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La ONU recorta su ayuda alimentaria a «modo de presión»

«No rotundo» a los planes de Marruecos

Fuentes: Gara

La vida en los campamentos de refugiados de Tindouf es ya de por sí difícil. Cuando el visitante sube a uno de los tantos todoterrenos que lo esperan para conducirlo al corazón de los campamentos, entra en contacto con la arena del desierto, no de la playa, las jaimas de lona y esas pequeñas casas […]

La vida en los campamentos de refugiados de Tindouf es ya de por sí difícil. Cuando el visitante sube a uno de los tantos todoterrenos que lo esperan para conducirlo al corazón de los campamentos, entra en contacto con la arena del desierto, no de la playa, las jaimas de lona y esas pequeñas casas con techo de uralita, y el siroco, ese viento que golpea en la cara y que, en estos meses de verano, se ha convertido en un gran enemigo de los saharauis. Bajo la sombra, prácticamente inexistente, habrá unos 52 grados centígrados. Al sol, es imposible calcular hasta dónde asciende el barómetro, subraya Fatma Mohamed Salem, delegada del Frente Polisario en Euskal Herria con quien GARA ha conversado sobre la situación en los campamentos y el proceso de negociación con Marruecos bajo auspicio de la ONU.

El fuerte calor y la falta de medios están provocando la muerte diaria de entre dos y tres personas, la mayoría bebés y ancianos. Ya se han registrado además tres casos de muerte súbita en personas de entre 38 y 40 años mientras dormían la siesta.

«La situación es bastante difícil, por no decir mala. Por mucho que uno lo explique desde aquí -Euskal Herria-, es imposible imaginar que allí ahora no se puede vivir de día. Añadido al calor, todas las noches ha habido siroco, viento con arena, por lo que no puedes dormir fuera y si entras dentro de las jaimas o las edificaciones de adobe con techo de metal, te asfixias. La poca brisa que hay es como si fuera un soplete. Parece que se corta el oxígeno. Te asas. Es la temporada en la que más sufre el pueblo saharaui el exilio y en la que, en paralelo, uno menos entiende la pasividad de la comunidad internacional. Y, lo peor, es que no ignoran esta situación», critica.

Si en occidente, los médicos y campañas mediáticas hacen especial hincapié en la necesidad de beber mucho líquido, especialmente agua, para combatir una ola de calor, esta bebida es casi un lujo para los refugiados saharauis. «El agua llega en cisternas transportadoras y no alcanza. Si se avería, por ejemplo, una pieza que necesita recambio, ya se fastidia toda la cadena», destaca.

Proceso de diálogo y el papel de la ONU

Por si esto fuera poco, organismos de la ONU como el ACNUR y el PAN han recortado su ayuda, lo que se traduce en bastante menos cantidad de arroz, harina, azúcar y aceite, entre otros productos básicos.

A la pregunta de a qué se debe este recorte, Fatma responde que este tipo de restricciones siempre se dan cuando hay un proceso de diálogo o posibilidades de iniciarlo. «Ellos responden con recortes y restricciones para presionarnos», denuncia.

«Pero, si hemos sobrevivido durante 30 años en esas pésimas condiciones y, desgraciadamente, hemos adquirido muchísima experiencia en materia de supervivencia, podremos sobrevivir sin nada. Te puedo asegurar que vivir dependiendo de otros económicamente es muy muy desagradable. Pese a todo ello, no nos vamos a doblegar bajo ningún concepto», incide.

«Sabemos por lo que luchamos y estamos convencidos de que tenemos la razón. A diferencia de Marruecos, que está perdiendo dinero y personas por algo que no es suyo, nosotros luchamos por nuestro país y una solución pacífica. No pedimos nada extraño, sino el derecho a decidir», enfatiza.

Llegados a este punto, recuerda la deuda histórica que el Estado español tiene con el pueblo saharaui. Al presidente José Luis Rodríguez Zapatero, gran amigo de Marruecos, y a su Gobierno, les exige que «jueguen el papel que les toca por esa descolonización no concluida». Advierte que «las palabras no bastan. Nos caracterizamos por tener mucha paciencia pero todo tiene límites en la vida. Nosotros no queremos ser españoles, ni marroquíes ni argelinos. Somos saharauis y queremos volver a nuestra tierra».

Esta reclamación choca con el planteamiento del enviado de la ONU Peter van Walsum, que abiertamente ha rechazado un Sahara independiente en favor del plan autonomista de Marruecos. Abiertamente ha dicho que «la independencia de Sahara no es un objetivo alcanzable», lo que le ha valido la recusación del Frente Polisario. Para Van Walsum, «el empeño del Frente Polisario en la plena independencia ahonda el bloqueo y perpetúa el statu quo».

