El sábado 2 de enero, en Níger, se conocían los resultados de las elecciones presidenciales realizadas el pasado 22 de diciembre, que dejaron en la carrera electoral al oficialista Mohamed Bazoum, exministro del Interior, del gobernante Partido para la Democracia y el Socialismo que consiguió un 39% y con el 17% a Mahamane Ousmane, quien, en 1993, se convirtiera en el primer presidente elegido democráticamente del país, para ser desplazado tres años después por un golpe de Estado.
La segunda vuelta se celebrará el 21 febrero próximo, donde sin duda el problema de la seguridad será el tema gravitante. Aunque se teme al igual que sucedió en la primera vuelta, los reproches, denuncias y acusaciones entre los candidatos, se vuelvan a convertir en el epicentro de las discusiones, antes de la solución a la violencia wahabita. Hasta ahora los políticos han mostrado mayor interés en el control de los fondos para esa lucha, casi un 20 % del presupuesto nacional, que para la ejecución real de ella.
En la historia política de Níger, desde su misma fundación en agosto de 1960, ningún candidato se ha impuesto en primera vuelta, ni tampoco las transiciones han sido calmas, por lo que se espera que en el tiempo que resta, la violencia política vuelva a ser protagonista. Mucho más cuando el presidente saliente Muhammadu Issoufou, tras sus dos periodos (2011-2016,-2021) presenta un notorio desgaste.
Níger, estimado como el país más pobre del continente, con una población de poco más de 22 millones de personas, de fe islámica en más de 90%, al igual que el resto de los países del área, Mali, Chad, Burkina Faso y Nigeria, sufren casi del mismo modo las acciones de las diferentes khatibas pertenecientes al Daesh y a al-Qaeda, que desde hace ocho años operan, con inusitada persistencia, desafiando tanto a las operaciones militares de los ejércitos locales, como a las de los contingentes enviados por Naciones Unidas y particularmente Francia, cuya Operación Barkhane, de unos seis mil hombres, a los que se le han agregado efectivos de otros países de la OTAN, no han logrado siquiera contener a los muyahidines, que se siguen expidiendo en toda la región. Solo entre los últimos días de 2020 y los primeros de 2021, cinco militares franceses murieron por acciones terroristas.
Además el pasado cuatro de enero, desde Niamey, la capital del país, se informó que el día dos, en dos ataques registrados en el departamento de Ouallam, en región de Tillabéry, próxima a la frontera con Mali y a unos 120 kilómetros de la capital, contra las aldeas de Tcham-bangou y Zaroumdareye, cien civiles fueron asesinados, además de haberse reportado más de 75 heridos muchos de ellos de extrema gravedad. Estos sucesos se produjeron en cercanías a la aldea de Togo-Togo, donde en octubre de 2017, fueron ejecutados cuatro Green Berets (Boinas Verdes) norteamericanos junto a otros cuatro efectivos del ejército nigerino.
Esta matanza, se convirtió en la mayor perpetrada contra civiles desde el inició de la guerra takfirista en 2012, más allá de los obvios tres días de duelo nacional, obligó al gobierno del presidente Issoufou a lanzar varias batidas en procura de los responsables. Se conoció que unos cien muyahidines, que llegaron en motocicletas al sector de las aldeas, separadas por unos siete kilómetros, dieron inicio a la masacre. La utilización de motocicletas está prohibida en Tillabéry desde enero 2020, dado que se han convertido prácticamente en un emblema, al igual que los fusiles Kaláshnikov o AK-47 para estos grupos. Los terroristas, según se cree, organizaron la matanza para vengar la muerte de dos de sus hermanos, que habrían sido linchados por los aldeanos, días atrás. Ambas poblaciones se ubican en proximidades de lo que se conoce como la triple frontera (Níger, Mali y Burkina Faso) donde la porosidad de esos confines, permite el traspaso constante de las khatibas, que asolan esos territorios. Ninguno de los dos grupos que opera en la región Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS) o el Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes) adscripto a al-Qaeda, se adjudicó la operación.
