Cuando se habla de un conflicto, asociamos el bando más fuerte a aquel que tiene el mayor apoyo político, el mejor ejército o la mejor economía. Nunca nos detenemos a pensar de qué lado está la opinión pública, puesto que ese es verdaderamente el bando fuerte.
En el conflicto saharaui los pueblos lo tienen claro, solamente nos hace falta ver una concentración o manifestación en defensa de los DDHH o liberación del Sáhara Occidental para darnos cuenta de ello.
Bilbao, noviembre de 2010. Aquella fue la primera vez que realmente fui consciente de la movilización que el pueblo saharaui era capaz de crear. Cientos de personas salían a la calle para reivindicar los DDHH de la población saharaui que días antes habían participado en el campamento de la resistencia, Gdeim Izik. A las afueras de la ciudad de El Aaiún ocupado, en el Sáhara Occidental, miles de familias saharauis acamparon con sus jaimas en forma de revelación contra las fuerzas de ocupación marroquí. Estas y su gran aparato policial, uno de los más violentos del mundo, no tardaron mucho tiempo en desalojar el campamento con detenciones ilegales, palizas e incluso prendiendo fuego. Varios jóvenes fueron detenidos y condenados por el Tribunal Militar de Marruecos bajo una violación de la ley jurídica internacional. Ningún gobierno se pronuncio respecto a ello, pero eso ya no nos sorprende.
Las capitales de diferentes comunidades y provincias del panorama nacional e incluso internacional se llenaron de multitudes caminando o concentradas con la bandera de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) al grito de «¡Libertad, libertad! ¡Para el Sáhara libertad!»
En aquellas multitudes, como es lógico, estaban las familias saharauis. Los que nacieron en el refugio y en el exilio o los que tuvieron que huir de su propia tierra cuando España vendió el Sáhara a Marruecos en 1975 creando así una de las mayores traiciones que se ha hecho en la historia a un pueblo, el saharaui. Pero a su lado estaban occidentales, jóvenes estudiantes, ancianos, niños, familias enteras. A su lado estaban personas que creen en la justicia y saben que la causa de este pueblo está muy alejada de ella.
Personas con sus derechos, sus privilegios, sus economías y sociedades desarrolladas salían a reivindicar unos derechos que ellos ya tenían, pero sus hermanos saharauis no. Porque eso es lo que ocurre entre las personas que apoyan la causa saharaui y su pueblo, un sentimiento de hermandad y amor que rompe cualquier frontera, cualquier muro militar y cualquier conflicto. Es superior a todo eso, un sentimiento imparable que aumenta con cada injusticia que este pueblo sufre.
Aquel noviembre, hace más de 10 años, un hombre de una avanzada edad caminaba por las calles de Bilbao emocionado junto a una familia saharaui. Él había sido militar cuando el Sáhara Occidental era colonia española, vivió en primera persona el abandono de España a los saharauis. Años después viajó a los campamentos de refugiados saharauis con un sentimiento de culpa que le invadía desde hacía muchos años. Aquel viaje, como a muchas otras personas, le cambió la vida para siempre e hizo aún más fuerte el lazo de hermandad que mantenía con los saharauis. Desde entonces no había concentración o manifestación a la que faltase, en muchas de ellas acompañado por sus nietos pequeños.
Unas filas detrás hay dos niños. Un vasco y un saharaui, amigos del colegio. Aún son muy pequeños para entender el conflicto en profundidad, pero saben a la perfección el significado de injusticia. Juntos llevan una bandera de la RASD con la frase «Sáhara Libre».
Desde que Marruecos invadió el Sáhara Occidental su mayor propósito ha sido «marroquizar» a las familias saharauis y sus nuevas generaciones. En las escuelas el Sáhara y su geografía se enseña como territorio de Marruecos, se enseñan cantos alabando a su rey y un sinfín de acciones que tras muchos años, no han tenido éxito. Cada nueva generación de saharauis hereda el sentimiento de lucha de sus padres y sus abuelos. Mientras un solo saharaui exista en la tierra, la causa de su pueblo seguirá viva.
De lo mismo se encargan los prosaharauis. Personas que sin pertenecer al pueblo saharaui sienten una admiración y amor tan grande que su deber es transmitírselo a su entorno cercano. A sus hijos, a sus amigos, a sus compañeros de escuela, de trabajo… Y de esa manera la causa del pueblo saharaui aumenta y las personas que creen en ellos también.
Dicen que la solidaridad es la ternura de los pueblos. Quizás el pueblo saharaui no tenga las mejores armas, ni la mejor economía, ni los mejores aliados políticos. Quizás al pueblo saharaui le hayan robado absolutamente todo, pero tiene algo que le hace ganador en esta lucha. Tiene a su lado a personas de todas las partes del mundo que no le abandonarán hasta que sea libre. Y cuando un pueblo posee eso se mantiene vivo en la eternidad.
Si Marruecos quisiese eliminar al pueblo saharaui debería de ampliar su estrategia hacia los miles y miles de personas occidentales que lo defenderán hasta el último día de sus vidas. Tendrán las mejores estrategias políticas, económicas y militares, pero jamás tendrán el apoyo de los pueblos. Y muy a su pesar, Marruecos tiene perdida esa lucha.
Maider Saralegi. Integradora Social especialista en refugio y migraciones y activista prosaharaui.