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Neocolonialismo occidental en África de la mano de Francia

Fuentes: Nodo50

Con casi un cuarto de siglo XXI a la espalda hay ya un par de cosas claras: la hegemonía occidental está desapareciendo a velocidad de vértigo mientras que es Asia el continente sobre el que gira, sin discusión alguna, toda esta centuria. Es el fin de la omnipotencia, un proceso que está resultando muy doloroso para los países que han controlado el mundo durante 500 años, desde que ya en el siglo XVI comenzaron a establecer normas y reglamentos que imponían por las buenas o por las malas.

La crisis del 2008 hizo ya ver cómo el sol salía por el este y se ponía por el oeste. Fue la visualización de que comenzaba un mundo multipolar donde Occidente se veía obligado a replegarse mientras emergía en Este con toda su fuerza, tanto Rusia como, sobre todo, China. La pandemia del COVID-19 no ha hecho más que extender por todas partes esa realidad de forma incuestionable. Porque el coronavirus ha dejado desnudo a Occidente, ha puesto de relieve su fragilidad y vulnerabilidad y ha mostrado la fortaleza económica y política de China. El dato que se acaba de conocer relativo a que los países de la Asociación de Estados del Sudeste Asiático (ASEAN, que son todos los que están incluidos en la nueva Asociación Económica Integral Regional) se hayan convertido en el primer socio comercial de China en este año de la pandemia, superando a una cada vez más moribunda Unión Europea, ha sido el factor determinante. Al mismo tiempo, es China quien a desbancado a EEUU como primer socio comercial de la Unión Europea.

Sin ella los países asiáticos no hubiesen finalizado algo que comenzaron un poco después de la crisis del 2008 y no se hubiese dado origen a la Asociación Económica Integral Regional (Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia, Brunei, Vietnam, Laos, Birmania, Camboya, China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) constituyendo el acuerdo de comercio más grande del mundo, con países que engloban el 31% de la población mundial, que representan casi la misma proporción del PIB mundial y un poco menos de ese porcentaje del comercio mundial.

El único país asiático que se queda fuera es India (además de Corea del Norte) y lo hace tras la deriva hacia EEUU en esa luna de miel entre Modi y Trump iniciada hace un par de años. No obstante, si Trump deja la presidencia es bastante probable que India reconsidere su posición para no quedarse fuera de tan lucrativo mercado. Sobre todo porque lo que propugna este nuevo acuerdo económico es la eliminación de las barreras arancelarias y no arancelarias entre los países integrantes y eso, por sí solo, ya se estima que aumentará el PIB de todos los países en un mínimo del 2% anual. Es un acuerdo en el que todos los países asiáticos ganan (y en el que Occidente pierde).

Que los países asiáticos, sin excepción, han sabido combatir mucho mejor la pandemia que los occidentales y han salido de ella no solo más rápidamente, sino con mayor fortaleza ya no se le oculta a nadie. Así hay que interpretar que países tan alejados políticamente como China y Japón, por ejemplo, formen parte de la AEIR.

Pero Occidente intenta revivir su hegemonía, algo así como el estertor del moribundo. Por una parte, imponiendo sanciones a todo lo que se mueve (sanciones que son ilegales según el derecho internacional si no son impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU) y mostrando así sus famosos “valores democráticos”. Por otra, recurriendo al neocolonialismo clásico intentando revivir viejas glorias pasadas de colonialismo estricto. Europa es experta en eso. No es de extrañar entonces que la Gran Bretaña del Brexit intente impulsar su marina de guerra para revivir su etapa colonial (Johnson ha dicho que los barcos británicos estarán “siempre presentes” en los mares de Asia e, incluso, en el Mar Negro) o que Francia recurra a su tradicional zona de dominio colonial: África.

El segundo eje

Un poco más de medio siglo después de culminar los procesos de descolonización formal de los países africanos, este continente es el otro eje donde se está jugando el equilibrio geopolítico del mundo pospandémico. Y es aquí donde la moribunda Unión Europea se está aferrando a la vida intentando conservar algún tipo de poder y autonomía frente a viejos y nuevos rivales: EEUU, China, Turquía y los países del Golfo.

