Tras la conmoción inicial causada por el reciente fallo del Tribunal Supremo que confirma la prohibición del aborto decretada por el Presidente Bush, ha llegado el momento de asumir la plena realidad de esta decisión. De acuerdo con el Colegio Americano de Obstetricia y Ginecología, que representa al 90% de los ginecólogos y tocólogos en […]
Tras la conmoción inicial causada por el reciente fallo del Tribunal Supremo que confirma la prohibición del aborto decretada por el Presidente Bush, ha llegado el momento de asumir la plena realidad de esta decisión. De acuerdo con el Colegio Americano de Obstetricia y Ginecología, que representa al 90% de los ginecólogos y tocólogos en los EE. UU., este fallo es nocivo para la salud de las mujeres. Pero la decisión del Tribunal afecta a muchas más cuestiones además del derecho de las mujeres a poner fin a un embarazo de forma segura. Es así porque el Tribunal Supremo de nuestros días es producto de la administración Bush (el voto de los nuevos jueces Roberts y Alito fue decisivo); y la administración Bush es un producto de la derecha cristiana. Todos los que han visto como la derecha cristiana recorta el acceso al aborto y la separación entre iglesia y estado saben que la criminalización del aborto no es más que la punta del iceberg cristiano fundamentalista, y que su agenda tiene un alcance global.
Globalizando la guerra de la cultura
Hoy en día, la Regent, la universidad de más prestigio del ala abiertamente teocrática de la derecha cristiana, tiene a 150 ex alumnos trabajando en la administración de Bush. La misión de su alma mater es ofrecer «un liderazgo cristiano para cambiar el mundo». Anular la sentencia Roe contra Vade [Histórica decisión del Tribunal Supremo en 1973 que legalizó el aborto, N. T.] en los EEUU ha sido su preocupación central, pero en cuanto misionarios que son, el campo de batalla de la derecha cristiana es el mundo entero. Los activistas de la derecha cristiana reconocieron hace años que no estaban ganando batallas decisivas en la «guerra de la cultura» nacional. Pero se dieron cuenta también de que la corriente dominante dentro del movimiento de las mujeres quedaba en su mayoría fuera de los debates de política exterior. En comparación con la política nacional, la política exterior era una zona libre de feministas, y así pues la derecha cristiana irrumpió.
Desde 2000, con uno de los suyos al fin en la Casa Blanca, los fundamentalistas religiosos han vuelto su atención hacia la política exterior de EEUU como nunca lo habían hecho antes. Comenzaron allí donde empiezan todos los fundamentalistas religiosos: haciéndose con el control de los cuerpos de las mujeres. Para ellos, la subordinación de las mujeres es al mismo tiempo un microcosmos y una condición previa para el mundo que quieren crear. Y todos saben que una manera absolutamente segura de subordinar a la mujer es evitar que controle su fertilidad. Al fin y al cabo, si no puedes decidir si tener hijos o no, o cada cuánto tiempo tenerlos, o ni siquiera con quién, ¿qué puedes decidir?
Ésa es la razón por la que la primera gran recompensa que recibió de Bush la derecha cristiana fue la reinstauración de la «regla de la mordaza global» («global gag rule»), por la cual las organizaciones que reciben fondos de EE. UU. tienen prohibido asesorar, mencionar o informar sobre el aborto. Esta regla, promulgada el segundo día que Bush estuvo en su cargo, ha obligado no sólo a quienes facilitan los abortos, sino a clínicas enteras a cerrar; todas ellas en los países más pobres del mundo, donde la asistencia sanitaria depende de la ayuda internacional. La ONU estima que al negar a las mujeres el acceso a los anticonceptivos y a una gama de servicios médicos, la regla de la mordaza de Bush ha dado lugar a dos millones adicionales de embarazos no deseados, y ha causado la muerte de más de 75.000 bebés y niños de corta edad. Además, dado que hay una relación directa entre la capacidad de las mujeres de controlar su fertilidad y su capacidad de escapar de la pobreza, la regla de la mordaza infringe una serie de derechos económicos y sociales, además de los derechos reproductivos de las mujeres.
Santificando las Naciones Unidas
El fundamentalismo religioso lo inventaron los protestantes estadounidenses a finales del siglo XIX, pero ahora hay poderosos movimientos fundamentalistas en América Latina, Europa oriental, África, Oriente Próximo y el Sudeste Asiático, todos esforzándose por restringir los derechos de las mujeres en el nombre de la religión. Muchos de ellos se hicieron fuertes durante la Guerra Fría, cuando EE. UU. apoyaba a grupos fundamentalistas como un antídoto contra la influencia de la Unión Soviética y los nacionalistas laicos.
La difusión del fundamentalismo religioso ha contribuido a transformar las Naciones Unidas, que ha pasado de ser la «institución impía» vilipendiada por la derecha cristiana a convertirse en un ruedo de potenciales aliados, lista para ser infiltrada. Bajo Bush, los fundamentalistas religiosos han sido nombrados para que representen los EE. UU. en conferencias internacionales sobre salud y derechos humanos. Se han aliado con el Vaticano (que goza en la ONU de un estatus casi gubernamental), Irán y otros que pretenden deshacer y rediseñar la agenda de la ONU. Como dijo Austin Ruse, presidente del Instituto Católico de la Familia y los Derechos Humanos, con sede en EE. UU., que «supervisa la actividad de la ONU»: «si no hubiera sido por países como Sudán, el aborto se habría reconocido como un derecho humano universal en un documento de la ONU».
