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Migrantes llegados en la infancia siguen sin lograr la residencia

Fuentes: La Jornada

Sólo 500 mil, beneficiados con prórroga de deportación en EE.UU.

Yajaira y Marco Saavedra son soñadores. Sueñan con transformar el país que los llama ilegales en uno donde todos gocen de justicia y dignidad. Son dos de miles de jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo niños, y desde diferentes puntos del mundo y juntos crearon uno de los grandes movimientos que promete cambiar el futuro de esta nación.

Fue durante la década de los 90 cuando los hermanos Saavedra migraron junto con sus padres a Estados Unidos. Habían salido de su pueblo natal, San Miguel Ahuehuetitlán, en el corazón de la Mixteca oaxaqueña.

Tenía como cinco años y mi hermano tres. Sin embargo, recuerdo cómo cruzamos la frontera a través de un hoyo en la cerca. Los más grandes tuvieron que subir la valla y brincarla. Parecían súper héroes. ¡Como el Hombre Araña! Así pasamos, corriendo, caminando, escalando y brincando, recuerda Yajaira.

Desde su arribo a Nueva York los hermanos Saavedra, como muchos otros migrantes que llegaron siendo niños a este país, han crecido como indocumentados, cuidándose de la migra como del coco. «Siempre supimos de nuestro estatuto legal. Nunca nos escondimos bajo las sombras. Es algo con lo que creces en este país. Desde niño uno tiene conciencia de lo que son las deportaciones y la migra. Aunque lo que a mí más me preocupaba desde la infancia era poder seguir con mis estudios, ya que la mayoría de los estudiantes indocumentados no tiene la posibilidad de ir a la universidad», explica Yajaira.

Dreamers o soñadores

Pese a su estatuto, Yajaira pudo ingresar a la licenciatura en mercadotecnia. Su hermano Marco, concluir estudios en sociología.

Estudiar sociología, comenta Marco, me hizo darme cuenta de que esta lucha no es algo individual. La migración es parte de un sistema económico que obliga a las personas a salir de sus comunidades para buscar un mejor futuro. Con el tiempo me dí cuenta que había tantos jóvenes como yo, que llegaron niños a este país y que eran indocumentados, y estaban involucrados en el activismo, haciendo públicas sus historias, peleando, yendo a marchas. Fue así que se formó un movimiento de estudiantes indocumentados en todo el país y me dí cuenta de que yo podía ser parte de eso.

Él y su hermana se involucraron en el movimiento conocido como dreamers -soñadores-, en alusión a la Dream Act (Desarrollo, Alivio y Educación para Menores Extranjeros) o ley sueños, proyecto legislativo que se ha estado debatiendo en el Congreso estadunidense desde 2006, con la finalidad de otorgar la residencia a estudiantes indocumentados que llegaron al país siendo menores de edad.

Por el momento los soñadores sólo han alcanzado un alivio temporal, cuando el 15 de junio de 2012 el gobierno de Barack Obama anunció que los migrantes que llegaron de pequeños al país podían beneficiarse del Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), el cual les garantizaba su estancia temporal por dos años, sujeta a renovación y con permiso laboral. La acción diferida es sólo una determinación discrecional que aplaza la deportación, sin conferir al migrante ningún estatus legal o derechos como residente o ciudadano.

Marco señala que hasta la fecha «sólo medio millón de estudiantes indocumentados han recibido su acción diferida, lo cual corresponde a 25 por ciento de la población que se identifica como dreamer y 5 por ciento de la comunidad indocumentada en general».

La acción diferida es aprobada con entusiasmo por algunos, pues en muchos casos ha ayudado a parar deportaciones y a que muchos estudiantes sigan sus estudios. Pero otros perciben este programa como medida coyuntural, que garantizó la relección del presidente Barack Obama, ante un escenario de políticas antimigrantes y deportaciones masivas.

Yajaira dice que la acción diferida no puede tomarse como logro personal si la persona que está al lado no tiene los mismo beneficios que nosotros.

Ante esto, Marco realizó, junto con otros compañeros del movimiento, diferentes acciones para visibilizar las deportaciones y exponer que son muy costosas en términos económicos y sociales para las comunidades migrantes.

En el verano de 2012, Marco tocó la puerta del centro de detención Broward, Florida, y declaró a la migra que él era indocumentado y merecía ser encarcelado. «Estuve detenido 23 días. Me encarcelé para conocer e informar a los detenidos sobre sus derechos, con la idea de sacar a la luz los abusos que existen en estos lugares y exhibir el racismo y la discriminación a la que se ven sujetos los migrantes. Y aunque el centro de detención Broward no es tan vigilado como los de Arizona, ya que no es de máxima seguridad, al final estás encarcelado por el simple ‘delito’ de cruzar una frontera», indica Marco.

Un año después, en julio de 2013, Marco volvió a desafiar al país de la libertad deportándose a Hermosillo, Sonora, junto con otros dreamers, con la intención de cruzar de regreso la frontera en Nogales, por donde hace más de 20 años la familia Saavedra había cruzado la frontera. «Regresamos a México con la idea de reunirnos con otros dreamers que fueron deportados antes de que se lanzara la acción diferida.»

Ya estando en la frontera este grupo de jóvenes solicitó un permiso humanitario para ingresar a Estados Unidos, pero les fue negado y fueron encarcelados en el centro de detención Eloy, en Arizona. Con la ayuda de la comunidad, la presión de la prensa y cartas de apoyo, fueron liberados y pudieron tramitar su asilo en la tierra que los vio crecer. Antes de cruzar la línea sabíamos que la última opción era solicitar el asilo. En mi caso argumenté mi petición por ser indígena mixteco y minoría religiosa, ya que soy pentecostal. Sin embargo, mi caso aún se está definiendo en los tribunales para saber si el temor de ser mixteco o pentecostal es válido para otorgarme asilo, explica Marco.

Mientras su caso es resuelto en los tribunales, Marco trabaja como organizador comunitario en la Coalición del Norte de Manhattan. A su vez, ayuda junto con su hermana Yajaira a sus padres en su propio restaurante de comida típica oaxaqueña, La Morada, ubicado en el sur del Bronx, un espacio que no sólo ha servido como sustento económico y negocio familiar, sino también como centro de solidaridad, donde se reúnen activistas y artistas que al sazón de la mesa discuten las injusticias que vive la comunidad migrante indocumentada.

Yajaira y Marco siguen demandando en ñuu savi, inglés y español, junto con miles jóvenes y decenas de lenguas más, el derecho humano de vivir con justicia y dignidad en sus dos países.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/05/18/mundo/019n1mun