Traducido por Caty R. y revisado por Guillermo F. Parodi
Aparentemente Burkina Faso es un país africano completamente normal. Es decir, la población normalmente es miserable y hambrienta, la clase burguesa normalmente desdeñosa y corrupta, y normalmente hay cientos de ONG activas. Los seminarios, coloquios, cumbres y simposios de lucha contra la pobreza y la desertización normalmente llenan las salas a plena satisfacción de los propietarios de restaurantes y hoteles de cinco estrellas…
El Banco mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) velan con diligencia y discreción para mantener al país encadenado al neocolonialismo. En cuanto al presidente, democráticamente elegido y nombrado vitalicio por una argucia electoral, da trabajo a muchos de sus súbditos invitándolos a construir palacios y mansiones suntuosas que constituirán, según sus propias palabras, el orgullo del patrimonio nacional… Y para finalizar, este bombero pirómano no pierde la esperanza de lograr algún día el Premio Nobel de la Paz.
Pero este país esconde otro
Un país engullido, desaparecido, enterrado desde hace veinte años bajo las arenas de una memoria prohibida, pero cuyo corazón todavía se oye latir si prestamos atención. Un país que lleva el nombre más bello que una nación puede exhibir: «País de los hombres íntegros», un nombre que no se han atrevido a revocar y hoy resuena como el vestigio de una civilización desaparecida.
Ese país soñado nació por el amor y la fe de un hombre visionario: Thomas Sankara. Hoy la juventud africana nacida después de su asesinato ha hecho de él un «Che Guevara africano», un héroe cuya leyenda a veces impide percibir la grandeza real del hombre.
Veinte años: una generación, una eternidad. ¿No sería tiempo de levantar la prohibición de memoria que pesa sobre Thomas Sankara?
Se suele comparar a Thomas Sankara con un cometa para expresar el asombro suscitado por la luminosidad y la brevedad de su paso. Cuando el cometa desaparece y la noche reina otra vez, el testigo deslumbrado se frota los ojos y se pregunta si no habrá sido víctima de una alucinación.
¿Ocurrió? ¿Realmente existieron esos cuatro años prodigiosos en los que anidaba la semilla de una nueva civilización singular y a la vez tan universal? ¿Realmente existieron esos cuatro años que sentaban las bases de un África palpitante y fraternal, finalmente liberada de la mirada del opresor? Un África digna y frugal que iba a mostrar el camino a otros pueblos…
…¿O bien se castigó a este ingenuo soñador por pensar que podría escapar de su destino de esclavo elaborado por las potencias imperialistas aliadas con las fuerzas negativas de algunas tradiciones perversas?
Tomemos un ejemplo concreto: Si se consideran los numerosos abusos cometidos por los CDR (Comités de Defensa de la Revolución, N. de T.) bajo la Revolución, ¿es obligatorio pensar que esos abusos mostraron el lamentable fracaso de una aventura irresponsable? ¿O es preferible pensar que se trataba de nuevos problemas que había que resolver, como sucede en todas las empresas innovadoras?
Equivocarse de respuesta es elegir la desdicha.
El visitante extranjero curioso por conocer el país que lo acoge descubre con sorpresa que, a pesar de los años transcurridos, Thomas Sankara permanece más que nunca en el alma secreta de Burkina Faso, ¡hasta en las esferas del poder!
Pero entonces, ¿hasta cuándo se va a perpetuar el silencio, la autocensura, el secreto de familia? ¿Será necesario esperar la extinción «natural» de todos los protagonistas del drama para que finalmente se reconozca a Thomas Sankara su lugar eminente en la historia de África, especialmente en su calidad de precursor del movimiento «altermundista»?
Los genios surgen en todas las épocas
Uno de los mayores poetas franceses, Arthur Rimbaud, escribió toda su obra entre los 17 y los 20 años, lo que representa un período de sólo ¡cuatro años! Un siglo y medio más tarde sigue siendo el autor favorito de numerosos estudiantes y una fuente permanente de nuevas tesis literarias.
También cuando los allegados al general De Gaulle le sugirieron que mandase encarcelar al filósofo Jean-Paul Sartre para que dejara de criticar al gobierno, De Gaulle respondió: «¡No se encierra a Voltaire!». Era su manera de señalar que el ingenio de algunos hombres impone el respeto a pesar de los problemas que causan.
La grandeza de De Gaulle, en este caso, fue reconocer la de sus adversarios.
