Es bueno que Donald Trump haya perdido. Pero ahora la izquierda tiene que cambiar el paso de inmediato para oponerse al gobierno de Joe Biden.
El fin de la era Trump es un buen dato. Como le gusta decir a mi amigo y camarada David Griscom, “es un programa cuya segunda temporada no quieres ver”. Donald Trump nombró a enemigos acérrimos de los sindicatos para la Junta Nacional de Relaciones Laborales y ascendió un elenco de gente macabra de la Sociedad Federalista al poder judicial federal. Duplicó la frecuencia de ataques con drones en Yemen y llevó a EE UU al borde de la guerra con Irán. Prohibió a las personas musulmanas entrar en el país y separó a los padres y madres inmigrantes de sus hijos.
Si alguna vez hubo un caso en el que la victoria del mal menor sobre el mal mayor mereciera abrir una botella o dos de champán, este lo ha sido. Pero una vez sobrios, recordemos que ser menos malo que Trump es absolutamente compatible con ser un enemigo implacable de la clase trabajadora. El gobierno entrante de Joe Biden no merece ni una pizca de confianza en sus buenas intenciones ni un día de paciente espera por parte de la gente progresista para ver cómo actúa antes de pasar a la oposición abierta.
Esto puede parecer tremendamente exagerado. Un rápido vistazo a la página web de la campaña de Biden / Harris muestra que el presidente electo quiere hacer que los colegios universitarios sean de matrícula gratuita, crear una alternativa pública que compita con las compañías privadas de seguros médicos y permitir a los y las trabajadoras afiliarse a un sindicato mediante un procedimiento simple y fácil, lo que impulsaría la afiliación y la fuerza de la clase trabajadora.
Los socialistas tenemos buenas razones para criticar la insuficiencia de estas propuestas. He argumentado en sendos artículos anteriores en Jacobin que propuestas como la del sitio web de Biden de crear una alternativa pública “similar a Medicare” no van más allá de un sistema de salud de dos categorías que carecería de la mayoría de las ventajas de una sanidad universal y mantendría la mayoría de desventajas del sistema actual. Lo mismo cabe decir de la propuesta de colegios universitarios gratuitos, pero manteniendo las elevadas tasas de las universidades a las que los padres ricos envían a sus hijos. De todos modos, no se puede negar que las reformas planteadas en el sitio web de Biden mejorarían las vidas de millones de personas de clase trabajadora.
El problema es que no hay una razón convincente para tomarnos en serio ninguna de estas propuestas.
Lo que muestra el historial
Joe Biden fue elegido senador por Delaware por primera vez en enero de 1973. Mantuvo el escaño hasta que pasó a ser vicepresidente de Barack Obama en enero de 2009. Siguió en esta función hasta enero de 2017, y prácticamente desde entonces se ha postulado para presidente. Eso significa que tenemos cuarenta y siete años de pruebas en las que basarnos para ver quién es Biden y qué intereses representa.
El sitio web de su campaña incluye afirmaciones retóricas sobre los males del encarcelamiento masivo. Dice que nadie debe ser encarcelado solo por el consumo de drogas, que el sistema penitenciario debe centrarse en la “redención y rehabilitación” y que debemos trabajar para reducir el número de personas encarceladas. Sin embargo, cualquiera que recuerde algo de su historial en el Senado sabe que durante décadas la suya fue una de las voces más potentes que clamaron por un sistema de justicia penal más severo y punitivo. Cuando Radley Balko contó la historia de la serie de medidas de “mano dura contra el crimen” en su libro de 2013, Rise of the Warrior Cop, el nombre de Biden surgió una y otra vez. No hace mucho, Biden se jactaba de estas cosas.
El sitio web del candidato Biden incluye un plan, copiado de Elizabeth Warren, para “facilitar que las personas abrumadas por las deudas obtengan alivio declarándose en quiebra”. Sin embargo, ¡el senador Biden contribuyó de modo importante a poner el máximo de obstáculos en esta vía! Fue uno de los principales defensores Demócratas de un proyecto de ley de quiebra tan estricto que incluso muchos Demócratas centristas se opusieron.
