El resultado de las elecciones presidenciales en EEUU influirá, en primer lugar, en la vida de los ciudadanos de ese país durante los próximos cuatro años. Si gana Bush parece obligado esperar que la población negra seguirá viendo reducidos sus derechos civiles y perderá progresivamente mucho de lo que la «acción afirmativa» (discriminación favorable) le […]
El resultado de las elecciones presidenciales en EEUU influirá, en primer lugar, en la vida de los ciudadanos de ese país durante los próximos cuatro años. Si gana Bush parece obligado esperar que la población negra seguirá viendo reducidos sus derechos civiles y perderá progresivamente mucho de lo que la «acción afirmativa» (discriminación favorable) le había venido favoreciendo. No olvidemos que en las elecciones del 2000 numerosos afroamericanos fueron privados injustamente de su derecho al voto, lo que contribuyó al robo electoral que se perpetró finalmente en Florida. Las mujeres retrocederán en sus tímidos avances para obtener pleno control del propio cuerpo en las funciones reproductivas. Las personas mayores y los ancianos sufrirán una seguridad social cada vez más privatizada y encarecida. Los trabajadores seguirán viendo cómo se reduce el salario mínimo y el pago por horas extraordinarias, mientras los sindicatos son socavados desde el poder. Los ricos se harán más ricos y los pobres, más pobres, lo que dejará en evidencia el mito del sueño americano, tan malparado ya en los últimos años. Y no hablemos de los derechos de gays y lesbianas, que retrocederán implacablemente ante el auge del integrismo religioso, reforzado por un presidente visionario aconsejado por unos fundamentalistas intransigentes.
Estas elecciones tendrán también importantes repercusiones en el exterior. Aunque parezca egoísta pensar así, si los ciudadanos de EEUU conceden a Bush otro mandato, opinaremos que les estará bien merecido todo lo que les suceda después, ya que de sobra podían preverlo tras cuatro años de gobierno del neoconservadurismo bushista. Pero lo que realmente nos alarma a los que vivimos fuera de las fronteras estadounidenses es la idea de que un triunfo de Bush significaría que los ciudadanos de ese país aprueban su política exterior, tan nefasta para el resto de la humanidad. Que aceptan la teoría de la guerra preventiva contra el terrorismo -que tantos fracasos ha cosechado- y que apoyan la misión universal que, según ellos, Dios ha conferido a EEUU para imponer al mundo por la fuerza su idea de democracia, invadiendo países y destruyéndolos con toda la potencia de sus armas ofensivas.
Casi lo mismo opina un profesor de Ciencia Política de la Universidad William Paterson, de New Jersey (EEUU): «Una victoria de Bush enviaría al mundo el mensaje de que el pueblo americano apoya la continuación de una guerra ilegal e inmoral, mientras que su derrota se vería como un rechazo de esa guerra, aunque sabemos que el actual enfoque de Kerry sobre Iraq no difiere mucho del de Bush».
Es deprimente llegar a la conclusión de que en estas elecciones lo verdaderamente importante es evitar que Bush siga aplicando al mundo sus enajenadas visiones políticas y estratégicas. Juan Cole es profesor de Historia de la Universidad de Michigan y el lector puede encontrar sus textos en http://www-personal.umich.edu/~jrcole. Acaba de escribir lo siguiente: «Bajo la presidencia de Bush, EEUU se convertirá en una potencia permanente en el Golfo Pérsico, tras los imperios portugués, safawí, otomano y británico. Ahora, EEUU carece de una gran base terrestre permanente en la zona, aunque utiliza una base naval en Bahrein y otra aérea en Qatar. En esos pequeños países sólo caben instalaciones reducidas. Pero con doce bases permanentes en Iraq, la situación de EEUU en el Golfo se hará hegemónica, quizá durante todo el siglo XXI. Al convertirse en una potencia iraquí, EEUU entrará en contacto militar y diplomático, permanente y activo, con los vecinos de Iraq, incluyendo Siria e Irán. Lo más probable es que el sendero de Bush sobre las bases iraquíes conduzca inexorablemente a más conflictos militares en esa región».
Lo anterior es la educada forma académica de alertar sobre la implicación de EEUU en Oriente Próximo de la mano de Bush. Más guerras, más invasiones, más ciega arrogancia, más muerte y desolación, y más terrorismo, es lo que anuncia el historiador de Michigan si hoy, en las urnas, el pueblo estadounidense ratifica al actual presidente. Este grito de alerta no procede de la izquierda europea, tachada a menudo de antiamericana por la derecha más cerril; tampoco surge entre los grupos antiglobalización ni entre los tenidos como radicales extremistas de nuestro continente. Se oye en una Universidad de EEUU, donde la reflexión predomina sobre el fanatismo, la ignorancia y la desinformación generalizadas. Donde la preocupación por el futuro de su país y por el futuro de la humanidad en general forcejean contra las creencias primitivas de quienes pretenden regir el mundo mediante las iluminaciones personales recibidas de la divinidad o según el guión bíblico, que es su libro de cabecera.
Al ser preguntado Bush de sopetón, en una entrevista, por su filósofo favorito, tras una breve pausa de absorto silencio, fruto de su reconocida incultura, reaccionó con la rapidez y habilidad del tahúr político en que se ha convertido y dijo que era Jesucristo. Su insólita opinión no hace daño a nadie y puede admitirse que la siga manteniendo. Pero sus deslices acumulados, su mesianismo, sus engaños malignos sobre los motivos para ir a la guerra contra Iraq, su obcecación en el error y su incapacidad para reconocer los fallos, hacen de él un peligro para la humanidad. Y han convertido a EEUU, en opinión de muchos, en el principal riesgo de inestabilidad en todo el mundo, no en la garantía de paz y libertad que fue en el pasado. Bush puede ganar o perder estas elecciones. Si las pierde, muchos millones de seres humanos suspirarán aliviados. Si las gana, afrontaremos otros cuatro años de incertidumbre y temor. Pronto lo sabremos.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)