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Entrevista a Aminata Traoré

«Nos roban de un lado, nos devuelven unas migajas y lo llaman «cooperación»

Fuentes: Umoya

Aminata Traoré nació hace 58 años en Malí, cuna de una de las civilizaciones más esplendorosas de África, cuando desde París se manejaban los hilos de medio continente. Siendo una niña vivió la llegada de la independencia y, después, los sueños rotos que la siguieron: el socialismo pervertido, la dictadura, el partido único, la corrupción, […]

Aminata Traoré nació hace 58 años en Malí, cuna de una de las civilizaciones más esplendorosas de África, cuando desde París se manejaban los hilos de medio continente. Siendo una niña vivió la llegada de la independencia y, después, los sueños rotos que la siguieron: el socialismo pervertido, la dictadura, el partido único, la corrupción, la democracia, las medidas de ajuste estructural… Hoy, su país, gran productor mundial de algodón, es uno de los más pobres del planeta, mientras la antigua metrópoli ejerce todavía su poder en la sombra.

Aminata es la voz africana del movimiento alterglobalización. Principal impulsora del primer FSM celebrado en África. Mira al mundo desde el Sur. Un lugar desde el que todo se ve muy distinto. Su voz africana, profunda, ha resonado estos días en Bamako, capital de Malí, donde se acaba de celebrar la sexta edición del FSM. Por primera vez, África ha acogido la cita anual de los que buscan alternativas a la globalización neoliberal y ella es quien lo ha hecho posible. Doctora en psicología social y psicopatología, ex ministra de cultura, consultora de la ONU, activista, líder comunitaria, escritora…, Aminata es África, la de ahora y esa otra con la que sueña.

Uno de los economistas más influyentes del mundo, Jeffrey Sachs, dice que se puede acabar con la pobreza en 20 años, ¿cómo lo ve?
La cuestión no es la pobreza en sí, sino el mecanismo que la crea y la hace crecer. Si la cooperación internacional, la ayuda, significa crear una estructura mundial para que Europa y EEUU puedan ir a cualquier país y tomar lo que les venga en gana, entonces nunca se resolverá el problema, porque, en realidad, no es ese su objetivo.

¿Afirma que erradicar la pobreza choca contra los intereses de los países ricos?
Arrebatarle la riqueza a la gente y después fingir que se le quiere ayudar…, si no fuera tan triste, sería como para morirse de risa. De hambre, en este caso. ¿por qué habrían de cambiar su modo de actuar? Nos roban de un lado, nos devuelven unas migajas y lo llaman «cooperación».

El plan de ayuda a África propuesto por Tony Blair al G8, ¿no cree que puede ser el inicio de un cambio a largo plazo? No. Blair tiene problemas de credibilidad en su país por la guerra en Irak. África es excelente para limpiar su imagen. Pero al final siguen sin hacer lo que hay que hacer para auxiliarnos.

Suele decir que la globalización es una guerra…
Y tiene una agenda oculta. El objetivo de una gue­rra es dominar a los demás, otro país, el mundo… Las armas de la globalización son nuevas. Sin embargo, ésta no es una contienda honesta. Se libra contra personas que no son conscientes de esa dominación. La globaliza­ción no es otra cosa que occidentalización. Occidente quiere ser el centro del mundo.

Y África, ¿qué papel juega en todo esto?
Le daré algunas cifras: el 50 por ciento de las vícti­mas de las guerras está allí, la mayoría de los refugiados del mundo son africanos; nuestros niños son carne de cañón, pobreza, epidemias… Si hay una región en el mundo que paga un pesado tributo al mundo actual es África. ¿Lo merecemos? ¿Somos unos inútiles? No, la prosperidad del norte está asentada en la explotación de otros lugares del planeta y éste contribuye enormemen­te. Los occidentales no ven el mundo al completo.

Habla del Foro Social Mundial como la gran oportu­nidad de la sociedad civil africana. ¿A qué se refiere?
En los países ricos, el debate gira alrededor del tipo de liberalización, el ritmo de la misma que la gente puede soportar… En África, los medios de comunicación dicen: «Ya que la globalización está ahí hemos de adap­tarnos». Pero no es para nosotros, sino contra nosotros. Tenemos que organizarnos para que no nos destruya. – A su país se lo empieza a conocer como la ‘fábrica de inmigrantes’. España también lo ha sido hasta hace poco y por razones parecidas: buscar mejores horizontes, dinero. A todos les gustaría quedarse donde han nacido, con su familia, sus amigos, sus referencias culturales…

¿Cómo ven los Gobiernos africanos este éxodo?
Nuestros Gobiernos sólo rinden cuentas a los países ricos. Así que los europeos no deberían sor­prenderse si, como resultado de más crisis y más des­empleo en África, ven llegar mucha más inmigración ilegal a Europa. Si los líderes demagogos consiguen organizar sus milicias en los países en guerra, es por­. que los jóvenes no tienen perspectivas.

