¡Realmente patriotas los muchachos! Se trata de que siete ex directores de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, pertenecientes a ambos partidos de la maquinaria política nacional, se empeñan en que la nueva administración no hurgue en la práctica de la tortura de los agentes de inteligencia contra presuntos terroristas encarcelados en […]
¡Realmente patriotas los muchachos! Se trata de que siete ex directores de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, pertenecientes a ambos partidos de la maquinaria política nacional, se empeñan en que la nueva administración no hurgue en la práctica de la tortura de los agentes de inteligencia contra presuntos terroristas encarcelados en celdas secretas.
La moral, el prestigio del país, la violación de todas las normas internacionales, sencillamente no pesan. Lo trascendente es, según los firmantes del petitorio, que «no se cauce daño a las operaciones encubiertas de la Agencia», ni se afecte la «buena disposición» de quienes han actuado y aún lo hacen… «para proteger al país».
En eso los siete no difieren del ex vicepresidente Dick Cheney, quien en medio de la borrasca por la divulgación de actos de torturas contra presuntos culpables de terrorismo, manifestó que gracias a ese «trabajo» muchos norteamericanos siguen viviendo, porque no fueron víctimas de posibles ataques foráneos como los del once de septiembre del 2001.
Por increíble que sea, esta horrible lógica que justifica toda barbarie en aras de la «seguridad nacional» hace sus efectos y mengua voluntades. Todo un movimiento inicial de las nuevas autoridades estadounidenses dirigido a sanear la imagen del país a partir de encausar a los culpables de martirios a los «combatientes enemigos» proclamados por el gobierno George W. Bush, se ha visto reducido a algunas averiguaciones en torno a pocos casos que, finalmente, parecen haberse diluido en las brumas del tiempo.
El rotativo The Washington Post informó recientemente que el Departamento de Justicia se centraría en dos o tres expedientes, con lo cual quedaba descartada la gran investigación a escala de Agencia clamada por no pocos políticos y sectores sociales estadounidenses, y extranjeros.
Existen analistas quienes indican que la nueva administración no desea revolver las aguas turbias del pasado, porque ello podría traer mayores complicaciones al jefe de la Oficina Oval en la aprobación por el Congreso de algunos de sus más controvertidos proyectos, amén de que remover tanta basura puede ser peor en términos éticos y políticos.
Lo cierto es que la CIA no solo apresó y torturó, sino incluso tenía planes de asesinatos de líderes extremistas en el exterior a cargo de empresas mercenarias como Blackwater, y es evidente que de tales manejos solo se sabrá cuando, en decenios próximos, se desclasifique algún que otro documento sobre el asunto… como sucede siempre.
*Servicio especial de AIN