Hace pocas semanas sucedieron en Estados Unidos las mayores protestas de corte racial desde el final del movimiento por los derechos civiles, hace poco más de medio siglo. El detonante ha sido una serie de abusos policiales cometidos contra miembros de la comunidad negra que quedaron impunes por la absolución de los policías, pese a […]
Hace pocas semanas sucedieron en Estados Unidos las mayores protestas de corte racial desde el final del movimiento por los derechos civiles, hace poco más de medio siglo. El detonante ha sido una serie de abusos policiales cometidos contra miembros de la comunidad negra que quedaron impunes por la absolución de los policías, pese a haber asesinado a hombres desarmados. ¿Se trata de un mero abuso de autoridad o estamos asistiendo a otra demostración del racismo propio de Estados Unidos? Si así fuera, ¿por qué sucede precisamente ahora que la economía americana crece?
El imperio es una cuestión de estómago
Para Immanuel Wallerstein, el racismo actual es resultado de una estrategia de cooptación de la clase obrera practicada por las élites europeas a mediados del siglo XIX. Buscando elaborar un mecanismo de contención efectiva a las cada vez más militantes y numerosas clases trabajadoras de sus propios países, las burguesías imperialistas otorgaron algunos derechos políticos y algunas mejoras económicas, al mismo tiempo que estas condiciones eran negadas al resto del mundo. Es la explicación que Lenin pone en boca del magnate inglés Cecil Rhodes en su texto sobre el imperialismo: «la idea que yo acaricio es la solución del problema social: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil, nosotros, los políticos coloniales, debemos posesionarnos de nuevos territorios; a ellos enviaremos el exceso de población y en ellos encontraremos nuevos mercados para los productos de nuestras fábricas y de nuestras minas. El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si queréis evitar la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas». Lo que Arrighi denomina el «paquete triple» consistió en otorgar el derecho al voto, brindar las mejoras sociales propias de lo que constituiría luego el Estado de bienestar y promover una doble nacionalidad: la de sus propios Estados (nacionalismo) y la del mundo blanco (racismo) [1].
El racismo queda así conceptualizado como una creación capitalista que justifica las disparidades económicas características del mundo industrial.
El racismo siempre existente, aunque oculto tras un velo de democracia, derechos humanos y elecciones, reaparece con virulencia en momentos en la crisis americana se desdibuja y se vislumbra un nuevo crecimiento. Las tensiones raciales crecen como si volviéramos a los 60s porque el acceso a las migajas de la renta creciente se hará bajo los parámetros étnicos clásicamente imperialistas: varones, anglosajones y blancos. El racismo americano, construido y asentado en varios siglos de culturación sistemática, no es un sentimiento espontáneo. Es estructurado y alentado desde las mismas élites dirigentes. Cuando la base trabajadora americana culpa a los inmigrantes latinos (sobre todo mexicanos) y a las comunidades negras por el descenso de su nivel de vida, eleva a una consideración simplemente intelectual y académica la furia contra los verdaderos culpables del desastre financiero-económico: la cúpula empresarial de Wall Street y la dirigencia política de Washington.
Sin embargo, esta construcción histórica está sufriendo profundos cambios y presenta serias limitaciones: mientras se alienta el racismo y la xenofobia en todos los niveles, incluyendo el ambiente académico con textos como el «Who we are» del extinto Samuel Huntington, el peso creciente del electorado hispano obliga a los candidatos presidenciales a solidificar vínculos estratégicos con dicha comunidad. Jeff Bush, hermano del ex presidente, buscó la complacencia del voto latino publicitando el origen mexicano de su esposa Columba y presentándose como miembro de la comunidad latina. Incluso los giros del electorado han variado desde el tradicional voto «gusano» y el lobby cubano en Florida hacia el peso del voto latino-mexicano en los Estados de California, Colorado, Nuevo México, Nevada, New Jersey, Texas, Florida e Illinois.
Así, racismo en la economía y peso electoral en la política reflejan los contradictorios aunque imparables cambios que experimenta Estados Unidos, cuya prospectiva supone un avance de la población latina sobre los WASP (white, anglo-saxon, protestant).
El peligro estratégico de un conflicto racial en Estados Unidos
Acrecentar las tensiones y contradicciones raciales como medio para obtener ventajas estratégicas es una vieja práctica de todos los imperios a lo largo de la historia, pero ha sido una herramienta especialmente perfeccionada por los anglosajones. Así lo demuestran los tratados secretos de Sykes-Picot en los que Francia y Gran Bretaña planificaron la división del Imperio Turco tras su derrota en la primera guerra mundial. Del mismo modo se incentivaron los conflictos étnicos al interior de la ex Yugoslavia en lo que se denominó la «balcanización».
Más recientemente estas políticas han sido implementadas en las zonas sensibles de las grandes potencias que rivalizan con la hegemonía de Estados Unidos en el mundo: el este de Ucrania, el Cáucaso ruso [2] y Xinjiang, la provincia islámica china [3].
Utilizada como instrumento de la política exterior, motorizada y monitoreada por el departamento de Estado americano, esta política de incentivación étnica ha sido un juego beneficioso para Estados Unidos. Pero ¿qué pasaría si estas tensiones surgieran dentro de su mismo país, incentivadas por las contradicciones y tensiones del «crecimiento» agónico del imperialismo americano? La fase B negativa de la onda económica mundial de Kondratieff no se ha detenido. Los indicadores macroeconómicos de crecimiento de la economía americana se estarían produciendo dentro de un declive sin fin de la economía mundial.
A diferencia de lo que acontece en Rusia, China o India, la tensión interna americana no sería producto del choque entre musulmanes y otros grupos, un diseño muy a gusto del Departamento de Estado. El racismo americano bien podría ser la expresión de contradicciones más profundas que el imperialismo americano en crisis ya no puede contener exitosamente con los mecanismos habituales.
La sociedad estadounidense es la más armada del mundo, con un promedio de 89 armas cada 100 habitantes, y proliferan grupos militarizados que aseguran que defenderán a su comunidad contra los abusos. Al mismo tiempo las presiones separatistas están aumentando significativamente. En el año 2012 se convirtieron en el principal movimiento político nada menos que en Texas, un «nacionalismo» americano que no puede ser desconocido ni menospreciado en las estrategias de política exterior mexicana.
Respecto a estos grupos que luchan por su independencia el presidente de la organización «Vamos Unidos USA», Juan José Gutiérrez, afirma que «son personas que quisieran seguir viviendo con la ilusión de que Estados Unidos debiera mantenerse como un país mayormente blanco anglo-sajón sin tener que conceder nada a los grupos que no son anglos ni sajones» [4].
Notas:
[1] Arrighi, Giovanni. Caos y orden en el mundo moderno. Ed. Akal, 2001. Pág 22.
[2] Putin revela contactos entre los servicios especiales de EU y extremistas del Cáucaso. RT, 26 de abril de 2015.
[3] Jalife-Rahme, Alfredo. La agenda oculta de Xinjiang: petróleo, gas y oleoductos. La Jornada, 19 de julio de 2009.
[4] Separatismo en EU: fruto de la frustración racista. Actualidad RT, 15 de noviembre de 2012.
Norberto Emmerich, IAEN (Ecuador) y Edgar Valenzuela, UNAM (México)
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