No es difícil encontrar muchas contradicciones de este tipo entre el historial de Biden y el sitio web de su campaña. (También conviene saber que, a pesar de las ridículas afirmaciones que circularon en el momento en que fue elegida compañera de fórmula de Biden de que Kamala Harris era una de las senadoras más progresistas, su historial no es mucho mejor.) Sin embargo, nada de esto debería desanimar demasiado a quienes comparten la esperanza de Bernie Sanders de que Biden pueda convertirse en “el presidente más progresista desde Franklin Delano Roosevelt”.
Técnicamente es posible que Biden haya pasado por una especie de experiencia de conversión al estilo de la caída en el camino de Damasco y que ahora se dedique a oponerse a los intereses del régimen al que ha servido durante toda la vida. Este tipo de cosas suceden. Wendell Potter, por ejemplo, pasó de ser un ejecutivo de una compañía de seguros médicos que presionó incluso contra toda reforma gradual de la sanidad a un apasionado defensor de la sanidad pública.
Un problema con esta hipótesis es que no hace mucho actuó como el Biden de siempre. Si hubiera experimentado una transformación como la de Potter, ¿acaso sucedió en junio de 2019, cuando prometió notoriamente a una sala llena de donantes adinerados que no “demonizaría” a los ricos, que bajo su presidencia nadie vería descender su “nivel de vida” y que “nada cambiaría fundamentalmente”? ¿Qué decir de este mes de marzo, cuando en medio del caos inicial de la pandemia de covid-19 le dijo a un entrevistador que si ambas cámaras del Congreso aprobaban la sanidad universal mientras él fuera presidente, la vetaría? Si bien no es técnicamente incompatible con las medias tintas a las que se ha comprometido oficialmente en materia de atención médica y educación superior, estos ejemplos no corroboran exactamente la idea de un converso.
Hace solo dos semanas, varios medios informaron de que el equipo de transición de Biden está barajando a varios republicanos para ciertos puestos destacados en el gabinete, incluido Charlie Dent, un excongresista convertido en cabildero, y John Kasich, exgobernador de Ohio. Cuando Dent se apresuró a registrarse como cabildero, pasado el período de cuarentena de un año legalmente obligatorio tras su salida del Congreso, los clientes que declaró eran compañías farmacéuticas y proveedores de seguros médicos privados. Como gobernador, Kasich fue un notorio destructor de sindicatos. Aunque sea exagerado decir que “el personal es la política”, este no es la clase de equipo que uno seleccionaría para impulsar reformas como la facilidad de sindicación y el seguro médico público alternativo.
¿Biden el camaleón?
Una forma a simple vista más realista de argumentar que las propuestas de la candidatura Biden / Harris deben tomarse en serio es la siguiente:
Claro que Biden no ha cambiado. Es un oportunista cínico, como lo ha sido durante toda su carrera. Pero los vientos soplan ahora en otra dirección. Era duro con el crimen cuando eso era popular, y está en contra del encarcelamiento masivo ahora que eso es popular. Estaba dispuesto a ponerse duro con los pobres que intentaban declararse en quiebra en 2005, cuando esta retórica sobre la responsabilidad personal estaba en boga, pero ahora que el partido se ha desplazado a la izquierda, él también lo ha hecho. Como no tiene principios propios, se deja llevar, y ahora mismo esto significa que gobernará como progresista.
Esto es más o menos con lo que la campaña de Trump / Pence ha pasado la mayor parte del año tratando de asustar a los habitantes conservadores de las zonas residenciales para que crean que a pesar de la larga carrera de Biden como centrista favorable a las empresas, ahora es poco menos que un ariete de Bernie Sanders y la brigada. La mayoría de la gente de izquierda pusimos los ojos en blanco cuando Trump dijo cosas así, pero tal vez no deberíamos haberlo hecho. Quizás Biden gobernará realmente al menos como un Bernie light.
Hay por lo menos tres razones para no aceptar este argumento. La primera es que cuando un político pasa décadas actuando de una manera y luego afirma en un año electoral que de repente comenzará a actuar de una manera muy diferente, lo lógico es sospechar que es un camaleón puro, que realmente tiene unas preferencias políticas que se han visto reflejadas a lo largo de su dilatada trayectoria en la vida pública.
La segunda es que, si bien el ascenso del movimiento en torno a Bernie y la popularidad de sus propuestas políticas es realmente un fenómeno estimulante, decir que “el partido” se ha desplazado a la izquierda es una exageración grosera. De los cientos de congresistas Demócratas, las integrantes del “grupo socialista democrático” informal todavía se pueden contar con los dedos de una mano.