Soñemos también que una voz poderosa siempre triunfa sobre la represión. Así el que escribió:
«…el ojo estaba en la tumba y observaba a Caín»
Victor Hugo, el autor de «Los miserables» (una novela casi tan traducida en el mundo como la Biblia), era y sigue siendo un poeta muy admirado en Francia y famoso por su vehemente denuncia de las injusticias sociales de su tiempo. Napoleón III, a quien Hugo llamaba «Napoleón el pequeño», no soportó sus ataques y Victor Hugo tuvo que exiliarse. Hoy su obra se estudia en todo el mundo y es el orgullo de los franceses; de todos los franceses, ya sean «de derecha» o «de izquierda».
De la misma forma sería deseable que los bukineses -todos los burkineses- tomen conciencia del inmenso honor de que naciera entre ellos un hombre de una grandeza excepcional, tanto por su palabra como por sus actos y su pensamiento. Sería bueno que los responsables políticos del país se den cuenta de que al censurar la obra de Thomas Sankara atentan gravemente contra los burkineses, que a pesar de su resistencia legendaria ya no son más que la sombra de sí mismos. Al hambre y la enfermedad que afecta a sus cuerpos se añade la desmoralización: para conseguir algunos céntimos, un suéter o un saco de arroz, algunos se prostituyen y amañan las elecciones riéndose: «¡de todas formas ya nada tiene sentido!». El pueblo está mutilado, paralizado, descerebrado. Al amputar la página más bella de su historia le robaron el alma, pero los dirigentes que no respetan a su pueblo se pierden con él. Sean cuales sean sus amuletos y sus fetiches ya no son más que zombis al servicio de sus amos occidentales, «receptores-profesionales-de
Nadie sale indemne del asesinato de la memoria. No hay vencedores.
La acumulación de riquezas -generalmente muy mal adquiridas- no es más que un consuelo irrisorio para el hombre que sacrificó su dignidad aceptando callarse y cerrar los ojos. Sea cual sea su cinismo (¡y a veces incluso su rabia!) las «golosinas» de todo tipo que acumula, joyas, mansiones, BMW, medallas del mérito nacional… son impotentes para contrarrestar la humillación de haber traicionado, mentido y hallarse preso en una trampa sin salida. El lujo exhibido sólo sirve para dar el pego, para aturdirse y ocultar la vergüenza, a sí mismo y a los demás. En realidad, el ciudadano que desfiló en un 4×4 último modelo con los cromados rutilantes y los cristales ahumados mientras el pueblo agoniza bajo el peso de una miseria inenarrable, no es más que un muerto viviente que se deja arrastrar en su coche fúnebre, está desconectado de la realidad. Puede hacer ruido, moverse, ir de cóctel en cóctel, de pasarela en pasarela, de piscina en piscina, de adulterio en adulterio, pero su soledad es más vertiginosa que la del mendigo de la calle.
Y si a pesar de todo suscita admiración y envidia a su paso, eso demuestra en qué abismo de desesperación está hundida la población; hay muchos que frente a la impunidad de los crímenes sólo creen ya en la fuerza del mal… de ahí la brujería, los brebajes infames, los despedazamientos humanos con la esperanza de enriquecerse para parecer que existen…
En cambio devolver al pueblo la obra de Thomas Sankara a fin de que la estudie, la medite y saque sus enseñanzas sanas y vivificantes aparece como la única vía de redención posible para las autoridades, el único camino para sacar a Burkina Faso de la maldición. Es necesario que cesen las amenazas de muerte sobre los artistas, periodistas, profesores; hay que romper el círculo vicioso del miedo.
El verdadero patrimonio de Burkina Faso no está grabado en las piedras, no es el hotel Libya, ni la torre Eiffel truncada de la plaza de los mártires, ni el Palacio Kossiam -particularmente desagradables- ni la Avenida Kwame Khrumah, cada vez menos frecuentada… el verdadero patrimonio de Burkina Faso por los siglos de los siglos, se quiera o no, es este joven capitán Thomas Sankara pletórico de inteligencia y radiante de generosidad, muerto prematuramente en el preciso momento en que se disponía a dar un nuevo impulso a su país.
No se trata de gritar venganza. El mal está hecho. Se trata de mirar hacia el futuro para devolver la esperanza a la juventud burkinesa y a la juventud de África entera que no pide otra cosa que cultura.
Efectivamente, hay que destacar la admirable tenacidad con la que numerosos jóvenes hacen frente a la adversidad; pienso especialmente en los valientes estudiantes que carecen de todo: combustible, comida, alojamiento… La alimentación precaria amenaza su salud, ya que las sociedades que administran los restaurantes universitarios tratan a los estudiantes peor que a los animales. Las instalaciones sanitarias son vetustas, a menudo ruinosas, las aulas llenas a rebosar y por todas partes es necesario hacer colas interminables bajo el sol… Salir bien de los exámenes en condiciones tan absolutamente deplorables es una hazaña. Muchos aguantan, pero también muchos otros no soportan más las humillaciones y están dispuestos a todo para abandonar este infierno.
