La revolución que está teniendo lugar en Sudán, aunque acorralada, es quizás la más organizada y políticamente avanzada de la región. Por ello Estados Unidos y Arabia Saudí están decididos a aplastarla.
En la madrugada del lunes 3 de junio las fuerzas paramilitares irrumpieron en la sentada frente al Comando General del Ejército en Jartum, Sudán, disparando contra los manifestantes y poniendo fin a seis meses de un levantamiento en gran medida pacífico. Los soldados se abrieron camino entre las barricadas de los manifestantes, quemaron sus tiendas de campaña y mientras les disparaban y golpeaban. Los testigos contaron que los soldados abrieron fuego indiscriminadamente, mientras arrojaban los cuerpos de los manifestantes asesinados al Nilo y violaban a dos de los médicos presentes en la sentada.
En cuarenta y ocho horas el número de muertos ascendió a más de cien, mientras decenas de cadáveres se recogían de las aguas del Nilo. Quinientos más resultaron heridos en lo que solo podría describirse como una masacre premeditada.
La sentada fuera del cuartel general militar se ha convertido en el epicentro de la actual Revolución sudanesa, con estudiantes y profesionales acampando para protestar contra el régimen militar que gobierna desde principios de abril. Liderados por la Asociación de Profesionales Sudaneses, un grupo de sindicatos prohibidos previamente por el régimen, el levantamiento ha mantenido un carácter no violento y altamente organizado y culminó en una huelga general de dos días a finales de mayo.
Dos meses después de las protestas iniciales que derrocaron al dictador Omar al-Bashir los revolucionarios siguieron expresando su misma exigencia principal: el fin del régimen militar en Sudán y un gobierno de transición dirigido por la población civil que pueda abrir camino hacia unas elecciones justas y democráticas. Semanas de negociaciones con los militares se estancaron y los militares se negaron a renunciar al control.
El ataque del lunes pasado fue encabezado por las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), una filial estatal controlada por los Yanyauid, una milicia responsable de crímenes de guerra en Darfur. Después de asaltar y masacrar brutalmente a los manifestantes en la sentada de Jartum, la FAR se trasladó a los vecindarios circundantes -que también se habían jactado de las protestas contra el régimen y de las congregaciones de manifestantes en curso- para seguir dispersando, golpeando y disparando a los activistas.
Mohammed Elnaiem, residente en uno de los barrios aledaños, así como activista sudanés y estudiante de doctorado, nos contó la represión vivida de primera mano. Describió la escena que presenció esa mañana temprano y la continua represión de la siguiente manera:
Las FAR llegaron primero en un pequeño grupo de tres o cuatro camiones y comenzaron a hablar con el ejército. Pensamos que tal vez el ejército, compuesto por soldados de menor rango, estaría de nuestro lado. Sin embargo, las FAR atravesaron las barricadas que habíamos construido y el ejército no hizo nada. Poco después, los vehículos del ejército que estaban en nuestro barrio se marcharon. En ese momento, la mayoría de la gente comprendió lo que iba a suceder y comenzó a irse. Nos dimos cuenta de que el ejército y las FAR estaban coordinados entre sí, y que las FAR estaban completamente en control de la situación. Empezaron a dispararnos y huimos de las barricadas corriendo hacia las casas para escondernos. No he tenido la valentía de salir a reconstruir las barricadas como lo han hecho otras personas desde entonces. Es aterrador. Hay disparos por todas partes. En mi barrio hay un francotirador en un edificio abandonado. No se sabe dónde específicamente, así que es muy arriesgado. Quieren aterrorizarnos en casa.
LAS FAR también irrumpieron en tres hospitales de Jartum disparando contra los manifestantes heridos que habían sido llevados para recibir tratamiento. El martes pasado, en el Hospital Royal Care de Sudán, los soldados obligaron a evacuar a cincuenta manifestantes heridos tras disparar y detener a uno de los médicos que había formado parte del equipo médico durante la sentada. Otras sentadas revolucionarias en varias ciudades del país, incluso en el norte de Puerto Sudán y en el este de Gadarif y Sinja, también fueron atacadas por las FAR.
En una nueva demostración de fuerza y bloqueo los militares impusieron un apagón de Internet que paralizó la mayoría de los servicios telefónicos y de Internet en todo el país. El apagón de Internet todavía continúa. Y Jartum, como han explicado los activistas, está prácticamente bajo ocupación militar.
