“El uso de napalm se da ya por sentado, se considera casi como una práctica de rutina en la guerra. […] Salvo Estados Unidos, ninguna nación ha utilizado tal arma; que las únicas víctimas del napalm han sido africanos y asiáticos en sus luchas de liberación nacional o de resistencias a los ataques de occidente […] Con napalm se han inmolado aldeas enteras, constantemente se emplea para atacar a la población civil de muchos lugares. En Vietnam se han saturado de napalm hospitales, escuelas, sanatorios y clínicas”. -Bertrand Rusell, “Napalm y genocidio”
“La mentira dura el tiempo que lleva decirla
Y la muchacha corre sola
Hasta donde le permite el napalm
Hasta que sus tendones quemados
Y sus músculos crepitantes
La congelan en esa postura final
Que los cuerpos en llamas adoptan tan perfectamente
Nadie puede cambiar eso; ella se quema ante mis ojos”.
Bruce Weigl, “La canción del napalm”, citado en H. Bruce Franklin, Vietnam y las fantasías norteamericanas, Final Abierto, Buenos Aires, 2008, p. 149.
El 8 de junio de 1972 fue bombardeada la aldea de Trang Bang, como lo solían hacer los militares de Estados Unidos o sus lacayos de Vietnam del Sur. Eso se venía realizando en forma sistemática y planificada desde 1962. La escena que sucedió era el pan de cada día para el martirizado pueblo de Vietnam: bombardeos asesinos, destrucción de casas, masacre de seres humanos de manera indiscriminada, incluyendo niños y mujeres, incendios que arrasaban con lo que encontraran a su paso. Pero ese día sucedió un hecho que mostró al mundo el horror de la agresión imperialista de los Estados Unidos: se tomó una fotografía a un grupo de niños que huían luego de un bombardeo con napalm. Entre las personas fotografiadas se destacaba una niña de nueve años, que corría y gritaba desnuda, seguida por soldados. Esa fotografía se divulgó en periódicos de Estados Unidos y el resto del mundo y se constituyó en un documento testimonial sobre los horrores de la carnicería estadounidense en el sudeste asiático. En este artículo analizamos el trasfondo histórico de esa icónica fotografía de junio de 1972 y lo que ella en sí misma revela sobre las atrocidades del imperialismo estadounidense.
Para recalcar la importancia de la fotografía como una fuente visual este escrito viene acompañado de ilustraciones alusivas a los hechos que se describen y analizan.
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Esa fotografía fue tomada de manera espontánea por un joven fotógrafo vietnamita de veintiún años, Huynh Cong Út, conocido como Nick Ut, que desde los diecisiete años cubría la guerra para la Associated Press. En la mañana del 8 de junio este fotógrafo salió de Saigón hacia una aldea que iba a ser bombardeada desde el aire. En efecto, así ocurrió. Sobre la pacífica aldea de Trang Bang, directamente sobre el templo en donde se encontraba un grupo de niños se lanzaron bombas con napalm. Los niños corrieron despavoridos, pero una de ellas, Kim Phuc, fue alcanzada por la gelatina en llamas que le encendió sus ropas, de las que logró desprenderse y empezó a correr desnuda y a gritar en forma desgarradora; corría junto a su hermano y sus primos.
La niña se encontraba jugando en un templo, a donde se había refugiado su familia. De repente escuchó el zumbido atronador de un avión, vio que caían unos objetos extraños, con forma de grandes huevos, luego retumbó un estallido ensordecedor y sintió que un calor infernal la envolvía, mientras a su alrededor se esparcían llamaradas anaranjadas.
A eso de las nueve de la mañana, el fotógrafo escuchó el estruendo de los aviones y las bombas que lanzaban y las llamas que producían una nube de humo negro, que cubría la aldea bombardeada. De repente vio aparecer al grupo de niños que corrían despavoridos. Tomó las fotos, dejó la cámara en el piso y se acercó a socorrer a la niña. Esta no fue la única foto famosa sobre la guerra de Vietnam, pero si la más comentada y difundida, por el hecho de que la protagonista y el fotógrafo sobrevivieron a la guerra y adquirieron celebridad mediática en el mundo capitalista occidental.
Cuatro son las fotografías icónicas de la guerra de Vietnam. La primera fue tomada el 11 de junio de 1963, cuando un monje budista se quemó vivo en plena calle como forma de protestar contra las persecuciones que los budistas sufrían por parte del régimen de Vietnam del Sur, encabezado por el hombre fuerte de Washington, Ngo Dinh Diem.
La segunda foto registró el asesinato en plena calle del guerrillero comunista Nguyen Van Lém, que fue capturado el 1 de febrero de 1968, por obra del jefe de la policía de Saigón, Nguyen Ngoc Loan, quien ante la cámara y sin parpadear le da un disparo en la cara.
La tercera foto está referida a la masacre de My Lai el 16 de marzo de 1968, pero cuyas imágenes dantescas solo se dieron a conocer en noviembre de 1969. En esa foto aparecen decenas de cadáveres esparcidos en el suelo.
Y la cuarta foto es la de la niña del napalm. La foto que se difundió a nivel mundial fue la primera que se tomó, pero también se sacaron otras, que poco se conocen.
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Sobre este hecho existe el relato de los dos protagonistas: el de la niña y el del fotógrafo. En reiteradas ocasiones lo han recordado y lo han hecho otra vez hace pocos días al cumplirse el cincuentenario de ese acontecimiento. Empecemos por el testimonio de aquella niña, que recuerda su vida antes del bombardeo de esa mañana de junio de 1972:
Crecí en el pequeño poblado de Trang Bang en Vietnam del Sur. Mi madre dijo que de pequeña era muy risueña. Nuestra vida era sencilla y había comida en abundancia, pues mi familia tenía tierra de cultivo y mi madre era propietaria del mejor restaurante del pueblo. Recuerdo que me encantaba ir a la escuela y jugar con mis primos y los demás niños, saltábamos la cuerda, corríamos y nos perseguíamos llenos de alegría.
