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Marruecos en el corazón

Fuentes: El Salto [Foto: Mirando el mar desde Tánger (Álvaro Minguito)]

Mientras escribo estas líneas celebro mi primer día de Ramadán en Madrid. El ayuno, lejos de lo que se suele pensar, hace ligera mi escritura, despeja el ambiente y me permite conectar con lo esencial. Respiro abandonando la mala manía de pensar y así poder hablar desde la verdadera morada de las certezas: el corazón.

Hace unos días hacíamos público lo que mi madre, Helena Maleno y, por inevitable consecuencia, mi hermana pequeña y yo, hemos padecido. Hechos de una violencia terrible, callados en un silencio sufrido hasta que han podido ver la luz. Defender los derechos humanos en la frontera es labor de alto riesgo y su precio se paga en amenazas, agresiones y exilios. Y a mí, pese a que nací en un hogar donde la misión de la vida es salvarla, pese a que mamé de una madre excepcional, pese a que creí asumir bien pronto el dolor que conllevaba nuestro lugar en el mundo; todavía, todavía me cuesta entenderlo. Un mundo que solo puede leerse como injusto cuando la labor más encomiable, la de salvar vidas humanas, es premiada con tortura.

Nunca hubiera imaginado que aquella sería la última vez que pusiera el pie en mi hogar. Tras el archivo de la causa judicial en 2019, el acoso administrativo contra nuestra familia anunciaba una lenta despedida. “Erni, me están deportando” fue la frase de mi madre que entre lágrimas, tres años después, el pasado 23 de enero, consumaba el adiós.

A pesar de ello, me he obligado a ir más allá. Me he forzado a trascender el gris que nos imponen a golpes para ser capaz de ver que una vida vivida con valentía tiene color. Denunciar el racismo en las fronteras compensa si un solo niño es devuelto a los brazos de su desesperada madre. Enterrar a las víctimas de las fronteras merece la pena si una sola familia sana su profunda herida. Defender el derecho a la vida en las fronteras cobra sentido si un solo superviviente te abraza tiempo después, agradecido. Y no son una, sino cientos de miles las personas a las que nuestra presencia en la frontera ha dado paz. Visto así, a lo macro, sintiendo las derrotas y victorias compartidas, puedo decir, sin miedo, que toda nuestra criminalización compensa.

Resulta (meta)físicamente imposible expulsar a alguien de lo que es. No hay autoridad que pueda echarme de mi infancia en las callejuelas de la medina, los campamentos de migrantes o las meriendas con té. No existe poder capaz de arrebatarme los recuerdos en las esquinas de mi ciudad, o de extirparme de la lengua el árabe y el francés. Porque Tánger está en mí y yo estoy en Tánger. Ni con la muerte, menos aún con violencia, es posible desahuciar a nadie de la existencia.

Es por ello que en estas semanas, mientras atravesaba el duelo, he sacado fuerzas liderando a un equipo de personas hermosas que, con su presencia, me han recordado lo que simplemente soy. Zineb, Marwan, Aya, Ines, Rebab, Siham, Maria, Ismail… La campaña de #JusticiaParaHelenaMaleno me ha unido más que nunca a Marruecos porque sus gentes han demostrado ser parte fundamental de mi historia.

Así, cuando este lunes mi madre se disponía a relatar ante la prensa, con la voz entrecortada, cada una de nuestras heridas por defender los derechos humanos, decidí no salir de la sala. Levantar la mirada y reconocer tantas caras queridas protegiéndonos con amor, disolvía dolores y angustias.

Llevo a Marruecos en el corazón. LMaghreb fe l9alb. Y a ese recuerdo esencial quiero dedicar este mes de ayuno.

Por lo que somos.

Por la justicia.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/laplaza/marruecos-en-el-corazon