El objetivo de la masacre de la madrugada de la semana pasada y la posterior represión está claro: dispersar a los revolucionarios, poner fin a la sentada central y aplastar la demanda popular de arrebatarle el poder a los militares.
La brutal represión se produce seis años después de la masacre de Rabaa en El Cairo llevada a cabo por el entonces general y actual presidente Abdel Fattah el-Sisi, donde más de mil manifestantes de los Hermanos Musulmanes fueron masacrados, con lo que culminó el golpe de Estado llevado a cabo por el ejército egipcio y marcó un giro más agudo de la contrarrevolución en el país. Hoy la masacre de la sentada en Jartum marca un punto de inflexión contrarrevolucionario en Sudán, aunque en Sudán es el régimen, asociado con la Hermandad Musulmana, el que ha perpetrado los asesinatos.
Las fuerzas de la contrarrevolución en Sudán son consecuencia de la historia reciente de guerra genocida del país. Como muchos comentaristas han dicho de la brutal represión de las FAR, Darfur ha llegado a Jartum esta semana. De hecho, las Fuerzas de Apoyo Rápido tienen una historia de casi dos décadas de represión racista en Darfur, en el oeste de Sudán, así como de connivencia con la campaña de la Unión Europea para para la migración a través de sus fronteras.
En 2003 Omar al-Bashir creó el predecesor de las FAR, los Yanyauid, reclutándolos como la principal herramienta del gobierno en su guerra contra Darfur. Los dos años siguientes a la fundación de las milicias Yanyauid fueron testigos de los niveles más altos de violencia en Darfur, con más de cien mil muertos y hasta dos millones de personas asesinadas en una suerte de limpieza étnica. La política de tierra arrasada de Al-Bashir en Darfur condujo al llamamiento a su detención por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
Casi una década después, en 2013, al-Bashir reconoció formalmente a las Fuerzas de Apoyo Rápido y nombró a Mohammed Hamdan Dagalo (General Hemedti), que había ascendido en las filas de los Yanyauid, como su líder. La milicia evolucionó y pasó de ser principalmente sectaria y paramiltar a convertirse en una milicia oficial, formalmente subordinada al régimen militar. Hoy este giro está más claro que nunca ya que Hemedti, jefe de las FAR, es también subdirector del llamado Consejo Militar de Transición, que ostenta quizás más poder que nadie en el país.
En 2014 las milicias de las FAR se hicieron cargo de la tarea de controlar la migración en connivencia con Europa que comenzó a estrechar la soga sobre los migrantes y refugiados que iban desde África y Oriente Medio. El año antes de que Europa volcara su atención en Turquía para frenar la migración proveniente de Siria e Irak intentó detener la ruta migratoria a través de Sudán y lanzó lo que se conoció como el Proceso de Jartum.
El objetivo del Proceso de Jarum es detener a los migrantes africanos en su objetivo de llegar a Europa. Las propias Fuerzas de Apoyo Rápido se desplegaron para impedir que los migrantes de diversos países cruzaran las fronteras de Sudán. Con la misión de detener y deportar a cientos de migrantes las FAR recibieron un cuarto de millón de dólares para que criminalizara a los migrantes en respuesta a la oferta de Europa. Así, el racismo europeo contra los inmigrantes ha sido el que ha alimentado y ayudado a profesionalizar el terror que vivieron los manifestantes esta semana.
La masacre del 3 de junio se produjo pocos días después de que los líderes del Consejo Militar de Transición, el General Abdel Fattah Abdelrahman al Burhan y su adjunto, el General Hemedti, asistieran a una serie de reuniones convocadas por los saudíes en La Meca con la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación para los Estados del Golfo. Burhan y Hemedti tienen vínculos de larga data con Arabia Saudí por su participación en la guerra liderada por el reino saudí en Yemen que ha sumido al país a una crisis humanitaria sin precedentes. La coalición de los EAU saudíes ha utilizado soldados sudaneses para externalizar la guerra contra Yemen, disminuir el número de vidas saudíes perdidas en combate y atenuar así la disidencia interna.
