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Nuestra indignación teledirigida

Fuentes: Rebelión

Los acontecimientos en del mundo árabe y musulmán desatan nuevos escenarios de manera cotidiana, escenarios que deben estar siendo analizados a tiempo real por los tanques pensantes (think tanks) del Imperio. Desde aquí propongo el siguiente ejercicio intelectual: Póngase por un momento en los zapatos de esos tanques pensantes asalariados del Pentágono, la Casa Blanca y […]

Los acontecimientos en del mundo árabe y musulmán desatan nuevos escenarios de manera cotidiana, escenarios que deben estar siendo analizados a tiempo real por los tanques pensantes (think tanks) del Imperio.

Desde aquí propongo el siguiente ejercicio intelectual: Póngase por un momento en los zapatos de esos tanques pensantes asalariados del Pentágono, la Casa Blanca y el Departamento de Estado.

El mundo árabe está inmerso en una oleada revolucionara sin parangón en las últimas décadas, o probablemente -por el status actual de las comunicaciones- en una oleada sin parangón en toda su historia.

Nosotros somos esos tanques del pensamiento con despacho en Washington y debemos encontrar una fórmula para que los gobiernos que surjan de esas oleadas revolucionarias sean afines a nuestros intereses. La mayoría de los países que se ven afectados por estas revueltas son hasta el día de hoy nuestros aliados (Bahrein, Arabia Saudí, Yemen, Túnez, Marruecos, Libia, Egipto, Jordania).

Los miles de árabes que salen a las calles de todos estos países no son afines a nuestros intereses, pero tampoco son enemigos, no son fanáticos islamistas, son -generalizando- clases medias que buscan espacios de mayor democratización en sus sociedades.

Un punto juega a nuestro favor, en ninguno de estos países existen partidos organizados que puedan capitalizar estas protestas en pro de una nueva era política «contrahegemónica» y alejada de nuestros intereses.

Este escenario suma un nuevo elemento a nuestro favor, las clases dominantes de la mayoría de esos países son las que manejan todos los resortes de sus burocracias, al no haber otras opciones políticas viables podemos quitarle el aval a quienes fueron nuestros dictadores aliados para sustentar en el poder a caras nuevas que -como forman parte de la antigua burocracia- también respondan a nuestros intereses.

Esto es lo que hicimos en Egipto al permitir la caída de Hosni Mubarak para reemplazarlo por los militares que tan bien conocemos y tan buenos amigos son.

Esta jugada nos trae varios beneficios, nos mostramos cerca de los reclamos populares, condenamos las represiones desatadas por nuestros antiguos dictadores amigos y de esa manera acompañamos la oleada de cambios para que no cambie nada. En definitiva los nuevos gobiernos resultantes de las revueltas seguirán siendo nuestros aliados incondicionales.

Resumiendo, si logramos desarrollar bien esta jugada podremos presentar a la opinión pública global que hemos ayudado a democratizar un mundo árabe que en realidad seguirá siendo tan dócil a nuestros intereses como siempre. Adicionalmente es probable que las sociedades que viven dentro de esos países tengan una leve mejoría en cuanto al acceso a sus derechos universales.

Pero esta partida de ajedrez nos permite beneficios que no nos habíamos imaginado, el más importante es aprovecharnos de las movilizaciones para desatar la caída de aquellos gobernantes que no nos resultan simpáticos.

Muamar Gadafi fue nuestro enemigo durante muchos años, luego se acercó a nosotros y como no teníamos una opción real en de Libia aceptamos su amistad, pero nunca fue de nuestro agrado. Hoy tenemos la posibilidad de librarnos de él. Cometió muchos errores y tenemos la capacidad de excitar mediáticamente al mundo y a su pueblo contra él. Ya tenemos el antecedente de Saddam Hussein, ahora no desaprovecharemos la posibilidad de sacarnos de encima al autodenominado Rey de África.

Si descubrimos que podemos hacer lo mismo con Bashar al Assad en Siria lo haremos, y si como complemento podemos deshacernos de Mahmud Ahmadineyad y de la revolución iraní no dejaremos pasar la oportunidad, nuestros agentes de inteligencia trabajan desde hace más de 20 años en esos países para desestabilizar a sus gobiernos; y ahora nos encontramos sin buscarlo ante esta posibilidad histórica.

La discusión desde la izquierda

Las movilizaciones populares son la bandera de todos los que nos consideramos progresistas, nosotros sabemos que los cambios se traccionan con movilización, por eso las saludamos y notamos que hoy el mundo árabe está movilizado.

Adicionalmente hay que decir que todos los gobiernos que hemos nombrado tienen serios vicios de autoritarismo, por lo que debemos saludar que sus sociedades avanzan en la búsqueda de la democracia.

