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La nueva Guerra Fría

Mali un nuevo frente

Fuentes: Rebelión

La grave situación de inseguridad que se vive en el Sahel desde 2012 es vastamente conocida. Se inició con una reivindicación de la nación tuareg en reclamo de Azawad, su ancestral territorio. Francia respondió tachándolo de yihadismo, por un lado, mientras que por el otro permitió que los verdaderos integristas ahogaran la rebelión tuareg.

Desde entonces aquellos muyahidines no dejan de expandirse y desbordar a países vecinos como Níger, Burkina Faso e incluso al lejano Chad. Lo que expone el fracaso de la Operación Barkhane del ejército francés, que a casi diez años de haberla iniciado con más de 5.000 hombres, la colaboración de los 15.000 efectivos de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA), los Estados Unidos y tropas de Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger el conocido Grupo Cinco Sahel (G5S), no ha podido derrotar.

Por lo que para Francia es perentorio disimular su derrota y escapar de esa tórrida situación intentando evitar la misma humillación que Washington acaba de vivir en Afganistán o le evoque al electorado francés, que en abril próximo elegirá un nuevo Gobierno, la amarga memoria de Indochina y Argelia.

Por ahora el salvoconducto que ha encontrado el presidente Emmanuel Macron para su fuga del Sahel es el “incumplimiento” de la junta militar que gobierna Mali, que en menos de un año dio dos golpes de Estado (agosto de 2020 y mayo de 2021).

Por lo que ya Francia, disimuladamente, está cumpliendo con la disminución de los patrullajes de la Barkhane mientras que para los próximos meses se espera la reducción entre 2.000 y 3.000 mil efectivos de dicha operación.

Es llamativo que tanta molestia con las Fuerzas Armada de Mali (FAMa), no lo sea con el ejército del Chad, que repite una situación muy similar donde gobierna una junta militar que tras la muerte del presidente Idris Déby, cuando el país contaba con todos los resortes constitucionales para resolver esa situación, clausuró el Congreso y destituyó a su presidente, quien debía hacerse cargo del Gobierno.

Para Francia la diferencia entre sus dos excolonias es que la junta militar de Bamako es un “tanto” renuente a los mandatos del Eliseo, mientras que los militares de N’Djamena se encuentran totalmente encolumnados con la vieja metrópoli y ven en el hijo del presidente muerto, el general Mahamat Idriss Déby Itno, un fenomenal continuador de las políticas “amistosas” con París, que durante sus 30 años en el poder cultivó Idris Déby, por lo que nadie se ha quejado de la sucesión dinástica en el Chad.

La amenaza francesa de abandonar Mali a su suerte fue denunciada por su Primer Ministro, Choguel Maïga, en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, el sábado 25 de septiembre, señalando durante su intervención que: “Francia abandonó (a Malí) en pleno vuelo” lo precisó como: “hecho consumado” y lamentando “falta de consulta” y la decisión “unilateral” por parte de Macron.

La respuesta francesa no tardó en escucharse por boca de Florence Parly, a cargo del Ministerio de los Ejércitos, que definió como “inaceptables” e “indecentes” las declaraciones del Premier Maïga, las que describió, casi poéticamente, como: “limpiarse los pies en sangre de soldados franceses”, que para mucho peor el viernes había muerto en combate el número 52 de los soldados franceses de la Operación Barkhane. Una ganga si se tiene en cuenta los miles de africanos que han muerto tras la intervención francesa de 2012, ni contar los millones de muertos que el colonialismo europeo ha provocado en el continente desde comienzos del siglo XIX, permitiendo, solo por nombrar un ejemplo, que el rey Leopoldo II de Bélgica asesinó a 20 millones de congoleños, obviando el “detalle” de la trata de esclavos que había comenzado en 1441 y llevó a un número desconocido de almas, que no fueron menos de 30 millones, al más oscuro de los infiernos.

Aunque el verdadero fastidio de Parly no está fundado en la denuncia de Mali ni por la muerte de los 52 soldados profesionales, sino por el acercamiento de Bamako a Moscú desde agosto del año pasado, cuando se supo quiénes eran los jóvenes coroneles que estuvieron a la cabeza del golpe contra los estamentos corruptos, tanto del Gobierno, como del ejército.

Tras el golpe comenzaron a sobrevolar de manera no muy concreta versiones sobre los vínculos que algunos de esos coroneles tenían con Rusia, ya que habían hecho diferentes cursos de perfeccionamiento en esa nación. Entre los militares señalados se encontraban dos de los máximos líderes, los coroneles Assimi Goïta, actual presidente de la transición, y Sadio Camara, que había visitado Moscú poco antes del golpe de agosto del 2020. A esos rumores se sumó que durante los festejos populares que llenaron las calles de Bamako, tras conocerse el derrocamiento del presidente Ibrahim Boubacar Keïta, aparecieron banderas de la Federación de Rusia y pancartas que no recordaban con mucho cariño a Francia (Ver: Mali: Demasiado malo para que sea cierto).

Afinidades conducentes

La comunidad internacional (el Occidente preponderante) está observando con mucho detalle la cada vez más concreta presencia de Rusia en África, acusándola de violación de los derechos humanos en Sudán del Sur, la República Democrática del Congo (RDC), Libia, la República Centroafricana (RCA) y todavía no, pero falta poco para que ingrese a esa lista Mali, por lo que Naciones Unidas está llamando a Moscú a que acepte una investigación que sin duda hará a Rusia responsable de todas las acusaciones.

Tras la próxima retirada francesa de su excolonia, sus autoridades no han demorado en buscar la colaboración del grupo de asesores rusos del conocido y conmocionante Grupo Wagner, que ya tiene presencia en media docena de países del continente, lo que genera profundo malestar al Departamento de Estado norteamericano, que ha llamado al Gobierno malí a avanzar con la transición acordada después del golpe del año pasado, hacia un “gobierno democrático plenamente elegido”. Cómo para corroborar ese malestar viajó a Bamako el comandante de US AFRICOM, las fuerzas estadounidenses para África, el general Stephen Townsend, que se reunió con el presidente Goita y el ministro de Defensa, el coronel Camara.

Hoy tanto los intereses de Francia como los de Estados Unidos en Mali no es luchar contra las khatibas del Dáesh o al-Qaeda, sino impedir el avance de la diplomacia rusa, que encuentra en el Grupo Wagner las capacidades necesarias para crear una cabecera de playa. Mucho más cuando se conoció a principios de septiembre el acuerdo, prácticamente cerrado entre la compañía de asesores rusos, con Bamako para contratar a unos 1.000 hombres, con el fin de entrenar a sus tropas y dar seguridad a los altos funcionarios del Gobierno, en prevención de que la retirada de los efectivos franceses y norteamericanos “facilitaría” a los terroristas su aproximación a Bamako.

Con esta osada jugada de los coroneles malíes están dando a probar, nada menos que a los Estados Unidos, su tan mentada medicina sobre la guerra contra el terrorismo, la que utiliza para llegar a un país tomarlo y permanecer mientras los terroristas no sean derrotados, es decir nunca. Teniendo como ejemplo la guerra en Siria, que solo ha podido comenzar a terminar con los grupos integristas cuando el presidente Vladimir Putin decidió, en 2013, pasar a la ofensiva en ayuda de su aliado el presidente sirio Bashar al-Assad, haciendo prácticamente insostenible la presencia norteamericana.

De concretarse entonces la llegada de los contratistas rusos a Malí, ese país se convertirá en un nuevo frente de la remozada Guerra Fría.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.