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Washington o la política “two faced”

Madiba, el terrorista

Fuentes: Rebelión

Bill Clinton y Barack Obama expresaron hondas palabras de dolor por la muerte del líder anti-apartheid. Detrás de las expresiones sentidas aparece la verdadera cara imperial: Nelson Mandela estuvo en la lista estadounidense de vigilancia de terroristas hasta el 1º de julio de 2008. Estos días las palabras fueron lágrimas. La televisión se colmó de […]

Bill Clinton y Barack Obama expresaron hondas palabras de dolor por la muerte del líder anti-apartheid. Detrás de las expresiones sentidas aparece la verdadera cara imperial: Nelson Mandela estuvo en la lista estadounidense de vigilancia de terroristas hasta el 1º de julio de 2008.

Estos días las palabras fueron lágrimas. La televisión se colmó de reportajes y documentales. Las redes sociales dejaron sus estelas breves. Hace tres días murió Mandela y las expresiones no cesan. Emotivos homenajes a uno de los más grandes líderes de la historia de la humanidad. Esa ola seguirá varios días más hasta llegar al entierro oficial de Estado en su tierra natal, en su pueblo de Qunu, en la provincia sureña de Eastern Cape, el 15 de diciembre. Será el adiós terreno a Madiba. Él mismo dijo: «La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que considera que es su deber para con su gente y su país, puede descansar en paz».

Todos esos actos de reconocimiento quizá tampoco alcancen para dimensionar a una figura tan singular. Como lo manifestó, con su especial verbo y sensibilidad, el presidente del Uruguay, José Mujica: «Cerró su ciclo el hermano mayor de todos los luchadores sociales en nuestro tiempo, en nuestra época. Por siempre, habrá Mandela».

¿Contra qué sistema luchó y perseveró Nelson Mandela? En 1948, se apropia el poder en Sudáfrica el Partido Nacional, los segregacionistas, quienes clasifican a la población del país en tres grupos: blancos, mestizos y negros; ellos en la cúspide como amos absolutistas. Toman medidas racistas: prohíben los casamientos interraciales; imponen la norma que obliga a estos grupos a vivir en zonas separadas, obviamente las mejores tierras quedan para los blancos. Sin derechos: los negros y mestizos dejan de ser considerados como ciudadanos. Una nueva historia de supremacía blanca será contada: los blancos determinan qué «educación» recibirá el resto. Los negros y mestizos no pueden ingresar a las zonas de los blancos. En 1952, Mandela impulsa una campaña de desobediencia civil pacífica contra el apartheid. En 1960, se produce una masacre policial contra manifestantes negros en Sharpeville. 69 son asesinados. Ese mismo año el régimen prohíbe al Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) y al Congreso Panafricano. Sus líderes pasan a la clandestinidad o al exilio. Muchos de ellos son asesinados y encarcelados. La tortura, el terror y la muerte se generalizan. Ante la militarización de la vida cotidiana, la creciente represión blanca contra todo signo de resistencia, Mandela evalúa que la lucha pacífica no ha logrado su objetivo y organiza el brazo armado del ANC. En 1964, Mandela es condenado a prisión perpetua y a pasar el resto de su vida en la cárcel de Robben Island. En la década de 1980 el régimen de la segregación racial es apoyado fuertemente por los gobiernos conservadores de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Son aliados. Para ambas potencias el Congreso Nacional Africano era una organización terrorista. En 1990 vuelve a ser autorizado en Sudáfrica el ANC y luego de más de 27 años Mandela es liberado. Un año después el presidente Federick de Klerk anula todas las leyes segregacionistas. En 1994 se producen las primeras elecciones libres, multirraciales. Mandela es electo presidente con el 63 por ciento de los votos. Recién el 1º de julio de 2008, el presidente George W. Bush quita a Mandela y al ANC de la lista de terroristas. Esto implicaba que Mandela, como presidente de su estado, cuando debía viajar a los encuentros anuales de las Naciones Unidas, recibía una exención especial del Departamento de Estado. Claro: ¡Él era un terrorista! ¡Vigilado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos! Esa excepción solo le permitía viajar a Nueva York, sede del organismo, no así a otros lugares del país. Mandela, Presidente, Premio Nobel de la Paz, líder mundial contra la segregación racial, estuvo 14 años siendo considerado por los Estados Unidos como un terrorista.

Que decía en eso tiempos la Dama de Hierro sobre el ANC: «Es una organización terrorista típica. Cualquiera que piense que va a gobernar Sudáfrica está viviendo en la tierra de fantasía.». Y el actor que ocupó la Casa Blanca durante ocho años argumentaba que el apartheid era vital para el «mundo libre» porque «es un país que nos ha apoyado en todas las guerras en las que entramos, un país que, estratégicamente es esencial para el mundo libre, en la producción de minerales».

Unos años después, en 1990, el diario New York Times reveló el papel de la CIA en la detención de Mandela en 1962. Un infiltrado de la agencia en el ANC detalló a la policía local todos los movimientos del líder: «Hemos entregado a Mandela a la seguridad de Sudáfrica. Les dimos todos los detalles, la ropa que llevaba puesta, el tiempo, el lugar exacto donde estaba», publicó entonces el matutino.

Esta política two faced de los Estados Unidos es la que aún sigue rigiendo en Washington. Las razones por las que se apoyó al régimen del apartheid son las mismas por las que hoy se protege y sostiene, por ejemplo, a los regímenes represivos de las petromonarquías del Golfo o se apoya a las fuerzas armadas que derrocaron a los Hermanos Musulmanes en Egipto e instauraron gobierno de facto desconociendo el voto de las mayorías populares. Intereses geopolíticos. Intereses económicos. Como dijo Cordell Hull, secretario de Estado del gobierno de Franklin D. Roosevelt, acerca de la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua: «Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».

Así opera Estados Unidos en el mundo.

Dos caras.

Doble moral. 

Two faced.

En estos días de vorágine. De entrevistas, reportajes e historias sobre Madiba, es necesario hacer una pausa. Sentarse a leer. La primera y más bella mirada para entender a un país siempre es la literatura. El sudafricano J. M. Coetzee escribió La edad de hierro, un historia capital para entender el apartheid desde la relación de una mujer blanca, mayor, que está muriéndose de cáncer y un hombre negro, vagabundo, también en el ocaso de su vida, sin casa, que encuentra refugio en un cuartucho de chapa abandonado en el terreno de esta mujer. Comienza así una relación tensa entre ambos, que se vuelve luego en un vínculo estrecho, de confidentes, compañeros. El régimen político cruza sus conversaciones, la historia trágica del país, los asesinados, los torturados, los relatos de los tristes más tristes del mundo. Los ojos se abren a la realidad negada.

Posdata:

«La prisión, lejos de doblegar nuestro espíritu, nos dio más fuerzas para continuar con esta lucha hasta conseguir la victoria», dijo Madiba. Madiba, el nombre de honor que le otorgó el clan de su pueblo natal. Madiba, apodo de amor y respeto.

Blog del autor: http://www.cronicasdeestemundo.com.ar/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.