Traducido para Rebelión por LB
Tras meses de dura y acerba competición, de lucha sin piedad, Barack Obama ha derrotado a su formidable oponente, Hillary Clinton. Con ello ha obrado un milagro: por primera vez en la historia un negro se ha convertido en un candidato con posibilidades reales de ocupar la presidencia del país más poderoso del mundo.
¿Y qué es lo primero que hizo tras su sorprendente victoria? Corrió a la conferencia del lobby pro-israelí AIPAC y pronunció un discurso que pulverizó todos las marcas vigentes de adulación y peloteo.
Eso ya es bastante chocante en sí, pero más chocante es el hecho de que a nadie le haya sorprendido.
Fue una conferencia triunfalista. Ni siquiera esta poderosa organización había visto antes nada igual. 7.000 funcionarios judíos de todo los Estados Unidos se reunieron para aceptar la sumisión de toda la elite de Washington, que acudió a rendirle pleitesía. Los tres aspirantes a la presidencia pronunciaron sendos discursos en los que pugnaron por superarse mutuamente en la intensidad de sus lisonjas. 300 senadores y diputados del Congreso atiborraban los pasillos. Toda persona interesada en ser elegida o reelegida para cualquier cargo, en realidad toda persona con algún tipo de ambición política, acudió a la conferencia para ver y ser visto.
El Washington de la AIPAC es como la Constantinopla durante el apogeo de los emperadores bizantinos.
El mundo contemplaba el cónclave lleno de asombro. Los medios de comunicación israelíes exultaban. En todas las capitales del mundo se siguieron de cerca los acontecimientos y se extrajeron conclusiones. Todos los medios de comunicación árabes informaron ampliamente sobre ellos. Al-Jazeera dedicó una hora a debatir sobre el fenómeno.
Las más extremas conclusiones de los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt quedaron confirmadas íntegramente. En vísperas de su visita a Israel el próximo jueves, el lobby de Israel se situaba en el centro de la vida política de los USA y del mundo en general.
¿Pero, por qué todo eso? ¿Por qué los candidatos a la Presidencia estadounidense creen que el lobby de Israel es tan absolutamente esencial para salir elegidos?
Los votos judíos son importantes, por supuesto, sobre todo en varios Estados bisagra que pueden decidir el resultado final. Sin embargo, los afroamericanos tienen más votos que los judíos, igual que lo tienen los hispanos. Obama ha atraído a la escena política a millones de nuevos votantes jóvenes. Numéricamente, la comunidad árabe-musulmana en los USA tampoco es un factor insignificante.
Algunos dicen que el dinero judío habla. Los judíos son ricos. Tal vez donan más que otros para causas políticas. Sin embargo, el mito sobre la omnipotencia del dinero judío tiene cierto tufillo antisemita. Después de todo, otros grupos de presión, y más decididamente las enormes empresas multinacionales, han donado considerables sumas de dinero a Obama (así como a sus opositores). Y el propio Obama ha anunciado con orgullo que cientos de miles de ciudadanos de a pie le han enviado pequeñas donaciones cuyo importe asciende a decenas de millones de dólares.
Es cierto, está demostrado que el lobby judío tiene casi siempre la capacidad de bloquear la elección de un senador o un miembro del Congreso que no baile -con fervor- la música que toca Israel. En algunos casos ejemplares (que de hecho se pretendía fueran vistos como ejemplarizantes) el lobby ha derrotado a políticos populares cargando todo el peso de su apoyo político y financiero a favor de la campaña electoral de un rival prácticamente desconocido.
¿Pero en una carrera presidencial?
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Las loas transparentes que Obama derramó sobre el lobby de Israel llaman la atención más que otros esfuerzos similares realizados por los demás candidatos.
¿Por qué? Porque su vertiginoso éxito en las primarias se debió enteramente a su promesa de realizar un cambio, de poner fin a las prácticas corruptas de Washington y reemplazar a los viejos cínicos por una persona joven y valiente que no transige con sus principios.
