Hace dos semanas, una protesta nacional paralizó Zimbabue. Por primera vez en muchos años, el partido gobernante, la Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Patriótico (ZANU-PF) y el presidente Robert Mugabe parecían estar muy nerviosos. Jóvenes, trabajadores y vendedores ambulantes -que sobreviven vendiendo alimentos y bienes de importación baratos por las calles- se enzarzaron […]
Hace dos semanas, una protesta nacional paralizó Zimbabue. Por primera vez en muchos años, el partido gobernante, la Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Patriótico (ZANU-PF) y el presidente Robert Mugabe parecían estar muy nerviosos. Jóvenes, trabajadores y vendedores ambulantes -que sobreviven vendiendo alimentos y bienes de importación baratos por las calles- se enzarzaron en batallas campales con la policía y el ejército. En muchos casos, los manifestantes superaban en número a las fuerzas de seguridad.
Pese a que la prensa del régimen se ha centrado en el pastor Evan Mawarirey su movimiento #ThisFlag, las manifestaciones tienen raíces más profundas. Una convergencia explosiva de cuestiones como la escasez de alimentos, los casos de corrupción y el impago de salarios ha contribuido a azuzarlas. Los manifestantes reclamaron que la policía dejara de practicar controles de carretera y de acosar a la ciudadanía para conseguir sobornos, y que el gobierno despida y lleve a los tribunales a los funcionarios corruptos. La protesta se organizó además en apoyo a la huelga nacional de empleados públicos, puesto que el personal sanitario, los médicos, los enseñantes y otros empleados públicos no habían cobrado el salario de junio.
La policía detuvo a numerosas personas en un intento de quebrar la resolución de los manifestantes. Sin embargo, ocurrió algo insólito: en vez de intimidar a la gente, la represión parecía reforzar la resistencia. Dos días después tuvo lugar una huelga masiva a escala de todo el país, arrastrando a la mayoría de ciudades y núcleos de población a la protesta. En la ciudad meridional de Bulawayo, casi todas las tiendas del distrito comercial del centro y de los grandes suburbios permanecieron cerradas. Las pequeñas furgonetas Volkswagen que se utilizan para el transporte local de la gente pobre -las llamadaskombis-dejaron de operar. En Harare, un activistainformó de «un parón casi total en que la ciudadanía de Zimbabue respondió al llamamiento de los activistas a favor de la democracia en una apuesta por forzar al presidente Robert Mugabe a ofrecer una solución a los problemas del país o de lo contrario dimitir junto con su gobierno del ZANU-PF». En los barrios pobres y densamente poblados, los vecinos montaron barricadas y se enfrentaron a la policía.
Sin embargo, el partido gobernante también ha movilizado a sus seguidores. A pesar de la agobiante pobreza y del paro masivo, el ZANU-PF todavía goza de un apoyo significativo entre los pobres. El 19 de julio, en una manifestación contraria al movimiento #ThisFlag, miles de personas se concentraron delante de la sede del ZANU-PF en Harare y vitorearon a Mugabe por «crear puesto de trabajo y prosperidad». Esta manifestación ha despertado el temor de que nuevas manifestaciones progubernamentales desaten la violencia política, dado que jóvenes leales al partido gobernante han atacado a personalidades críticas con el ZANU-PF. Zimbabue tiene una historia sangrienta rica en tales recriminaciones violentas. Sin embargo, puede que algunos acontecimientos recientes anuncien algo nuevo: el miedo omnipresente que ha retenido al pueblo de Zimbabue durante años parece haberse disipado, y la aparente invulnerabilidad del partido gobernante se ha resquebrajado.