Pero el razonamiento no es tan simple, en el caso libio no sólo son civiles los que salen a reclamar la renuncia de Gadafi, las mismas potencias agresoras temen que el armamento que están a punto de enviar a los rebeldes para combatir al dictador caigan en manos de terroristas que en un futuro puedan volverse contra ellos (como pasó en Afganistán cuando financiaron a Osama Bin Laden para combatir a los soviéticos).

Adicionalmente desde una mirada progresista, habrá que señalar que todos los procesos de cambio que se están experimentando en el mundo árabe apuntan a quedar -como ya dijimos- en manos de aliados incondicionales de Washington, lo que torna aún más complejo la postura a adoptar.

Si simplemente aplaudimos todas las movilizaciones y condenamos todas las represiones, podemos seguir el juego a los tanques pensantes de Estados Unidos, que con nuestra colaboración cambiarán la ficha de Mubarak por otro tan lamebotas como él, mientras de paso se sacarán de encima a quienes no son de su agrado para instalar allí a otros lamebotas.

Si Ahmadineyad es derrocado por revueltas populares su lugar no lo ocupará un aliado del ALBA, lo hará alguien designado por Washington, lo mismo se aplica para Al Assad (Siria) o para Gadafi (Libia).

Y ya sabemos que para sacudirse a quienes no son de su agrado, el Imperio cuenta con un arsenal cultural listo para bombardearnos indiscriminadamente de acuerdo con sus intereses geopolíticos.

Este aspecto atraviesa una de sus etapas más apasionantes ante el caso de Gadafi.

Algunos ejemplos:

Hace unos diez días una de las periodistas más progresistas de Bolivia (Amalia Pando) invitó a su programa a otro periodista y analista progresista especializado en temas internacionales (Pablo Stefanoni).

Ambos se dieron un banquete describiendo las atrocidades cometidas por Gadafi contra su pueblo, sobre todo por los tan promocionados bombardeos del dictador contra los civiles en Bengasi.

En un mundo plagado de comunicaciones, donde cotidianamente llegan vía agencias y canales internacionales imágenes tomadas por pequeños teléfonos u otro tipo de filmadoras rudimentarias, ninguno de los grandes medios que trabajan intensamente por destrozar la imagen de Gadafi pudo mostrar una imagen contundente de los salvajes bombardeos sobre Bengasi. Incluso en esta ciudad controlada por los rebeldes hay decenas de corresponsales extranjeros que tampoco pudieron hacerlo.

Estamos en una guerra informativa, afirmó Hillary Clinton hace un par de semanas, y todos sabemos que la primera víctima de la guerra es la verdad.

Los estímulos (tergiversaciones o mentiras) impulsados por el ejército culturar del Imperio y sus aliados pueden penetrar hasta en profesionales de la información identificados con principios progresistas.

Que Gadafi bombardeó a población civil es el caballo de batalla de los que desataron una acción militar conta él, tal vez sea cierto -pero tal vez no-, los que trabajamos como profesionales de la información debemos darnos cuenta de que faltan muchos elementos para demostrarlo, por ende no podemos dar rienda suelta a esa versión como si se tratara de una verdad irrefutable. Lo más sensato parece que sería presentar esta posibilidad, aunque con las reservas del caso.

El pasado 8 de marzo desde Libia, el periodista Kim Sengupta escribió para el periódico inglés The Independent:

«El uso de aviones de guerra por parte del régimen se ha convertido en una tema altamente emotivo, pero contrariamente a lo que afirman algunos en el movimiento de protesta, hay poca evidencia para poder demostrar que los civiles son deliberadamente un objetivo. Todos los ataques con bombas y misiles -con la excepción de uno cerca de los departamentos en Ras Lanuf- apuntaron a lugares alejados de grandes reuniones.»

Sengupta tiene larga experiencia en conflictos armados y el diario The Independent no se caracteriza por ser antiimperialista; he seguido cotidianamente su cobertura desde el lugar de los hechos y en ella destacan los detalles de la represión de las fuerzas de Gadafi contra los rebeldes armados y el drama vivido por los civiles, tanto por cuenta del ejército regular como por parte de los alzados.

Cabe resaltar que reprimir a rebeldes armados es una cosa y lanzar bombas a civiles desarmados una muy diferente, -sin embargo esta es la matriz mediática que se montó, y es la que sirvió para justificar los bombardeos de EE.UU., Francia y Gran Bretaña-.

Este es un caso que evidenciaría cómo la opinión pública global, que incluye a periodistas críticos, puede manipularse en pos de la consecución de determinados intereses geopolíticos.

Millones de personas se indignaron por los asesinatos de Gadafi, y hay evidencias que nos indican que esos asesinatos indiscriminados se inventaron.