Sobre lo acontecido esa fatídica mañana evoca:
Solo tengo memorias intermitentes de ese día terrible. Estaba jugando con mis primos en el atrio del templo. Momentos después, un avión voló muy bajo y a toda velocidad, el ruido a su paso fue ensordecedor. Luego, hubo explosiones y humo y un dolor insoportable. Tenía 9 años.
El napalm se te pega a la piel, sin importar lo rápido que corras y causa quemaduras espantosas y un dolor que dura toda la vida. No recuerdo correr ni gritar: “Nóng quá, nóng quá!” (“¡Quema, quema!”), pero grabaciones de ese momento y los recuentos de otras personas afirman que lo hice.
También se refiere a la celebre fotografía en la que ella aparece en primer plano:
Soy la niña desnuda con los brazos extendidos que grita de dolor. La imagen, tomada por el fotógrafo survietnamita Nick Ut […] con el tiempo, se convirtió en la imagen más conocida de la guerra de Vietnam.
Nick no solo me cambió la vida para siempre con esa fotografía inolvidable, también me la salvó. Después de tomar la foto, bajó la cámara, me envolvió en un cobertor y me llevó a toda prisa a recibir atención médica. Le estoy eternamente agradecida.
La niña quemada estuvo 14 meses internada en un hospital, se sometió a 17 operaciones de injertos de piel, entre muchas cirugías. El 30% de su cuerpo quedó marcado por el napalm para siempre. Afirmó que las quemaduras producidas por el napalm generan “el dolor más terrible que te puedas imaginar. El agua hierve a cien grados; el napalm genera temperaturas de ochocientos a mil doscientos grados”. Las llamas y el napalm quemaron el brazo izquierdo de la niña y su ropa de algodón se derritió sobre su piel. Eso evito que el napalm penetrara en su cuerpo. Sobre los efectos que le dejaron las quemaduras Ella misma comenta: «De niña me encantaba subir a los árboles como si fuera un mono para coger las mejores guabas y pasárselas a mis amigos. […] Desde que me quemé, nunca pude volver a escalar un árbol ni a jugar a los mismos juegos de antes con mis amigos. Es realmente difícil. Estaba de verdad incapacitada»i.
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Nick Ut, el fotógrafo también ha relatado en muchas ocasiones aquel suceso, que cambió su vida y lo hizo famoso a nivel mundial. Recuerda como era su vida antes de ese junio de 1972:
Mi hermano mayor era un fotógrafo sorprendente, era una estrella de cine en Vietnam y uno de los mejores fotógrafos de ese país. Cuando yo tenía 14 años me dijo que quería que me convirtiera en fotógrafo. Cuando mi hermano murió mientras trabajaba, en 1965, me pregunté a mí mismo: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?”. Mi cuñada tuvo la idea de llamar a AP para que me dieran trabajo, pero le dijeron que era demasiado joven. Un mes después me llamaron y me dieron empleo.
Ese lunes 8 de junio fue cuando se tomó la emblemática fotografía:
Cerca de las 8:00 horas, llegué al poblado de Trng Bàng y estuve ahí unas horas tomando fotografías. Estaba a punto de volver a Saigón cuando vi cómo un avión arrojaba cuatro bombas de napalm sobre Trng Bàng. Nunca había visto explotar una bomba tan cerca.
No creí que quedara nadie en el poblado esa mañana, pero entonces vi personas corriendo por la Autopista 1, cargando los cadáveres de varios niños. Comencé a tomar fotos y entonces, unos minutos después, vi a una niña (Kim Phuc) corriendo con los brazos al aire. Mi primera reacción fue preguntarme por qué no llevaba ropa, pero mientras corría para acercarme a ella y tomaba fotos pude ver que tenía graves quemaduras. Sabía que estaba muriendo, por lo que le puse agua de inmediato para ayudarla, y después la llevé en auto a un hospital local a casi 40 minutos de distancia. Sin embargo, me dijeron que había tantas personas heridas que no podían ayudarla y me dijeron que llevara a Kim a Saigón. Les expliqué que creía que, si la llevaba en mi auto una hora más, moriría. Aun así, no querían ayudarla, por lo que les mostré mi pase de prensa y les dije: “Si muere, la fotografía estará en la portada de los diarios de todo el mundo”. Entonces la ingresaron de inmediato.
Después, al regresar a las oficinas de la AP en Saigón,
Mis colegas vieron la expresión en mi rostro y me preguntaron qué había pasado. Les conté la historia y les mostré mi fotografía de Kim. A algunos les gustó, pero otros señalaron que se trataba de una niña de nueve años totalmente desnuda. Entonces, Horst Faas, el director de AP en Saigón, volvió de almorzar, vio la imagen y preguntó por qué no la habíamos enviado de inmediato a la Ciudad de Nueva York. Entonces la imagen se envió a Nueva York y de ahí a todo el mundo. […] Después de todos esos años sigo pensando en la guerra y en la suerte que tuve por haber sobrevivido a ella. En ocasiones todavía tengo pesadillasii.
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La foto de Nick Ut se publicó tres días después, el 11 de junio en la portada del New York Times, con el título «La niña del napalm» (Napalm Girl). La redacción del periódico debatió si era conveniente publicar una foto de una niña desnuda. Asimismo, se discutió si se publicaba con el encuadre amplio o un recorte solo de la niña. Se publicó la escena completa, en la que aparecen cinco niños llorando que huyen del horror y la niña se encuentra en el centro, seguidos de cerca por un grupo de soldados a los que nos parece interesarles lo que está sucediendo.