Vuelta a la década de 1990
Para analizar lo que está ocurriendo en Zimbabue, hemos de echar una ojeada a los hechos ocurridos a finales de la década de 1990. En 1999 se constituyó el Movimientos por el Cambio Democrático (MDC). Creado inicialmente en forma de coalición para la defensa de los pobres, junto con la Confederación de Sindicatos (ZCTU), el MDC se propuso desbancar al partido gobernante. Activistas que habían participado en las luchas masivas de los pobres y los trabajadores a mediados de la década crearon agrupaciones locales en todo el país.
Uno de los líderes, quien más tarde sería ministro de Hacienda del denostado gobierno de unidad nacional en 2008, TendaiBiti, calificó así aquel periodo de revueltas: «Aquella fue una ocasión memorable en la historia de este país, porque trajo confianza; en la atmósferase percibía el poder de la clase obrera». No era una exageración. Entre 1996 y 1998, el «bienio rojo»,Zimbabue conoció huelgas generales del sector público, el cierre de la universidad nacional en la capital y una revuelta estudiantil en todo el país, que politizó a los veteranos de guerra. Ex combatientes de la guerra de liberación de la década de 1970 ocuparon tierras de labranza, ampliando el alcance de una protesta que puso en jaque al partido gobernante.
Lo que sucedió después es tristemente conocido. La oposición se volvió cada vez más moderada, enfrentada a una represión que segó las vidas de cientos de activistas. Pero el MDC también viró a la derecha. A medida que el partido ganó influencia, atrajo a una multitud variopinta de seguidores: «rodesianos» no reconvertidos -lo que quedaba de los colonos blancos que habían conservado sus tierras tras la independencia-, empresarios y el 1 % más rico de Zimbabue, todos ellos desilusionados con el ZANU-PF, al que habían apoyado durante años.
El ZANU-PF supo ver su oportunidad. Primero se puso al frente de los veteranos de guerra y alentó la ocupación de las tierras de los blancos. Así se alzó con la representación de los campesinos sin tierra. En un acto tan estrafalario como descorazonador, el MDC -ahora influido por los intereses de los blancos, los empresarios y las clases medias- prometió devolver las tierras a los terratenientes blancos en interés de la «legalidad». El ZANU-PF se situó a la izquierda del MDC y se presentó como partido del renacimiento radical africano. Zimbabue, declaró el partido, emprendía su tercer chimurenga.
El primer chimurenga, o «levantamiento», ocurrió a finales del siglo XIX contra la conquista colonial de lo que sería el actual Zimbabue. El segundo se produjo durante la resistencia guerrillera al Estado de Rodesia en las décadas de 1960 y 1970, en la que Mugabe desempeñó un papel destacado. Durante la guerra de liberación, Mugabe se convirtió en un héroe. Los simpatizantes internacionales celebraron su papel en la derrota de uno de los regímenes más ferozmente racistas del continente. Militantes radicales exiliados de Sudáfrica y activistas de Europa y Norteamérica acudieron a Zimbabue para apoyar a su gobierno.
Sin embargo, el país experimentó una de las reconciliaciones más espectaculares de la historia de los conflictos armados. Los empresarios y terratenientes blancos pudieron conservar sus posesiones. El 17 de abril de 1980, ante una multitud de personalidades internacionales, entre ellas el príncipe Carlos de Inglaterra, Mugabe tranquilizó a sus antiguos enemigos afirmando que «si ayer combatí contra vosotros como enemigos, hoy sois mis amigos. Si ayer me odiabais, hoy no podéis evitar el amor que os une a mí y que me une a vosotros.» El tono cambió tras la alianza del MDC con los terratenientes blancos. Mugabe volvió a erigirse en campeón de la lucha renovada contra el colonialismo.