El 17 de marzo todos los grandes medios internacionales publicaron que Gadafi había mencionado en un discurso dirigido al pueblo de Bengasi que entraría en la ciudad tal como las tropas del dictador Francisco Franco ingresaron a Madrid.

Millones de personas temblaron y también se indignaron ante esa declaración, entre ellos mi compañero de trabajo Ricardo Bajo, con quien todas las tardes realizo el programa Con Textos en la Red Patria Nueva.

Luego de una agria discusión al aire, Bajo sentenció:

«Condenemos a todos los dictadores, Gadafi es un dictador y asesino de su pueblo… el señor Gadafi -y para mí con esto está terminada la discusión, ese tipo es un asesino de su pueblo- dijo antes de que se estableciera la zona de exlusión aérea ‘voy a entrar en Bengasi como entró Franco en Madrid’, punto final».

Pero nuevamente hay serios indicios que nos indican que la reacción colérica de Bajo también podría haber sido direccionada por el ejército cultural de la guerra informativa.

Kalid Kaem, vicecanciller libio, ofreció una conferencia de prensa el pasado lunes en la que denunció que el mencionado discurso de Gadafi era un llamado a la paz, el amor y la unidad, además presentó la transcripción del discurso para demostrarlo y ofreció una copia a cada uno de los corresponsales extranjeros presentes en Trípoli.

Esto es gravísimo, ese discurso de Gadafi al pueblo de Bengasi fue el que sirvió de excusa para que en menos de 48 horas se reuniera el Consejo de Seguridad de la ONU y aprobara la resolución que dio inició a la agresión militar.

Si la versión del gobierno libio fuera cierta, estaríamos -una vez más- ante un caso de manipulación masiva de la opinión pública global con el fin de justificar una acción militar de las potencias occidentales.

Si tomamos en cuentas los antecedentes de estas potencias en materia de preparar las mentes para la guerra, aparece más creíble la versión del vicecanciller que la del ejército cultural del Imperio.

Desde Uruguay, segunda parada de su gira latinoamericana que lo trajo a Bolivia el pasado jueves, Hugo Chávez describió este accionar:

«Y los medios de comunicación que ellos manejan, televisión, radio… van bombardeando, van bombardeando, van creando condiciones, luego, si la oportunidad se les presenta ayudan a generar hechos violentos dentro de ese país, luego las víctimas de esos hechos violentos se las achacan al presidente que quieren derrocar, ya sin tener una sola prueba…asesino, en Venezuela ocurrió tal cual».

Analizar todos estos hechos desde un punto de vista del periodista profesional o del receptor de las informaciones requiere de cuidados extra en estas épocas y ante estos acontecimientos.

La comunicadora anteriormente mencionada (Amalia Pando) -quien me despierta un enorme respeto al igual que mi compañero Bajo- aseguró en su programa que la comunidad internacional se había demorado mucho en controlar las matanzas de Gadafi.

Imagine usted que todo el ejército mediático afín a este sistema que nos gobierna volcara su cobertura en las matanzas que cotidianamente produce Estados Unidos en Afganistán y/o Pakistán.

Si usted observara esa cobertura diaria en su televisor puedo asegurarle que estaría más que indignado y con la sensación de que la comunidad internacional debería poner freno a tales acciones.

Pero esto no ocurre nunca y es una prueba más del poder que ostenta este ejército cultural que nos indica ante qué hechos debemos indignarnos (incluso utilizando mentiras) y cuáles nos deben resultar indiferentes.

Adicionalmente ya ha quedado claro que EEUU, Francia y Gran Bretaña no están en Libia para frenar las matanzas de Gadafi tal como los mandó el Consejo de Seguridad de la ONU, sino para acompañar el avance de los combatientes contrarios a Gadafi en su intento de tomar Trípoli y deponer al dictador; por eso discuten la mejor manera de armar a los combatientes.

¿Es más legítimo condenar al gobierno libio que al estadounidense por los bombardeos o las matanzas contra las poblaciones civiles?

Mientras discutimos esto y la postura que debemos asumir ante Gadafi, los tanques del pensamiento imperial avanzan, igual que sus operadores políticos y sus aviones cazabombarderos; finalmente las posibilidades de agigantar la hegemonía estadounidense en la región se consolida.

¿A qué intereses responderán los milicianos y dirigentes que hoy luchan para derrocar a Gadafi?

¿A los de los países que le sirven de Fuerza Aérea y les proveen de armamento, o a los de un proceso democratizador, nacional y popular?

Nosotros podríamos empezar impidiendo que se aprovechen de nuestra teledirigida indignación.

Blog del autor: http://andressallari.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR