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Cronopiando

«Mensaje a una provincia del Imperio»

Fuentes: Rebelión

Así llegó a titular en primera página un periódico italiano las amenazas hacia ese país del Gobierno estadounidense en tiempos en los que el Partido Comunista de Italia se constituía en una real alternativa de poder, de ello hace más de 30 años, tal vez un siglo. Ignoro si aquel periódico italiano ha seguido titulando […]

Así llegó a titular en primera página un periódico italiano las amenazas hacia ese país del Gobierno estadounidense en tiempos en los que el Partido Comunista de Italia se constituía en una real alternativa de poder, de ello hace más de 30 años, tal vez un siglo.

Ignoro si aquel periódico italiano ha seguido titulando de igual forma las amenazas llovidas desde entonces o si otros periódicos en el mundo han sucumbido alguna vez, con parecidos titulares, al breve y fugaz impulso de la franqueza pero, si así hubiera sido, obviamente, no ha sido en España.

Para «normalizar» las relaciones, como corresponde a dos estados «amigos y aliados», con «tantos intereses en común», es que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, iba a venir a España.

Eso fue al menos lo que los grandes medios de comunicación insistieron en explicar, antes, durante y después de la fugaz visita de la «diplomática» estadounidense.

Sin embargo, no parece que ocho horas escasas que se fueron en protocolarios saludos y sonrisas forzadas, fueran tiempo y maneras suficientes como para que dos «amigos y aliados, con tantos intereses en común» salven las diferencias y renueven su complicidad. Y tampoco da la impresión de que el tono de la secretaria, tan seco como imperativo, se corresponda con un reencuentro de «amigos y aliados, con tantos intereses en común»… a no ser que, por más que el concepto pueda resultar caduco y trasnochado, volviéramos al principio de esta reflexión ratificando la penosa vigencia de aquel mensaje a una provincia del imperio.

Porque sólo a eso vino su embajadora, a «normalizar» el vasallaje que «tradicionalmente» ha existido entre la provincia y el imperio, a colocar edictos en las puertas de nuestros pretendidos parlamentos, a dictarnos lecciones de moral y decoro. De ella era la última palabra y nunca renunció a su privilegio.

Y eso que el agraviado, así fuera monarca o ministro de Exteriores, puso especial empeño en no contrariar a la visita con algún inadecuado desencuentro, como mencionar los vuelos clandestinos o interesarse por las cárceles secretas. Fuera el presidente de gobierno o quien aspira a sucederle, nadie la importunó con un recuerdo sobre Couso asesinado impunemente, nadie la contrarió con un sarcasmo guantanamero o con una sutil reflexión sobre la tortura, nadie se puso un lazo negro en callado homenaje a los centenares de miles de muertos que sigue provocando la ambición del imperio y sus «amigos y aliados, con tantos intereses en común», nadie, que no fuera la calle, se atrevió a responder con dignidad.

Hasta Garzón, tan diligente a veces, desperdició el momento para encausarla por crímenes contra la humanidad.