¿Es posible cambiar el modelo económico africano, basado en la exportación y los monocultivos?
Llamarlo así no es correcto. Si fuera un modelo nuestro nos beneficiaría a nosotros. Desde la colonia nos hicieron creer que la única forma de desarrollo posible era producir para la exportación. Sembramos café, cacao, soja, pero ni siquiera nos quedábamos con los beneficios. Malí se lo jugó todo al algodón y se convirtió en el mayor productor del mundo. Al mer­cado le interesaba esta apuesta y nos prestó dinero. Pero la deuda es para comprar lo que te lleva a la ruina. Nos engañaron.

¿La deuda es la nueva forma de dependencia?
No sólo la deuda, somos tres veces dependientes: de los capitales, de la tecnología y de los expertos. Y ni siquiera podemos competir. Los ricos subvencionan su algodón para contentar a sus agricultores. Y como debemos tanto, viene el Fondo Monetario Internacional y nos impone un programa de ajuste estructural [reducir el gasto público, aumentar impuestos, abrir las aduanas y el mercado interior…] comprometiendo las inversiones en educación y salud. En África, el ser humano es secundario.

¿África pasa hambre porque dejó de cultivar lo que necesita para comer?
Es difícil saberlo. Malí dejó de cultivar mangos y tomates para satisfacer las necesidades de la población y se introdujo la lógica mercantil en el tejido social. Dedi­camos todos nuestros recursos al desarrollo de los cul­tivos comerciales que interesan a los países ricos. Y al cabo del tiempo, Occidente se lamenta: «¡Oh, África, tiene hambre! Debemos enviarles comida».

¿Qué opina de iniciativas como los macroconciertos solidarios del tipo Live 8? Es demasiado ver a Blair junto con Bob Geldof lamentarse por África y organizar un acto con grandes celebridades. Todo esto de los conciertos reivindicati­vos sólo contribuye a agravar el asunto de la falsa ayuda, limpiando la conciencia de la gente. Es una cere­monia de catarsis colectiva y nada más.

¿Acusa a gente como Geldof o Bono de hacer el tra­bajo sucio a los políticos?
Geldof se ha convertido en un instrumento del sis­tema, aunque no creo que él sea consciente de ello. No queremos que nadie piense por nosotros.

¿Cómo ve a las ONG que trabajan en África?
No creo en las ONG caritativas. El problema es que las asociaciones y ONG que trabajan con fondos públi­cos se niegan a preguntarse por las malas acciones de la globalización.

La cooperación, sin embargo, puede funcionar. usted misma aprovecha financiación extranjera para rehabilitar una barriada de Bamako…
La propia palabra lo dice: cooperar, trabajar juntos. Ese es el tipo de cooperación que aceptamos. No se puede llegar e imponer sin contar con la gente a la que, dicen, quieren ayudar. No ayudarás a África con dinero si no la comprendes primero.

Suele decir que Occidente ha triunfado a la hora de hacer que los africanos se enfrenten entre si.
Así es. No podemos debatir asuntos políticos sin que las elecciones se conviertan en una oportunidad para matarnos los unos a los otros. Nadie cuestiona a los que toman las decisiones. Los políticos recurren al fraude, el soborno o las armas para no dar explicaciones. Las élites los apoyan con dinero, muchas veces proce­dente de la cooperación internacional, para aplicar polí­ticas que se deciden en Washington, Bruselas y París.

¿No hay ningún país donde las elecciones hayan promovido cambios reales?
Sólo han servido para legitimar la depauperación de nuestros países. En el Tercer Mundo, para Occidente, ‘democracia’ significa organizar elecciones y elegir a unos representantes. Al final, los elegidos representan los intereses de los países ricos. Es más, Occidente sólo promueve elecciones donde sabe que ganarán quienes les interesan a ellos. Y si no, le harán la vida imposible al ganador, como en Venezuela.

Política-economía-cultura son, para usted, términos inseparables. ¿Alguien le escucha en África?
Para nada. A los políticos no les preocupa la dimensión cultural, porque obtienen financiación de las instituciones multilaterales, que sólo confían en su pro­pio concepto de desarrollo. Todos estos sujetos van por ahí desesperados por atraer inversión extranjera. El inversor extranjero lo es todo, la gente no es nada. De su llegada se benefician todos, salvo el pueblo de Malí. y cuando aparecen, traen la corrupción, contami­nan nuestros ríos, nuestros ecosistemas, pagan salarios más bajos que en su país de origen a nuestra gente… ¡Dios mío, si tuviéramos un solo gobernante con valor para intentar cambiar las cosas!

