El COVID-19 implicó el cierre fronterizo de muchos países y trajo consigo una reducción importante en el flujo migratorio. Esto no solo impacta de forma negativa en la economía europea, sino que reafirma su declive como destino de migración. Mientras tanto, en el Sahel, la situación empeora…
A más de tres meses de la identificación de los primeros casos, la aparición de COVID-19 en África todavía no se corresponde con la catástrofe anunciada por el Quai d’Orsay o por la filántropa estadounidense Melinda Gates. “África tomó sus medidas”, protestó el médico congolés Denis Mukwege, premio Nobel de la Paz.
Efectivamente, en todas partes se tomaron medidas en cuanto al cierre de fronteras y a la restricción a la circulación. Para confirmarlo, basta con visitar rápidamente la página de Flight Aware, que permite seguir los vuelos en tiempo real. Mientras que en Europa del Norte, Estados Unidos y China los aviones pululan, en África, América Latina y Australia, el transporte aéreo está paralizado.
Estas medidas ya tienen un impacto cuantificable del 28 % menor en los flujos migratorios en África Occidental entre enero y marzo de 2020, en comparación con el mismo período en 2019, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para África Occidental y Central. Se observan disminuciones récord en los “puntos de flujo” situados en los grandes ejes migratorios, como Níger (86% menos entre enero y marzo), Guinea (70% menos) y Malí (63% menos).
Otra consecuencia es que cientos de migrantes se encuentran bloqueados en centros de tránsito en Níger, Burkina Faso y Malí. La OIM promueve medidas de detección y cuarentena para que estas personas puedan regresar a sus hogares. Otro punto negativo es que, como explica Richard Danziger, director general de la oficina regional de la OIM en Dakar, “algunos países siguen expulsando a migrantes subsaharianos, cuando realmente no es momento de expulsar a nadie, por razones obvias de salud pública”.
Siempre desde el punto de vista de la migración, las repercusiones económicas de la crisis del COVID-19 serán enormes; según el Banco Mundial, en 2020, habrá una disminución del 20% del flujo de remesas de los migrantes en todo el mundo. Este ingreso representa el 2,8% del PBI del África subsahariana, y hasta el 9% en Togo, el 10% en Senegal y el 23% en Lesoto.
Sin embargo, existen dos datos estructurales que permanecen inalterados. El primero se refiere al declive de Europa como destino de migración. Florence Kim, portavoz de la OIM en Dakar, explica: “hace años que disminuye el número de africanos que visitan los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Hoy en día, Europa representa más que nada el lugar de donde proviene la enfermedad, en la medida en que los primeros casos fueron importados, como sucedió en Senegal.”
Según las cifras que proporcionó el Ministerio del Interior de Italia, el número de llegadas por vía marítima a este país pasó de un máximo de 181.400 migrantes (de todas las procedencias) en 2016 a 11.500 en 2019. Entre 2018 y 2019, el número de llegadas por vía marítima a España se redujo a la mitad: de 58.500 a 26.100 personas. El declive continúa en 2020: de enero a marzo, el número total de llegadas a Italia y Malta asciende a 4.500 migrantes, de los cuales 146 mueren en el mar, contra 4.800 llegadas a España, con 43 muertos en el mar.
La situación se agravará en el Sahel
El segundo punto que no debería cambiar es que la situación, que en el Sahel ya empeoró en los últimos tres años, se agravará aún más. Considerada como zona “roja” por las embajadas occidentales, la región cuenta hoy con 4 millones de personas desplazadas, principalmente en Nigeria, Burkina Faso, el norte de Camerún y Malí. La cifra se mantuvo estable en la región del lago Chad, pero está aumentando en Liptako-Gourma, una zona fronteriza entre Malí, Burkina Faso y Níger. Solo en Burkina Faso, el total pasó de 47.000 personas en diciembre de 2018 a 780.000 en marzo de 2020.
Detrás de todo esto se encuentra el conflicto encabezado por los grupos terroristas islámicos, como Boko Haram, que comenzó en Nigeria con una insurrección armada en 2009. A estos abusos se suman los conflictos entre agricultores sedentarios y pastores nómadas, exacerbados por el cambio climático. Las milicias de autodefensa están formadas por comunidades, en un contexto en el que el llamamiento de los grupos armados tiene impacto sobre los jóvenes que, como señala el director regional de la OIM, “tienen cada vez menos confianza en su país.”