Se suele recalcar como un hecho casi heroico que el NYT publicara la fotografía, pero nunca se menciona la nota que la acompaña, que sirve para entender el verdadero sentido de la publicación y revela de cuerpo completo la catadura del periódico liberal.
El artículo que acompañaba la foto, en realidad una pequeña nota se titula El fuego esta vez. Esa nota decía en forma textual:
Los niños jugaban el jueves pasado junto a una gran pagoda rosa en las afueras de la ciudad de Trangbang, a 40 millas de Saigón. A unos 150 metros de distancia, los soldados norvietnamitas estaban atrincherados en el mercado de la ciudad. Dos Skyraiders de un solo motor propulsados por hélices de la fuerza aérea de Vietnam del Sur comenzaron a arrojar bombas sobre el enemigo, y algunas de las bombas cayeron cerca de la pagoda. Los niños corrieron por la carretera.
Otro Skyraider se unió a la acción y lanzó, no bombas, sino botes de napalm. Bolas pegajosas de fuego salpicaron el camino, prendiendo fuego a la ropa de los niños que huían y gritaban. Una de las niñas se arrancó la ropa en llamas. Un fotógrafo de Associated Press estuvo allí para registrar algo de esto. Sus fotografías, incluida la de arriba, aparecieron en los periódicos y en las pantallas de televisión de todo el mundo la semana pasada.
Hasta acá podría decirse que la información es en gran medida objetiva y verídica, salpicada por una ligera justificación de lo que paso al señalar que se estaba atacando a “enemigos” que “previamente estaban atrincherados”. Pero luego viene el inefable tono para lavar la imagen de Estados Unidos en cuanto a su directa responsabilidad en la utilización de napalm. Al respecto el NYT señala, con un tono sibilino: “Quizás en parte debido a la fuerte reacción emocional entre los críticos de la guerra en los Estados Unidos, el uso de napalm por parte de los aviones estadounidenses en Vietnam prácticamente se ha eliminado. Los vietnamitas del sur todavía usan napalm en cierta medida”. Nótese, se indica que los Estados Unidos no usan el napalm, sino el ejército de Vietnam del sur, que era un títere incondicional de los Estados Unidos y cumplía a cabalidad las órdenes de sus amos imperialistas. Para aumentar el descaro justificatorio concluía la nota del NYT con esta perla, que pretendía lavar la imagen del napalm, citando a uno de sus corresponsales:
El corresponsal del New York Times, Charles Mohr, envió la semana pasada este memorándum desde Vietnam sobre el napalm:
“Muchos de los críticos del uso de napalm en Vietnam han citado una historia que escribí en 1965 sobre una mujer a la que le habían quemado los párpados para que no pudiera cerrar los ojos y tuvo que dormir con una manta sobre la cara. La simple verdad, sin embargo, es que —en los terribles términos relativos de la guerra de Vietnam— el napalm nunca mató a muchos civiles. La razón es que el napalm es y fue empleado principalmente en el llamado apoyo cercano de tropas terrestres amigas en combate con la infantería del Vietcong. Debido a que no explota, se puede dejar caer desde una altura muy baja y no dañar al cazabombardero. Esto, a su vez, la convierte en un arma extremadamente precisa. Nuevamente, debido a que no explota y es preciso, se pueden usar fuerzas amigas cercanas.
“Nadie sabrá nunca cuántos civiles matamos aquí, un total espantoso y demasiados. Pero la mayoría de ellos asesinados por aire fueron asesinados en los llamados ataques aéreos ‘preplaneados’, que era una especie de bombardeo estratégico de objetivos tácticos de dos bits. Estos ataques utilizaron principalmente bombas, unidades de bombas de racimo y armas similares y rara vez utilizaron napalm. Sin duda, el napalm hirió y mató a civiles, pero en cantidades mucho menores de lo que la mayoría de la gente en los Estados Unidos parece pensar. Además, incluso los mejores estadounidenses aquí que se preocupan por los civiles piensan que lo que cuenta es la muerte y no el arma utilizada.
“Tal vez es solo que la guerra nos ha endurecido, pero muchos aquí no pueden ver qué diferencia hace lo que te mata, y la guerra no se puede pelear con sables de caballería. Es la terrible e irrevocable decisión de matar personas en primer lugar lo que parece importar más que el arma”.
Como puede apreciarse, el NYT, en última instancia, está diciendo que el uso del napalm era, por una parte, necesario por las urgencias de la guerra y, de otra parte, que no fueron muchos los muertos, heridos y lesionados que produjo, sino que todos ellos fueron ocasionados por los bombardeos aéreos y no por el napalm, algo entendible según la lógica bélica del corresponsal porque no se podía llevar a cabo esa guerra de agresión de los Estados Unidos, con “sables de caballería”. Finalmente, pide que no se indague ni se difunda la preocupación por la forma y los instrumentos con que se mataba a la población de Vietnam, sino que simplemente se haga un registre de que se mataban.
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El impacto de la foto fue inmediato en el mundo, porque confirmó algo que se denunciaba desde hacia algunos años: que Estados Unidos estaba rociando con napalm a todo un pueblo, a nombre de la defensa de la libertad y la democracia. La fotografía se convirtió en un símbolo, como dijo el corresponsal Peer Arnett: “Ilustró de modo dramático lo que ya era un hecho regular en Vietnam: napalm por todos lados, en pueblos lejanos, civiles muertos, aterrorizados por la guerra… Imágenes que nunca habíamos visto en el pasado. Por eso la foto de Ut fue tan significativa”iii. Por algo, en 1972 el candidato demócrata a las elecciones George McGovern dijo que el napalm arrojado sobre el cuerpo de la niña había sido “arrojado en nombre de Estados Unidos”.