Cuando otros países han mostrado poca lealtad hacia los valores fundamentalistas, los fundamentalistas religiosos estadounidenses han llevado a cabo abiertas maniobras de intimidación en la ONU. Estos delegados se han sentido doblemente autorizados, como emisarios de la «única fe verdadera» del mundo y su única superpotencia. A lo largo de los últimos seis años, el poder global sin parangón de los EE. UU., económico, político y militar, ha permitido a los fundamentalistas cristianos imponer políticas internacionales de salud pública y derechos humanos que han acarreado graves consecuencias para las mujeres en todo el mundo. Bajo Bush, han conseguido negar la píldora del día después a las mujeres de Kosovo que sobrevivieron a violaciones, y han bloqueado el acceso a los condones y a la educación sexual en el África asolado por el SIDA.
Volviendo a casa
En la mayoría de los casos, estas políticas no le han costado votos al Partido Republicano, pues no incidieron sobre las mujeres en EEUU, al menos no al principio. Pero el ataque estadounidense sobre los derechos reproductivos de las mujeres en el extranjero, seguido del reciente fallo del Tribunal Supremo, es un crudo recordatorio de que, cuando se trata de ideología, no hay política exterior. La derecha cristiana se esfuerza por restringir los derechos de las mujeres en la nación, igual que lo han hecho a nivel internacional; como parte de una «visión» coherente que incluye mucho más que un mundo sin abortos.
No tenemos más que fijarnos en los países donde los fundamentalistas religiosos se han salido con la suya en política para ver a dónde le gustaría llevarnos a la derecha cristiana de EE. UU. Los fundamentalistas de diferentes religiones se basan en textos diferentes y actúan en culturas y contextos diversos. Pero cuando se trata de su rígida y retrógrada ideología de género, tienen muchos más puntos en común que diferencias. La agenda de la derecha cristiana incluye restringir los derechos de las mujeres al trabajo, a la igualdad ante la ley, a la educación y a estar libres de una serie de abusos de los derechos humanos basados en el género, entre ellos la violencia doméstica y la violación dentro del matrimonio. Y la «visión» de la derecha cristiana va más allá del ataque a una noción estrecha de los «derechos de las mujeres». Apuntan a más militarismo del tipo mesiánico que caracterizó la respuesta de Bush al 11 de septiembre (que él llamó, inicialmente, una «cruzada»), y a más políticas económicas neoliberales que prometen una ruina mayor para los pobres del mundo y para la ecología.
El contraataque
¿Cómo podemos entonces oponernos a un movimiento que cuenta ya con millones de seguidores, y que ha invertido miles de millones en gabinetes, universidades, medios de comunicación y en máquinas de de ejercer presión con el fin de llevar a la práctica su agenda?
En primer lugar, va a hacer falta algo más que una política monotemática basada en una lectura estrecha de la opción reproductiva. En muchos lugares del mundo, las políticas coercitivas de «planificación familiar» que violan los derechos de las mujeres a tener hijos amenazan su libertad de reproducción del mismo modo que la falta de acceso al aborto. En todas partes, los derechos reproductivos deben ir ligados a los derechos sociales y económicos, de manera que todos los bebés dispongan de una vivienda digna, de suficiente alimento y de agua limpia, de un entorno saludable y pacífico y demás derechos consagrados por la Convención de Naciones Unidos sobre los Derechos del Niño. Bush, por más que alardee sobre los «derechos» de los fetos, está bloqueando un apoyo unánime a escala mundial a esta Convención. (Sólo hay otro país más que se niega a ratificarlo: Somalia, donde hace 16 años que no existe un gobierno).
En segundo lugar, tenemos que ampliar nuestra comprensión de los «asuntos de las mujeres». El ataque al derecho al aborto no es más que un aspecto de una agenda religiosa fundamentalista que amenaza no sólo la libertad de las mujeres, sino la paz y la seguridad internacionales, la supervivencia de las culturas indígenas, así como las tradiciones políticas democráticas y laicas en todo el mundo. Todas éstas son cuestiones de mujeres. En tercer lugar, necesitamos un nuevo diálogo progresista que dé más juego a las personas religiosas que se oponen a las agendas fundamentalistas, nutriéndose de su propia política basada en la fe.
En pocas palabras, necesitamos una estrategia que reconozca las conexiones entre los derechos reproductivos de las mujeres y toda la gama de derechos humanos, así como las que existen entre las mujeres de los EE. UU. y las mujeres en todo el mundo. No es que cada uno de nosotros deba ocuparse simultáneamente de todas las cuestiones políticas posibles. Pero siempre que nuestras convicciones nos impulsen a actuar, actuemos con la conciencia de cómo nuestra pequeña pieza del rompecabezas se ensambla en el conjunto del mundo que estamos intentando crear. Porque puede parecer que el fallo del Tribunal Supremo sólo tiene que ver con restringir el derecho al aborto, pero los que llevan años trabajando para conseguirlo ven la decisión como una batalla en la guerra por rehacer todo el mundo a imagen y semejanza de Jerry Falwell1.
Yifat Susskind es Directora de Comunicaciones de MADRE, una organización internacional sobre los derechos humanos de las mujeres. Es autora del recientemente publicado informe «Promising Democracy, Imposing Theocracy: Gender-based Vioence and the US Wa ron Iraq», al que se puede acceder en www.MADRE.org
- Título original: It’s Not Just an Abortion Ban. The Christian Right’s Global Agenda
- Autor: Yifat Susskind
- Origen: MADRE, 3 de Mayo de 2007.
- Traducido por Anahí Seri y revisado por Miguel Montes Bajo