«Mira -reacciona Fatma-, como te decía al principio, nunca hay que perder la esperanza y prueba de ello es nuestra resistencia y aguante ante la pasividad, injusticia, la falta de interés y voluntad política. Hemos puesto toda la carne en el asador para conseguir una solución pacífica, justa y definitiva. ¿Sorpresas? Ya estamos curados de espanto. La última, el papel erróneo que ha jugado este señor. Nosotros no vamos a incumplir lo acordado en la ONU, pero tampoco bajaremos la guardia ni nos rebajaremos tanto como para aceptar a Marruecos una autonomía, que nos da risa. Para nosotros es una burla que pretendan que la aceptemos».

La quinta ronda de negociaciones deberá comenzar en otoño. Las cuatro anteriores han sido un fracaso. El Frente Polisario se niega sentarse de nuevo si Van Walsum sigue como mediador. Éste ya ha dejado claro que no piensa desaparecer de escena «como el enviado que ha violado su mandato inclinándose por una de las partes».

A su entender, su cometido «no consiste en establecer cuál de las partes tiene mejores argumentos, sino en explorar con ellas cuál es la mejor manera de superar el impasse», que él achaca a los saharauis.

La dictadura alauí

Fatma no duda ni un ápice en definir al régimen alauí como una dictadura. «Es suficiente con ver cómo tienen a su país; pobreza, crisis económica por mantener el `muro de la vergüenza’, droga, pateras, problemas políticos internos… Pretender venderle a Occidente que es un país democrático y que, tras cinco años de autonomía, seremos independientes, es imposible de creer. Decimos un no rotundo a vivir, después de 30 años, bajo bandera marroquí», reitera enérgica.

«No vamos a tirar la toalla porque si en 1975, sin tener un Ejército propio ni militares, pudimos resistir 20 años de guerra con Marruecos, que nos supera en cantidad, formación y equipamiento militar, y pudimos recuperar parte de nuestro de territorio e, incluso, entrar en El Aaiún, ¿cómo no vamos a poder ahora vivir luchando? Más que nunca. Y a esa segunda generación que ha nacido en un país que no es el suyo, ¿cómo le puedes convencer de vivir bajo bandera marroquí, o de que esto se acaba? Si no queda más remedio, por supuesto que volveremos a las armas», destaca ante la posibilidad de retomar la lucha armada.

Torturas en los territorios ocupados

Si la vida en los campamentos es difícil, vivir en los territorios ocupados es «como estar en la boca del lobo, sufriendo lo que nadie puede imaginar; vejaciones, muertes, control las 24 horas, desapariciones, torturas, incluso con corriente eléctrica a mujeres embarazadas. Hacen tantas y tantas cosas que uno no las puede asimilar hasta que no lo escucha de primera mano», subraya.

Hamad Hamad es uno de esos tantos saharauis torturados. Detención, puesta en libertad, otra detención arbitraria, más torturas. La secuencia no varía.

En uno de esos arrestos, explica Fatma, «le pusieron una especie de esposas con tornillos. En caso de que no contestes a lo que te preguntan, te los van apretando más y más. Esos tornillos le han dejado importantes secuelas en la columna». Hmad ha viajado recientemente a Euskal Herria para someterse a una operación de columna vertebral e intentar paliar las consecuencias de la tortura.

Sultana Jeillar, de 28 años, también está en tierras vascas por los mismos motivos. En julio de 2007 fue arrestada en El Aaiún. Su delito fue participar en una sentada. En la cárcel, le golpearon en la cara hasta que le reventaron un ojo. A principios de año, salió en libertad gracias a las fuertes presiones de organismos internacionales. Ahora, muy lejos de allí, está en tratamiento médico y da testimonio de lo que ocurre en el interior de los territorios ocupados, vetados para el exterior porque «Marruecos no quiere testigos» y menos, si éstos son incómodos.

«Si todo esto no fuera verdad o fuera una política de difamación del Frente Polisario como dicen, ¿por qué Marruecos no permite la entrada de grupos de derechos humanos o comisiones parlamentarias que viajan a Sahara ocupado?», se pregunta.

«El muro de la vergüenza»

Otra de las caras visibles de la ocupación es «el muro de la vergüenza» con sus más de 2.000 kilómetros de largo, y sus minas antipersona y restos de bombas. «Su objetivo no es separar a nuestras familias sino proteger las zonas ocupadas con salida al mar. Hay que tener en cuenta que el banco de pesca más rico del mundo es el sahariano, y que también contamos con yacimientos de fosfato, de petróleo todavía sin explotar y otras muchas riquezas. Marruecos controla esas zonas gracias a este muro», resalta.

Desde la delegación del Frente Polisario en Euskal Herria, Fatma pide mantener viva la mecha de la solidaridad y esa mano amiga «sin intereses». Al mismo tiempo, se vuelve a preguntar cómo es posible que en pleno siglo XXI siga habiendo situaciones «tan injustas y tanta pasividad ante ellas».