La fotografía, conocida formalmente con el nombre El terror de la guerra y difundida con el apelativo La Niña del napalm, tuvo un efecto inmediato dentro de Estados Unidos y en todo el mundo. Fue publicada en 21 grandes periódicos de los Estados Unidos y proyectada en los telenoticieros. Al respecto la escritora estadounidense Susan Sontang sostuvo en su ensayo La caverna de Platón:
Las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son fracciones de tiempo nítidas, que no fluyen […]. Fotografías como la que cubrió la primera plana de casi todos los diarios del mundo en 1972 ‒una niña sudvietnamita desnuda recién rociada con napalm estadounidense que corre hacia la cámara por una carretera, chillando de dolor, con los brazos abiertos‒ probablemente contribuyeron más que cien horas de atrocidades televisadas a incrementar la repugnancia del público ante la guerra
No puede decirse que la foto en sí misma detuviera la guerra o que era la primera en develar el uso del napalm por los Estados Unidos y sus proxis de Vietnam del Sur. En cuanto a la guerra, esta se prolongaría unos años más y sobre las denuncias del uso del napalm, dentro de Estados Unidos ya existía un movimiento fuerte de agitación que se había presentado en decenas de ciudades de ese país desde 1966. Es en ese contexto, que esta foto adquiere relevancia, porque como lo dice Sontang “Lo que determina la posibilidad de ser afectado moralmente por fotografías es la existencia de una conciencia política relevante. Sin política, las fotografías del matadero de la historia simplemente se vivirán, con toda probabilidad, como irreales o como golpes emocionales desmoralizadores”iv. En otros términos, el efecto de la foto fue contundente en Estados Unidos porque existía un importante movimiento antibélico. Y dicho movimiento había centrado gran parte de su denuncia en la utilización del Napalm y en señalar con nombre propio a los responsables de los crímenes asociados a esa gelatina mortífera, entre los que se destacaban los funcionarios del alto gobierno de los Estados Unidos y técnicos y científicos que investigaban y producían sustancias bélicas para las grandes productoras de armas. Se destaca al respecto la denuncia hecha contra la Dow Chemical en el territorio estadounidense que se plasmó en un célebre cartel que circuló masivamente a finales de la década de 1960, en el que se decía Dow Chimical fabrica Napalm, con un niño con su rostro desfigurado como trasfondo.
Uno de los organizadores y participantes en ese movimiento relató años después la importancia de esa experiencia de lucha, en la que hubo centenares de movilizaciones, en las cuales participarían centenares de miles de personas, contra la Dow Chemical, contra su personal de reclutamiento en los campus y contra sus subcontratistas. A través de la campaña contra el napalm, decenas de millones de personas en Estados Unidos y en el mundo iban a extraer profundas lecciones acerca de la real naturaleza de la guerra que Estados Unidos estaba librando contra Vietnamv.
En este contexto, la foto de la Niña mostró de manera brutal y directa el impacto del napalm sobre los habitantes de Vietnam y eso se hizo visible a los ojos de millones de seres humanos en todo el mundo.
De otro lado, el impacto de la fotografía sobre la niña fue inmediato, porque eso ocasionó que recibiera la atención que miles de niños dejaron de tener y que murieron o sobrivieron en medio de horribles sufrimientos. Incluso, otra de los niños que aparece en la foto, el hermano menor de Kim Phuc murió por las lesiones que sufrió durante el mismo ataque de napalm. Ella logró sobrevivir gracias a las rápidas acciones de Ut, que la empapó con agua y la trasladó a un hospital de Saigón para que recibiera atención médica. Años después esa niña, convertida en mujer, iría cambiando su apreciación sobre la fotografía: en algunas de sus primeras declaraciones, después de 1992, cuando se asiló en Canadá, dijo que odiaba la foto, porque le recordaba un ingrato momento de su vida, que quisiera borrar y haber sido una niña normal. Después, y en la medida en que la foto le permitió situarse mediáticamente en el país mencionado la empezó a considerar como algo significativo. Y cuando se cumplieron 50 años escribió un artículo para el NYT en el que señalaba: “Por definición, las fotografías capturan un momento en el tiempo. Pero los sobrevivientes en esas fotografías, en especial los niños, deben seguir adelante. No somos símbolos, somos humanos. Debemos encontrar trabajo, amor, comunidades que nos acepten, lugares para aprender y nutrirnos”vi.
Por su parte, el fotógrafo adquirió celebridad mundial por la foto y en 1973 recibió el Premio Pulitzer en virtud de que, como él mismo lo comenta en su página web: “La imagen no tenía precedentes en ese momento debido a la desnudez frontal completa de las víctimas del bombardeo”vii.
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Todo lo comentado anteriormente se mueve en el terreno testimonial, que resulta fundamental a la hora de afrontar la sensibilidad de sujetos concretos de carne y hueso ante la guerra. Es un plano existencial de primera importancia. Sin embargo, por sí mismo no basta para comprender la magnitud de lo sucedido. Para dar un paso más resulta necesario hablar de factores estructurales, de media y larga duración, sin los cuales no se comprende un acontecimiento, el de la guerra en Vietnam en general y el de la foto de 1972 en particular. En este caso es imprescindible referirse al sentido, significado y alcance de la guerra aérea por parte de los Estados Unidos, al uso del napalm y al carácter de la guerra criminal que libró contra el pueblo de Vietnam. Si estos elementos no se analizan ni se interrelacionan con los testimonios estos, importantes desde luego, terminan siendo hechos sueltos y aislados.
