Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
«Pido prestado dinero a mis amigos para comprar comida», afirmó Dalel Mdimegh, de 35 años, en una cafetería de Chebba, cerca de la ciudad costera de Mahdia situada al este de Túnez. En estos días Dalel no está particularmente contenta de tener tiempo para tomar café una mañana de domingo, ni siquiera después de un paseo en su bici. Un domingo normal Dalel Mdimegh llevaría su uniforme de trabajo verde claro y estaría cosiendo con su máquina de coser para mantener a su familia de siete miembros. Pero la fábrica textil en la que había trabajado durante más de tres años cerró de un día para otro después de haber estado funcionando 21 años. Dalel Mdimegh y sus 64 compañeras se encontraron de pronto en la calle.
Destellos de resistencia
El dueño de la fábrica en cuestión, Mamotex, anunció el cierre inmediato en enero debido a unos supuestos problemas financieros. Dalel Mdimegh y sus compañeras decidieron reaccionar con algo bastante inesperado: «recuperar» la fábrica como una cooperativa de trabajo, de modo que la fábrica quedara bajo su propia supervisión. Al hacerlo, las trabajadoras no solo garantizarían su salario sino que también se repartirían los beneficios extras para recuperar los salarios y las tasas de la seguridad social no pagados que el dueño les debía desde 2015. En una reunión entre el sindicato, las trabajadoras y el gobierno local el propietario accedió a retirarse y a ayudarlas a encontrar materias primas y clientes hasta que su deuda quedara pagada.
«Nos sentimos poderosas e independientes. Fue idea del sindicato y aceptamos inmediatamente», recuerda Dalel Mdimegh sonriendo. Estas trabajadoras esperaban convertirse en un emblema del empoderamiento de las mujeres y las trabajadoras reivindicando la autogestión y estableciendo un modelo de gestión de una fábrica recuperada en Túnez. Pero a pesar de este espíritu emprendedor, las cosas están paradas en este momento, lo que refleja los problemas que atormentan a los y las trabajadoras en esta recién nacida democracia en el mundo árabe.
Lo que hay detrás de la etiqueta «made in Tunisia»
Mamotex es una empresa subcontratada cuya empresa madre, Sodrico, le proporciona materias primas importadas de Europa para que fabrique ropa y la exporte a grandes compañías europeas que venden sus prendas «made in Tunisia» en concurridas calles comerciales.
Sodrico, que pertenece a un familiar del propietario de Mamotex, se niega actualmente a hacer encargos a las trabajadoras de Mamotex. «Afirman que hay escasez de materias primas, pero en realidad es una elección política cuyo objetivo es no fortalecer el experimento de autogestión de las trabajadoras», declaró a Middle East Eye (MEE) Bahri Lehdele, presidente de la sección local en Chebba del sindicato UGTT . A consecuencia de ello, la fábrica continúa cerrada, lo que impide que las trabajadoras encuentren nuevos clientes.
En Mahdia, una ciudad de 80.000 habitantes, el principal pilar de la economía es el tejido, un trabajo reservado exclusivamente a las mujeres. Los hombres se dedican al negocio de la pesca, pero como este sector sufre una fuerte crisis, las mujeres se han convertido en el sustento principal de las familias.
La industria de la confección desempeña un papel estratégico en la economía nacional ya que constituye la principal fuente de empleo en el sector industrial y da trabajo al 34 % de los trabajadores, según la Agencia para la Promoción de la Industria e Innovación.
Túnez es el quinto mayor suministrador de ropa a Europa y fabrica uno de cada tres pares de pantalones vaqueros elaborados en el más competitivo de los países norteafricanos, un hecho que la Agencia [gubernamental] para la Promoción de la Inversión Extranjera anuncia en internet orgullosamente. Sin embargo, en los últimos cinco años el sector ha sufrido una fuerte crisis, reflejo de la tambaleante economía tunecina, donde han cerrado 300 empresas y se han perdido 4.000 empleos.
