Níger es el país más pobre del mundo. Mejor, el más miserable, pues no estamos hablando de su extensión, ni de sus reservas de uranio, que por cierto son muchísimas, ni del petróleo que están descubriendo en el norte del país. Ese desértico estado del Sáhel africano, tierra maldita, ocupa este año el último lugar […]
Níger es el país más pobre del mundo. Mejor, el más miserable, pues no estamos hablando de su extensión, ni de sus reservas de uranio, que por cierto son muchísimas, ni del petróleo que están descubriendo en el norte del país. Ese desértico estado del Sáhel africano, tierra maldita, ocupa este año el último lugar (177) en la clasificación que elabora el PNUD1 según el Índice de Desarrollo Humano -IDH-, que se hace midiendo parámetros como la esperanza de vida, la mortalidad infantil, las tasas de escolarización y alfabetización y el PIB por habitante.
Níger siempre anduvo por el fondo de esa dolorosa lista, como los otros 29 países africanos que se hacen sitio entre los 32 más desgraciados del orbe, pero las consecuencias de la grave crisis alimentaria acontecida el año pasado, aquella que sólo nos dejaron ver cuándo lo tsunami asiático perdió interés mediático, relegaron al país a ese lugar de donde ya no se pode caer, salvo a la extinción de la vida.
Un año antes de la hambruna de 2005 muchas ONG ya habían advertido a la ONU del desastre que vendría después de sufrir una terrible sequía y una plaga de langostas que destrozó el reducido campo nigerino (15% de la tierra cultivable). Sólo cuando las imágenes de cientos de niños inertes, de cara desorbitada y cuerpos exprimidos hasta lo inimaginable salieron en las televisiones del mundo, la comunidad internacional reaccionó para aportar, en forma de débil y cínico goteo, los 13 millones de euros necesarios para alimentar urgentemente a 3,2 millones de nigerinos en riesgo. Fueron muy lentos. A un mes del desesperado llamamiento de las agencias sólo habían llegado al país 3,8 millones. Y si a la malnutrición severa -uno de cada cuatro menores de 5 años muere, lo que equivale la 160.000 al mes- le añadimos la indiferencia mundial, pues ya sabemos lo que pasa.
Miles de niños murieron, incluso en los centros de alimentación, aunque, tal y como relata el informe 20062 de Anmistía Internacional, nunca se dieron datos concretos del desastre, pues Mamadou Karijo, presidente en democracia, siempre se ocupó más de ocultar las vergüenzas del país y de defender su gestión del déficit público ante los depredadores del FMI que de alimentar a sus gobernados.
Es cierto que las causas de estas crónicas epidemias de hambre en los países del Sáhel, desde Níger a Mali, Mauritania, Chad o Burkina Faso, tienen mucho de estructurales. Níger es un país desolado, poblado por miles de comunidades fundamentalmente nómadas, con poca educación, incluso en el campo alimentario y sanitario, donde no hay electricidad, ni agua, ni seguridad social y en el que sólo se encuentra un médico por cada 33.000 habitantes. Sin embargo, no son pocos los que afirman que el problema no es la falta de comida, sino que la mayor parte de la población es tan pobre que no tiene con que comprarla y, por tanto, en momentos de crisis su capacidad de respuesta es nula.
Al fin y a la postre siempre llegamos a lo mismo: el mercado, el neoliberalismo. Níger tiene el peor IDH del mundo y gasta más en pagar la deuda externa que en educación y salud. Cuándo los alimentos se agotan las familias venden lo que tienen para adquirirlos, incluso el ganado, que por las leyes de este mercado regido por la oferta y la demanda y no por las necesidades de la población, hoy no vale nada, mientras que el precio de la comida está por las nubes. En ese miserable país la sanidad es de pago: una consulta cuesta 75 céntimos y un parto seguro 10 euros. Y todo gracias a las políticas de ajuste estrutural del FMI y el Banco Mundial, esas por las que hay que reducir como sea el déficit público para recibir ayudas en forma de créditos sangrantes, y que ya estudian que los padres paguen a los maestros de escuela3 e imponen la eliminación del control gubernamental en el precio de la gasolina y la privatización de los sistemas de riego en el campo, entre otras barbaridades. Otro dato más: el 80% de los diputados son terratenientes.
Este año la cosecha en Níger fue mejor, pero las familias vendieron el grano que tenían para pagar las deudas del año pasado. Acción Contra el Hambre y Unicef llevan meses avisando de otra catástrofe alimentaria para este año, en la que 3,8 millones de personas -700.000 niños y niñas- se enfrentan de nuevo a la hambruna porque no existe un apoyo internacional sostenido. La UE aportó el mes pasado 10 millones de euros, pero hasta entonces las agencias sólo habían recibido el 51% de los 200 millones imprescindibles para salvar la crisis de este año, para que la población sobreviva a la llamada «estación de el hambre», entre agosto y septiembre.
Leo que el Real Madrid de fútbol piensa pagar cerca de 30 millones de euros por un tal Mahamadu Diarra. El colmo es que el pobre es de Mali. Serán las cosas del mercado, pero la mí me dan todos asco.
* Manoel Santos <[email protected]> es biólogo y escritor. Gestiona de la web de información alternativa en lengua gallega altermundo.org <http://altermundo.org>
[1] Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. Informe sobre Desarrollo Humano 2005. http://hdr.undp.org/reports
[2] Informe 2006 de Anmistía Internacional http://web.amnesty.org/report2
[3] Ramón Lobo. Níger, infierno en el sur. El País Semanal, 2005. En Rebelión: http://www.rebelion.org