En ese terreno vale mencionar que los Estados Unidos se ensañaron en Vietnam con la guerra aérea, ya que, durante más de una década, todos los días los cielos se cubrían con centenares de aviones mortíferos desde los cuales se lanzaba napalm, fosforo blanco, agente naranja y bombas de todo tipo. En el periodo 1962‒1973, Estados Unidos lanzó en el sudeste asiático ocho millones de toneladas de bombas, una cantidad tres veces superior a la utilizada durante la Segunda Guerra Mundial y roció a Vietnam del sur con ochenta y seis millones de defoliantes, con el objetivo de destruir la selva para privar de comida a los guerrilleros y destruir sus bases campesinas. El objetivo de la devastación producida desde el aire era claro para los Estados Unidos: generar tanto dolor y muerte que los rebeldes vietnamitas se rindieran. Así lo dijo en 1966 el general William DuPuy: “La solución en Vietnam son más bombas, más artillería, más napalm… hasta que el otro bando se desmoralice y se rinda”viii.
Con esta lógica genocida, no sorprende que Vietnam haya sido el país más bombardeado en la historia mundial y se haya convertido en el lugar donde se hizo realidad cotidiana la masacre aérea y el proyecto de destruir un pueblo, como lo había esbozado el fascismo italiano en la década de 1930, el precursor de la guerra aérea con armas químicas y biológicas, con el fin de destruir a los adversarios mediante el terror aéreo y el ataque indiscriminado de civiles. Eso se sofisticó durante la Segunda Guerra Mundial por parte de los Estados Unidos e Inglaterra cuando se implantó el bombardeo estratégico para destruir ciudades de Alemania y Japón y sus habitantes.
Con esos antecedentes en Corea y Vietnam se generalizó el terrorismo aéreo por parte de Estados Unidos y en Indochina en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial por parte de Francia. Así, los primeros en usar napalm en Vietnam fueron los franceses en la batalla de Vinh Yen, en enero de 1951. Después el ejército de Estados Unidos generalizó su uso durante muchos años.
A los soldados, pilotos, médicos de guerra se les instruía para que emplearan napalm, otras sustancias tóxicas y bombas desde el aire. Además, se les enseñaba que esos crímenes eran acciones perfectamente validas y legitimas. Los cantos de guerra que entonaban los soldados y pilotos de los Estados Unidos coreaban, entre muchos, este estribillo: “Bombardear el pueblo y matar a la gente, /echar napalm en la plaza/, salir temprano los domingos y cazarlos mientras rezan”ix. Entre los militares era dominante la creencia de que todo lo que se movía en el suelo y se podía bombardear desde el aire era un blanco legítimo, incluyendo animales como los búfalos, porque todos eran guerrilleros del Vietcong o instrumentos al servicio de los comunistas. Al respecto, un soldado australiano que hacia la guerra a nombre de los Estados Unidos afirmó: “Cuando estaba matando al enemigo estaba matando a un comunista… Quizá la primera vez que vi a un norvietnamita muerto me eché para atrás un poco, pero después de eso pasaron a ser simplemente animales muertos. La cuestión era o yo o ellos, los mataba o me mataban. Yo no disparaba contra una persona, estaba disparando a una pandilla de ideologías”x.
Otro militar de los Estados Unidos sostenía, una muestra clara de la forma cómo se consolidaba una mentalidad sádica y asesina, que “el napalm nos encantaba. No sé lo eficaz que sería, pero sin duda te mejoraba el estado de ánimo”xi.
Para ilustrar la magnitud del ataque genocida contra el pueblo de Vietnam pueden mencionarse algunas cifras: en el curso de toda la guerra, los Estados Unidos usaron seis mil millones de kilos de proyectiles de artillería; cinco millones de hectáreas de bosques estuvieron sometidos a bombardeos de saturación; los suelos de Vietnam fueron rociados por las tropas de Estados Unidos con setenta millones de litros de herbicidas; los defoliantes tóxicos fueron vertidos sobre unos cinco millones de vietnamitas; los buldóceres de Estados Unidos destruyeron el 2% del suelo de Vietnam del Sur; se vertieron cuatrocientos mil toneladas de Napalm sobre territorio de Vietnam; en la guerra murieron un millón cien mil soldados del Vietcong y fueron heridos seiscientos mil; murieron por lo menos tres millones de civiles; millones de personas quedaron inválidos de por vida; miles de niños quedaron huérfanos; en los últimos años de la guerra fueron prostituidas por las tropas de ocupación medio millón de mujeres survietnamitas. Esto último no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que los militares de los Estados Unidos pensaban que “Las mujeres son dinks [término despectivo para referirse a los vietnamitas].
Las mujeres son malvadas. Son criaturas semejantes a los comunistas y la gente de piel amarilla”xii.
Con esta “filosofía” no puede sorprender que las niñas y las jóvenes fueran rociadas con napalm, miles de las cuales murieron y las que sobrevivieron quedaron marcadas de por vida, como le aconteció a la niña fumigada desde el aire el 8 de junio de 1972.
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El napalm es una sustancia química que arde permanentemente y es difícil de apagar, tanto en agua como en tierra. Quienes son abrazados por el Napalm se consumen lentamente en medio de terribles quemaduras y sufrimientos y con el desconcierto de quienes se encuentran a su lado, que difícilmente pueden hacer algo para ayudarles.
El término Napalm se deriva de Na ‒el símbolo químico del sodio‒ y palm, la abreviatura de palmirato. Tiene una asombrosa capacidad de propagación, puesto que hace arder hasta el hierro y el acero de las armas. El napalm no arde por acción propia, pero resulta inflamable al entrar en contacto con el fuego y el fosforo. Su llama alcanza alturas entre cuatro y cinco metros y mantiene una temperatura constante. Se pega a todo, incluida la piel humana, y se consume sin llama y por eso siempre produce quemaduras. La llama suele mantenerse viva entre tres y cuatro minutos. Este es el napalm tipo A. algunos de los científicos de Estados Unidos inventaron el napalm B, más concentrado, hacía mucho más daño, ardía durante más tiempo y al cual se le incorporó una mecha de fósforo blanco. De esta forma se cubría hasta un área de dos mil metros cuadrados. Al caer en el agua el napalm flota y continúa ardiendo. Por ello, es muy difícil que se apague con aguaxiii.
