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Cómo ser antifascista desde el sofá

No hace falta golpear nazis para luchar contra el fascismo

Bandera Antifa
Fuentes: The Nation

Foto: Bandera antifascista fotografiada en una concentración cerca del ayuntamiento en Portland, Oregón, el pasado 8 de febrero (John Rudoff / Sipa USA vía AP Images)

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Esta semana he vuelto a tomar contacto con las milicias ultraderechistas. Es fácil encontrar grupos “patriotas” diversos de extrema derecha en Facebook, y la mayor parte de ellos no investigan a sus miembros. Me apunté a tantas páginas como pude y empecé a monitorearlas con un objetivo: ¿Planeaba alguno de los grupos acudir con armas a las protestas de Black Lives Matter? Además, a través de Discord (una aplicación para chatear mediante texto o audio) también me sumé a varios foros de discusión centrados en torno a la ideología “Boogaloo”, el movimiento informal de supremacistas blancos cuyo más ardiente deseo es provocar una guerra de razas. (El término “Boogaloo” procede de una película de breakdance de 1984 “Breakin’ 2: Electric Boogaloo”, secuela de “Breakin”, y el movimiento también se centra en otra secuela: una segunda guerra civil). Mi objetivo al entrar en estos chats era también averiguar todo lo que pudiera sobre planes específicos y anotar los recursos con los que decían que contaban. Uno de los grupos, por ejemplo, alardeaba de sus armas de fuego SIG, sus pistolas Glock y sus fusiles de asalto AR. En caso de surgir alguna información útil, me pondría en contacto con personas que se la transmitirían a los activistas sobre el terreno.

Para mis propósitos, empleaba una cuenta falsa de Facebook que he utilizado docenas de veces con fines similares. El nombre es falso y el perfil está elaborado en base a referencias a diversos grupos de extrema derecha, intereses “patrióticos” y posts de contenido racista, con el fin de mantener la credibilidad. He abierto tantas cuentas en tantas aplicaciones en los últimos años que tengo procurar no olvidar mis seudónimos. Cuando investigaba para mi libro sobre la extrema derecha en las redes sociales  me lo tomé muy en serio, pero la infiltración en grupos de odio no es un insólito hobby ni una labor periodística: es antifascismo.

Aunque la imagen que acude a la cabeza cuando la mayoría de la gente piensa en los “Antifa” sea la de una legión de militantes vestidos de negro listos para repartir puñetazos, esta clase de investigación es también una tarea antifascista. De hecho, la monitorización de esos grupos forma parte integral de las operaciones antifascistas. El movimiento Antifa no es una organización específica sino una serie de tácticas organizativas y una ética; así como cualquier grupo descentralizado engloba una variedad de ideas, Antifa se basa en oponerse a los grupos fascistas por cualquier medio disponible, incluyendo, en caso de que sea necesario, la violencia. No obstante, para muchos antifascistas la infiltración, la vigilancia y la investigación son las principales maneras (si no las únicas) de involucrarse en el antifascismo. Luchar contra grupos fascistas militantes es una empresa ambiciosa y complicada, y lanzar un puñetazo a la cara de un nazi solo representa una manera de contribuir a esa oposición. Al igual que otras formas de activismo social requieren el uso de tácticas variadas –el manifestante que toma la calle, el técnico que presenta un presupuesto ciudadano con recortes a los fondos policiales, la persona que asiste a los plenos municipales, etcétera–, lo mismo pasa con el antifascismo. La investigación carece de encanto, agota y supone un nivel de engaño angustioso. Tienes que exponerte a una asquerosa cantidad de bilis racista, lo que implica un peaje agotador para el espíritu. Además debe hacerse con sumo cuidado: los miembros de grupos ultraderechistas pueden amenazar de muerte a los activistas y a sus familias, acosarles y actuar con violencia contra ellos. Pero el trabajo sirve al único propósito de Antifa: evitar el aumento de las bandas de extrema derecha y defender del odio a nuestras comunidades.

El antifascismo está presente en la web de múltiples maneras. La infiltración en grupos ultraderechistas puede ayudar a conocer los detalles de futuras marchas fascistas. Pero en otros casos, con identidades falsas y conociendo los matices de las tensiones existentes entre los diferentes grupos racistas, los antifascistas pueden intentar desbaratar a la ultraderecha creando discrepancias desde dentro. El periodista Aaron Gell contó en la revista GEN de Medium que una operación antifascista evitó una secuela de la sangrienta marcha Unite the Right en Charlottesville. Gracias a una argucia en la que participaron múltiples personas con identidad falsa, que alimentaron cuidadosamente el conflicto entre los grupos paramilitares neonazis y la alt-right, más pendiente de la reacción pública ante sus acciones, los antifascistas desbarataron una marcha que pensaba atraer a 1.000 ultraderechistas, y a la que finalmente solo acudieron 20. Los puños no son el único instrumento para defender a las comunidades: con mucho trabajo y algo de suerte se puede frustrar el juego de los fascistas.

