Al amanecer de hace exactamente cinco años, el líder y fundador de la Unita, Jonás Savimbi, sucumbía acribillado por las balas de las ametralladoras Kalashnikov disparadas por un batallón de las Fuerzas Armadas de Angola. De manera fulminante, el 22 de febrero de 2002 las ráfagas de las potentes y legendarias armas automáticas de fabricación […]
Al amanecer de hace exactamente cinco años, el líder y fundador de la Unita, Jonás Savimbi, sucumbía acribillado por las balas de las ametralladoras Kalashnikov disparadas por un batallón de las Fuerzas Armadas de Angola.
Las primeras escaramuzas contra el ejército portugués, en 1961, fueron el inicio de 41 años de guerra, anticolonial hasta 1974 y luego civil, que causaron un millón de muertos, cuatro millones de desplazados, medio millón de prófugos en países vecinos y 1,2 millones de huérfanos, muchos de los cuales hasta hoy deambulan por todo el país.
Jonás Malheiro Sidónio Savimbi, llamado «O Rei» (el rey) por los ovimbundos, la etnia del altiplano central angoleño a la que pertenecía, se destacó como joven estudiante del Liceo de Bié, donde nació en 1934, lo cual le significó ganar una beca para estudiar ciencias políticas en Portugal.
Sin embargo, la mayor parte de su vida la invirtió en liderar la guerrilla contra el entonces marxista Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), incluso durante la guerra de liberación, al firmar un acuerdo secreto con los portugueses para combatir a los que llamaba «terroristas» que luchaban contra la metrópoli colonial.
Para ese cometido, contó entre 1963 y 1974 con la ayuda de Portugal y entre 1975 y 1992 con la de Estados Unidos y de Sudáfrica, entonces segregacionista. Pero todos esos países gradualmente fueron abandonándole hasta el punto de sucumbir rodeado de un puñado de fieles enfermos, hambrientos y mal armados, encorralados por una patrulla del ejército.
Cinco años después, la Unita (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola) es un partido con asiento parlamentario, donde la democracia ganó espacio vital con su nuevo líder, Isaías Samakuva, elegido sucesor de Savimbi en 2003, cuando derrotó al legendario general guerrillero Paulo Lukamba Gato.
En el congreso de la Unita, programado para junio, Samakuva deberá enfrentar el desafío por el liderazgo lanzado por otra de las grandes figuras del partido, Abel Chivukuvuku, que una década antes de la muerte de «O Rei» se permitió cuestionar la vía armada.
Chivukuvuku fue el único dirigente de alto nivel que osó criticar a Savimbi en los años de guerra, luego de adquirir experiencia diplomática como representante de la Unita en Lisboa y en Washington.
Sin embargo, la capacidad de maniobra de la Unita se ve hoy reducida a la de un partido debilitado y dividido, que, en lugar de las vastas zonas de minas de diamantes que controló durante la guerra, «hoy sólo vive de subsidios del Estado», recuerda la analista portuguesa en asuntos africanos Ana Dias Cordeiro.
En efecto, derrotada tras 27 años de guerra civil, la Unita ya no cuenta con el río de dinero que recibía de los «países amigos» como Estados Unidos, Sudáfrica o Marruecos y de la venta de diamantes a traficantes al servicio de comerciantes ilegales europeos.
La Unita sin Savimbi tampoco ha diseñado una estrategia de alternativa al MPLA del presidente José Eduardo dos Santos, manteniendo un doble y peculiar estatuto de opositora e integrante del gobierno de Unidad y Reconciliación Nacional. Los 70 diputados que la representan en el parlamento reciben un millón de dólares del Presupuesto General del Estado, recuerda Dias Cordeiro.
Dos Santos, en el gobierno desde 1979, ha anunciado que convocará a elecciones en 2008, «y pretende ganarlas», según José Eduardo Agualusa, uno de los más celebres escritores de lengua portuguesa, cuyos ancestros provienen de Angola, Brasil y Portugal.
