Triste símbolo del estado del periodismo norteamericano de nuestros días: la oficina de prensa de la Casa Blanca está haciendo más por mantener el honor de la profesión que muchos periodistas. Y esto es lo que está pasando ahora en la disputa con la cadena Fox News. La directora interina de la oficina de prensa […]
Triste símbolo del estado del periodismo norteamericano de nuestros días: la oficina de prensa de la Casa Blanca está haciendo más por mantener el honor de la profesión que muchos periodistas. Y esto es lo que está pasando ahora en la disputa con la cadena Fox News. La directora interina de la oficina de prensa de la Casa Blanca, Anita Durán, ha explicado a la prensa que la Casa Blanca se plantea tratar a la Fox «como se trataría a un adversario… Puesto que están librando una guerra abierta contra Barack Obama y la Casa Blanca, no podemos partir del supuesto de que esa es una manera legítima de comportarse por parte de un medio de información y comunicación».
Pero muchos en Washington prefieren partir de ese supuesto. Howard Kutz, cuyo talento para la reflexión obtusamente convencional sólo es superado por su capacidad para navegar entre los infinitos de conflictos de interés en que se halla inmerso, piensa que la reacción de Obama ante Fox no es diferente de las quejas expresadas en su día por John F. Kennedy contra el Herald Tribune o del disgusto experimentado por Lyndon B. Johnson con el New York Times y varios (infinitos) ataques republicanos en los medios de comunicación; de modo que no le «sorprende que a la Casa Blanca de Obama no le haga feliz la cobertura [de Fox] y se revuelva contra ella». David Zurawik, el crítico del Baltimore Sun, cree escuchar «ecos de Nixon-Agnew» en la Casa Blanca de Obama, y acusa a la administración de «faltar al respeto a la libertad de prensa». David Carr, del Times, concluye: «Hasta ahora, el único vencedor en esta última disputa parece ser Fox News. Sus índices de audiencia han aumentado un 20% este año, y la cadena se solazó durante una semana con el pugnaz antagonismo demostrado por un presidente en ejercicio».
Lo que todos estos críticos dejan de advertir es que los argumentos de la administración son en sí mismos correctos. La pretensión de Fox de ser una cadena informativa de verdad apenas resulta más creíble que, pongamos por caso, Milton Berle posando como mujer con ligueros y sujetador. Al negarse a reconocer el abierto y confeso partidismo de la Fox, sus defensores con mensajes MSM no sólo actúan como promotores y propagandistas de Ailes & Co.; también están pisoteando el trabajo de periodistas honrados que tratan de jugar limpio. Háganse estas preguntas:
Una cadena informativa auténtica, ¿reproduciría un comunicado de prensa del partido republicano, saturado de errata?
Una cadena informativa de verdad, ¿pasaría, durante cinco días seguidos, veintidós extractos de foros de debate sobre la reforma sanitaria en los que todos y cada uno de los participantes se manifestaban en contra?
Una cadena informativa de verdad, ¿permitiría que uno de sus productores dirigiera, fuera de cámara, las celebraciones de manifestantes anti-Obama?
Una cadena informativa de verdad, ¿colgaría anuncios publicitarios de página entera para quejarse de una insuficiente cobertura de las marchas de protesta antigubernamental promovidas por ella misma?
Una cadena informativa de verdad, ¿pondría los titulares que siguen, celebrados a bombo y platillo como «Victoria de la Nación Fox?:
EL SENADO RECHAZA LA CLÁSUSULA DEL «FIN DE LA VIDA»
EL CONGRESO APLAZA LA LEY DE RACIONAMIENTO DE LA ATENCIÓN SANITARIA
UN REPORTERO HOSTIL AL MOVIMIENTO DE LAS REUNIONES DEL TE, DESPEDIDO DE CNN
DIMITE EL «ZAR VERDE» DE OBAMA
Y nótese que, para sostener mi argumento, ni siquiera he tenido necesidad de mencionar los lunáticos rebencazos de los [Glenn] Beck [1], Hannity u O’Reilly.
