Mientras la histeria occidental no deja de clamar a Rusia por sus acciones en Ucrania, abiertamente y sin el menor recato desde los centros del poder otanista se anuncian nuevos envíos de armas para las turbas fascistas de Volodímir Zelenski con la única intención de prolongar una guerra prácticamente terminada con el resultado obvio desde el comienzo de la contraofensiva: la victoria rusa. No sobre el pueblo ucraniano, sino sobre su presidente quien, montado sobre las promesas de la Unión Europea y la OTAN, y la más fenomenal alianza política, militar y mediática que intenta y seguirá intentado destruir Rusia por cualquier medio para que los Estados Unidos libremente sigan decretado sobre lo sagrado y lo profano en el mundo entero.
Mientras esto sucede las mismas políticas de la especulación y la mentira que se aplican en Ucrania siguen provocando más muertes en cada lugar del mundo en que Washington tiene intereses por nimios que sean y mucho más todavía si puede perjudicar las políticas de sus enemigos rivales, se llamen Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Desde hace décadas Occidente ha convertido a Medio Oriente en el epítome de la inestabilidad, con conflictos armados que parecen haberse eternizado: Palestina, Irak, Siria y Yemen. Una vez más el Pentágono parece tener un nuevo plan para Asía Central, región en la que tras sus 20 años de guerra no ha dejado amigos. Después de haber logrado desplazar al Primer Ministro pakistaní Imran Khan, tras un golpe travestido de constitucionalismo, ahora lentamente comienza a encender la frontera con Afganistán (Ver: Los demonios juegan en la frontera afgano pakistaní).
Esas mismas políticas aplicadas a África, donde casualmente China y Rusia tienen importantes intereses estratégicos y económicos, han llevado al continente a estar bajo el constantes fuego de los grupos asociados al Dáesh y al-Qaeda, que desde el martirio del coronel Gaddafi en octubre de 2011 no han dejado de crecer en volumen de fuego y extenderse en una geografía que ya alcanza desde el Atlántico al Índico y desde el Magreb hasta lo más profundo del África Subsahariana, lo que no solo ha provocado las consiguientes matanzas, el desplazamiento de millones de personas, a los que le sigue epidemias y hambrunas, sino guerras civiles como en Etiopia, República Centroafricana y Sudán del Sur, una nueva oleada de golpes de Estado: Sudán, Mali, Burkina Faso y Guinea, aunque también se podría sumar a esa lista el Chad, donde tras la muerte del dictador Idriss Déby, su hijo el general Mahamat Déby desplazó al Parlamento, anuló la constitución dictada por su padre y asumió el Gobierno bajo el beneplácito de Francia y todos sus aliados. Lo que no ha provocado ninguna protesta, ninguna campaña mediática y muchísimo menos una mínima sanción a su verdadero responsable: el poder colonial que nunca se ha retirado en verdad, ni ha permitido el desarrollo de sus antiguas colonias.
En el marco de la eterna tragedia africana, Nigeria, el país más poblado del continente con 206 millones de habitantes y un norte musulmán y un sur cristiano y animista, es una de las naciones más afectadas por los elementos que son la moneda corriente en todo el continente y podrían simplificarse en tres: corrupción crónica, delincuencia común y terrorismo rigorista.
Quizás el grupo Boko Haram sea una de las bandas terroristas más famosas del universo fundamentalista en todo el mundo por golpes espectaculares como el secuestro de las 276 alumnas de un colegio en Chibok, en abril de 2014. Aunque su lista de crímenes, que no ha dejado de crecer desde 2009, es tan extensa como sangrienta, en la que abundan acciones mucho más tremendas que la que le dio fama mundial.
El grupo llegó a la cúspide de su historia guiado por el alucinado Abubakar Shekau, muerto finalmente en mayo del 2021 en un enfrentamiento con sus exhermanos de la Willat de África Occidental del Estado Islámico (ISWAP), escindidos en 2015.
Desde la desaparición de Shekau y la presencia cada vez más importante del ISWAP y en menor medida otra de las escisiones, Ansaru o Vanguardia para la protección de musulmanes en las tierras negras, Boko Haram ha entrado en un cono de sombras, aunque la letalidad de sus acciones no ha menguado, por lo que se cree que la organización se encuentra en un proceso de reformulación, habiendo pasado de luchar por una falsa yihad a lisa y llanamente convertirse al bandolerismo, un tipo de crimen con numerosos antecedentes en Nigeria, que en estos últimos años según investigaciones de los Estados Unidos: “Los bandas criminales en Nigeria han logrado tal capacidad que ya no necesitarán la colaboración de los grupos integristas para realizar grandes operaciones”.