La punta de lanza es Francia, el poder colonial por excelencia en el continente africano. Ya en el mes de julio las antiguas colonias francesas se abstuvieron de respaldar la iniciativa de la Organización para la Unidad Africana pidiendo ayuda a China para parar la pandemia. Ante los desesperados llamamientos de los países africanos de ayuda económica y sanitaria, la UE dijo que no podía hacer más y que lo que tenían que hacer estos países era “completar los programas en curso”. Traducido: África se tiene que contentar con lo que tiene.

Entonces apareció Francia para evitar que sus ex colonias virasen hacia China y ofreció 1.200 millones de euros a través de la Agencia Francesa para el Desarrollo a todas sus ex colonias (un total de 23 en el continente africano), especialmente Senegal, Burkina Faso, Guinea y Madagascar. Las palabras de Macron fueron muy claras: «esto tiene una perspectiva estratégica, el juego no es solo desarrollar una contra-narrativa [a China] sino poder confiar en un equilibrio [económico] elocuente». Pero tras la declaración expresa anti-china, la realidad: de esa cantidad sólo 150 millones de euros eran donación, el resto tenía que devolverse con intereses y se obligaba a los países receptores a destinar 500 millones de euros al “tratamiento de diversas enfermedades infecciosas». Dar con una mano, quitar con la otra y hacerse la foto sonriendo con la cuestión sanitaria. La Francia colonial había vuelto.

Francia ya lleva años con una presencia militar significativa en el Sahel (once países) encubierta bajo la “lucha contra el yihadismo” aunque aprovechando el declive occidental intenta “extenderse” ahora a territorios que fueron de otras metrópolis coloniales. Por ejemplo, en Mozambique, con importantes reservas de gas (se dice que las novenas del mundo) y donde recientemente ha aparecido una versión del llamado Estado Islámico. O, por ejemplo, en Nigeria, importante país petrolero, donde acaba de anunciar un acuerdo para construir una refinería de petróleo. Mozambique fue colonia portuguesa, Nigeria británica.

Estos movimientos neocoloniales están intentando ser contrarrestados con medidas que parezcan una retirada de la influencia francesa en sus antiguas colonias, como la aprobación de un proyecto de ley que deroga definitivamente el franco de la comunidad financiera de África (CFA), la moneda utilizada en todas estos países de influencia francesa y que no solo estaba garantizada por Francia sino que se obligaba a estos países africanos a tener la mitad de sus reservas monetarias en el Banco de Francia.

Pero lo que se da con una mano se quita con la otra, porque habrá una nueva moneda, denominada eco, que también mantiene su subordinación a la metrópoli al tener una paridad fija con el euro, que también será el Banco de Francia quien garantice su convertibilidad o no y se mantiene también la obligación de estos países africanos a depositar “al menos” el 50% de sus reservas en divisas en París.

Luego hay extrañeza en Francia de que siga la revuelta y las críticas a su presencia en África, como en Malí donde el golpe militar de finales de agosto puso de relieve que el rechazo a ese neocolonialismo. ¿Cuál fue la reacción de Francia? Pues solicitar la suspensión “inmediata” de Malí en la Organización Mundial de la Francofonía (49 países). También hizo lo mismo la Organización para Unidad Africana, aunque lo ha levantado a primeros de octubre.

Neocolonialismo-yihadismo

Francia es la punta de lanza de ese intento occidental por seguir siendo hegemónico en alguna parte. Es un intento de consolidar un reparto del mundo en esferas de influencia, algo así como Asia para China, América para EEUU y África para Europa. La UE destinó en junio 8.000 millones de euros, renovables cada cuatro años, con el propósito básico de «financiar operaciones militares en países extranjeros». La mano de Francia en sus antiguas colonias está bien a la vista y es bajo su influencia por lo que la UE mantiene cuatro de sus cinco misiones militares actuales en el continente africano, bien es verdad que también con la mira de contener la inmigración.

