Tanto Malí cómo Burkina Faso están pagando un altísimo costo por la decisión de romper de una vez por todas con Francia, la potencia colonial que ha seguido manejando esos países, más allá de la declaración de independencia a comienzos de los años sesenta.
Las razones y los métodos del control se han ido modificando según los tiempos, así como las condiciones, aunque siempre los resultados han sido los mismos, una absoluta dependencia económica y política para permitir el constante saqueo de sus recursos naturales por parte de los grandes trust occidentales.
Más allá de algunos breves interregnos, Francia abusó hasta al extremo de su posición, por lo que no es gratuito el profundo sentimiento antifrancés que no solo se ha manifestado con virulencia, tras los recientes golpes militares, en Malí y Burkina, sino también en Guinea (Conakry) y Níger.
Las juntas militares que hoy gobiernan esos países deben enfrentar además la angustiante situación económica -es importante señalar que estamos hablando de los países más pobres del mundo- dadas las políticas extractivas que por décadas los capitales franceses diseñaron para esos países, impidiendo la diversificación de sus economías.
Es esta realidad, agregada a los deficientes niveles de educación de las grandes mayorías, los que impiden a estas poblaciones escapar del destino trazado por París, de no tener la “suerte” de trabajar como simples operarios para alguna empresa extranjera o insertarse en alguna estructura gubernamental, incluidas las fuerzas armadas. A millones de ciudadanos de estos países solo les han quedado tres opciones: seguir con actividades agrícolas y ganaderas -prácticamente de autosustento-, partir al exilio económico o incorporarse a alguna de las khatibas fundamentalistas que desde el 2012, pletóricas de recursos, se han instalado en sus regiones pagando sueldos que representan la entrada de un año para una familia campesina, por lo que además de estas cuestiones económicas, los militares nacionalistas que han iniciado procesos de liberación desde el 2020 derrocando a una variopinta caterva de políticos aliados a Occidente, deben enfrentar dos poderosos enemigos, el cambio climático y el terrorismo wahabita.
Este último factor fue el que habilitó la reentré a escena, sin ningún tipo de enmascaramiento, de las fuerzas armadas francesas, que con la excusa de combatir el terrorismo se instalaron en esos países (Mali y Burkina Faso), pudiendo incluso digitar enroques políticos para colocar en los gobiernos personajes permeables a las necesidades de la antigua metrópoli.
Tras el asalto al poder y en un intento de cambiar de cuajo la estrategia de la lucha contra el terror, los jóvenes coroneles y capitanes que guían estos nuevos procesos de liberación exigieron el retiro de las tropas extranjeras que, con diferentes denominaciones, durante una década bajo la cobertura de dar protección a las poblaciones que sufren los ataques constantes de los diferentes grupos insurgentes y brindar seguridad a las explotaciones de sus mandantes, han operado libremente como fuerzas invasoras manejándose a su antojo.
Los primeros en abandonar Malí fueron los miembros de la Operación Barkhane del ejército francés a fines del 2022, mientras ya ha comenzado el repliefue los 13.000 Cascos Azules de la MINUSMA (Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí), que se deberá completar a fines de este año.
La peligrosa jugada del Gobierno malí del coronel Assimi Goita ha alentado el accionar de los terroristas, que al igual que en Burkina Faso tras la salida de los franceses, han multiplicado los ataques.
En ambos países el precio que se está pagando en vidas civiles, bajas militares y daños materiales se incrementan semana a semana. Quizás enfrentar ese precio esté señalando el grado de perversidad con el que tanto los franceses como las tropas de las Naciones Unidas accionaron en Malí.
333 santos prisioneros
El pasado día 5 de septiembre, en el norte de Burkina Faso, se produjo un ataque terrorista que dejó una cincuentena de militares muertos (Ver: Níger en el eje del mal).
Apenas tres días después en proximidades de la ciudad de Gao, en la región central de Malí, en un doble atentado perpetrado por miembros del Jama’at Nusrat al-Islam wal Muslimin (JNIM) (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes) -un conglomerado de organizaciones afiliadas a al-Qaeda, que se unieron en 2017- dejó 64 muertos, 49 de ellos civiles, mientras los terroristas habrían perdido cerca de 70 hombres.
El primero de los ataques se produjo contra la base militar de Bamba, en proximidades de Gao, cuando un atacante suicida o shahid (mártir o suicida) consiguió penetrar en el campamento de las FAM (Fuerzas Armadas de Malí) para inmolarse antes de ser neutralizado.
El segundo se produjo contra la embarcación de pasajeros Tombuctú, de la Compañía Maliense de Navegación (Comanav), que transitaba el río Níger, en el sector Gourma-Rharous entre las ciudades de Tombuctú y Gao. El río Níger es una vía fundamental para el transporte de mercancías y personas de la región, donde la falta de ferrocarriles y el deteriorado sistema de carreteras convierten esa vía fluvial es una opción clave, ya que llega hasta Koulikoro, puerto próximo a Bamako, la capital del país, pasando por las principales ciudades a orillas del río.
Al parecer los integristas habrían lanzado desde la orilla tres misiles que impactaron contra la embarcación, que tiene una capacidad para trescientos pasajeros. Si bien se desconoce la cantidad de personas que llevaba en ese momento, los muertos han sido numerosos.
Tras los ataques del jueves los terroristas insistieron, este último viernes 8, en horas de la mañana, intentando una nueva acción contra la base militar de las FAM, ubicada en proximidades del aeropuerto de Gao, cuando dos vehículos cargados con explosivos intentaron ingresar a la unidad militar. Uno de ellos habría superado las vallas de seguridad, tras lo que se continuó un intenso tiroteo sin que las autoridades informaran más detalles.
Este estado de creciente presión por parte de los grupos armados ha permitido que la franquicia del Dáesh en la región, Estado Islámico en el Gran Sahara, que se ha adjudicado los ataques de la semana pasada en Burkina, haya duplicado su posesión territorial en Malí. La presencia y expansión de las dos bandas terroristas incrementan también la rivalidad entre ambos, por lo que los choques entre los “hermanos” muyahidines se producen cada vez con más frecuencia.
Semejante crisis de seguridad aproxima, tanto a los gobiernos de Bamako y Uagadugú, a requerir ayuda directa de Moscú, si bien en ambos países opera el grupo mercenario de origen ruso Wagner. Los acuerdos consisten en dar asistencia técnica y entrenamiento, y no de participar abiertamente en los combates, por lo que las FAM sólo cuentan con sus fuerzas y los grupos tuareg, de la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA), con quienes, la inteligencia francesa habría comenzado a operar para que se levantasen contra la junta de Bamako.
En este contexto se conoció a principio de agosto, una vez abandonados por la MINUSMA los campamentos Tombuctú, Ber y Gundam, el llamado del emir del JNIM, en la región, Talha Abou Hind, para bloquear el acceso a la mítica Tombuctú, conocida como la ciudad de los 333 santos que ha sido epicentro en varios periodos del accionar terrorista. Tombuctú, más allá de su ubicación estratégica, reviste una condición sagrada, lo que la hace mucho más atractiva para los muyahidines.
Talha Abou Hind llamó a sus seguidores a una guerra total contra el Estado, impidiendo con sus milicianos el aprovisionamiento de las principales ciudades de la región y en particular, Tombuctú para intentar tomarla, como ya lo hizo en 2012, de donde fueron expulsados al año siguiente.
Este nuevo bloqueo ha comenzado a hacer sentir el peso en los habitantes de toda la región, donde se han disparado los precios de las mercaderías esenciales como harinas, aceite y carburantes, entre otros, ya que debido a las amenazas de muerte por parte de los integristas, tampoco llegan productos desde Argelia y Mauritania.
Se conoce que cerca de 30.000 personas de las áreas amenazadas ya han escapado frente a la proximidad de los takfiristas para no repetir los padecimientos sufridos diez años atrás.
Tanto Malí como Burkina Faso, y sin duda muy pronto Níger, están sufriendo las consecuencias de haber tolerado las acciones de Francia en sus territorios, por lo que hoy pagan un sangriento precio para restaurar su dignidad.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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