«Tras la revolución de 2011 muchos inversores abandonaron Túnez alegando fundamentalmente motivos de seguridad, aunque el motivo principal era que los trabajadores reivindicaban sus derechos. Los inversores prefirieron Marruecos y Turquía, donde los derechos laborales están más deteriorados», declaró a MEE Alaa Talbi, portavoz del Foro Tunecino por los Derechos Económicos y Sociales (FTDES, por sus siglas en francés).
A pesar de las movilizaciones de trabajadores después de 2011, las investigaciones sobre las violaciones de los derechos de las trabajadoras textiles en el Túnez rural revelan que los salarios no son acordes con el volumen de trabajo suministrado. Los patronos raramente pagan la seguridad social y a menudo las trabajadoras se ven obligadas a vivir en guetos y regularmente sufren desnutrición.
«Estaba entusiasmado con la iniciativa de Mamotex, aunque también era pesimista» afirmó Alaa Talbi, que explicó que «en 2014 un inversor belga cerró su empresa textil sin avisar y dejó a 300 trabajadores en la calle. Los trabajadores ganaron el juicio pero no pudimos lograr que se aplicara la sentencia porque el patrón ya no tenía una dirección declarada en Túnez. Este es un ejemplo de que la ley tunecina obliga a los trabajadores a sufrir unas condiciones precarias».
Miedo al paro
Imen Fartoul, de 25 años, se nos une en la cafetería. Es otra extrabajadora de Mamotex que también afirma que luchará con uñas y dientes para mantener su trabajo. «Llevo trabajando en Mamotex desde que tenía 13 años. Dejé la escuela para ayudar a mi familia. Antes la situación era difícil debido a las condiciones de trabajo, pero ahora luchamos incluso por sobrevivir», afirmó.
Cuando se les preguntó cómo eran sus condiciones laborales, ambas permanecieron calladas un momento, tomado su café.
«Había una explotación inmensa. Se nos obligaba a trabajar 10 horas al día, siete días a la semana, por menos del salario mínimo. Teníamos derecho a una pausa de una hora para comer, pero quien estuviera más de 30 minutos tenía que trabajar un tiempo extra. El jefe nos encerraba con llave durante todo el turno. Si me negaba, se me castigaba al día siguiente a estar de pie contra la pared durante horas. El patrón nos acusaba de ser ineptas y nos recortaba el salario. Nos humillaba y nos quitaba nuestra dignidad», afirmó.
Imen Fartoul y Dalel Mdimegh afirmaron haber tenido miedo de denunciarlo y ambas estuvieron de acuerdo en que la presión familiar hizo que guardaran silencio.
«La mayoría de las empresas textiles tratan a las mujeres de forma parecida, pero tenemos miedo a hablar. A menudo nuestras familias nos presionan para que guardemos silencio», añadieron.
MEE contactó por teléfono con el propietario de Mamote, Mounir Driss, que negó estas acusaciones y afirmó que «el entorno era bueno, pero las trabajadoras eran perezosas o no acudían al trabajo».
Luchar por la dignidad
Imen Fartoul sonríe con amargura. «No hubo cambio alguno después de la revolución. El dueño amenazaba con despedirnos si lo denunciábamos. También se aprovechaba de nuestra ignorancia y nos decía que el sindicato nos robaría nuestro dinero si le pedíamos ayuda».
En 2013 la indignación de las mujeres llevó a la decisión de crear su sindicato. «Aquello fue nuestra victoria. Se acabaron los insultos y los castigos. Conseguimos trabajar ocho horas al día y conseguir permisos anuales y maternales. También negociamos colectivamente nuestros salarios. No fue fácil porque el patrón se negó a participar. Dejamos de trabajar para celebrar asambleas. Al final tuvo que escucharnos», afirmaron con orgullo. Su sindicato ha denunciado ahora al patrón por no pagar los sueldos ni la seguridad social.