Y he aquí que la primera cosa que hace tras obtener la nominación de su partido es transigir con sus principios. ¡Y de qué manera!
El rasgo notable que lo distingue de Hillary Clinton y de John McCain es su inflexible oposición a la guerra de Irak desde el primer momento. Eso fue valiente. Eso fue impopular. Eso fue algo completamente contrario al lobby israelí, cuyos múltiples tentáculos azuzaron fervorosamente a George Bush para que iniciara la guerra que libró a Israel de un régimen hostil.
Y he aquí que viene Obama a arrastrarse en el polvo a los pies del AIPAC y hacer malabarismos para justificar una política que niega por completo sus propias ideas.
Vale, promete salvaguardar a toda costa la seguridad de Israel. Es lo habitual. Vale, profiere oscuras amenazas contra Irán, a pesar de que prometió reunirse con sus dirigentes y resolver todos los problemas pacíficamente. Vale, prometió traer de vuelta a nuestros tres soldados [israelíes] capturados, creyendo, erróneamente, que los tres están en manos de Hezbolá (un error que demuestra, por cierto, cuán superficial es el conocimiento que tiene de nuestros asuntos.)
Pero su declaración sobre Jerusalén rompe todos los límites. No es exagerado calificarla como simplemente escandalosa.
Ningún palestino, ningún árabe, ningún musulmán hará jamás la paz con Israel si el complejo de Haram-al-Sharif (también llamado Monte del Templo), uno de los tres lugares santos del Islam y uno de los más destacados símbolos del nacionalismo palestino, no se transfiere a soberanía palestina. Ese es uno de los meollos del conflicto.
La conferencia de Camp David del 2000 fracasó precisamente a causa de ese mismo asunto, por mucho que el entonces Primer Ministro Ehud Barak estuviera dispuesto a aceptar algún tipo de división para Jerusalén.
Ahora llega Obama y recupera del basurero el gastado lema de «una Jerusalén indivisa como capital de Israel para toda la eternidad». Desde Camp David todos los gobiernos israelíes han comprendido que ese mantra constituye un obstáculo insuperable para cualquier proceso de paz. Por eso ha desaparecido -sigilosamente, casi en secreto- del arsenal de consignas oficiales. Solo la derecha israelí (y judío-americana) se aferra a él, y por la misma razón: para ahogar en la cuna cualquier oportunidad de alcanzar una paz que exigiría el desmantelamiento de los asentamientos judíos en los territorios palestinos ocupados.
En anteriores carreras presidenciales estadounidenses los obsequiosos candidatos pensaron que bastaba con prometer el traslado de la embajada usamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Tras ser elección ni un solo candidato hizo nunca nada respecto a esa promesa. A todos los persuadió el Departamento de Estado de que si lo hacían perjudicarían los intereses básicos usamericanos.
Obama fue mucho más allá. Muy posiblemente, se trataba de pura retórica y se estaba diciendo a sí mismo: vale, debo decir esto para salir elegido. Sobre lo que pase después, Dios es grande.
Pero ni siquiera interpretándolo de esa manera es posible pasar por alto lo ocurrido: el miedo que inspira el AIPAC es tan terrible que ni siquiera este candidato que promete cambios en todos los terrenos se atreve con él. En este asunto [Obama] acepta lo peor del viejo estilo rutinario de Washington. Está dispuesto a sacrificar los más elementales intereses usamericanos. Después de todo, los USA tienen un interés vital en conseguir una paz entre israelíes y palestinos que le permitan hallar el modo de llegar a los corazones de las masas árabes, desde Marruecos hasta Irak. Obama ha dañado su imagen en el mundo musulmán y ha hipotecado su futuro en caso de que resulte elegido presidente.
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Hace 65 años la judería usamericana permaneció impasible mientras la Alemania nazi exterminaba a sus hermanos y hermanas en Europa. No fueron capaces de forzar al Presidente Franklin Delano Roosevelt a hacer nada significativo para detener el Holocausto (en aquellos tiempos muchos afro-americanos no se atrevían a acercarse a los colegios electorales por miedo a ser aperreados).