Se ha informado de que entre las decenas de miles de soldados sudaneses enviados a combatir en el Yemen hay numerosos niños soldados de la región de Darfur. El motivo de la guerra contra Yemen es la continua rivalidad imperial de Arabia Saudí (con el apoyo absoluto de EE.UU) con Irán por el dominio regional. También hay que señalar que este posicionamiento antiiraní ha llevado a los países del Golfo a una cooperación más estrecha con Israel, una de cuyas consecuencias es la próxima conferencia de Bahrein en la que el gobierno de Trump tiene previsto dar a conocer su llamado «Acuerdo del Siglo» de venta del pueblo palestino.
El rifirrafe con Irán, en parte a instancias de Estados Unidos, impulsa el apoyo activo al Consejo Militar de Transición (CMT) por parte de las fuerzas regionales de la contrarrevolución y sus esfuerzos reprimen las aspiraciones del pueblo sudanés. El domingo 2 de junio Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos se comprometieron a enviar 3.000 millones de dólares de ayuda a Sudán. El príncipe heredero de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Zayed, se comprometió a «preservar la seguridad y la estabilidad de Sudán». El presidente egipcio -y estandarte de la contrarrevolución- Sisi, ha utilizado su posición a la cabeza de la Unión Africana (UA) para apoyar a la CMT y bloquear los intentos de la UA de condenarla, aunque la masacre del pasado lunes finalmente llevó a la UA a expulsar a Sudán. Sin duda el baño de sangre vivido a principios de junio fue estudiado minuciosamente y aprobado por estas potencias regionales.
Aunque Estados Unidos hizo declaraciones condenando los excesos de la reciente violencia, no se puede equiparar en modo alguno con el apoyo al levantamiento ya que el distanciamiento es sólo una fachada. Las acciones saudíes se llevan a cabo en paralelo con la estrategia su aliado estadounidense en sus intentos de aislar a Irán. Los planes de Trump de pasar por alto al Congreso para mantener el flujo de armas hacia Yemen representa sólo un pequeño ejemplo de esta tendencia.
Rusia ha adoptado una postura más beligerante haciéndose eco de las anteriores declaraciones de las FAR de justificar la masacre y afirmando que la violencia del 3 de junio «era necesaria para imponer el orden y luchar contra los extremistas» – el mismo lenguaje que usó para expresar su apoyo a la carnicería de Bashar al-Assad en la propia revolución siria.
Hay que decir que la revolución en Sudán tiene que lidiar con el hecho de que las fuerzas del capitalismo global, aunque a veces en rivalidad entre sí, no toleran movimientos democráticos como el que ha florecido en las calles del país desde enero. Los revolucionarios de Jartum lo saben y cantan consignas como «No queremos tu dinero» cuando anunciaron la ayuda económica emiratí-saudí en abril. La forma en que la lucha revolucionaria encare este desafío y se conecte con la solidaridad internacional a medida que se intensifica la contrarrevolución será crítica para su evolución y desarrollo. La revolución no tiene amigos en los pasillos del gobierno, sino en las calles.
Al principio, la respuesta de la CMT fue justificar los asesinatos; desde entonces ha pasado a minimizarlos y a minimizar el número de muertos. En una maniobra clásica de «buen policía» también ha afirmado que ahora -tras haber desmantelado uno de los centros simbólicos de la resistencia sembrando el terror y la muerte- está abierto a negociar de nuevo, incluso mientras continúa el apagón de Internet para encubrir sus crímenes.
Desde el fin de las negociaciones el CMT ha vuelto a anunciar que las elecciones se celebrarán en no más de nueve meses, lo que rompe el período de transición de tres años previamente acordado que la oposición había solicitado. La oposición exigió este plazo antes de las elecciones a fin de proporcionar una oportunidad adecuada para organizar fuerzas políticas independientes del régimen. Secciones del país (Darfur, Nilo Azul y Kordofán del Sur) todavía están tambaleándose por las guerras civiles que duran más de una década. La celebración de elecciones anticipadas sólo garantizaría que los elementos favorables al régimen estuvieran en mejores condiciones de cosechar los frutos de la votación debido al carácter antidemocrático del escenario político que apenas comienza a abrirse a causa de las protestas.