Por lo que las tres organizaciones terroristas que nacieron y se desarrollaron en el noreste del país están intentando expandirse al noroeste, donde operan históricamente bandas de delincuencia común y con alguna de ellas ya habrían montado un remedo de Joint Venture, cuya primera operación habría sido el secuestro de 300 internos de una escuela en Kankara, un pueblo del estado de nordestino de Katsina, en diciembre de 2020. Ese tipo de bandas no se articulan en bloques y mucho menos cuentan con un mando central, en el caso de Kankara Shekau habría pautado el secuestro y los rescates posteriores con Auwalun Daudawa, uno de los líderes más prominentes de las bandas del noreste del país, quien sería asesinado, en un ajuste de cuentas entre criminales, a fines del abril del año pasado.
A pesar de que tanto Shekau como Daudawa están muertos, se cree que ambas organizaciones han planeado algo similar a lo de Kankara en un hecho inédito en la violenta historia de Nigeria, el asalto al tren de la Nigeria Railway Corporation (NRC), el pasado 28 de marzo, en horas de la noche. El tren, que se dirigía desde la capital del país, Abuja, hacía Kaduna, capital del estado del mismo nombre en el noroeste de Nigeria, un trayecto de poco menos de 200 kilómetros que se cubre en casi cuatro horas, fue atacado por un grupo de 100 hombres que se movilizaban en motocicletas, como habitualmente lo hacen las bandas fundamentalistas del occidente africano, moda a la que rápidamente se había adaptado el grupo, en tiempos, del emir Shekau.
Previo al asaltó las cargas explosivas colocadas en las vías, a la altura de la localidad de Katari a 88 kilómetros de Abuja, habría provocado serios daños a la formación, la que debió detenerse para ser rápidamente asaltada, donde se produjeron una serie de muertos que no ha llegado a determinarse exactamente, algunas fuentes hablan de ocho, otras de 11, en su mayoría personal de maestranza y de seguridad. El número que fuera no deja de ser muy bajo atendiendo la virulencia de la operación y que en el tren viajaban más de 700 personas. A casi un mes del hecho ninguna organización de las que operan en la región Boko Haram, ISWAP o Ansaru, jurados enemigos entre ellos, se han adjudicado el ataque.
¿Reconversión o estrategia?
Si bien el asalto al tren es una novedad era una consecuencia casi lógica de los delincuentes, ya que el tránsito por ruta entre ambas ciudades ha mermado en previsión de los constantes asaltos de grupos armados, cualquiera sea su origen. Ya que los ataques no solo se reducen al robo de los viajeros, sino también a secuestros por los que después se pagan importantes rescates. Según una investigación realizada por una consultora radicada en Lagos, la antigua capital de Nigeria, se calcula que entre 2011 y 2020 se han pagado liberaciones por 18,34 millones de dólares. Delito que en estos dos últimos años ha ido en permanente crecimiento, por lo que la cifra total puede ser sustancialmente mayor.
En vista de esa realidad el presidente Muhammadu Buhari, en julio de 2016 inauguró la línea Abuja-Kaduna, financiada por China. El estado de Kaduna es un importante centro industrial y administrativo, lo que le da relevancia estratégica y económica, ya que no solo es puerta de entrada al norte del país, fundamentalmente musulmán, sino que es un centro de entrenamiento militar y de planificación de seguridad para todo el país, por lo que cuenta con varios aeropuertos, bases militares y terminales ferroviarias.
En los días inmediatos al ataque fueron oficialmente reportados como desaparecidos 26 pasajeros, informaciones aparecidas días después estiran la cifra a un centenar, número nuevamente rectificado la semana pasada donde ya se habla de 168 desaparecidos con la presunción de que nuevamente ha sido un trabajo entre Boko Haram junto a criminales locales, principalmente de la etnia fulani, enfrentados al Gobierno central por la falta de atención a sus demandas y la preponderancia que se les da a los hausas, la etnia más numerosa del país.
Los ataques wahabitas siguen también sin detenerse y de manera constante se producen ataques contra unidades militares y población civil. Uno de los más importantes se produjo el pasado jueves en un mercado del estado de Taraba, donde el ISWAP, en represalia por vender alcohol, detonó una serie de explosivos, lo que produjo, entre muertos y heridos, unas 30 víctimas.
A lo que hay que sumar otros 100 muertos tras la explosión de un depósito clandestino de crudo en el delta del río Níger, donde a pesar de las extraordinarias riquezas que esa región guarda, explotadas por compañías extranjeras, grandes porciones de población deben apelar al robo y la refinación ilegal de crudo para subsistir. Una metáfora perfecta de la historia africana.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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