En un texto del diario Publico de Lisboa y en conceptos reiterados a IPS, el citado literato sostiene que «los dirigentes de la Unita gastan las pocas energías que aún tienen para combatirse los unos contra los otros». Muy pocos de ellos son capaces «de defender ideas para una mejor gobernación del país», añadió.
Los ministros y viceministros pertenecientes a la Unita que forman parte del Poder Ejecutivo «se destacan por la mediocridad», afirma Agualusa y apunta su dedo acusador hacia Dos Santos, que los mantiene allí solo para que el electorado entienda hasta qué punto los ex rebeldes «no tienen el nivel de preparación necesaria para gobernar».
El MPLA, por su parte no parece ser más una fuerza política de gran cohesión, lo que quedó patente esta semana, cuando Dos Santos acusó públicamente a algunos sectores de su partido de pretender restaurar una «dictadura del proletariado», sistema aplicado en Angola desde la independencia de Portugal en 1975 hasta las elecciones de 1992.
En cuanto a las elecciones del próximo año, Dos Santos mantiene un gran suspenso sobre su eventual candidatura, aunque en el MPLA no se vislumbra el nombre de un sucesor suyo.
Lo que sí se sabe, según Dias Cordeiro, es que el hombre más poderoso de Angola, después de Dos Santos, es el general Hélder Vieira Dias Kopelipa, el jefe de gabinete del presidente «que maneja el fondo de millones desembolsados por China para la reconstrucción del país», que en 2006 alcanzó a 2.000 millones de dólares.
Por su parte, en diálogo con IPS, la analista y periodista del área económica de Diario de Noticias de Lisboa, Carla Aguiar, estimó que «sólo puede haber un futuro saludable en Angola cuando una nueva generación esté en condiciones de ocupar el poder, los varios poderes».
Según Aguiar, nacida en la entonces Provincia de Ultramar portuguesa de Angola hace 38 años, esa nueva generación «debe valorizar la cultura, la educación, el esfuerzo, el mérito, la solidaridad con los más desfavorecidos».
Hasta que esto no ocurra, «va a dominar la cultura de los ‘arreglillos’ y de los silencios cómplices, en que unos pocos con buenas relaciones pueden ganar mucho, sin beneficio directo para la sociedad angoleña, sino para ellos mismos y para la legión de consultores y de empresas extranjeras, que tienen a su frente un camino risueño», precisó Aguiar.
Agualusa, que los últimos 30 años se ha destacado como independiente, crítico tanto del MPLA como de la Unita, estima que, pese al gran momento de euforia económica que vive Angola cinco años después de la muerte de Savimbi, «nadie cree que a mediano plazo sea posible reducir el abismo social entre ricos y pobres y transportar para el siglo XXI a los habitantes de las ‘favelas'» (barrios hacinados asentados irregularmente).
En medio del crecimiento económico de 25 por ciento en 2006, el erigir enormes torres de más de 20 pisos, edificios de apartamentos y oficinas para las empresas petrolíferas internacionales, conjuntos de hoteles de cinco estrellas en la costa oceánica, significará que «la vieja Luanda, una de las ciudades africanas más antiguas, no deberá sobrevivir a esta fiebre», estima Agualusa.
La nueva ciudad, que según el autor «se prepara para aplastar a la antigua», simplemente ignora que en su patio trasero existen barrios densamente poblados, donde «la mayor parte de la gente sobrevive en condiciones inhumanas, sin electricidad ni saneamiento y agua potable, inmersa en basurales, lama y charcos nauseabundos».
Frecuentemente descrito por amigos y críticos como «incorregible optimista», Agualusa estima que «la esperanza es que, en medio de tantos desencuentros y aprovechando la energía del momento, surja alguna cosa nueva, mientras los ricos van enriqueciendo aun más y los pobres esforzándose por sobrevivir»
Con una buena dosis de sarcasmo, el escritor luso-angoleño-brasileño concluyó haciendo hincapié en que, a pesar de la dramática situación económica de la inmensa mayoría de la población «y para sorpresa de los extranjeros, llega el carnaval y todos ríen, todos bailan. Y pasa el carnaval y la alegría continúa».