La población de Mauritania se ha subido a una ola de la que, pese al silencio con que es recibida por las autoridades y gran parte de la prensa internacional, parece no estar dispuesta a bajarse fácilmente. Esta semana, miles de personas han tomado las calles de Nuakchott en nueve manifestaciones simultáneas para solicitar una […]
La población de Mauritania se ha subido a una ola de la que, pese al silencio con que es recibida por las autoridades y gran parte de la prensa internacional, parece no estar dispuesta a bajarse fácilmente. Esta semana, miles de personas han tomado las calles de Nuakchott en nueve manifestaciones simultáneas para solicitar una mayor apertura democrática en el país y la dimisión del presidente, Mohamed Abdelaziz.
Las nueve marchas, convocadas por la Coordinadora de la Oposición Democrática (COD), recorrieron las calles de la capital de forma pacífica antes de dispersarse sin enfrentamientos con las fuerzas de seguridad alrededor de la medianoche. Estas protestas se enmarcan en las manifestaciones que han recorrido el país de manera regular desde febrero de 2011 al hilo de las que provocaron el desencadenamiento de la llamada Primavera Árabe (algunos estudiosos apuntan a que el inicio podría estar en el campamento de Gdeim Izik y otros en las protestas en Túnez durante la Revolución del Jazmín).
El hecho de que las protestas no hayan sido generalmente masivas (aunque sí significativas en un país sin cultura ni historia de organización social) no significa que no exista un desencanto creciente con una Administración que, pese a haber salido de las urnas en 2009, estuvo precedido por un golpe de Estado y no cuenta con el respaldo popular necesario.
En este juego, la COD -que reúne a los candidatos que resultaron derrotados en las presidenciales de 2009, que acusaron a Mohamed Ould Abdelaziz de haber cometido fraude- está jugando un importantísimo papel de movilización y traslado de las reclamaciones sociales, a pesar de que el Ejecutivo está haciendo oídos sordos a las mismas.
En este sentido, la COD ha solicitado en reiteradas ocasiones la creación de un diálogo fluido con el Gobierno, tal y como establecen los acuerdos de Dakar, que permitieron el retorno del país al orden constitucional; condición para la restauración de las relaciones diplomáticas con la comunidad internacional.
Uno de los miembros de la agrupación, el presidente del partido El Wiam, Boidiel Ould Houmeid, destacó que «la oposición no sólo baja a las calles, sino que dice lo que piensa» . Asimismo, subrayó que el papel de la oposición es el de «hacer cambios, pero cambios a través de las urnas, no a través de la fuerza«, en respuesta a aquellas voces críticas con los enfrentamientos que se han desatado en algunas manifestaciones con los miembros de las fuerzas de seguridad y que han intentado deslegitimar así al grupo en su totalidad.
Sin embargo, la presión no llega únicamente desde este frente, ya que el sector educativo se está mostrando especialmente activo. Las fuerzas de seguridad entraron de nuevo en el campus de la universidad de Nuakchott para expulsar de allí a los estudiantes que se manifestaban contra la detención de once de sus compañeros en el mes de febrero. Y, de nuevo, convocó la Unión Nacional de Estudiantes de Mauritania (UNEM), muy activa a lo largo de las protestas.
Por su parte, el Sindicato Nacional de Enseñanza Secundaria (SNES) y el Sindicato Independiente de Profesores de Secundaria (SIPES) anunciaron que mantendrán una huelga de 16 días entre el 2 y el 17 de mayo para solicitar mejoras en las condiciones laborales y en el reconocimiento del sector.
El divorcio entre el poder y la calle queda patente en la postura que adoptó el Ejecutivo ante las protestas, ignorándolas abiertamente y bloqueando su difusión. Esto es comprobable a través de la página de la agencia estatal de noticias mauritana, AMI, que el día de las masivas manifestaciones en la capital no se hizo eco de las mismas y dedicó teletipos a la «probabilidad de lluvias», el viaje del ministro de Transportes a Marruecos, un curso de formación de imames y directores de madrasas (escuelas coránicas), o la felicitación oficial del presidente a su homólogo senegalés, Macky Sall, por la fiesta nacional del país.
La falta de reformas amenaza con provocar un aumento del descontento que lleve a mayores protestas sociales debido al incremento del impacto de la hambruna en el sur y el este del país, algo que ha recogido en su último informe la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) . Esta situación se ha visto agravada por la llegada de alrededor de 43.000 refugiados desde Malí a causa de los combates en el norte del país entre el Ejército maliense y el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA), según indicó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Los eventos en Malí, donde un grupo de militares llevó a cabo el 22 de marzo un golpe de Estado que derrocó el Gobierno de Amadou Toumani Touré a causa, entre otras cosas, del desencanto entre sus filas por los rápidos avances del MNLA en el norte, podrían desestabilizar aún más la fragilidad del Ejecutivo mauritano por la previsible llegada de nuevos flujos de refugiados al país.
Sin embargo, el Ejecutivo no ha de escudarse en la situación internacional para desviar la atención y debería dar respuestas concretas a las peticiones sociales, que amenazan con socavar la escasa legitimidad con que cuenta actualmente el Ejecutivo, que se mantiene únicamente gracias al apoyo occidental, basado en el interés por contar con un aliado que controle los flujos migratorios y la amenaza terrorista.