Fox no es un medio de comunicación e información; es un surtidor de propaganda, de propaganda extremista. ¿Será por casualidad que, según confirma sondeo tras sondeo, los espectadores de Fox News están entre los norteamericanos peor informados en asuntos políticos, a pesar de su obsesivo interés en la política? Un estudio reciente realizado por Democracy Corps revela esto: para la audiencia de Fox es un credo que «Obama está promoviendo, deliberada e implacablemente, una ‘agenda secreta’ para llevar el país a la quiebra e incrementar espectacularmente la capacidad de control del gobierno sobre todos los aspectos de nuestras vidas cotidianas», con el objetivo último de «destruir a los EEUU tal y como fueron concebidos por nuestros fundadores y desarrollados en los 200 últimos años».
Siempre se puede decir algo a favor de reunir a todos los chiflados bajo un mismo techo. Un columnista y tertuliano conservador, Reihan Salam, valoró positivamente la enajenada excentricidad de Glenn Beck arguyendo que «es una especie de terapeuta nacional para algunos de los norteamericanos más enloquecidos, pocos de los cuales están dispuestos a recibir ayuda profesional». Bien está, así pues, que John Stossel, de la cadena ABC, haya emigrado a su hogar natural en la Fox, y se dice que Lou Dobbs halla en negociaciones para llevar también allí sus exabruptos racistas.
Pero el peligro crece cuando el resto de los medios de comunicación consienten que esta gripe particularmente porcina infecte a sus propios servicios informativos. Y esa es la legítima preocupación de la Casa Blanca. ¿Por qué George Stephanopoulos gastó un valioso tiempo de su entrevista con el Presidente de los EEUU importunándole con [un asunto totalmente menor y en buena parte inventado por la Fox como] ACORN? («George, este no es precisamente el asunto más importante al que se enfrenta el país. Yo no le estoy prestando mucha atención», fue la respuesta, totalmente acertada, de Obama.) ¿Y por qué Stephanopoulos molestó insistentemente al presidente, en esa misma entrevista, con la cantilena republicana que reduce toda la cuestión de una reforma transformadora de nuestro disfuncional sistema de atención sanitaria -que se traga el 20% del PIB- a la malintencionada consigna de un «aumento de los impuestos»? (¿Sorprenderá que, apenas una semana después, la entrevista fuera usada como material para un ataque publicitario promovido por la dirección del Partido Republicano?) ¿Es miedo a que la Fox se abra camino en el flujo sanguíneo empresarial de la ABC? Hace poco, David Axelrod apareció en el programa de Stephanopoulos y le dio una lección sobre el asunto que andaba en juego: «No son realmente noticias, son propaganda de puntos de vista particulares. Y… otro medios como el suyo no deberían tratar eso como noticias».
Es, creo, una suerte que no le hayan preguntado últimamente a Obama por su pin con la banderita; pero son tristes tiempos éstos en que los gerifaltes de nuestros grandes medios de comunicación precisan de ser instruidos por los representantes políticos sobre los valores y las responsabilidades de su profesión de periodistas. Nadie se plantea censurar a la Fox, pero la vía de afearles un poco la conducta y avergonzarles debería ser de largo recorrido. Y la presente, afortunadamente, es una de esas crisis concurrentes a que se enfrenta la profesión y que invitan a los periodistas a resolverla por sí propios, y tal vez, a recuperar en el proceso un adarme de autoestima.
NOTA del T.: [1] Glenn Beck es el conductor de un programa televisivo de gran audiencia en la cadena televisiva derechista Fox, propiedad del magnate australiano de los medios de comunicación Rubert Murdoch. Se ha dicho que la soez demagogia patriotera sin escrúpulos y el tono agresivo y abiertamente agitatorio de Beck recuerdan un poco al locutor radiofónico y periodista español Federico Jiménez Losantos (hasta hace poco, estrella de la radio de los obispos españoles), pero con la diferencia, a favor de la eficacia del mensaje de Beck, de que el norteamericano aparece ante su público con una premeditada apariencia de vulnerabilidad y desamparo (como ex-alcohólico, como hombre del común), muy alejada del grotesco dandismo castizante y de las ridículas poses de letrateniente provinciano del español.
Eric Alterman es profesor de filología inglesa en el Brooklyn College, en la City University de NuevaYork, y professor de periodismo en la CUNY Graduate School of Journalism. Es autor de numerosos libros, entre ellos el superventas What Liberal Media? The Truth About Bias and the News (¿Qué medios de comunicación progresisas? La verdad sobre sesgos y noticias 2003, 2004).