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Níger: Los fantasmas de Assamakka

Fuentes: Rebelión

El gran drama de los refugiados que de manera casi cotidiana se ahogan en el mar o mueren intentando cruzar fronteras frente a la mirada indiferente de Europa -responsable fundamental junto a los Estados Unidos- parece corporizarse claramente en Assamakka, un minúsculo pueblo al noroeste de Níger en la región de Agadez de unos 1.500 habitantes y a casi 2.000 kilómetros al sur del Mediterráneo.

Desde allí mismo en Assamakka, a unos 15 kilómetros de la frontera argelina y a 25 de In-Guezzam (Argelia) -un pueblo de cerca de 7.000 habitantes que conforma el único paso establecido entre las dos naciones, en el corazón del Sáhara- miles de migrantes se cruzan unos buscando llegar a los puertos libios y otros retornando ya derrotados que vuelven a sus lugares de origen tras aventuras traumáticas que en más de una oportunidad estuvieron cerca de costarles la vida.

Así In-Guezzam, por su parte, se ha convertido en el último puerto para los miles de refugiados que, según fuentes occidentales, Argel deporta hacia Níger de manera ilegal, abandonándolos en plena noche en la frontera, sin comida ni agua, para que después tengan que caminar entre 15 y 30 kilómetros para llegar a Assamakka.

Siempre según fuentes occidentales, las autoridades argelinas deportaron entre el 24 y el 26 de marzo cerca de 1.300 inmigrantes subsaharianos. La primera tanda rechazada era de unas 610 personas, la segunda una cifra poco mayor y entre los que se encontraban mujeres y niños.

Estas acciones de Argelia se han convertido en blanco de las críticas de las ONG, que acusan al país mediterráneo de violar compromisos internacionales, a lo que las autoridades han explicado que el país carece de un marco legal para poder dar lugar a estas nuevas oleadas. Es importante señalar que desde 1975 Argelia ampara a cerca de 500.000 refugiados saharauis, expulsados de sus territorios por el régimen marroquí, en los campamentos de Tinduff, a casi 1.500 kilómetros al suroeste de Argel, de los que las potencias occidentales tampoco se hacen cargo.

Ya en febrero último Argel había devuelto a cerca de 3.000 exiliados a las fronteras de Níger, los que según denuncias de las ONG habían sido “capturados” en sus alojamientos, lugares de trabajo e incluso sorprendidos en la vía pública, en diferentes ciudades y pueblos de Argelia, desde donde fueron cargados en camiones y llevados hasta la frontera para ser abandonados. Los refugiados principalmente provienen de Benín, Burkina Faso, Camerún, Gambia, Guinea-Conakry, Guinea-Bissau, Liberia, Malí, Nigeria y Senegal, calculándose en febrero pasado la presencia de unos 300.000 solicitantes de asilo y refugiados en ese país.

Según diversas denuncias, desde 2017 cuando se incrementó de manera exponencial la llegada de refugiados a territorio argelino, Abdelmadjid Tebboune, el entonces ministro de Defensa y desde 2019 presidente de Argelia, la deportación de inmigrantes se hizo una práctica cada vez más frecuente por parte del ejecutivo de Argel.

En lo que va de año las autoridades argelinas ya han extraditado a más de 13.000 personas considerando solo la frontera nigerina, donde serían abandonados en pleno Sáhara en condiciones sumamente difíciles, carentes de cualquier tipo de elemento que les permita sobrevivir a las altas temperaturas que pueden alcanzar los 48°C y ni pensar en asistencia médica o sanitaria. Los migrantes denuncian que las autoridades argelinas han saqueado todas sus pertenencias además de haber sido golpeados. Según sus testimonios, la mayoría de los deportados ya no tiene manera de comunicarse con sus familiares y mucho menos de costearse un pasaje de vuelta.

Ya para junio del año pasado Médicos Sin Fronteras (MSF) había calculado en unas 14.000 personas las expulsadas por los argelinos desde principios de año y en poco más de 27.000 durante todo 2021.

Lo que para la MSF se ha convertido en un escenario inédito al que se enfrentan. Según cálculos de la misma organización sólo el quince por ciento de estos inmigrantes han conseguido ayuda.