Muchos le creyeron: el reparto de tierras y sus promesas de nacionalizar las empresas e implantar el control de los precios de los alimentos básicos parecían demostrar su sinceridad. Sin embargo, la realidad era radicalmente distinta. Como ha comentado recientemente Tafadzwa Choto, un socialista zimbabuense, «pese a todas sus proclamas sobre el empoderamiento de los negros,[el ZANU no ha sido capaz de] efectuar ningún esfuerzo serio por controlar las riquezas del país por sí mismo. Zimbabuecuenta con una vasta riqueza de minerales, pero solo una minoría, alrededor del 1 %, tiene acceso a los enormes caudales obtenidos en los negocios con empresas multinacionales. Al mismo tiempo, más del 90 % de la población lucha por asegurar que sus hijos puedan ir al colegio.»
Después de inspirar temporalmente la lucha contra el Estado del ZANU-PF -el momento álgido de la resistencia popular en todo el continente-,la oposición conoció un largo periodo de decadencia. Se fracturó en diferentes grupos, dirigidos por diversos políticos y ONG, que canalizaron a los activistas en otras direcciones. Al final, la oposición política, que ahora opera en asociaciones benéficas o se moviliza al son de partidos políticos contaminados, desarmó al movimiento desde abajo y desplazó la atención del público de la lucha efectiva a otros ámbitos, como seminarios, becas en el extranjero y maniobras políticas. Los activistas califican este periodo de «mercantilización de la resistencia».A mediados de la década de 2000, el activista estudiantil John Bomba resumió con estas palabras el destino de la oposición: «Quienes recuerdan del periodo de 1997 a 2000 se sienten hoy como si estuvieran viviendo un tiempo perdido. Todos los días los activistas preguntan qué hará falta para recuperar la confianza y el idealismo que nos impulsó en la década de 1990…Uno desea el retorno de la locura.»
Abierta a las empresas
Una anécdota refleja perfectamente la realidad de Zimbabue bajo Mugabe. En 2008, el ejército acudió a las minas de diamantes de Chiadzwapara expulsar a los mineros «artesanos» pobres que trataban de ganarse el sustento como podían. El bloguero y activista Raymond Sango describe lo que sucedió entonces: «Jóvenes parados que… habían ido a Chiadzwaen 2008 en busca de diamantes fueron brutalmente masacrados por los militares y la policía cuando el gobierno decidió intervenir para crear un ‘formato de saqueo formal’… en respuesta al Consejo Mundial del Diamante, que presionó al gobierno para que pusiera coto al contrabando de diamantes. Unos 400 mineros cayeron asesinados…bajo las salvas indiscriminadas disparadas por la policía montada, acompañada de perros y helicópteros.» El mensaje estaba claro: Zimbabue estaba abierta a las empresas.
El pasado mes de febrero, Mugabe anunció que el país había perdido 15 000 millones de dólares de ingresos de esas minas de diamantes, un dinero que podría haberse inyectado en la economía destrozada, pero que en cambio se perdió en los pozos de la corrupción. Sin embargo, la franca admisión de incompetencia por parte de Mugabe, particularmente sorprendente en boca del mascarón de proa de la descolonización en el continente, no comportó un cambio de política. En vez de llevar a los culpables a los tribunales, el presidente declaró patéticamente que su gobierno simplemente buscaría a nuevos inversores extranjeros para las minas de diamantes del país.
Recientemente también ha cortejado a otras instituciones financieras internacionales. El ministro de Hacienda, Patrick Chinamasa, y el gobernador del banco central, John Mangudya,anunciaron a bombo y platillo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) iba a prestar a Zimbabue 984 millones de dólares en el tercer trimestre de 2016, una vez el país hubiera liquidado la deuda con los prestamistas internacionales. Se trata del primer préstamo concedido en casi veinte años. Claro que los préstamos del FMI de 1991 y 1996 y los programas de ajuste estructural concomitantes devastaron la industria local y trajeron el paro masivo.
