Traducido para Rebelión por Marina Almeida
En esta ocasión, una parte de los que se oponían a la intervención estadounidense en Irak están de acuerdo con la resolución del Consejo de seguridad sobre Libia. Usted no lo está. ¿Por qué?
Porque como en el pasado, hoy en día sigo sin creer en las virtudes de los bombardeos aéreos para establecer la democracia o «pacificar» un país. Ahí están Somalia, Afganistán, Irak, Costa de Marfil, para hacernos rememorar la cruel realidad de la guerra y su imprevisibilidad. «Proteger a las poblaciones», en la práctica, significa dehacerse de Gadafi y, si seguimos paso a paso la lógica hasta el final, reemplazarlo por un Karzai local, o bien dividir el país congelando la situación. En ambos casos seremos incapaces de asumir las consecuencias. ¿Cuando se dará por ganada la guerra?
¿Hay que asistir como espectador a la aniquilación de la rebelión libia por parte del ejército de Muamar Gadafi ?
Claro que no. Entre la guerra y el statu quo hay un margen de acción: el reconocimiento del Consejo Nacional [órgano político de los insurrectos ndlr] por parte de Francia fue un gesto político relevante, hay que seguir apoyando militarmente a la insurrección: proporcionarle armamento y asesoramiento militar para reequilibrar la relación de las fuerzas sobre el terreno, así como información sobre los movimientos y los preparativos de las tropas enemigas. El embargo comercial, el embargo sobre las armas y la congelación de los activos del clan Gadafi son otras tantas medidas de presión ante las que el régimen de Trípoli no puede permanecer insensible.
¿No se corre el riesgo de dejar que se produzca una tragedia ?
Tome como ejemplo a Ruanda, a la que se hace referencia a menudo a propósito de lo que no debimos hacer: la ONU había enviado soldados y los retiró antes del genocidio, esto se rememora como un error garrafal. Sin embargo, aunque dicho error pueda entenderse, lo que la crítica moral no ve es que para cambiar el curso de los acontecimientos se tendría que haber establecido un tutelaje total sobre el país, lo cual es imposible. A mi entender, nuestro fallo no consistió en la retirada de 1994 sino en la intervención en 1990 para salvar al régimen en el poder, con la ilusión de poder imponer la paz. Hubiese sido mejor aceptar la violencia del momento que congelar, por un período necesariamente limitado, la relación de fuerzas. Los más radicales de ambos bandos son los que se aprovecharon de la situación.
¿Incluso si nos conformamos sólo con intervenciones aéreas?
Las operaciones aéreas nunca han permitido ganar una guerra. Esta ilusión tecnológica proviene del pensamiento mágico. El balance de estas intervenciones armadas internacionales indica que ya no poseemos los medios para decidir sobre lo que es bueno o no en el extranjero. El remedio es peor que la enfermedad. Cuando la fuerza ya no nos permite hacer que una circunstancia histórica se transforme a nuestra conveniencia, más vale no hacer uso de ella y renunciar al sueño de la «guerra justa». En esta materia, como en otras, la política regida por la emoción es muy mala consejera.
¿Se trata de una oposición de principio a cualquier intervención ?
No, las Brigadas Internacionales que fueron a combatir a España al lado de los republicanos en 1936, representan un momento importante de solidaridad internacionalista -¡aunque con toda seguridad no lo fueron en lo que se refiere a la defensa de las libertades democráticas!- y yo aprobaría totalmente la idea de que brigadas internacionales fueran a apoyar la rebelión libia. Sin embargo, ¡las intervenciones de los Estados es una cuestión completamente diferente!
Y agrego que la ética está bastante lejos de salir ganando si se comparan las situaciones en las que se ha considerado justificable una intervención internacional con las de los pueblos a los que abandonamos dejándolos a merced de sus opresores : Chechenia, Palestina, Zimbabwe, Corea del Norte, etc. Y para citar un ejemplo reciente, entre los que reclaman el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre Libia, ¿cuántos habrían abogado por la neutralización de la fuerza aérea israelí sobre Gaza en enero del 2009 o sobre el Líbano en agosto de 2006?
¿Entonces es imposible una diplomacia de los derechos humanos?
Pregúnte qué piensan de ello a los manifestantes de Bahrein, reprimidos por nuestros aliados, las monarquías petroleras del Golfo. Por su parte los iraníes ya podrían preocuparse de la defensa de los derechos humanos en la península arábiga. No, los derechos humanos no constituyen una política, y la oposición canónica entre los derechos humanos y la realpolitik es un callejón sin salida. Sólo existe una política, que es el arte de querer las consecuencias de lo que se desea. Los derechos humanos son invocados o revocados por los Estados según la voluntad de éstos.
¿Qué dice a los libios que piden a Occidente que los auxilie?
Les digo que se hacen ilusiones sobre nuestra capacidad para corregir la situación a su favor y que pagarán un precio muy alto. Recuerde que en 2003 muchos iraquíes se pronunciaron a favor de una intervención militar. Pensaban que los estadounidenses cortarían la cabeza al tirano y luego se irían de allí. Los médicos saben, aunque no sólo ellos, que dar la ilusión de protección puede ser peor que no ofrecer protección.
¿Y el hecho de que Gadafi haya recuperado el control de Libia, acaso no constituye el fin de la primavera árabe, e incluso una amenaza para las revoluciones tunecina y egipcia?
No veo por qué sería así. Por un lado, no es sólo la situación en Libia la que determinará el futuro de la democracia en los países árabes; por otro lado, vemos que, eclipsada por intervención en curso, la represión se abate sobre otras manifestaciones en los países del Golfo. Por otra parte, en Francia somos los más indicados para saber que entre la revolución y la democracia hay bastante camino que recorrer y que también hay retrocesos. Y la primavera árabe no constituye una excepción. Estoy convencido de que el rechazo hacia los poderes despóticos y corruptos está profundamente arraigado en todas las sociedades contemporáneas, pero también, de que son ellas las que deben hacer de dicho repudio un programa político.
Rony Brauman fue presidente de Médecins sans frontières [Médicos sin fronteras], es profesor en Sciences-Po [Instituto de Estudios Políticos de París], desde hace muchos años reflexiona sobre las consecuencias de las intervenciones humanitarias.
rCR