Este mortífero producto “fue inventado por científicos de los Estados Unidos, a petición del Departamento de Guerra Química del Ejército, con el propósito especifico de emplearlo contra ciudades y para ciertos fines militares que han demostrado ser de importancia secundaria”xiv.
Y los “beneficios” de ese producto eran exaltados por los militares y pilotos. Un piloto de la fuerza aérea de Estados Unidos se extasiaba al resaltar las “ventajas” militares que generaba el napalm, e incluso agradecía a la empresa química que lo producía:
Les estamos superagradecidos a los tipos de la Dow [Chemical Company]. El producto original no era tan total ‒si eran rápidos los gooks [vietnamitas] podían rascarse y quitárselo. Así que esos tipos empezaron a añadirle poliestireno – y consiguen que se quede pegado como la mierda a una manta. Pero entonces si los gooks se metían en el agua dejaba de quemarles así que le metieron Willie Meter [fósforo blanco] para que quemara mejor. Ahora quema hasta debajo del agua. Y basta una gota; sigue quemando hasta que llega al hueso, así que acaban muriendo de todas formas de envenenamiento por el fosforoxv.
Ahora bien, mientras por arriba y desde el aire los asesinos que vertían el napalm lo enaltecían, en tierra sufrían millones de seres humanos sobre los que era lanzado. Al respecto, un solo testimonio es suficiente para describir los efectos del napalm. En 1966 la reportera de los Estados Unidos Martha Gellhorn visitó un hospital de Vietnam del Sur y lo que describió es aterrador:
Antes de ir a Saigón había oído y leído que el napalm derrite la carne, y pensé que esto no tenía sentido, porque cuando pongo un pollo en el horno la grasa se derrite, pero la carne sigue ahí. Pues bien, fui, y vi esos niños quemados por el napalm y es totalmente verdad. La reacción química a este napalm quema la carne, y la carne de la cara se les derrite y les llega al pecho, y se queda y crece allí […] Esos niños no pueden girar la cabeza, la carne se les acumula en el cuello […] Y cuando empiezan a gangrenar, les cortan las manos, los dedos o los pies, lo único que no les pueden cortar es la cabezaxvi.
El napalm quema y deja marcas parecidas a las del acné y genera estragos permanentes sobre órganos vitales, entre ellos el hígado, el páncreas y los riñones. Produce un insoportable ardor en la piel. Un hecho que debe recalcarse sobre la guerra química y biológica radica en que, aunque la guerra se acabe, las consecuencias de esas armas se mantienen en forma permanente en el cuerpo de los sobrevivientes, porque sus efectos alteran el metabolismo normal del organismo y dejan señales externas imborrables.
En el caso de la niña de la fotografía, como muestra de eso que decimos, su impacto se prolonga medio siglo después, ya que aparte de mantener las señales de las quemaduras en su espalda, sufre de inmovilidad en su brazo izquierdo y rigidez en la mano izquierda, los mismos que fueron alcanzados por el napalm.
El fotógrafo contó lo que vivió en aquel 8 de junio de 1972, recalcando lo que pudo percibir de manera inmediata en cuanto a los efectos del napalm en el cuerpo de la pequeña niña:
Yo intuía que algo terrible podía pasar después del bombardeo, así que estaba atento con mi cámara. Miré a través del humo negro y vi a una niña, desnuda, que corría directamente hacia nosotros para escapar de la aldea por aquel camino rural Cuando se acercó, vi que partes de su piel empezaban a desprenderse de su cuerpo. Ella ya se había arrancado la ropa, la que no se había derretido, para evitar quemarse más. El napalm ya había quemado su cuello, la mayor parte de su espalda y su brazo izquierdo. Dejé mi cámara en la carretera y traté de ayudarla, vertimos agua en sus heridas y la cubrimos con un abrigo. Después la tomamos junto a los otros niños y los subimos a la camioneta de AP para llevarlos a un hospital. Ella decía: “Me estoy muriendo, me estoy muriendo”xvii.
Epilogo: La banalización del napalm
El capitalismo en general y en los Estados Unidos, su encarnación suprema, todo lo convierte en mercancía. Por ello, no sorprende que incorporaron a su modo de vida tanto a la niña como al fotógrafo. Ella desertó de Cuba, donde la habían educado, y el fotógrafo terminó en los Estados Unidos tomando fotos de frivolidades de vedettes de Hollywood, e incluso recibió una condecoración de Donald Trump. Es significativo que cuando esa mujer se asiló en Canadá en 1992 alegó que estaba siendo usada como parte de la propaganda política comunista contra Estados Unidos, pero luego ella misma se ha convertido en un vehículo de la propaganda política e ideológica de los Estados Unidos y el “mundo libre” y ha jugado su papel en tratar de limpiar la imagen bélica de la primera potencia imperialista. Ellos dos, de manera consciente han contribuido a lo que podemos denominar la banalización del napalm. Algunos hechos lo ilustran.