En este contexto, tanto el partido gobernante como la oposición se han dividido repetidamente en facciones enemistadas. La incapacidad de la oposición para proponer un proyecto resueltamente contrario a la austeridad ha hecho que se escindiera una y otra vez. Aprovechando la imagen del MDC, diversos políticos de oposición han creado vástagos como el MDC-N, dirigido por WelchmanNcube, y el disuelto MDC-99, encabezado en su día por Job Sikhala, un activista estudiantil que retornó al redil del partido madre en 2014.Bitise convirtió en líder del MDC-Renovación, pero no tardó en lanzar el Partido Democrático Popular, en septiembre de 2015. El MDC está totalmente desorganizado y apenas participó en las protestas de comienzos de mes, un hecho que es tanto más chocante cuanto que muchas de las figuras dirigentes del partido fueron miembros de la izquierda radical en la década de 1990.
El partido gobernante también está sumido en la confusión. Con el colapso monetario del rand sudafricano y el frenazo de la economía china, el sistema de patrocinio del ZANU-PF ha comenzado a quedarse sin caudal. El partido ha reaccionado con una sangría política. El ex vicepresidente JoiceMujuru-expulsado en 2014-se unió a otros para formar PeopleFirst(PF), un partido defensor del neoliberalismo y casi imposible de diferenciar del partido gobernante. Mientras, la fracción Generación 40 (G40) que engloba principalmente a miembros jóvenes del ZANU-PF que no participaron en la lucha de liberación, defienden que Grace Mugabe suceda a su marido.
Contra la dictadura
Las recientes manifestaciones progubernamentales no son para tomárselas a la ligera. El ZANU-PF ha trabajado duramente para ganarse una base de apoyo entre los pobres, los jóvenes parados y las poblaciones rurales. A comienzos de la década de 2000, sus esfuerzos desembocaron en la creación del Servicio Nacional de Juventud, que implicó a menudo a personas jóvenes en actos de represión política. Según me contaron en 2003, los activistas del Servicio de Juventud se formaban sobre la base de un programa de «marxismo, historia de la patria y estudios empresariales».Sin embargo, no podemos calificar simplemente a los manifestantes favorables al ZANU-PF dematones: la raíz del poder del partido es mucho más profunda.
Mugabe ha sabido aprovechar la retórica de la descolonización, de la conciencia de los negros y del antiimperialismo durante años. Raymond Sango escribe sobre la política económica de este régimen: «Pese a la crisis económica galopante, la corrupción omnipresente y la asquerosa codicia, arrogancia y opulencia de la élite, una parte muy importante de los trabajadores todavía apoyan al régimen de Zimbabue. Esta gente apoya la política de indigenización y de distribución de tierras y cree que las protestas están patrocinadas por los franceses.» La crisis de la que habla Sango se deriva del hecho de que no existe una alternativa antineoliberal y verdaderamente favorable a los pobres, capaz de arrebatar al gobierno el lenguaje del antiimperialismo y del panafricanismo radical. El MDC pudo haberlo hecho, pero ya no.
Se ha convertido en un tópico escribir sobre la crisis de Zimbabue. Lo que antaño parecían hechos inmutables e invariables del inveterado azote del país -la permanencia de Mugabe y de su régimen, la parálisis del MDC y de la ZCTU, que en su tiempo parecían amenazar a la dictadura-se han visto alterados. El derrocamiento del gobierno -no mediante negociaciones en las alturas, sino mediante movilizaciones populares- vuelve a parecer posible. Para el pueblo de Zimbabue, que ha sufrido años de represión, de éxodos masivos al Reino Unido y Sudáfrica, de altos niveles de desempleo (que sigue estancado en el 85 %) y del fracaso del movimiento de oposición, vuelve a aparecer la oportunidad de un cambio real. Pero el pueblo de Zimbabue debe asegurarse de que esta vez sus acciones, sus manifestaciones masivas y sus movilizaciones no sean secuestradas y paralizadas por los partidos políticos y las élites corruptas del país.
Leo Zeilig ha escrito una serie de libros sobre luchas políticas en África y es actualmente editor de la Review of AfricanPoliticalEconomy.
Fuente: http://www.vientosur.info/