Francia a lo largo de los diez años en los que se instaló en el norte de Mali, supuestamente para combatir las bandas wahabitas que se habían comenzado a llegar en la región tras la caída del Coronel Muhammad Gaddafi, la inestabilidad en el país por el golpe contra el presidente Amadou Touré y la rebelión tuareg, que una vez más intentaba recuperar la región de Azawad, su ancestral territorio, ha demostrado solo una cosa: que si su verdadero fin era controlar el terrorismo integrista, fracasó en toda la línea.
Esas organizaciones que por entonces poco se diferenciaban de las bandas de contrabandistas y criminales comunes que operaban en la región y que Francia no solo no ha podido controlar, sino que han conseguido sobrevivir agrupándose en dos grandes y poderosos bloques -el Jama’at Nusrat-ul-Islam wal-Muslimīn (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (GSIM)), tributario de al-Qaeda, y el Estado Islámico del Gran Sáhara, franquicia del Daesh- con mucha facilidad y sobrados recursos consiguieron extenderse hacia Burkina Faso y al norte de Níger, donde han protagonizado operaciones que generaron a lo largo de estos años miles de muertos, millones de desplazados y el abandono por parte de esos gobiernos de vastas áreas de sus geografías, dejando libradas a su suerte las pocas aldeas y pueblos que han logrado sobrevivir a los embates terroristas, con un altísimo costo en vidas y bienes.
El inconmensurable desastre generado por Francia, sus aliados de la OTAN y obviamente los Estados Unidos, que de manera más acotada acompañaron a París en su nueva aventura colonialista es de tal magnitud que hace sospechar que el fracaso haya sido solo por efecto de su ineptitud político-militar, dando muchas razones para creer que ese “fracaso” ha sido concienzudamente labrado desde París, Londres y Washington para conseguir el grado de inestabilidad que vive gran parte del continente, que desde los años noventa comenzó a recibir fuertes inversiones chinas en una muy variada gama de rubros que abarcan infraestructuras viales, ferroviarias, portuarias, grandes represas, explotaciones petroleras, oleoductos y refinerías, entre otras muchas, donde las inversiones y la tecnología rusa no ha estado ausentes. Dada la crónica falta de electricidad en África y la crítica situación del continente frente al cambio climático, Moscú ha proporcionado reactores de energía libre de carbono a Ghana, Nigeria y Ruanda, otras empresas rusas de minería y energía, han conseguido instalarse en el continente y buscan expandirse al igual que los chinos. Mientras los laboratorios occidentales han ignorado a África para la distribución de vacunas contra el Covid-19, Moscú ha proporcionado su vacuna, Sputnik V, y de forma gratuita la versión para combatir la variante Omicron.
Hoy ya no solo la región del Sahel está siendo objetivo de los muyahidines, sino también países lejanos como Mozambique o consiguiendo trocar las guerrillas de corte político o étnico-tribales de República Democrática del Congo (RDC) en organizaciones fundamentalistas como Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF) que ahora están amenazado Burundi y Uganda. Sin contar otros grupos wahabitas que operan en prácticamente todo el Magreb, incluido Egipto, Somalia -donde al-Shabbab desborda frecuentemente a Kenia- y en Nigeria, donde los constantes cismas de Boko Haram y la eliminación de sus emires no han evitado que las organizaciones continúen con sus constantes ataques en el noreste del país y que cuente con la suficiente fuerza para seguir operando en Níger, Camerún y ahora está intentando asaltar el noreste de Nigeria.
En el marco de la realidad africana y el nulo resultado de la presencia francesa en Mali y toda la región del Sahel, sumado a la pésima relación, las diferencias estratégicas y operacionales entre las FAMa (Fuerza Armada de Mali.) y los mandos de la Operación Barkhane la fuerza de cinco mil militares franceses destacados en el norte del país saheliano, lo que eclosionó tras el golpe que han dado los coroneles malíes el 25 de mayo de 2021 y que finalmente se concretó con la retirada de las fuerzas francesas de Malí, una excelente excusa de Emmanuel Macron para ocultar el fracaso y llegar aliviado a las presidenciales del 10 de abril, donde finalmente logró imponerse a Marine Le Pen, una versión desprolija de lo que él mismo representa.