La niña, hecha mujer, en 1996 participó en la ceremonia de los veteranos de las guerra de los Estados Unidos, una fiesta nacional de ese país en la que se rinde homenaje a sus asesinos oficiales de todos los tiempos. Los actos centrales de esa festividad se hace en lugares en donde se encuentran los nombres de los soldados muertos en guerras en el exterior. En el caso de Vietnam, ese monumento se encuentra en Washington y allí están los nombres de los 58.159 militares yanquis muertos, pero no aparece la mención de ninguno de los cinco millones, por lo menos, de vietnamitas que murieron, entre civiles y militares. Pues a ese sitio fue donde asistió en 1996 la ex niña de la foto, a participar en el tributo que se les rinde a los asesinos de Vietnam. Allí perdonó a los mismos que han masacrado no solo a los vietnamitas, sino que siguen masacrando a gente del sur del mundo, a granel y a diario. Como una muestra de poca dignidad los visitó en su mismo territorio de Estados Unidos y en su celebración anual, con lo cual ella legitimaba los crímenes contra su propio pueblo. No exigió que Estados Unidos ofreciera perdón al pueblo de Vietnam ni a ella misma como una de las que sufrieron en carne propia la violencia genocida del imperialismo ni que delegados de los Estados Unidos fueran a visitarla en el lugar donde vivía y oficialmente dieran muestras de arrepentimiento por los millones de crímenes cometidos en Vietnam. No, fue ella la que fue a visitar un evento de abierta propaganda política del imperialismo de Estados Unidos, como es el día de los veteranos y lo perdonó, sin exigirle el más mínimo gesto de arrepentimiento por lo que habían hecho. Esto comprueba que el hecho de haber soportado la violencia genocida en su propia cuerpo no es una garantía de que la dignidad se mantenga por el resto de la vida.
Además, luego de vivir en Canadá la exniña organizó su propia ONG con su nombre, como lo suelen hacer las vedettes del deporte y la farándula, supuestamente para ayudar a los niños del mundo entero que sufren por la guerra y ha sido designada Embajadora de Buena Voluntad de la ONU. Ese es el comportamiento típico de quienes convierten la filantropía en un negocio, así se base en su propio sufrimiento. Es la simple mercantilización del horror.
Esa ONG y su propietaria, la ex niña del napalm, se basan en el lema de denunciar todas las guerras en abstracto, como si eso bastara, porque a la hora de enfrentar la guerra no pueden confundirse las guerras de liberación, justas, como la del pueblo vietnamita y las de agresión imperialista, como las de Estados Unidos. Adicionalmente, resulta chocante que quien utilizó como excusa para refugiarse en Canadá ‒en donde la recibieron con los brazos abiertos porque tenían bien claro como les iba a servir para legitimar las guerras imperialistas del “mundo libre”‒ que la estaban usando como propaganda contra Estados Unidos cuando el gobierno de Vietnam denunciaba los crímenes de guerra de ese país, termine siendo ella misma un instrumento de propaganda al servicio del imperialismo, mediante la presentación de un discurso etéreo sobre las guerras en general. En efecto, ella muestra la foto del Napalm aquí y acullá con cierta sonrisa triunfal, como si el hecho que allí quedó registrado gráficamente no hubiera sido producto de la carnicería a que Estados Unidos sometió al pueblo vietnamita, sino que fuera una foto etérea, sin referencias específicas sobre esa guerra. De esa forma le quita el carácter político a la foto, que termina siendo una especie de souvenir.
Los privilegios de que ha disfrutado Phan Thi Kim Phúc no fueron posibles por su dolor y sacrificio, el que comparte con millones de niños en el mundo que han soportado los bombardeos de los Estados Unidos. Y ninguno de ellos se le da ese trato humano y benevolente, como se muestra hoy con los niños migrantes que mueren en la frontera sur de Estados Unidos. Disfruta esos privilegios porque se incorporó al “mundo libre” y le ha servido a sus propósitos de embellecerlo y borrar sus crímenes. No de otra forma se explica su éxito mediático. En el caso de la guerra de Vietnam en concreto la historia de la niña del napalm se inscribe dentro de la “guerra cultural”, proclamada dentro de Estados Unidos, que tiene como objetivo borrar del imaginario de sus ciudadanos los crímenes cometidos, responsabilizar como los malos de la película a los vietnamitas y mostrar de caritativos y filantrópicos a los estadounidenses, y sus socios canadienses, con una sobreviviente de esa brutal guerra. Finalmente, la guerra cultural por Vietnam lo que quiere es hacer prevalecer la supuesta superioridad de la civilización occidental sobre las “culturas inferiores”, como la vietnamita. Y en esa guerra cultural, la ex niña del napalm les ha hecho un gran favor, al borrar la responsabilidad criminal de Estados Unidos en el genocidio que soportó el pueblo de Vietnam.
En cuanto al fotógrafo, se hizo célebre y famoso a raíz de la foto de 1972 y adquirió la ciudadanía de los Estados Unidos en 1977, país al que presenta como el campeón de la libertad. No ha dicho nunca una sola palabra de condena a los crímenes imperialistas contra Vietnam y el resto del planeta. Uno de los hechos más vergonzosos de la banalización del napalm, a través del uso de la foto, con fines propagandísticos propios y su beneficio mutuo es que de manera frecuente los dos aparecen sonrientes en diversos episodios en los que exhiben la foto, como si se tratara del recuerdo de un cumpleaños o algo por el estilo; uno de los últimos fue en la visita al papa Francisco este año.
Pero el hecho más lamentable de banalización del napalm fue cuando el fotógrafo Nick Uht recibió el Premio Nacional de las Artes, de manos de Donald Trump. Y en ese instante este último personaje exhibe la fotografía. A esa misma ceremonia, en plena pandemia de coronavirus, Kim no pudo asistir, y el fotógrafo confesó que “estaba muy molesta. Me llamó para decirme que hubiera deseado estar ahí y que saludara al presidente de su parte”. Agrega que ama a Estados Unidos por ser el país de la libertadxviii.
Este hecho, que legitima de manera directa los crímenes de Estados Unidos, se inscribe además en el proceso de reescritura de esa guerra dentro del país agresor, que puede considerarse como el único caso en que la historia no la escriben los vencedores sino los derrotados. Estados Unidos que fue vencido en esa guerra por el pueblo de Vietnam lleva 45 años negando esos crímenes y esforzándose por borrar la historia. Nunca los ha reconocido, ni ha ofrecido perdón a los vietnamitas. En esa reecritura de la historia al estilo hollywoodense los buenos son los Estados Unidos y los malos los vietnamitas. Y a esa reescritura contribuyen las acciones actuales de aquella niña quemada por napalm en 1972 y el fotógrafo que registro ese momento con su cámara.