Por su parte Niamey, en colaboración con grupos internacionales, creó un campamento humanitario a unos 13 kilómetros de Assamakka que ya se encuentra al límite tras la oleada de nuevos refugiados llegados del país norteafricano, los cuales desbordan las instalaciones del campamento, que se encuentra abarrotado de carpas improvisadas, ocupando incluso los techos de las construcciones y el sector destinado a los residuos. La multitud de deportados, harta de sarna y otras enfermedades de piel, heridas supurantes, hambre y miedos arraigados tras experiencias inenarrables, parece rugir dentro de los límites del campamento. Dada la impaciencia por las largas esperas de soluciones, surgen constantes peleas de puños espontáneas, a veces por un poco de arroz infestado de moscas.

Dada la magnitud de la crisis, las diferentes ONG que operan sobre ella han solicitado a la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS por sus siglas en inglés) que procure ayuda de manera inmediata para los miles de personas que se encuentran abandonadas en condiciones extremas en el área de Assamakka.

Estas personas además alteran el sistema de vida de los pobladores locales, produciéndose algunos conatos de violencia entre locales y extranjeros, como si en sus realidades cotidianas hubiera alguna diferencia ya que Níger, y fundamentalmente esas áreas, se encuentran entre los lugares más pobres del mundo.

Diferentes zonas de Assamakka se han vuelto incontrolables, ya que los refugiados roban comida a los locales, incluso granos y ganado que sacrifican para comerlo prácticamente crudo.

Una historia desesperada

La región de Agadez se convirtió en destino de miles de desangelados desde fines del 2017, cuando llegaron provenientes de la región de Darfur (Sudán) varios cientos de sudaneses a finales de ese año, a punto de obligar al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a establecer una oficina permanente en Agadez.

En pocas semanas esos pocos cientos de refugiados sudaneses se convirtieron en más de 2.000 y toda el área de Agadez en un punto central para el tránsito de migrantes del sur a norte y viceversa, dada la continua devolución de miles de ellos por las autoridades argelinas y también por la gran cantidad de migrantes que tras fracasar en su intento de llegar a Europa por diferentes razones, como la de ser capturados por organizaciones criminales que los secuestran y exigen a sus familiares pagos en muchos casos imposibles,  son introducidos en circuitos de “negreros” que los venden como esclavos para trabajos agrícolas o de construcción y a las mujeres las exportan como prostitutas a los mercados de Europa y Medio Oriente.

Los que han logrado ser liberados o pudieron escapar de sus captores regresan vía Agadez y en muchos casos, en vez de seguir hacia sus hogares, permanecen allí a la espera de intentar una vez más el modo de cruzar el Mediterráneo.

Desde 2015, presionadas por los países europeos para alejar el problema de sus costas, algunas naciones africanas establecieron rígidas leyes para combatir el tráfico ilícito de migrantes, particularmente la de ciudadanos subsaharianos que tras recorrer miles de kilómetros pretender llegar a los puertos libios, en la mayoría de los casos dado el descontrol y la connivencia de las autoridades con los traficantes, que usan sus puertos para trasladar su “mercancía” a Europa. Aunque también se han producido crisis similares en Argelia y en Marruecos, donde el rey Mohamed VI utiliza a los refugiados para extorsionar al Gobierno español.

En este momento se calcula en cerca de 5.000 migrantes en el área cercana a Assamakka, entre los que se encuentran, además de africanos subsaharianos, ciudadanos malíes, guineanos, marfileños, egipcios, sirios, bangladesíes, pakistaníes, afganos e inclusos algunos latinoamericanos.

El centro de tránsito gestionado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) también se encuentra desbordado por la gran afluencia de deportados, a pesar de que sólo llega a atender a un tercio del total, por lo que ya en varias oportunidades ha sufrido intentos de saqueos de parte de los propios refugiados, dada la inoperancia de dicha oficina.

También se conoció que en Assamakka falta agua potable, todos sus tanques se han vaciado mientras prácticamente no existen ya lugares para ampararse del sol, por lo que se ve a miles de personas apretujándose contra las paredes o bajo lonas en la ímproba tarea de encontrar algo de sombra.

Condenados a sobrevivir por un tiempo impreciso en condiciones de extrema gravedad, no han sido pocos los migrantes que se han suicidado, mientras que otros alucinados, abandonados de todo, se internan en el desierto para perderse como fantasmas en la arena.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.