¿Cuál es la causa del vertiginoso ascenso al poder del stablishment judeo-americano? ¿Su talento organizativo? ¿El dinero? ¿Su ascensión en la escala social? ¿La vergüenza por el escaso celo que mostró durante el Holocausto?
Cuanto más pienso en este extraordinario fenómeno más se refuerza mi convicción (sobre la que ya he escrito en los últimos años) de que lo que realmente importa es la similitud entre la empresa usamericana y la sionista, tanto en la esfera espiritual como en la práctica. Israel es una USA en miniatura y USA es un Israel gigante.
Los pasajeros del Mayflower, igual que los sionistas de la primera y la segunda aliya (oleada migratoria), huyeron de Europa llevando en sus corazones una visión mesiánica, ya fuera religiosa o utópica. (Es cierto que los primeros sionistas eran en su mayoría ateos, pero las tradiciones religiosas tenían una poderosa influencia en su cosmovisión). Los fundadores de la sociedad norteamericana fueron «peregrinos», los inmigrantes sionistas se llamaban a sí mismos «olim», abreviatura de «olim beregel», peregrinos. Tanto unos como otros navegaron a una «tierra prometida» convencidos de que eran el pueblo elegido de Dios.
Ambos sufrieron mucho en su nuevo país. Ambos se vieron a sí mismos como «pioneros» que hacían florecer el desierto, un «pueblo sin tierra en una tierra sin pueblo». Ambos ignoraron completamente los derechos de los pueblos indígenas, a quienes consideraban sub-humanos salvajes y asesinos. Ambos interpretaron la resistencia natural de los pueblos nativos como prueba de su naturaleza asesina innata, lo que justificó las peores atrocidades. Ambos expulsaron a los nativos y tomaron posesión de sus tierras como si hacerlo fuera la cosa más natural del mundo, estableciéndose en la cima de cada colina y bajo la sombra de cada árbol con una mano en el arado y la Biblia en la otra.
Es cierto que Israel no hizo nada remotamente equiparable al genocidio perpetrado contra los nativos americanos ni a la esclavitud que se mantuvo vigente durante muchas generaciones en los USA. Sin embargo, dado que los usamericanos han reprimido en su subconsciente estas atrocidades, no existe ahora nada que les impida compararse con los israelíes. Es como si en el subconsciente de ambos pueblos latiera un fermento de sentimientos de culpabilidad reprimidos que se manifestara en su negación de sus fechorías pasadas, en su agresividad y en su adoración del poder.
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¿Cómo es posible que un hombre como Obama, hijo de padre africano, se identifique de forma tan absoluta con las acciones de anteriores generaciones de americanos blancos? Eso demuestra una vez más el enorme poder que tienen los mitos para enraizarse en el subconsciente de las personas hasta hacer que éstas se identifiquen al 100% con la narrativa nacional imaginada. A eso se puede añadir el anhelo inconsciente de pertenecer al bando de los vencedores, si es posible.
Así pues, no acepto sin reservas la conjetura que propone: «Bueno, tiene que hablar así para ser elegido. Cuando llegue a la Casa Blanca volverá a ser el mismo de siempre«.
No estoy tan seguro de ello. Puede muy bien resultar que estas cosas tengan un arraigo sorprendentemente fuerte en su mundo mental.
De una cosa estoy seguro: las declaraciones de Obama en la conferencia del AIPAC son muy, muy malas para la paz. Y lo que es malo para la paz es malo para Israel, malo para el mundo y malo para el pueblo palestino.
Si después de ser elegido Obama sigue aferrado a ellas, se verá obligados a decir, en lo que respecta a la paz entre los dos pueblos de este país: «¡No, no puedo!«(1)
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Alusión al lema de la campaña electoral de Obama: «Yes we can«