Bueno, ya han tenido algunos, ¿no?
Desde los primeros días de la independencia, todos los líderes africanos que se atrevieron a decir: «Queremos ser nosotros mismos», fueron considerados, una amenaza para Occidente. Y, por consiguiente, elimi­nados o derrocados.

¿Cómo cambiar la forma en que se ve a África? .
Es difícil. Las antiguas metrópolis intentan reescri­bir la historia, diciendo que el periodo colonial fue útil . para nosotros. Este debate ocurre ahora en Francia [se refiere a una ley de educación que obliga, en la asignatura de historia, a dar una visión positiva de la colonia]. Se trata de culpar enteramente a los africanos y alimentar la mala imagen que se tiene de nosotros.

¿Cuáles son los clichés que más le molestan?
Occidente mira al resto del mundo en términos de tener o no tener. Lo peor que le puede ocurrir a alguien es carecer de cosas materiales: «¡Oh!, ¿cómo alguien puede ser tan pobre?». Sus valores y referentes se basan en el consumo. Se supone que es el mejor modo de vida conocido. Este es su imaginario y el que aplican para juzgar a todos los demás.

En su libro La violación del imaginario (Ed. Sirius) se queja de la incapacidad de los africanos para pensar por sí mismos…
Sí, es una especie de lavado de cerebro. La imagen que alimentas de ti mismo se ha creado en el exterior. Todo pasa por las palabras. La mayor parte de ellas no tiene traducción en nuestras lenguas. Los derechos del hombre, por ejemplo, son una invención del norte. No pongo en duda la importancia de los valores, sólo digo que el norte se ha apropiado del derecho de definir el mundo. La rehabilitación de nuestro imaginario violado es un reto económico, político y cultural,

¿Reivindica usted los tiempos previos a la colonia?
El orden neoliberal quiere transformar nuestras economías y sociedades por encima de nosotros, des­truyendo nuestra visión del mundo y de nosotros mis­mos. No digo que el pasado fuera un paraíso; trato sólo de recordar a África que debe saber extraer lo mejor de su patrimonio cultural y socioreligioso.

Lo anterior a la colonia y la independencia era la venta a Europa y América de los propios africanos…
Así es. Ya sea sobre el plano económico, político, moral o humano, la trata de negros tuvo efectos terri­bles. Duró tres siglos y medio, hasta que la colonización tomó el relevo. Luego las independencias, fueron pre­sentadas como una mejora, pero, en términos de explo­tación, han sido mucho más eficaces. Hemos ido pasan­do de una forma de sometimiento a otra.

– Usted era una niña cuando Malí obtuvo la indepen­dencia. ¿Cómo recuerda aquellos tiempos?

Para mi generación, la independencia dio lugar a una doble búsqueda: personal y nacional. Los líderes que emergieron tenían una fe tan grande en África que todo parecía posible. Crecí en esa atmósfera. Pero la Guerra Fría dividió África. Los esquemas que vinieron del este tampoco sirvieron. Se obligó a los campesinos a organi­zarse en estructuras colectivistas que no tenían nada que ver con nosotros.

Desde hace años trabaja por la integración social de la mujer africana. ¿Cómo es la situación actual?
Cada vez hay más mujeres apoyando todas estas ideas de cambio de las que hablo. Pero sus preocupacio­nes siguen siendo no enfermar, sobrevivir al parto y que el marido tenga trabajo. Les gustaría ir a la escuela, pero, en los 80, el Banco Mundial dinamitó las iniciativas de algunos países para implantar la educación universal.

España aprobó una proposición de ley que permite perseguir la ablación del clítoris cuando se produzca fuera de nuestras fronteras. ¿Qué le parece?
La ablación es un problema grave, pero los que dicen luchar «por la dignidad de la mujer africana» ignoran el entorno en que se produce. Las mujeres mueren de hambre, de sed, por falta de asistencia médica.., pero están más interesados en su clítoris que en conocer sus verdaderos problemas. La destruc­ción de África es mucho peor que la ablación. Si se hiciera algo para evitar la primera, sería más fácil combatir la segunda.

En Liberia acaba de ser elegida la primera presiden­ta de África, ¿es una anécdota o un gran avance?
Es un gran avance. La cuestión es si tendrá oportu­nidad de cambiar las cosas o acabará poniendo en prác­tica políticas dictadas desde Washington.

¿Qué cambiaría si fuera presidenta de Malí?
No está en mi agenda, pero el debate sobre la cul­tura es esencial. Hay que relanzar la producción, la de bienes, pero también la del sentido común, los valores morales, responsabilizar a nuestros dirigentes… Debe­mos luchar por la reapropiación de nuestro destino.