Imen Fartoul y Dalel Mdimegh repiten que su prioridad es encontrar «simplemente un trabajo», con lo que reflejan la desesperación de muchos jóvenes tunecinos en paro. Ambas pasan ahora el tiempo utilizando Facebook o con las tareas de casa.
«Nuestra familias nos apoyan porque no estamos en paro por nuestra culpa», afirmó Imen Fartoul suspirando. Buscan trabajo en empresas textiles, pero la puerta para ofrecerlo está cerrada. Ni siquiera podrán cobrar el paro porque este año solo los extrabajadores de la industria del turismo lo pueden cobrar tras el mortífero atentado en un complejo turístico de Soussa el año pasado.
Con el paro amenazándoles como una espada de Damocles, los trabajadores ya no apoyan los cambios en la ley por temor a desanimar a los inversores.
Los sindicatos UGTT y FTDES creen que se minimiza la aplicación de las leyes que protegen a los trabajadores con el pretexto de defender las inversiones y el empleo, un hecho que revela la debilidad del Estado respecto al capital privado. Así que su lucha es lograr que al menos se aplique el código laboral insistiendo en los artículos que protegen a los trabajadores.
¿Redescubrir las alternativas de economía social?
Convencido de que el Estado no es capaz de ofrecer trabajo y de que el sector privado está debilitado, el sindicato UGTT presentará muy pronto un proyecto del ley centrado en la economía social y solidaria (ESS), según una declaración oficial de la Secretaría General de la UGTT. Inspirado en América Latina, donde la ESS proporciona una protección contra la crisis mundial, sugerirán alternativas para reforzar los derechos de los trabajadores y hacer frente el paro. En respuesta a la gran cantidad de empresas que se enfrentan a una bancarrota actual o futura, se espera que el proyecto de ley promueva la idea de empresas recuperadas gestionadas por cooperativas de trabajadores.
«La economía social y solidaria no es nueva en Túnez. Se desarrolló en la década de 1960 con cooperativas en diferentes sectores, pero la experiencia fracasó debido a que el gobierno de Bourguiba cometió dos errores: obligó a la gente a participar ignorando la libertad de elegir e impusieron gestores no elegidos con lo que eliminaron la estructura democrática. Actualmente se puede establecer una industria en 24, pero no hay una ley para crear una cooperativa. Las trabajadoras de Mamotex también fueron víctimas del vacío legal referente a la autogestión», declaró a MEE Azaiez Abderrahmen, coordinador de UGTT para la economía social y solidaria.
Las pocas iniciativas de trabajadores que florecen ahora en Túnez pueden abrir camino.»Tenemos que cambiar la ley para permitir que existan las cooperativas, accedan al mercado y se beneficien de los incentivos fiscales. Pero esto debería ir de la mano con las prácticas sobre el terreno. La sociedad civil es fundamental porque necesitamos un mercado solidario. Deseamos que haya más intentos como el de Mamotex y cuando uno de ellos tenga éxito y se conozca, se multiplicarán las acciones», afirmó Alessia Tibolo, jefa de proyecto de Iniciativas de Empleo en Economía Social y Solidaria (IESS, por sus siglas en inglés) de la ONG italiana COSPE.
Basándose en la idea de que la economía social y solidaria puede emancipar a las comunidades locales y ofrecer independencia económica y psicológica como una solución duradera contra el paro, el proyecto IESS cofinanciado por la Unión Europea ha emprendido una serie de talleres de formación regional sobre la manera de crear una empresa social, además de proporcionar apoyo financiero. Dalel Mdimegh desea participar en estos talleres junto con otras trabajadoras de Mamotex que ambicionan iniciar su propio proyecto textil.
«Una cosa que hemos aprendido es que no necesitamos un jefe. Podemos llevar adelante un pequeño negocio dirigiéndolo nosotras mismas. Y, como dijo un poeta, ¡una mujer tunecina es una mujer y media!», afirmó despidiéndose con la mano antes de montar en la bicicleta para volver a casa.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelion.org como fuente de la misma.