“La situación empeora, y se agravará aún más debido a los problemas estructurales que operan como tantas otras causas de la crisis: desempleo, desertificación, cambio climático, recurso a la violencia. En 2016, el extremismo violento se había casi reducido en Malí. En la actualidad, se extiende por todas partes y se aproxima cada vez más a las fronteras del sur del Sahel, hacia el Golfo de Guinea, con secuestros al norte de Benín, por ejemplo. Los gobiernos son muy conscientes de todo esto y la OIM trabaja con ellos en las fronteras, con las comunidades, para poder reducir las posibilidades de reclutamiento de los grupos armados. Hablo de reclutamiento más que de radicalización, porque el motivo principal que incita a los jóvenes a acercarse a estos grupos es la falta de oportunidades.”
Las tasas de crecimiento sostenidas, que se vinculan más a la construcción de infraestructuras que a la industrialización o a la expansión de las pequeñas y medianas empresas (PYME), no impiden que millones de jóvenes lleguen cada año a un mercado de trabajo que no genera empleo. En los últimos tres años, más de 10.000 migrantes regresaron de Níger, Libia y otros países de tránsito, como Malí y Burkina Faso, a sus respectivos países en los que encontraron dificultades para reinsertarse.
Los principales países de retorno son Nigeria, Guinea, Mali, Costa de Marfil, Senegal y Gambia –en este orden–. En cifras reales, Nigeria (16.000 regresos desde 2017) y Guinea (14.000) resultan ser los principales países en cuanto al número de retornos. No obstante, en proporción con la población, Gambia se sitúa a la cabeza con más de 4.600 regresos sobre una población de 2 millones de habitantes.
Si bien la OIM se preocupa por la migración irregular, su misión también consiste en reforzar la migración legal intraafricana, en el marco de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO) y del Tratado de Libre Comercio Africano adoptado por la Unión Africana (UA). “Lo vemos tanto en África como en Europa: el resultado es positivo para las economías cuando la gente puede buscar legalmente trabajo en otros países. La perspectiva ofrece una alternativa a los jóvenes que pensaban ir más bien hacia el norte. Es mucho mejor desplazarse, buscar otras oportunidades, hacerlo sin peligro en el continente, que probar suerte en Libia o Argelia.”
El cierre de Europa bajo siete llaves
La utilización política que en Europa se hace del tema migratorio no facilita el trabajo de campo. Como señala Richard Danziger: “los discursos crearon una forma de cinismo. Incluso cuando se quiere ayudar realmente a los migrantes, en muchos se manifiesta la sensación de que se está simplemente respaldando la política europea. Me gustaría que las personas que dicen esto se encontraran con migrantes traumatizados que están recibiendo ayuda.”
Tal vez el cierre de Europa, que afecta mucho a África, no sea la cuestión más importante para Europa misma. “Mientras exista esta política migratoria basada en ideologías, sentimientos, mitos y no en hechos, Europa ni siquiera va a dejar entrar a las personas que necesita porque su población envejece”, subraya Danziger.
¿Prueba fehaciente de esta “necesidad”? En Italia se está debatiendo la regularización de los trabajadores indocumentados para paliar la escasez de mano de obra en los campos, que la ministra de Agricultura estima entre 270.000 y 350.000 personas, y que se debe a la partida de trabajadores temporales de Europa del Este. A finales de marzo, Portugal regularizó a los migrantes en situación ilegal durante tres meses, como medida de salud pública. En el Reino Unido, donde, según el Centro de Investigaciones Pew, se estima que hay un millón de los 3,9 a 4,8 millones de indocumentados de Europa, los medios de comunicación señalan el carácter central de los empleos ocupados por inmigrantes en los servicios esenciales, ya sean médicos, enfermeros, personal de limpieza o conductores de colectivos. “Espero que este dato se grabe en las mentalidades y que los europeos recuerden que muchos servicios esenciales siguen funcionando gracias a los inmigrantes, ya sean de primera o de segunda generación. Una lección para el futuro.”
Richard Danziger recomienda, como mínimo, dejar abierta la posibilidad de que los ciudadanos de África Occidental y Central entren legalmente a Europa, ya que esta apertura daría motivaciones para estudiar, formarse y esperar. “Ahora, obtener un visado para Europa se convirtió en una verdadera odisea para un senegalés. El trámite es costoso y no se reembolsa en caso de ser denegado. Para entenderlo, los europeos deberían experimentar lo que significa para los no europeos obtener un visado, y todo esto por razones totalmente legítimas, como ver a la familia, hacer turismo o negocios, asistir a un matrimonio o a un nacimiento, recibir atención médica.»
Sabine Cessou. Periodista. © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/migrar-en-tiempos-de-coronavirus/