George Bush, encaramado en una oliva negra, ordena, entre aspavientos, el despliegue de una unidad de cebolletas que, rápidamente, cerca al aguacate mientras prosiguen los bombardeos sobre la ensalada y son destruídas una lechuga repollada y cuatro zanahorias. El Séptimo de Caballería vadea el vinagre y se lanza al asalto del tomate al tiempo que […]
George Bush, encaramado en una oliva negra, ordena, entre aspavientos, el despliegue de una unidad de cebolletas que, rápidamente, cerca al aguacate mientras prosiguen los bombardeos sobre la ensalada y son destruídas una lechuga repollada y cuatro zanahorias.
El Séptimo de Caballería vadea el vinagre y se lanza al asalto del tomate al tiempo que un pan suicida estalla de improviso y se lleva por delante cinco dedos y una uña.
Desde la cuchara, discretamente, se repliegan los ajos a la espera de que la mayonesa cubra y entorpezca el paso de la pimienta sobre el plato y se reinician los bombardeos preventivos, ahora sobre la lechuga.
Cinco pepinos, por error, impactan en el huevo y arde el aceite al paso de la misión de paz de los guisantes.
La cena ha vuelto a quedarse sin luz y el último reporte llegado a la mesa anuncia la desaparición del tenedor mientras son hechos prisioneras tres servilletas y el mantel.
Es transformado el vino en agua y el agua en vinagre y el vinagre en sal y la sal en un duodeno que salpica su insoportable irritación sobre el cuchillo, a la vez que Blair insiste en que las papas han ido a la ensalada en misión humanitaria y reivindican para ellas un luminoso espacio en el futuro de la ensalada que sobreviva.
Nuevamente se bombardea la berengena provocando graves daños colaterales al precipitarse un ají rojo sobre la tayota fugitiva.
Un espárrago herido agoniza junto al vaso de vino mientras miles de hormigas han llegado a la mesa y se persignan en torno al holocausto de la ensalada muerta.
Se dan a conocer las previsiones sobre el futuro reparto de las migas.
Yo me levanto de la mesa con la urgencia de quien aún no ha pasado por el baño, deposito entre espasmos la cólera que nunca he digerido y me voy a la calle con la vergüenza de estar todavía vivo, vivo entre tanta desvergüenza.
Nunca más volveré a leer el periódico mientras como.
(A no ser que sea Rebelión…o Gara)