo: Creo que estáis enfadados, y lo comprendo. Se que ha habido muchos excesos, pero esa época es algo pasado. Las investigaciones necesarias van a ser realizadas por el nuevo poder». Sin embargo, las tensiones siguen siendo fuertes. En los pasillos, algunos increpan a los jefes de servicio, les sugieren dimitir. Hay empleados que incluso intentan montar un sindicato competidor de la sección UGTT, sospechosa de haber sido demasiado conciliadora con el antiguo régimen.

Esta protesta llega incluso a los ministerios. En la dirección general de impuestos, el secretario de estado para la fiscalidad Moncef Bouden, odiado por una parte del país, no ha aparecido en su oficina desde hace una semana. El 20 de enero, tuvo que ser sacado del ministerio por la policía, cuando unos manifestantes protestaban ante el edificio, a los gritos de «¡Bouden lárgate!», cuenta riéndose M., joven funcionario en el ministerio. «Bouden estaba ya en el gobierno bajo Ben Ali, ha sido pues obligado a conceder ventajas fiscales indebidas a los Trabelsi».

Una práctica que, en su opinión, ha contaminado a los escalones inferiores: «Los directores, los jefes de servicio, todos han concedido exenciones indebidas. Se puede decir lo que se quiera, pero los 11 millones de tunecinos son culpables. ¿Qué hacer? No se puede echarlos todos al mar y abandonar el país». Luego, M. levanta la cabeza, apunta el dedo índice sobre su sien y dice: «Túnez es sobre todo de aquí, de la cabeza, de lo que debe cambiar».

Fuente: