El 21 de marzo de 1960, en la pequeña localidad de Sharpeville, 60 kilómetros al sur de Johannesburgo, la policía sudafricana mató a 69 personas y dejó heridas de bala a otras 180. Todas ellas habían formado parte hasta unos momentos antes de la acción multitudinaria de desobediencia civil que el Congreso Panafricano (PAC), una […]
El 21 de marzo de 1960, en la pequeña localidad de Sharpeville, 60 kilómetros al sur de Johannesburgo, la policía sudafricana mató a 69 personas y dejó heridas de bala a otras 180. Todas ellas habían formado parte hasta unos momentos antes de la acción multitudinaria de desobediencia civil que el Congreso Panafricano (PAC), una organización recientemente independizada del Congreso Nacional Africano (ANC), había organizado para protestar contra la obligación para la población clasificada como «no europea» de portar pases (dompas) fuera de las reservas o áreas designadas para cada grupo étnico (bantustanes).
El sistema de pases era uno de los pilares fundamentales de la segregación racial y étnica del régimen del apartheid y una herencia de los gobiernos coloniales y sudafricanos anteriores a 1948. A estas leyes se sumaban aquellas que habían repartido casi el 90% del territorio sudafricano para su población «europea» (aproximadamente el 10% de ella) y divido el territorio restante en bantustanes o áreas rurales designadas para los distintos grupos raciales o étnicos «no europeos», además de la institución del trabajo migrante como sistema de explotación de esta mayoría. Las condiciones de vida en estas áreas rurales y aquéllas zonas urbanas «no europeas» eran de pobreza, hacinamiento y falta de todo tipo de servicios.
Aquella mañana, un grupo de unas 5.000 personas marcharon hasta las puertas de la comisaría de policía de este township (áreas urbanas reservadas para la población «no europea») sin sus pases con el objeto de forzar su encarcelamiento al desobedecer la ley. La acción estaba inspirada por los principios de la lucha no-violenta activa y fue seguida en otros lugares del país, donde también hubo diversos muertos. El grupo marchaba cantando himnos de liberación y eslóganes: «izwe lethu» (nuestra tierra) o «awaphele amapasti» (abajo los pases). A las once de la mañana, según South African History Online, la policía dejó entrar al grupo de activistas al patio de la comisaría, aunque no hizo ninguna detención. Alrededor de la una y cuarto de la tarde, cuando el sol caía de lleno sobre sus cabezas, la tensión fue en aumento según la versión de la policía y ésta abrió fuego contra la masa de personas. Las autopsias posteriores mostraron que la mayoría de ellas recibieron disparos por la espalda, mientras intentaban escapar. Aquellos que recuerdan ese día, algunos de ellos aún con las balas dentro de su cuerpo, dicen que fue un día muy caluroso, pero que después de la masacre empezó a llover, como queriendo lavar la sangre. Lo que pasó después es una historia más o menos conocida. A la masacre de Sharpeville siguió un aumento de las acciones de protesta como la quema de pases, la declaración del Estado de Emergencia y el aumento de la represión. Aquellos hechos supusieron un hito que marcó la escalada de la represión, el cambio de estrategias en la lucha por la liberación, la condena internacional por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas e incluso, con el tiempo, su conmemoración el 21 de marzo como Día Internacional de los Derechos Humanos. Durante la década de los años sesenta el régimen del apartheid prohibió las dos organizaciones de lucha más grandes del país, el ANC y el PAC, y encarceló a la mayor parte de sus líderes, entre ellos Nelson Mandela y Robert Sobukwe. Esta y otras formas de represión las obligaron a pasar a la clandestinidad y posteriormente a tomar la decisión de formar sus propias guerrillas (Umkhonto we sizwe y Azananian People’s Army). Entre los años 1978 y 1994, especialmente bajo los gobiernos de PW Botha y FW de Klerk, las masacres, torturas, desapariciones o asesinatos selectivos se dispararon, forzando la condena y aislamiento internacional del régimen. Tras la liberación de Nelson Mandela en 1990 y las negociaciones entre el Gobierno de De Klerk y el ANC, Mandela lideró el primer gobierno democrático y de transición ente 1994 y 1999.
55 años después
El pasado 21 de marzo se cumplieron 55 años de la masacre de Sharpeville. 55 años de lucha y de opresión, sin descanso. Sin embargo, a pesar de la relevancia histórica de aquella masacre, apenas una pequeña conmemoración en esta localidad y algunos programas de radio recordaron lo ocurrido aquel día. Una conmemoración dividida, como Sudáfrica, en la que el PAC rindió su propio homenaje a las víctimas, el ANC celebró por todo el país sus «20 años de democracia» sin ningún tipo de autocrítica y algunos miembros de este township se acercaron a recordar a sus seres queridos o conocidos muertos aquel día. Entre estos últimos estaban los miembros de Khulumani Support Group, la mayor organización de supervivientes de violaciones de derechos humanos del país, en Sharpeville.