Frente a la huida de Francia, que dejó una mínima representación en la Operación Takuba, (Arena en tuareg) una fuerza europea que no sobrepasa los mil efectivos y cuya presencia hasta ahora no ha dado resultados, el presidente malí, el coronel Assimi Goïta, con estudios en escuela militares de Moscú, rápidamente llamó a la empresa de seguridad rusa conocida como Grupo Wagner para entrenar a las tropas de las FAMa y que ocupase algunos puntos específicos en el norte del país, que desde fines del año pasado está tomando la posta abandonada por París. Lo mismo había sucedido en la República Centroafricana en 2016, cuando tras el fracaso de Francia y retirada de la Operación Sangaris, el Gobierno de Bangui solicitó el apoyo del Wagner.
Con la sola llegada de los mercenarios rusos alcanzó para que, desde la cadena de información dirigida por el Departamento de Estado, que ha dado prueba de su magnitud global con la operación de desinformación acerca de la contraofensiva rusa en Ucrania, ha informado con la misma “veracidad” las constantes violaciones de los derechos humanos de los efectivos rusos y la aparición de fosas comunes, lo que, sin duda, nunca antes había sucedido en Mali, durante la presencia francesa.
Poco y nada se dice sobre la ¿sorprendente? cercanía de los muyahidines a Bamako, la capital de Mali, que se ha registrado bien la Barkhane anunció su retirada, la que está íntimamente relacionada con la inteligencia francesa que rápidamente ha cambiado de lado en esta guerra.
Échale la culpa a Putin
Como en todos los acontecimientos internacionales y en muchos casos también locales, desde el comienzo de la contraofensiva en Ucrania se ha encontrado en el presidente ruso Vladimir Putin la mejor excusa para esconder culpas, fracasos y responsabilidades, ningún ejemplo mejor para señalar esto que la catarata de acusaciones que ahora caen sobre la presencia rusa en Malí, responsable de los posibles choques étnicos tribales que periódicamente se registran tanto en Malí como en la mayoría de países africanos, incluso desde siglos antes que Rusia exista como nación.
En marzo último se ha responsabilizado al Grupo Wagner de la masacre de Mourrah, un pueblo de la región de Mopti en el centro-sur del país, ocupado por extremistas wahabíes del GSIM, donde habrían muerto cerca de 400 personas. Con gran profusión de información, los medios occidentales han responsabilizado a los rusos de la masacre, aunque evitan señalar que los muertos en su gran mayoría eran terroristas y en qué condiciones murieron los civiles locales. Noticias tan confusas como estas en otras áreas de Malí han comenzado a multiplicarse en los mismos medios y al mismo ritmo de las “atrocidades” rusas cometidas en Ucrania.
Por otro lado, la embestida diplomática contra la presencia rusa en el Sahel tampoco se detiene. Funcionarios británicos han hecho conocer su preocupación por el “deterioro significativo en la situación de los derechos humanos en Malí en los últimos meses”, que coincidió con la llegada de entre 600 y 1.000 hombres de la Wagner. Como si la memoria de esos mismos pueblos no pudiera dar testimonios atroces durante la presencia de británicos y franceses en el continente.
La presencia de los mercenarios rusos en África ha comenzado a ser la respuesta de diferentes naciones que han agotado su paciencia respecto a los ejércitos de sus viejas metrópolis, como en la República Centroafricana, los gobiernos de Burkina Faso y Guinea siguiendo los pasos de los coroneles malíes, se ha conocido que Camerún y Rusia han acordado el intercambio de información en el campo de la política de defensa y seguridad internacional, que incluye también el entrenamiento de tropas. El país africano está viviendo una crisis de seguridad en el norte, donde enfrenta a Boko Haram, y en oeste a las guerrillas separatistas de la región de Ambazonia.
Los acuerdos Moscú y Yaundé han precipitado amenazas por parte de los Estados Unidos y Francia al país africano. Ya que lo acordado, que tiene una duración de cinco años con la opción de una prórroga de otros cinco y donde se especifica el suministro de armamento ruso como artillería, misiles y blindados, además de entrenamiento a oficiales del ejército camerunés.
Este acuerdo tiene la particularidad de ser el primero logrado por Moscú desde el inicio de la contraofensiva en Ucrania, un conflicto que solapadamente comienza a librarse en las geografías más remotas.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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