La tercera y más significativa es que no tenemos que especular sobre lo que haría en el cargo alguien del ala centrista del Partido Demócrata que hace promesas populistas de izquierda mientras se postula para presidente. Hemos visto esta película antes. Cuando lo que a Biden le gusta llamar “el gobierno Obama / Biden” llegó al poder, la plataforma de campaña incluyó tanto la facilidad de sindicación como la sanidad pública.
Lo que se contó a la base Demócrata fue que Obama trató de que se aprobara la alternativa de la sanidad pública hasta muy avanzado el procedimiento de aprobación de la Ley de Atención Sanitaria Asequible, pero simplemente no consiguió los 60 votos a favor que requería en el Senado. El hecho incómodo de que dicha ley terminara siendo aprobada mediante un proceso de conciliación que solo requirió 50 votos desmiente esta narrativa, pero en cualquier caso, más tarde se reveló que la propuesta de incluir un sistema público ya se cayó de la mesa en el verano de 2009, en las negociaciones con las compañías de seguros y la asociación de hospitales.
La facilidad de sindicación se dejó caer mucho más silenciosamente. Después de lo que solo podría describirse con mucha generosidad como un empujón del gobierno de Obama, nunca se llegó a votar. El hombre clave del gobierno para ese empujón fue… el vicepresidente Biden. Los malos recuerdos de ese episodio se reavivaron el año pasado cuando Biden estaba esforzándose por obtener el respaldo de los sindicatos a su candidatura presidencial.
Barack Obama abandonó varias de sus promesas electorales a la clase trabajadora después de su elección. ¿Fue Obama poco sincero en su apoyo a estas reformas? Puede que sí y puede que no. El problema estructural es que incluso si tuviera realmente una preferencia leve pero genuina por la facilidad de sindicación frente al procedimiento actual de reconocimiento de sindicatos y por una versión de la ley de sanidad que incluyera una alternativa pública o no, no habría importado. Los intentos serios de impulsar tales reformas inevitablemente tropezarían con una fuerte resistencia de sectores adinerados, y sería absurdo esperar que centristas como Obama o Biden gastaran el capital político que habrían tenido que gastar y quemar los puentes que habrían tenido que quemar para superar esa resistencia.
Es posible que Obama hablara en serio cuando prometió proteger a los denunciantes de prácticas ilegales en la administración, y en la campaña electoral de 2008 dijo una y otra vez que como presidente “cerraría Guantánamo y restablecería el habeas corpus”. No obstante, estructuralmente habrían surgido problemas similares ante cualquier intento de enfrentarse al aparato de seguridad nacional sobre esos temas, y nunca hubo alguna razón para pensar que Obama iría a por todas en esta lucha.
Incluso un hipotético presidente Sanders solo podría haber superado la resistencia del capital a su programa mediante una movilización masiva de las bases populares. Las posibilidades de que el presidente electo Biden convoque una movilización de este tipo y la lleve a la victoria son menores que cero. Sabemos cómo terminó la película la última vez. El gobierno Obama / Biden bombardeó bodas en Pakistán, persiguió a Edward Snowden por todo el mundo y presidió una expansión constante de la desigualdad económica en el país. Se coordinó con agentes locales para reprimir a Occupy Wall Street y libró una guerra silenciosa pero eficaz contra los sindicatos de maestros.
Quizás la secuela sea diferente. Me encantaría que me demostraran que estoy equivocado sobre todo esto, y pasaría los próximos cuatro años discutiendo con los liberales sobre cuestiones como si el sistema sanitario público implementado por Biden es suficientemente bueno o si tenemos que seguir adelante con Medicare para todos. Pero no podemos basarnos en esta hipótesis. Ciertamente, no podemos permitirnos el lujo de no criticar al gobierno entrante por creer que Biden quiere las cosas que queremos y está haciendo todo lo posible por conseguirlas. Como dicen que George W. Bush no llegó a decir: “Engáñame una vez, la culpa es tuya. Engáñame dos veces, la culpa es mía”.
https://www.jacobinmag.com/2020/11/joe-biden-administration-opposition-push-left
Traducción: Viento Sur – Fuente: https://vientosur.info/no-hay-periodo-de-gracia-para-joe-biden/
Ben Burgis es profesor de filosofía y autor de Give Them An Argument: Logic for the Left.