En el cementerio de Phelindaba yacen en línea los túmulos cubiertos de piedras de los 69 muertos de aquel día, la mayoría de ellos entre los 16 y los 30 años. La fotografía en 1960 de la fila de fosas excavadas en la tierra recorrió el país entero y aún puede verse en la mayoría de los museos sudafricanos dedicados a la memoria de aquellos años. Hoy aquella tierra vacía es un cementerio lleno de tumbas. Éstas, en muchos casos túmulos de tierra sin lápida, están pobladas de tazas, botellas de plástico, jarrones de porcelana o barro, fotografías… Según MaPhetane, líder comunitaria de la localidad y miembro fundador de Khulumani hace 20 años, así los antepasados se sienten honrados y tienen cerca las cosas que más querían cuando vivían. Pasadas las siete de la mañana un grupo de supervivientes miembros de Khulumani y otros habitantes de la localidad se acercaron al cementerio para honrar y recordar a las 69 personas asesinadas en 1960, algunas de ellas padres o madres de quienes acudieron. Pusieron flores en todas las tumbas, recordaron a los ausentes, su lucha aún viva y cantaron. Las mismas canciones de entonces sirven hoy para expresar el mismo sentimiento de opresión en que aún viven la mayor parte de los sudafricanos, pero también su lucha incansable desde hace más de 55 años por su liberación.
21 años de democracia
«Después de la caída del apartheid creíamos que íbamos a tener una buena Sudáfrica, pero todavía estamos en la misma situación. Nuestros hijos no tienen trabajo, las personas no tienen casas y no podemos tener asistencia médica para los nuestros», comenta MaPhetane tras la conmemoración, al mismo tiempo que reconoce algunas libertades ganadas desde 1994. «La gente aún está gritando», nos dice Abram Mofokeng, superviviente de aquella masacre y también miembro de Khulumani. La visión de muchos miembros de esta organización es que, si bien la represión es menor hoy en día y en algunos aspectos se ha mejorado, especialmente en relación a las libertades y derechos civiles y políticos, las condiciones de vida en el plano socioeconómico son peores que antes. Diversos estudios dentro y fuera del país han mostrado el aumento de la desigualdad año tras año desde 1994, situando a Sudáfrica como uno de los países más desiguales del planeta.
21 años después de la caída formal del apartheid y un año después de la muerte de Nelson Mandela, quien formara en 1994 con su partido, el ANC, el Gobierno de unidad nacional con el que se redactó la actual Constitución sudafricana y se llevó a cabo la Comisión de Verdad y Reconciliación, la mayoría del país sigue viviendo y resistiendo la exclusión, la segregación, la represión y la explotación. Como las tumbas de los 69 muertos del 21 de marzo de 1960, cuyas lápidas erigidas por el ANC hoy se encuentran agrietadas debido al ahorro de costes en los materiales, la democracia sudafricana también muestra sus grietas producidas por el tiempo, la desilusión y la rabia generalizadas.
Abram, quien compara la situación de su propio pueblo con la del pueblo hebreo en su éxodo a través del desierto, cree que aún queda todo por hacer. «Antes no teníamos libertad de expresión, libertad de movimiento, derecho a votar. Hoy tenemos todo eso, pero aún queda mucho por hacer». Abram y MaPhetane recuerdan que la Comisión de Verdad y Reconciliación dejó fuera a la mayoría de las víctimas de violaciones de derechos humanos durante los años del apartheid y que incluso quienes lograron participar en ella no recibieron una reparación digna. Su organización, Khulumani Support Group, sigue luchando dos décadas después por enmendar esta situación y transformar positivamente las condiciones de pobreza y opresión en las que vive la mayor parte del país.
La distribución de la tierra en el país tampoco parece haber cambiado mucho con la llegada de la democracia. Según un estudio del Instituto sobre Pobreza, Tierra y Estudios Agrarios (PLAAS) sobre la distribución de la tierra en Sudáfrica en 2012, en el año 1994, como consecuencia del despojo durante los años de colonización y el apartheid, el 87% del territorio se encontraba en manos «blancas». En 2012 el 82% de la tierra en áreas rurales (la gran mayoría del territorio) continúa en manos del sector comercial agrícola, principalmente blanco, mientras en el restante 18% se encuentran las tierras comunales «negras» y «mestizas», la mayor parte de ellas herederas de la extensión de los antiguos bantustanes. Esta misma segregación es vivida en las áreas urbanas, donde una mayoría de la población vive en condiciones de hacinamiento, pobreza y falta de servicios en los distintos townships y algunos centros de las ciudades, mientras una pequeña parte de ella habita los extensos barrios de clase media y alta, hechos de muros y alambradas.
En muchas de estas áreas rurales comunales y townships sus habitantes y trabajadores se enfrentan cada día a un contexto de desempleo, explotación y represión por parte del Estado y otros actores no estatales, en ocasiones en connivencia con el primero. Aunque menos frecuentes que entre los años 1978 y 1994, hechos como la matanza de 34 mineros en huelga en la localidad de Marikana en el año 2012, la tortura y asesinatos selectivos de líderes políticos, sindicales y comunitarios siguen siendo comunes en Sudáfrica.
La lucha continúa
Sin embargo, a pesar de este contexto de pobreza, exclusión y represión, no todo son sombras en el país. La lucha por la liberación y la transformación de las condiciones de vida de la mayoría de la población sudafricana continúa de la mano de distintas organizaciones y movimientos sociales a nivel local y nacional. Éstas, en sus distintas comunidades tanto urbanas como rurales, mantienen viva la esperanza en un futuro de transformación y liberación. Algunas de ellas, como Khulumani, son ejemplos incansables de décadas de lucha y una voz cargada de memoria que une pasado y presente para construir otro futuro. «Hay esperanza, pero aún nos queda mucho trabajo por delante», nos comenta Abram Mofokeng para cerrar la entrevista que nos concedió el pasado 21 de marzo en Sharpeville.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/global/26472-memoria-y-olvido-sudafrica.html