Ese esfuerzo de negar y reescribir la historia ha conducido a que
Los estantes de libros sobre la guerra de Vietnam están ahora llenos de historias con grandes imágenes, sobrios estudios de diplomacia y táctica militar y memorias de combate contadas desde la perspectiva de los soldados. Enterrada en olvidados archivos del gobierno de los Estados Unidos, encerrada en el recuerdo de las atrocidades, la verdadera guerra americana en Vietnam casi ha desaparecido de la conciencia públicaxix.
Y es lamentable decirlo, pero a borrar la dimensión de las atrocidades de esa guerra han contribuido la niña de la foto y el fotógrafo, cuya labor ha contribuido a banalizar el napalm.
Por supuesto, en una perspectiva histórica al estilo de Walter Benjamin debemos recordar que articular históricamente lo pasado no significa “conocerlo tal y como verdaderamente ha sido”. Significa “adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”. Y ese instante de peligro lo seguimos viviendo en la actualidad con respecto a la guerra de agresión y sus nefastas consecuencias sobre los pueblos del sur del mundo. En ese sentido, adquiere validez aquello de que ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si este vence, y no ha cesado de vencer.
En esa perspectiva, el conocimiento histórico es vital, en la medida en que en los instantes de peligro el recuerdo irrumpe como un relámpago que ilumina las luchas del presente, porque “existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra”. Esto nos proporciona un cierto sentido del deber con quienes nos precedieron, como con los millones de vietnamitas asesinados por los Estados Unidos. Se trata de redimir el pasado de la injusticia, el de los que sufren cuyo dolor no tiene patria ni fronteras. Esto supone superar el conformismo y la banalidad, luchar contra la resignación, porque olvidar es una manera de aceptar el orden capitalista e imperialista existente.
Así, mantener el recuerdo exige coraje, para combatir a quienes entierran el pasado y lo banalizan. Bien lo dice Walter Benjamin “La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento”xx. Tener empatía con los genocidas del Vietnam, como resulta ser el caso del fotógrafo y la niña-mujer que aparece en la imagen, oculta los crímenes de ese imperialismo, antes y ahora y banaliza, vuelve casi ridículo el uso del napalm contra los seres humanos. Porque como lo dice Nick Turse, autor de un extraordinario libro sobre la Guerra de Vietnam: “Los crímenes cometidos en Vietnam en el nombre de los Estados Unidos fueron nuestra ‘mala muerte’ y nunca han sido adecuadamente afrontados. En consecuencia, continúan acechando a nuestra sociedad de maneras profundas y complejas […]Al no haber afrontado lo que nuestro país hizo durante la guerra, vemos surgir de nuevo sus fantasmas con cada nueva intervención militarxxi”.
Notas
i. https://www.elperiodico.com/es/internacional/20151026/kim-phuc-la-nina-del-napalm-recibira-tratamiento-medico-50-anos-despues-
ii. Ver: https://newsweekespanol.com/2021/02/fotografo‒nina‒napalm‒medalla‒trum
iii. https://www.infobae.com/historias/2022/06/08/su-cuerpito-quemandose-desnuda-y-aterrada-a-50-anos-de-la-nina-que-dio-vuelta-la-guerra-de-vietnam/
iv. Susan Sontang, Sobre la fotografía, DeBolsillo, Bogotá, 2022, p. 27 y 28.
v. H. Bruce Franklin, Vietnam y las fantasías norteamericanas, Final Abierto, Buenos Aires, 2008, p. 174.
vi. https://www.nytimes.com/es/2022/06/07/espanol/opinion/nina-napalm-vietnam.html
vii. https://www.pressreader.com/mexico/la-prensa-de-coahuila/20220516/282114935176215
viii. Cristian G. Aply, La guerra de Vietnam. Una historia oral, Critica, Barcelona, 2008, p. 243.
ix. Ibid., p. 251.
x. Citado en Joanna Bourke, Sed de sangre. Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2008, p. 228.
xi. Max Hastings, La guerra de Vietnam. Una tragedia épica, 1945- 1975, Crítica, Barcelona, 2019, p. 439.
xii. Citado en Nick Turse, Dispara a todo lo que se mueva, Sexto Piso, Madrid, 2014, p. 200.
xiii. Do Xuan Hop, “Bombas de napalm y de fosforo blanco”, en John Takman y otros, Napalm, Seis Barral, Barcelona, 1968, pp. 42 y ss.; José Miguel Romaña Arteaga, Tempestad sobre Vietnam, Inédita Editores, Barcelona, 2005, pp. 76 y ss.; Carlos Canales y Miguel del Rey, Arrozales sangrientos. Guerra en Vietnam, Edaf, Madrid, 2012.
xiv. Victor Perlo, Los usufructuarios del crimen”, en John Takman y otros, op. cit., p. 55.
xv. Citado en Jonathan Neale, La otra historia de la guerra de Vietnam, El Viejo Topo, Barcelona, 2003, p. 91.
xvi. Citado en J. Neale, op. cit., p. 92.
xvii. https://www.infobae.com/historias/2022/06/08/su-cuerpito-quemandose-desnuda-y-aterrada-a-50-anos-de-la-nina-que-dio-vuelta-la-guerra-de-vietnam/
¿Por qué el fotógrafo de la ‘niña del napalm’ aceptó una medalla de Donald Trump?
xix. N. Turse, op. cit., p. 307.
xx. Walter Benjamin, “Tesis sobre la filosofía de la historia”, en Discursos ininterrumpidos, Taurus, Buenos Aires, 1989.
xxi, N. Turse, op. cit., p. 312.
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