África, tan rica en recursos materiales y humanos, pierde sus fuerzas vivas como por una herida abierta; durante muchos siglos fue la coacción de la esclavitud la que causaba la salida de los jóvenes, hoy se exilian voluntariamente poniendo en peligro su vida.
¿Cómo detener esta hemorragia?
¿La revolución «sankarista» fue el último brote de rebeldía antes de una derrota programada o el primer rayo de luz de un continente desamparado?
Frente a la situación actual del mundo, la obra de Thomas Sankara debe reconsiderarse hoy bajo una luz nueva.
En efecto, Thomas Sankara veía más allá. De ahí su impaciencia. Quizá fue demasiado adelantado a su época para conseguir que compartieran sus convicciones algunos de sus camaradas obstinadamente clavados a sus dogmas… o cansados de no llevar nunca a sus labios una copa de champán.
El muro de Berlín aún no había caído, la mundialización no era una preocupación principal, el recalentamiento del planeta todavía no preocupaba a nadie. Se carecía de perspectiva.
Pero Thomas Sankara preveía lo que iba a llegar: los genocidios, las hambrunas, las epidemias, generados por la búsqueda exclusiva del máximo beneficio. Por eso quiso hacer del pequeño Burkina Faso una obra ejemplar para el futuro de la humanidad. Mucho antes que Nicolas Sarkozy nombró mujeres para puestos importantes, mucho antes que Nicolas Hulot puso la ecología a la cabeza de sus prioridades. Sus ambiciosos proyectos hidráulicos y forestales merecían realizarse y habrían cambiado, sin duda, el paisaje del África subsahariana. Fue el primero en fomentar el comercio justo y el desarrollo sostenible basados en el respeto a las poblaciones. Frente a la hipertrofia y la megalomanía de las potencias imperialistas y las multinacionales, fue el primero que se negó a pagar «la deuda» de la que denunció su carácter perverso. Hoy la deuda de los países pobres ha tomado proporciones tan astronómicas que impide todo desarrollo económico y vuelve ficticia la independencia de los estados. Thomas Sankara había tomado conciencia del problema y pensaba liberar a África de esta nueva colonización. En todos los ámbitos desbordaba de proyectos a cual más prometedor.
Hoy el paisaje ha cambiado, el mundo se encoge, se ha generalizado la angustia. La explotación demencial de los recursos naturales por las nuevas superpotencias amenaza el futuro del planeta. Todo puede irse a pique. Los océanos se agotan, las especies perecen, los bosques desaparecen, los glaciares se derriten. Por todas partes proliferan los conflictos armados. En cuanto a África, parece sufrir con fatalismo las consecuencias trágicas de este desorden mundial generalizado.
Por tanto ¡No! Thomas Sankara no fue un iluminado tiránico extraviado en su espléndido aislamiento, sordo a los consejos de sus allegados. Al contrario, era un espíritu curioso que no dejaba de escuchar al mundo y a todos los que podían aportarle nuevos conocimientos. A la escucha también de los más humildes.
¿La prueba? Tenemos ante nuestros ojos el ejemplo del presidente venezolano Hugo Chávez, que también pasaba por un iluminado: este valiente jefe de Estado está uniendo a los pueblos de América Latina para enfrentarse mejor a Estados Unidos y propone iniciativas que Thomas Sankara no habría desaprobado. En Nicaragua la vuelta al poder de Daniel Ortega, amigo de Sankara, va en el mismo sentido, el de combatir un determinado «realismo» que no es más que una forma de «petainismo», es decir, de colaboración con el enemigo. Si el Che está muerto, esos hombres que constituyen el relevo están muy vivos.
Entonces ¡Sí! Veinte años después, finalmente se puede revisar el pensamiento de Thomas Sankara y puede comenzar a irradiar, fructificar y entusiasmar a la juventud africana.
Con Thomas Sankara, con las organizaciones de la sociedad civil, los movimientos de jóvenes, los artistas comprometidos… «atrevámonos a inventar el futuro». Esta divisa que suena como el testamento de Thomas Sankara, pone de manifiesto que el verdadero patrimonio radica en el futuro y no en los cementerios.
Texto original en francés: http://azls.blogspot.com
*Caty R. y Guillermo F. Parodi pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, la traductora y la fuente.