La Asociación de Profesionales Sudaneses (el núcleo de las Fuerzas de la Declaración de Libertad y Cambio) ha declarado que no mantendrá más negociaciones con CMT y ha llamado a una huelga general de duración indefinida y a la desobediencia civil masiva con el fin de derrocar al régimen militar como la «única medida que queda» para salvar la revolución. Mientras se escribe este artículo llegan los primeros informes de las campañas de desobediencia civil, y un «cierre social» ha despejado las calles en respuesta al llamado a quedarse en casa. Secciones de trabajadores petroleros también se han sumado a la huelga. La huelga y la desobediencia civil también significaría un boicot organizado de las elecciones en caso de que los militares continúen unilateralmente con ellas.
Esto pondrá a prueba algunas de las divisiones internas de la revolución. Algunos de los partidos de oposición más tradicionales, como el Partido de la Nación Umma de Sadiq al-Madhi (el primer ministro depuesto por Omar al-Bashir en el golpe de Estado de 1989), el Partido del Congreso sudanés y algunos de los movimientos armados en torno a Yassir Arman y Malik Agar, se organizan bajo el paraguas de la agrupación Sudan Call.
Estos partidos – junto al Partido Comunista sudanés, que es una agrupación de algunos pequeños partidos baazistas y naseristas en la Alianza de Consenso Nacional – durante años han jugado un papel de una oposición institucionalizada contra el gobierno de Bashir y su Partido del Congreso Nacional. Muchos de ellos, como al-Mahdi y el Partido del Congreso Popular (PCP) del difunto Hassan al Turabi, han desempeñado papeles en gobiernos anteriores (el PCP se unió a un gobierno de Unidad Nacional en 2017, que las fuerzas revolucionarias no han olvidado). Sus hábitos políticos de negociación con el antiguo régimen y de oposición parlamentaria al mismo seguirán adelante y les forzarán a llegar a un acuerdo con el régimen militar y la contrarrevolución.
Sin embargo, cabe señalar que los comunistas han mantenido hasta ahora una oposición de principios a los acuerdos sobre un gobierno civil. La política de aquellos elementos que claramente ven los peligros de estos acuerdos ha marcado los éxitos de la revolución hasta ahora. Como los manifestantes reconocieron inmediatamente después de derrocar a al-Bashir, a pesar de los cambios de gobierno, el aparato estatal sigue en gran medida intacto y esta contienda con el poder estatal sigue siendo el mayor obstáculo para el levantamiento.
De hecho, a pesar de la «transición» que supuestamente llevan a cabo en su nombre, el Consejo Militar de Transición representa la misma lógica que el antiguo régimen. El ejército ha demostrado ser el constante poder en la sombra de la política sudanesa y fue el que lideró los golpes de Estado de 1969 y 1989. Las huelgas generales y la lucha de masas se presentan como los único caminos que hay que seguir para lograr una alternativa política en el país.
La revolución estalló no desde los partidos de oposición sino desde la población sudanesa y de nuevas formaciones como el SPA que, a su vez, se creó a través de la lucha. Ahora es un momento crucial para ver cómo, después de la masacre del lunes pasado, se puede mantener la lucha contra el régimen militar.
Mohammed describe la situación actual en Jartum:
A pesar de todo el terror vivido todavía hay gente construyendo barricadas. Ponen en riesgo sus vidas y los aterrorizan. Van a casa durante unas horas y luego vuelven a seguir construyendo las barricadas.
La determinación y la voluntad política expresadas por la actual ola de huelgas generales y desobediencia civil son esenciales. Además, aunque no se informa bien, el prometedor desarrollo de los consejos revolucionarios de los barrios ofrece esperanza, y su crecimiento y reagrupamiento son fundamentales.
Venga lo que venga tras la masacre, explica Mohammed:
El CMT ha perdido legitimidad y por eso podemos tener un programa revolucionario más definido y exigir que el consejo soberano no tenga cinco [representantes] del ejército y cinco del gobierno civil, [pero] debemos decir «no, cero al CMT».
Aunque la revolución sudanesa ha demostrado ser hasta ahora una de las revoluciones más organizadas y políticamente avanzadas de la región, los desafíos a los que se enfrentan siguen siendo enormes. Nuestra atención y solidaridad debe estar con el pueblo sudanés, que ha entrado en una nueva etapa de la historia, y está luchando y muriendo por la libertad.
Fuente: https://jacobinmag.com/2019/06/sudan-revolution-khartoum-protests massacre? fbclid=IwAR11MT_rWZRbDLCZ5NGjVf4neaQD3eYsY0U8X5Q4dSX54KfNbBTPp1-Q8Xo
Traducción de Laura Galián.