Otra importante herramienta de los antifascistas es el doxing, la identificación de las personas reales que están detrás de los pseudónimos fascistas. El mes pasado, una cuenta antifascista de Twitter subió documentación que aparentemente demostraba que un profesor de ciencias sociales de enseñanza media en Carolina del Sur, Timothy Manning, fue uno de los principales organizadores de la marcha  Unite the Right de 2017. En un hilo de 20 tuits, la cuenta Identify Dixie (un giro derivado de Identity Dixie, un grupo neoconfederado que se autodescribe como “los auténticos hijos del Sur”) vinculaba meticulosamente a Manning con los posts subidos a Twitter y a Discord por “SCNazi” y con la planificación entusiasta de la marcha de 2017 en Charlottesville. En sus mensajes en línea, Manning supuestamente se refería a las duchas (i.e. cámaras de gas) para judíos, utilizaba imágenes de la iconografía nazi y se lamentaba del poder judío. Identify Dixie mostraba el modo en que Manning presuntamente organizaba el transporte y alojamiento de los manifestantes que gritaban “¡Los judíos no nos reemplazarán!” en Charlottesville. Mientras ocurría todo eso, ejercía de profesor para chicos y entrenaba al equipo femenino de voleibol de la escuela Pleasant Hill en Lexington, CS. Un día después de que la cuenta anónima subiera la documentación que le inculpaba, la escuela le dio una baja administrativa, aunque Manning negó tener vínculos con los nazis. Una posterior investigación de The State reveló otras actividades de Manning y de su padre en las redes sociales supremacistas blancas. La pasada semana, Manning se despidió de la escuela sin esperar su readmisión.

He hablado con la persona que se oculta tras la cuenta de Twitter Identify Dixie, que desea mantener el anonimato, sobre el papel que desempeña la investigación en la lucha antifascista. “Creo que conocimiento es poder. El distanciamiento que produce la comunicación virtual permite a la gente sentirse más cómoda diciendo y haciendo cosas que ni se atreverían a pensar en hacer cara a cara”, me dijo dicha persona por Twitter. “Yo utilizo el mismo anonimato para desenmascarar a los extremistas digitales ante la comunidad. Creo que anteriormente la vergüenza evitaba que esas personas mostraran sus ideas ante la comunidad y yo les obligo a responsabilizarse personalmente al exponerlos públicamente”.

Los espacios virtuales donde se congregan los fascistas son espacios abiertos y jubilosos. En los chats que he monitoreado, he contemplado innumerables calumnias racistas, videos espeluznantes en los que se veía morir a personas negras, el intercambio de libros y textos racistas e incitación a la violencia contra los judíos. Pero cuando estas sartas de improperios se relacionan con un nombre y una cara y se muestran a sus vecinos y a las personas para quien trabajan, el comportamiento racista recupera su coste social.

La persona que lleva la cuenta Identify Dixie me contó que desde su apertura en 2019 habían conseguido desenmascarar a tres profesores diferentes, a un policía de Florida  y a un oficial del ejército en activo que formaban parte de grupos neonazis y neoconfederados. Sus principales fuentes son una edición de archivo de un grupo de investigación de Facebook que exigía a potenciales neoconfederados la confirmación de su nombre y de su cara antes de unirse a Identity Dixie; y el inmenso y accesible caché de chats ultraderechistas de Discard filtrados al medio alternativo izquierdista Unicorn Riot. A partir de ahí, se trata de efectuar chequeos y comprobaciones en las redes sociales y motores de búsqueda, desde Google a Bing o Yandex. A lo largo de estos dos años, los activistas han desenmascarado a 30 miembros de Identity Dixie ante sus comunidades.

“Soy sureño”, me dijo. “Esa es la razón por la que me centro especialmente en ellos y por la cual su odio supone un peligro para mí y para quienes amo”.

La esencia de Antifa es justamente esa: proteger del odio a aquellos que amas. Para aquellos cuyo temperamento o cuya constitución física les impide echarse a las calles (o pelear con los nazis), existen formas de participar que son igual de valiosas o de radicales. La investigación y la vigilancia/monitoreo exigen fortaleza, inteligencia, astucia y la voluntad de implicarse en un rastreo digital obsesivo, pero son un trabajo necesario. Esto no es terrorismo, tal y como afirma la Administración Trump, sino prevención del terror. Así que, si lo deseas, tú también puedes ser antifascista desde tu sofá.

Talia Lain es una escritora e investigadora residente en Brooklyn.

Fuente: https://www.thenation.com/article/politics/antifa-online/

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.