Solo durante 2019, unos cuatro mil civiles perdieron la vida tanto a manos de los integristas como de las fuerzas de seguridad, que, frente a cualquier duda, prefieren disparar, sin más trámites, al tiempo que se calcula en unos cinco millones la cantidad de personas que han debido abandonarlo todo en procura de lugares más seguros.
En los últimos meses se ha incrementado la frecuencia de los ataques terroristas en Níger, el pasado el nueve de agosto seis voluntarios franceses de la ONG ACTED (Agence d’Aide à la Coopération Technique Et au Développement) junto a su guía y un chofer, ambos nigerinos, fueron asesinados, por terroristas del Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS) cuando fueron sorprendidos atravesando la reserva de jirafas de Koure, a 65 kilómetros Niamey (Ver: Níger, las muertes secretas.). El día 12 del mes pasado el grupo fundamentalista nigeriano Boko Haram, se atribuyó ataque que provocó la muerte de 34 personas de la aldea de Toumour, en el sureste de Níger, a unos cinco kilómetros de la frontera con el estado nigeriano de Borno, cuna de esa organización terrorista. Una semana antes en una emboscada contra efectivos del ejército nigerino, en la región de Tillabéry, dejó siete efectivos muertos.
La extensión de este conflicto, ha despertado el temor de las autoridades, por la posibilidad, cada vez más cercana, del resurgimiento de las ancestrales luchas tribales y étnicas que han acosado a África a lo largo de su historia, de la que Níger no ha estado ausente. Ya que en la región se ubican una serie de aldeas multiétnicas, que tienen sus intereses repartidos entre el Estado y los terroristas y se encuentran en permanente disputa por los escasos recursos que son el agua y las tierras laborables, tanto para la agricultura como para la ganadería.
Las guerras que se pierden
Los ataques terroristas antes de la segunda vuelta de febrero, los enfrentamientos tribales y las grietas políticas, no pronostican buenos tiempos al país. El gobierno en respuesta a la violencia terrorista anunció más refuerzos militares en la región, que incluye el despliegue permanentemente de una compañía en Tillabéry.
En la campaña política con vista a febrero, tras la matanza de las aldeas de Tcham-bangou y Zaroumdareye ambos candidatos deberán, dejar de lado las chicanas políticas para centrar sus discursos en cuáles serán las acciones para contener el fundamentalismo armado.
Mohamed Bazoum había prometido prometió intensificar la lucha contra los integristas, en un mensaje televisivo después de conocerse el ataque contra las aldeas dijo “los grupos terroristas constituyen una seria amenaza para la cohesión dentro de nuestras comunidades y un peligro como ningún otro”.
Para los expertos locales, el problema se centra en el control, no solo de las fronteras con Mali y Burkina Faso, sino también respecto a los 350 kilómetros que comparte con Libia, que desde la caída de Mohamed Gadaffi y el inicio de la guerra civil en 2011, fue el mayor vector que operó para la desestabilización del Sahel.
Más allá de la buena voluntad que pudiera tener el nuevo presidente, Níger no esta e condiciones económicas para solventar una guerra contra unidades terroristas cada vez mejor armadas y entrenadas, cuyos líderes y capitanes han sido fogueados en los campos de batalla de Siria e Irak, la guerra civil argelina e incluso en Afganistán.
El nuevo gobierno nigerino, deberá buscar respaldo en sus socios del grupo G5, compuesto por Mauritania, Mali, Burkina Faso, Chad y el propio Níger, que también cuenta con el apoyo de Francia y otros aliados occidentales, aunque París, en esta última década ha incrementad sus intereses económicos en la región por lo que deberá ser socio fundamental del nuevo presidente nigerino. Que además de armas deberá conseguir con urgencia un programa de desarrollo económico, que logre mejorar los estándares de vida y reducir la pobreza, cuya tasa sigue es del 41,4%, según el Banco Mundial, lo que afecta a casi 10 millones de personas, por lo que Níger no solo está perdiendo la guerra contra el terrorismo wahabita, sino también y desde hace mucho más tiempo, contra la pobreza.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.