La UE ahora ya no está hablando tanto de inmigración como de “lucha contra el yihadismo”. Es típico de Occidente el notar el calor de las llamas cuando le llega el fuego. En Francia, sobre todo con los ataques islamistas. Que fue Occidente con su alianza con las petro-monarquías del Golfo quien lo utilizó y defendió para lograr sus objetivos geopolíticos está fuera de toda duda. El primero exitoso fue Afganistán, el último Libia. En el medio queda el apoyo a los yihadistas en Siria, ahora casi derrotados y sostenidos básicamente por Turquía.

Pero es muy difícil encontrar análisis relacionados los efectos del neocolonialismo con la expansión del yihadismo y de cómo se utiliza este yihadismo como excusa para proteger los intereses económicos neocoloniales occidentales. Es el caso de Mozambique, donde Francia arrastra a la UE porque argumenta que están amenazados los intereses de su multinacional Total, el mayor proyecto francés en el continente africano. No es así, porque en los tres años que lleva existiendo el llamado Estado Islámico en Mozambique ni una sola vez ha sido atacada la multinacional. Pero hay que seguir agitando al trapo para que la gente asuma lo inasumible.

De hecho, la presencia de la UE en Mozambique se explica formalmente por una petición del gobierno mozambiqueño en el mes de septiembre cuando el llamado Estado Islámico (que en Mozambique actúa como Ansar al-Sunna) comenzó a operar en la provincia de Cabo Delgado, donde se considera están las principales reservas de gas y de rubíes y donde está la multinacional francesa. Desde luego, la secuencia cronológica es algo más que curiosa y es poco probable que sea casualidad. Porque un poco más tarde, en octubre, la UE respondió anunciando su “compromiso de proporcionar asistencia de seguridad contra el ISIS” aunque, eso sí, añadiendo el nuevo mantra moderno: “capacitación y logística técnica en varias áreas específicas [que no se mencionan], así como asistencia para lidiar con desafíos humanitarios, incluidos los servicios médicos”.

Frenar a China (y Turquía)

Los movimientos franceses, que tiran de la UE, tienen mucho que ver con ese intento de “contra-narrativa” a China en el continente africano. Las tres grandes compañías chinas de petróleo y gas (todas bajo el control del Estado) están muy asentadas y desde África llega casi el 25% de toda la importación de estas materias primas. Y llega, principalmente, de cuatro países: Nigeria, Angola, Uganda y Mozambique. Como se ha dicho más arriba, en Nigeria y Mozambique acaba de entrar también Francia.

La lucha es sorda, aunque Francia (y la UE) están en clara desventaja. Ni tienen el dinero ni el prestigio de China, acrecentado no solo por la ayuda prestada con la pandemia sino por el anuncio de ofrecer 55.000 millones de euros en financiación en forma de préstamos sin intereses a los países africanos (3 de septiembre) y la condonación de la deuda a los países más pobres. Y, sobre todo, China se ha ceñido a los principios de no interferir con los países africanos en la exploración de vías de desarrollo que se adapten a sus condiciones nacionales, no interferir en los asuntos internos, no imponer ninguna condición política para ayudar a África y no buscar beneficios políticos privados en inversión y financiación en África. Por eso, ahora todas las referencias de la UE hacia África parten de que “se busca dejar atrás el paternalismo”. Los esfuerzos de Francia y de la UE se centran en borrar la impresión de que su “nuevo comportamiento” es poco más que un cambio de nombre a las cosas.

Pero no solo es China, también Turquía. El apoyo activo turco a Azerbaiyán en la guerra de Nagorno-Karabaj ha intentado ser contrarrestado por Francia con el anuncio, no llevado a la práctica, del Senado francés de reconocer a la república de Artsaj (nombre con el que los independentistas se refieren a Nagono-Karabaj) como país independiente. Es otra muestra más del enfrentamiento casi histórico que mantienen los dos países, con acerbas críticas incluso personales entre Macron y Erdogan que llevó a la retirada del embajador turco de París. Pero antes de Nagorno-Karabaj está Libia, donde Francia y Turquía están en bandos opuestos. Aquí Francia tiene un aliado claro: Egipto. Franceses y egipcios tienen el mismo interés, “evitar el expansionismo” turco. Para ello, y bajo la cobertura de la “lucha contra el yihadismo”, todo vale.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a [email protected] o bien a [email protected] También se puede encontrar en librerías.

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Fuente: https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2527